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La Esposa Despreciada
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La Esposa Despreciada
Libro electrónico290 páginas5 horas

La Esposa Despreciada

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Romance victoriano sobre una segunda oportunidad de llegar a ser amantes siendo enemigos.

El Londres victoriano era un lugar cruel para una divorciada, pero, debido a la muerte de su amado segundo esposo, Sophie Duthie es viuda e independiente por primera vez en su vida. Puede que no tenga muchas ventajas en cuanto a medios económicos, pero con los ingresos de su tienda de música puede mantener a su hijo Alfie y a sí misma. Aunque su segundo matrimonio fue feliz, Sophie ha decidido no tener más esposos. Su primer matrimonio le enseñó muy bien que los cuentos de hadas no son más que ilusiones.

Para Lord Aberley, su exesposa no es más que una paria intrigante y, desafortunadamente, él no tuvo éxito en un compromiso posterior; y no es que haya tenido muchas ilusiones sobre el matrimonio. Es algo que ahora desea evitar a toda costa, pero necesita un heredero. Es el único deber que no puede pasar por alto, por lo que el saber que el hijo de su exesposa tiene seis años, le originó serias dudas sobre su verdadera paternidad. Con solo haber visto al niño lo confirmó: Alfie Duthie es su hijo.

IdiomaEspañol
EditorialCamille Oster
Fecha de lanzamiento14 jun 2020
ISBN9781071551592
La Esposa Despreciada

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    La recomiendo, maravillosa....
    La disfruté de principio a fin...
    Felicitaciones a su autora...♥♥♥

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La Esposa Despreciada - Camille Oster

Capítulo 1

Londres, 1853.

TENIENDO TOMADA CON FUERZA la mano de su hijo, Sophie lo protegía de la lluvia que caía sobre su paraguas negro. El vicario, que no tenía paraguas, permaneció de pie bajo la lluvia mientras leía el sermón del entierro, y dos hombres se mantuvieron esperando a que este finalizara para ellos poder empezar su trabajo de cubrir la tumba del marido de Sophie.

La consunción por la tisis finalmente lo había reclamado, tal como ella sabía que lo haría, pero fue algo desastroso cuando esto sucedió, como si ella nunca hubiera estado realmente convencida de ello. Doug se había ido, y el pensar en el vacío que él la dejaba le provocaba un gran dolor en su corazón. Había amado a su esposo y él también había sido un compañero amoroso.

¿Cómo era posible que las personas detestables vivieran y los seres amorosos no? ¿Cómo podía ser eso justo? ¿Cómo se llevaba la muerte a un hombre gentil como Doug, mientras que un hombre tan horrible como Lord Aberley seguía vivo?

Sophie apartó de su mente el pensamiento sobre su exmarido y abrazó a su hijo con fuerza. ¿Cuál era el objeto de estar amargada? Lord Aberley, por lo que sea que fuera, le había dado un hijo, que era el regalo más preciado del mundo, y el divorcio la había conducido hacia un hombre al que realmente había amado y que, recíprocamente, también la había amado.

Muchos habían visto su segundo matrimonio como señal de lo «bajo» que ella había caído: casarse con un músico sin dinero y siendo un «fracasado». Su matrimonio había sido negociado, pero, no obstante, había sido exitoso. Con el dinero que le habían pagado al músico por darle un nombre al hijo de Sophie, ellos, estando casados, habían establecido una tienda de instrumentos y accesorios de música en Holborn, lo que les había permitido costear dos habitaciones donde vivir no muy lejos de la tienda, y como resultado llevaron una existencia bastante feliz.

Su hijo, Alfie, había prosperado al llevar una infancia rodeada de música y de tierno amor. El fallecimiento de Doug era el primer golpe que su hijo había recibido en su vida, y la miraba preocupado con esos ojos grises que ella amaba.

─Estaremos bien ─dijo ella, con una sonrisa triste─. Sabíamos que este día llegaría.

─¿No tendrá frío allá abajo?

─Tu padre ya está en el cielo. Nunca volverá a tener frío.

Alfie no sabía que Doug no era su padre, a pesar de que el cabello oscuro y los ojos grises del niño demostraban que no había un vínculo de parentesco entre los dos, pero ella aún no estaba preparada para discutir con él su verdadero origen. Era mejor así. Era preferible tener un padre ausente que lo amó, que saber que era el hijo de un hombre cruel y monstruoso.

