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Receta para un Corazón
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Libro electrónico127 páginas2 horas

Receta para un Corazón

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Información de este libro electrónico

Manella se horroriza cuando su Tío, el Conde de Avondale, le dice que debe casarse con el anciano Duque de Dunster. Al amanecer, acompañada de su perro favorito Flash y su amado caballo Heron huye en busca de una nueva vida. Al llegar a una pequeña aldea, se entera de la crisis que afrontan en el Castillo del Condado de Buckingdon - necesitan una cocinera- por lo que asumiendo una falsa identidad ella toma el puesto.
Como salva al Marqués de Buckingdon de una situación peligrosa y como su falsa identidad amenaza destruir su felicidad, es relatado en esta emocionante novela de Barbara Cartland.
Publicado originalmente bajo el Título de:
-……………….. porHarlequin Ibérica S.A.
-Receta para un Corazónpor Harmex S.A. de C.V.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento14 mar 2014
ISBN9781782133148
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    Receta para un Corazón - Barbara Cartland

    Capítulo 1

    1819

    HE vendido ese perro– dijo el Conde.

    Por un momento, Manella lo miró, sorprendida. Y preguntó,

    –¿Qué me estás diciendo, Tío Herbert? ¿Qué has vendido a Flash? ¡Eso no puede ser cierto!

    Su tío asintió con la cabeza.

    –Tu padre lo llevó de cacería con Lambourne el año pasado y me han dicho que Lambourne se quedó impresionado con la obediencia del animal.

    –Mi padre quería mucho a Flash– replicó Manella–, pero es mi perro. Me pertenece a mí.

    Su tío la miró fijamente antes de preguntar,

    –¿Tienes eso por escrito?

    –No, por supuesto que no– respondió Manella–. ¿Crees que Papá iba a poner por escrito todas las cosas que me regalaba? Pero Flash siempre ha sido mío.

    –No podrás llevarlo contigo a Londres– dijo el Conde, de modo que Lambourne vendrá a buscarlo mañana por la tarde.

    Manella emitió un grito.

    –¡No puedes... hacerme esto, Tío Herbert! ¡Me niego a permitirlo! ¡No puedo perder a Flash!

    El Conde de Avondale atravesó la habitación hasta situarse delante de la chimenea.

    Una vez allí, comentó,

    –Vamos a dejar esto claro, Manella. Tu padre dejó muy poco dinero y ahora tú te hallas bajo mi responsabilidad. Por lo que tienes que agradecerme que esté haciendo lo que pienso es lo mejor para ti.

    Manella se mantuvo en silencio y su tío continuó,

    –Ya me he tomado muchos trabajos para conseguir que pases una temporada en Londres, donde la Duquesa de Westmoore será tu dama de compañía.

    Manella recordó muy vagamente que la Duquesa de Westmoore era una mujer muy bella.

    Pero siguió callada y el Conde prosiguió,

    –La mayoría de las muchachas estarían locas de alegría ante la idea de que una Duquesa se tratase de su dama de compañía. Además, creo que también te he encontrado un esposo.

    Manella respiró hondo y agregó,

    –No quiero parecer grosera, Tío Herbert, pero cuando decida casarme yo no quiero que me busquen el esposo. Me casaré con alguien a quien yo ame.

    El Conde se rió con una risa desprovista de humor.

    –Quien mendiga no puede permitirse el lujo de escoger, mi Querida Sobrina– indicó– La semana pasada, cuando yo me encontraba en el Club White’s, apareció por allí el Duque de Dunster.

    –El Duque de Dunster era amigo de Papa– comentó Manella.

    –Lo sé– asintió el Conde– Y también sé que daría cualquier cosa por tener un hijo que lo heredara.

    –Casi no puedo creer que... estés considerando al Duque como... un posible esposo para mí– balbuceó Manella–. Es muy... muy viejo.

    El Conde se encogió de hombros.

    –¿Y eso que tiene que ver?– preguntó–. El Duque es muy rico y, si tienes la suerte de casarte con él, todo tu futuro se te habrá resuelto.

    –Creo que debes estar loco– replicó Manella– si crees que yo voy a considerar... el casarme con un hombre que pudiera ser mi... Abuelo, o poco menos.

    –Sé que el Duque ha admitido que ya no puede cazar. Pero su hijo podrá hacerlo cuando lo tenga– indicó el Conde. Antes de que sigas hablando, déjame recordarte, Manella, que yo soy tu Tutor y tienes que obedecerme. Si te digo que debes casarte con el Duque, tendrás que hacerlo.

    –En cuyo caso, tendrás que llevarme a rastras hasta el altar. Te aseguro que, una vez allí, me negaré a tomar parte en la ceremonia.

    La mirada de su tío se tornó agresiva cuando dijo,

    –El problema contigo, Manella, es que te malcriaron. Eres una jovencita muy bonita, eso no lo voy a discutir. Pero a menos de que quieras morirte de hambre, harás exactamente lo que yo te indique, y de inmediato.

    El Conde atravesó la habitación en dirección a la puerta.

    –-Ahora voy a informarle a Glover que Lord Lambourne vendrá mañana por la tarde. Su intención es llevarse a Flash y espero poder venderle, por lo menos, un par de caballos. Los demás no sirven para nada.