─Ven, mi amor, es hora de irnos ─dijo ella, y se alejaron. Parecía cruel simplemente dejar a Doug atrás, pero tenían que hacerlo. Doug se había ido y no tenía sentido fingir que no era cierto. En cierto modo, irse fue una misericordia, ya que la enfermedad había sido cruel hacia el final, y con eso su sufrimiento ya había terminado.

La tienda necesitaba ser abierta, pues había sido cerrada con demasiada frecuencia en las últimas semanas, y sumando los costos del funeral, sus finanzas habían sido severamente gravadas.

El conductor del carruaje alquilado los esperó según las instrucciones y los sacó del cementerio. Fue un largo viaje de regreso a Holborn y lo hicieron en silencio. La lluvia cubría en su mayor parte a la ciudad. Las calles estaban despejadas y la mayoría del ruido había desaparecido. El clima se adaptaba al luto, casi como si toda la ciudad también sintiera la pérdida de un hombre amoroso.

Exhalando un suspiro, Sophie abrazó a su hijo. Estarían bien. Tenían la tienda, sus habitaciones y suficiente dinero para la educación de Alfie. No había nada más que necesitaran en particular. Simplemente seguirían adelante.

El conductor los dejó frente a la tienda, y Sophie sacó la llave de bronce de su pequeño bolso de mano tejido y la abrió. Sus faldas negras gotearon agua sobre las tablas del piso de madera cuando ella y Alfie entraron. Alfie corrió hacia el rincón donde le gustaba estar. El duelo lo dejó confundido y algunas veces necesitaba la soledad.

Sophie se desabrochó el sombrero, lo colocó en el perchero y regresó a la puerta para dar la vuelta al cartel de «Cerrado». Ese día no habría una gran cantidad de clientes, pero ella ansiaba la normalidad, y estar en la tienda era lo normal.

Barrió el piso con una escoba y luego desempolvó las partituras. Los instrumentos colgaban de ganchos a lo largo de las ventanas. Era una tienda luminosa y estaba situada en una esquina. En invierno hacía frío por la gran cantidad de ventanas, ese era el precio de la luminosidad, pero Sophie lo prefería así.

*

─Todo está en orden, señora Duthie ─dijo el abogado Lawrence, quien, vestido con su traje oscuro, estaba detrás de su escritorio de caoba en la oficina, grande y oscura, que a Sophie nunca le había gustado. Había estado demasiadas veces allí solucionando asuntos desagradables. Ese abogado la había atendido cuando ocurrió la muerte de su padre, su matrimonio y su divorcio, y ahora por la muerte de su segundo esposo─. Simplemente necesita firmar aquí.

Inclinándose, el miriñaque de su vestido de luto se movió mientras firmaba su nombre con la pluma que el señor Lawrence le tendió.

─Todo está en orden. La tienda y todo el inventario son suyos, siempre que pague el alquiler de manera oportuna.

El señor Lawrence tenía una tendencia a decir lo obvio, como si nunca hubiera ocurrido que ella pagara el alquiler; aparentemente, no se le había ocurrido pensar que ella había estado pagando todas las facturas de la renta durante seis años.

─Gracias, señor Lawrence ─dijo ella, estando agradecida con el abogado, porque este le había ofrecido sus servicios con una tasa de descuento, debido a la naturaleza precaria de las circunstancias en que estaba ella. Cuando Lord Aberley se divorció, se había despertado la compasión del abogado por Sophie, y la había mantenido como clienta, incluso cuando ella prácticamente no tenía nada con que pagarle. Él sonrió levemente mientras retiraba el documento.

─Usted es libre de casarse de nuevo, si lo desea, y, según sus instrucciones, su hijo es ahora el principal beneficiario de su testamento en caso de que a usted le ocurra algo lamentable. ─En el testamento de Sophie también había provisiones para el cuidado de su hijo, debido a que su experiencia de vida le había enseñado que debía ser previsora en el cuidado de las personas que la rodeaban, ya que, con demasiada frecuencia, había sido golpeada por las malas decisiones de otras personas.

─No, creo que ya he terminado con los esposos ─dijo ella, con una sonrisa leve. El señor Lawrence parpadeó. No entendía que una mujer eligiera vivir en circunstancias menos favorables y con medios económicos limitados, por debajo de lo que un marido le proporcionaría.

─Todavía es muy joven.

─No me siento tan joven en este momento.

─Estoy seguro de que se sentirá diferente con el tiempo.

Sophie dudaba eso, pero no tenía sentido decírselo al señor Lawrence, porque para él, como para la mayoría de los demás hombres, el esposo era para la mujer el único medio de mejorar su vida y de recibir atención. Las mujeres solteras y las viudas eran una gran molestia para la sociedad.

La situación para ella ya era diferente. El estigma de su divorcio no había desaparecido, pero podía considerarse que era más bien una viuda que una divorciada.

─Muchas gracias por sus servicios, señor Lawrence. Como siempre, usted es invaluable. ─El caballero sonrió. Tan pomposo y arrogante como era, tenía un corazón amable, y ella era la beneficiaria de esa generosidad.

─Será mejor que vuelva con Alfie.

─Sí, por supuesto. ─El señor Lawrence también era una de las pocas personas que sabía que Sophie había estado embarazada antes de casarse con Doug Duthie, quien, siendo el alma perdida y solitaria que había sido, no tenía a nadie que notara o comentara que el hijo de su esposa había llegado bastante temprano.

De ser extraños, Sophie y Doug habían pasado a disfrutar el hecho de ser padres estando juntos, sin embargo, el lecho matrimonial fue, cada vez más, un lugar solo para dormir a medida que la enfermedad de Doug se desarrollaba. Sophie lo había aceptado, sin embargo, eso angustió más a Doug, pero él poco pudo hacer para remediarlo.

Sophie se despidió del señor Lawrence y salió de su oficina, esperando que pasara bastante tiempo antes de que necesitara volver a verlo. El abogado todavía estaba molesto por la negativa rotunda de Lord Aberley a brindarle a ella su apoyo después del divorcio, pero Sophie insistió en que no quería su dinero ni nada de nada. Ese era un período de su vida que preferiría olvidar.

Durante un corto tiempo, Sophie había tenido todos los recursos, todos los lujos del mundo, pero no por eso había sido feliz. En ese momento, siendo tan joven y esperanzada, no había entendido que Lord Aberley no había llegado como un príncipe de un cuento de hadas, para llevarla a disfrutar una vida hermosa y lujosa. La verdadera naturaleza de su matrimonio a ella no le había quedado clara hasta después del divorcio. Lord Aberley no lo había hecho por su libre voluntad. Su intenso disgusto por ella rápidamente se había vuelto evidente y, la mayoría de las veces se negaba rotundamente a reconocer que ella estaba allí.

Sophie aún no sabía los detalles de lo que había sucedido, pero Lord Aberley había contraído matrimonio bajo coacción y, muy poco después de que su hermana muriera en el parto, había solicitado el divorcio. Obviamente había alguna relación en todo eso.

Capítulo 2

TOMANDO UN TRAGO DE whisky escocés single malt, Tristan observó su mano de cartas y luego a su oponente; el cansado Lord Haddock, quien creía que su propia suerte era mejor de lo que en realidad era.

─Cuatro reinas ─dijo Tristan, poniendo sus cartas sobre la mesa de juego del infierno que no aguaba sus bebidas. Era algo tan simple, pero muchos no podían ver que tomara su decisión de dónde pasaba el tiempo basándose en eso; era la pura lógica que se le escapaba a muchos.

─¡Demonios, hombre! ─dijo Lord Haddock─. Tienes una suerte bestial.

Sí, bueno, Tristan tenía suerte con las cartas, o tenía la capacidad de ver un conjunto como un todo cuando lo necesitaba. Bajando los ojos, observó sus cartas. Las reinas le devolvieron la mirada. No había mucha suerte con las mujeres cuando se trataba de eso. Las mujeres solo eran agradables cuando pagabas por ellas, y, en realidad, en ese lugar eso no era un problema. Todo tipo de mujer tentadora estaba disponible por un precio.

Y él había tenido relaciones con ellas en todas las ocasiones, pero esa noche simplemente no podía ser molestado. La cortesía básica estaba más allá de su persona, la mayoría de las veces, cuando se trataba de mujeres. Si pudiera prescindir de ese impulso básico, lo haría, pues nunca le había ido bien; y tampoco a las mujeres.

En casa, arrojado en una gaveta, estaba el anillo de compromiso que él había reclamado que ella le devolviera. Esa bruja pendenciera había insistido inicialmente en conservarlo, incluso después de que él la obligó a admitir que había seducido al Conde de Pilkerton con la esperanza de que este se le ofrecería a ella y, que, al aceptar el compromiso con el conde, la ramera codiciosa se había esforzado en obtener un título de nobleza más elevado. Lo último que había escuchado era que esa apuesta había sido exitosa.