    Salió de la habitación cuando terminó de hablar y cerró la puerta de un golpe. Por un momento, Manella se quedó inmóvil. No podía creer lo que acababa de escuchar. Tampoco podía aceptar que aquello fuera la realidad, y no un sueño.

    ¿Cómo era posible que el hermano de su padre se comportara de una manera tan cruel y despiadada?

    ¿Cómo era posible que le quitara a Flash, a quien ella quería, y que le pertenecía desde que era un cachorrito?

    Se había convertido en un lebrel muy fino. Era fuerte, pero elegante. Su pelaje blanco con manchas negras era muy sedoso y ligeramente ondulado. Todos lo admiraban. Flash la seguía por toda la casa, dormía en su habitación y la acompañaba a todas partes.

    Cuando su tío le comentó que se trasladarían a Londres, jamás se le ocurrió pensar que no podría llevar a Flash consigo. Ahora no sólo iba a perder la casa donde naciera y donde había vivido siempre, como también iba a perder a Flash y a Heron, el caballo que siempre montó y que creía suyo.

    Sabía muy bien que en las caballerizas sólo había dos caballos que pudieran interesarle a Lord Lambourne. Uno de ellos era Heron.

    Además, ahora, su tío estaba hablando de casarla con un hombre a quien ella no amaba. Quería que contrajera matrimonio con un viejo decrepito que deseaba una esposa sólo para poder tener un hijo. El horror de todo aquello la golpeó como una gran ola y sintió deseos de gritar y de seguir gritando.

    Sin embargo, se dijo que tenía que controlarse.

    Tenía que encontrar la forma de escapar de aquella horrible situación que la estaba ahogando. Intuitivamente, miró hacia el retrato de su padre que colgaba encima de la chimenea. Había sido pintado cuando era un hombre joven y lo realizó uno de los pintores más famosos de la época.

    Su padre, el Sexto Conde de Avondale, se trató de un hombre muy distinguido y de todo un caballero. Eso era algo que su Tío no lo era y jamás lo fue.

    En otros tiempos, ella solía pensar en la enorme diferencia existente entre su padre y el hermano menor de éste. Recordaba que en cierta ocasión, cuando le enviaron una cuenta muy elevada que su hermano no había pagado, su padre comentó,

    –Supongo que en todas las familias hay "una oveja negra", pero Herbert parece ser peor que la mayoría.

    Su padre pagó aquella deuda de su hermano y ésa no fue la primera ocasión ni la última. En realidad, era en gran parte como consecuencia de las extravagancias de Herbert por lo que ellos ahora se encontraban en aquella situación de penuria.

    La guerra, por otra parte, había hecho que todo fuera más difícil. Muchos de los que alquilaban sus casas lo hacían así porque las mismas eran muy grandes. Pero pocos eran los que podrían pagar la muy justa renta que el Conde solicitaba.

    Al mismo tiempo, las fincas habían pasado una buena época, ya que ningún producto importado llegaba al país. Inglaterra tuvo que auto abastecerse.

    Pero tan pronto como terminó la guerra, las fincas pagaron las consecuencias.

    También muchos Bancos pequeños cerraron sus puertas.

    "Si Papa no se hubiera muerto en aquellos momentos...››, pensaba Manella con desesperación.

    Había sufrido un ataque al corazón el Otoño anterior.

    Y Herbert, "la oveja negra", heredó su título. Durante el funeral, incluso le costó mucho trabajo parecer triste y solemne. Siempre había existido la posibilidad de que su hermano se volviera a casar y tuviera un hijo.

    ¡Pero ahora él era el Conde!

    Nada más terminar el funeral, Herbert comenzó a recorrer la casa en busca de algo que vender. Pero la mayoría de los cuadros y de los muebles debían ser reservados para el siguiente Conde, quienquiera que éste fuera.

    Herbert le había dicho a Manella sin la menor muestra de pesadumbre,

    –Ahora tengo la oportunidad de encontrar una esposa rica.

    Manella no dijo nada y su tío, mirándola con un gesto de burla y añadió:

    –No tienes porque ser tan orgullosa. Tú sabes tan bien como yo que tu padre estaba casi en la ruina, situación en la que yo me he encontrado durante muchos años. Permaneció en silencio unos momentos antes de continuar:

    –Pero un Conde, aunque sea pobre, es algo muy diferente a un hijo segundón, sin ningún futuro.

    –Entonces, espero que encuentres a alguien con quien puedas ser feliz, Tío Herbert– dijo Manella con sequedad.

    –Yo seré feliz con cualquier mujer, siempre y cuando ella sea rica -respondió su tío.

    Y regresó a Londres, llevándose consigo una amplia serie de objetos que pensaba vender. Entre ellos, se encontraba la porcelana de Sevres, que tanto le gustaba a su madre.

    Manella trató de evitar que la sacara de la casa.

    –No seas tonta -objetó su tío– Tú sabes que necesito dinero, y es más por ti que por mí por lo que pienso abrir la Casa Avondale en la Plaza Berkeley.

    Manella lo miró, sorprendida.

    –¿Cómo podrás hacerlo?– preguntó–. Papá siempre dijo

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