Tristan no se atrevió a ver más allá de la indiscreción, incluso sin haber tenido grandes esperanzas de haber existido algún gran grado de lealtad. Quizá debería haber seguido adelante con el matrimonio mientras tuvo la oportunidad, así podría tener un heredero, aunque no tuviera la seguridad de saber de quien fuera hijo.

Las mujeres se aprovechaban de las criaturas, e incluso cuidándose de esas mujeres había sido su víctima... más de una vez. La primera bestia rastrera que lo chantajeó para casarse, le amenazó con destruir la reputación de su hermana. Unos intrigantes lo habían atrapado, así que no tuvo más remedio que casarse con una humilde fulana sin medios económicos ni crianza. Esa había sido la situación más vergonzosa que había experimentado.

La muerte de su hermana había puesto fin a la farsa y a todo el control que esos degenerados habían tenido sobre él. Estos eran una pareja; hermano y hermana.  Bueno, al final eso no les sirvió de nada, y las bebidas en ese lugar, donde estaba jugando en ese momento, eran demasiado empinadas para ser pagadas por cualquiera de ellos, y no había visto ningún rastro de ellos desde entonces, lo cual era algo bueno, porque probablemente si los viera los golpearía.

No, en verdad no lo haría. Nunca se había rebajado tanto, como para reconocer públicamente su desdén por una mujer, por la que había sido engañado para casarse con ella. En privado, sin embargo, cualquier miseria que les sucediera tenía su sincera aprobación.

El problema era que se necesitaba una mujer para tener un heredero, pero también había señales preocupantes en ese asunto, pues ninguna de las amantes, con las que había estado en algún momento de su vida, había quedado embarazada, lo cual era una bendición en muchos sentidos, pero a diferencia de otros hombres en su posición, que habían engendrado a toda una prole, ya fuera legítima o de otro tipo, él nunca había tenido ni siquiera un hijo en sus treinta y ocho años de vida. Lo preocupante era que Lord Forthworth acababa de morir, y era apenas cuatro años mayor que él.

La situación de tener un heredero se estaba volviendo vital. Al estar tan profundamente ofendido por haber sido obligado en principio a casarse con una mujer muy por debajo de su posición, pronto tendría que considerar casarse con cualquier otra mujer, simplemente para poder embarazarla.

Eso era una gran exageración, pero eventualmente tendría que unirse a alguna criatura intrigante para realizar su deber más importante y apremiante, y sabiendo eso, también podría considerar no hacer lo correcto por su familia y simplemente dejar que el título se hundiera en el olvido. Generaciones de Lord Aberleys se estarían revolviendo en sus tumbas.

Quizá nunca se había dado cuenta exactamente de cuánto despreciaba a las mujeres, pero le eran perfectamente agradables en una breve relación, cuando les proporcionaba lo que querían: dinero. Dicen que los hombres con hermanas son más dóciles al sexo débil, pero los modales vanos e insípidos de su hermana no le habían generado mucha simpatía por estas. Aun así, su «amigo más querido» era una mujer, Minette, y aunque la quería profundamente, sabía muy bien cuán mercenaria era cuando había algo que ella quisiera, sin embargo, era tan sincera acerca de sus maquinaciones maquiavélicas que no podía alejarla de él, pues la mentira y el engaño eran lo que a él realmente le disgustaba, y ella, a cambio, lo aceptaba exactamente como era; lo cual era algo raro. Lamentablemente, Minette era una en un millón y no conocía a otra como ella, habiéndola buscado por todas partes.

La muerte de su hermana era un asunto que todavía revoloteaba en su mente. Al comienzo esta había sido un alivio para él, ya que estaba agobiado por las consecuencias de su indiscreción. No era que la echara de menos, pero, quizá, a la luz de su amistad con Minette, había algo que lamentaba que no pudiera haber sido. En cierta forma la había amado, incluso habiendo puesto los ojos en blanco frente a la mayoría de las cosas que ella había dicho y hecho. La edad quizá lo estaba ablandando, ya que ahora sospechaba que había la posibilidad de amar a alguien a pesar de que no lo respetaras.

Incluso Minette no diría que era un hombre duro, por ser esto consecuencia de cómo había sido criado, y nunca había visto razones para discutirlo. La pérdida de su hermana, o quizá el comprender que nunca la había llorado, fue lo único que lo hizo detenerse.

Las mujeres bailaban en el escenario, levantaban sus faldas y mostraban sus medias con encajes, los ligueros y las enaguas. Un familiar ardor lo tentaba, pero se negó a entretenerlo. En cambio, observó a los jóvenes babearse viendo a esas mujeres como criaturas maravillosas. Había pasado mucho tiempo desde que Tristan se había sentido maravillado por algo.

Levantando la mano, pidió otro whisky.

─¿Le apetece jugar? ─dijo un hombre que desvió la atención de Tristan de las muchachas que se encabritaban.

Lord Torpington. Es un placer verle.

Otro hombre se unió a ellos, y le pareció familiar.

─Conoce a mi hermano, Charles Lawrence.

─Por supuesto ─dijo Tristan, e inclinó la cabeza. Reconoció ese rostro; era el abogado que había sido parte del proceso de su divorcio. Alguien había tenido que representar a Sophie, por lo que Tristan no se puso en contra de él─. Es un placer.

Una chica sonriente les repartió las cartas y comenzó el juego. Tristan tenía una mano pasable, pero sabía que Lord Torpington no tenía mucha tolerancia al riesgo, por lo que este se movía incómodo en su asiento. Siendo incapaz de controlar sus emociones, realmente no debería probar suerte con las cartas, pero a las personas no se les podía decir qué era lo mejor para ellas.

─Entiendo que está haciendo algunas adquisiciones en el Congo ─dijo Lord Torpington. Bueno, alguien obviamente había estado comentándolo.

─He estado buscando algunas oportunidades de negocio interesantes ─aclaró Tristan.

─Me encantaría escuchar su opinión sobre invertir en esas regiones. ─Tristan preferiría no hacerlo. ¿Por qué compartir su conocimiento y comprensión con los demás? ¿No estaba tomando decisiones sobre oportunidades en las que otros no veían el objetivo de invertir? Cambiando algunas cartas, Tristan no respondió. Su whisky llegó y tomó un sorbo.

─¿Y qué nos dice, señor Lawrence, sobre lo que está sucediendo en las sagradas cortes de justicia en estos días? ─preguntó Tristan.

─La Ley de Salud Pública está trayendo una serie de cuestiones a la palestra.

─¿Es eso cierto? ─dijo Tristan completamente desinteresado─. ¿Están tratando de que la gente deje de hacer cosas que son perjudiciales para ellos?

─Es más complejo que eso ─dijo el abogado, lanzándole una mirada dura─. A menudo agentes sin escrúpulos actúan contra las personas por pura codicia. ─A ese hombre Tristan no le caía bien, y no es que eso le molestara en lo más mínimo. Había sido el abogado de su querida exesposa, y por lo visto, todavía lo era. ¿Qué había hecho ella para ganarse tanta lealtad? Ciertamente no había tenido ningún medio para retener a un hombre así.

─Fuiste contratado por la antigua Lady Aberley, ¿verdad? ─preguntó Tristan, sabiendo muy bien que eso era cierto. Sólo quería ver cómo reaccionaría. Había un cierto humor sarcástico al referirse a ella como lady.

─Todavía lo estoy. ─Las cejas de Tristan se alzaron por no estar al tanto de eso.

─¿Todavía se encuentra con el agua al cuello?

─No sé nada acerca de eso. Sólo sé que su esposo falleció. ─No le sorprendió a Tristan que hubiera logrado engañar a un hombre para que se casara con ella. Había escuchado algo como eso, y ciertamente, no fue con alguien de importancia.

─¡Que afortunado!

─Fue por consunción a causa de la tisis ─dijo el abogado con voz tensa. Esa no era una muerte fácil para nadie. Tristan prefirió permanecer en silencio. Sin duda, ahora estaba sin dinero y desamparada. ¿Eso significaba que vendría tocando su puerta con la gorra en la mano? ─Tristan resopló.

─Espero que le esté aconsejando que no hay nada que pueda ganar con su historia.

─Ella no tiene ideas de ese tipo ─dijo el abogado─. Creo que su intención es mantenerse a sí misma.

─Por favor, explique ─dijo Tristan con una sonrisa─, ¿cómo exactamente tiene la intención de hacerlo? ─Quizá finalmente estaba retornando a los bajos fondos, a los que siempre había pertenecido: el de mujeres que se comercian por el beneficio pecuniario.

─Creo que con una tienda de música.

─¿Una tienda de música? ─Eso no había sido lo que esperaba oír. Había esperado que fuera con algo ilícito o francamente ilegal, fraguado entre ella y su hermano. Incluso ser «transportada a Australia» hubiera sido

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