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El sendero oscuro
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El sendero oscuro
Libro electrónico169 páginas3 horas

El sendero oscuro

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Un escritor en busca de inspiración para su próximo guión y su hija adolescente buscaban un lugar para descansar y dejar atrás heridas del pasado. El destino los lleva al misterioso pueblo de Black Mountain en Estados Unidos. Un lugar infestado de vampiros, demonios y otras criaturas. Pero ellos no lo saben, ni lo pueden imaginar...

Cuando lo descubran será demasiado tarde para escapar...

 

IdiomaEspañol
EditorialCamila Winter
Fecha de lanzamiento10 may 2016
ISBN9781524269562
El sendero oscuro
Autor

Camila Winter

Autora de varias novelas del género romance paranormal y suspenso romántico ha publicado más de diez novelas teniendo gran aceptación entre el público de habla hispana, su estilo fluido, sus historias con un toque de suspenso ha cosechado muchos seguidores en España, México y Estados Unidos, siendo sus novelas más famosas El fantasma de Farnaise, Niebla en Warwick, y las de Regencia; Laberinto de Pasiones y La promesa del escocés,  La esposa cautiva y las de corte paranormal; La maldición de Willows house y el novio fantasma. Su nueva saga paranormal llamada El sendero oscuro mezcla algunas leyendas de vampiros y está disponible en tapa blanda y en ebook habiendo cosechado muy buenas críticas. Entre sus novelas más vendidas se encuentra: La esposa cautiva, La promesa del escocés, Una boda escocesa, La heredera de Rouen y El heredero MacIntoch. Puedes seguir sus noticias en su blog; camilawinternovelas.blogspot.com.es y en su página de facebook.https://www.facebook.com/Camila-Winter-240583846023283

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    Me encantó...pero no encuentro la segunda parte.
    Me ayudas? Gracias
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    4/5

    Terrorífica y romántica ficción. Muy entretenida para aficionar a los jóvenes a la lectura.

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El sendero oscuro - Camila Winter

El Sendero Oscuro

Camila Winter

––––––––

Índice general

El Sendero Oscuro

Camila Winter

Primera Parte

Black Mountain

Sombras

En el bosque prohibido

Ojos rojos

Noche de ofrenda

El sendero oscuro

Camila Winter

Primera Parte

Black Mountain

––––––––

Bienvenidos a Black Mountain, decía el cartel al costado de la ruta y demonios, vaya si les había costado dar con ese pueblo, tardaron horas dando vueltas como tontos por esa carretera y el maldito auto casi hace un rombo al chocar con un cartel mal puesto y luego... Un perro fantasma les hizo la vida imposible al final del camino, apareciendo y desapareciendo sin cesar. Ese chucho peludo y negro se les atravesó más de tres veces. Por eso al ver el cartel Anderson se sintió más que aliviado mientras sus ojos cafés quedaban estupefactos por la belleza de las hermosas montañas oscuras a lo lejos y el lago, y las casitas en hileras como en esas pinturas medievales de algunas postales navideñas.

—¡Black Mountain, vaya, al fin, maldita sea! Al fin llegamos al maldito pueblo.  ¡Maldita madre que me parió, maldito chucho desgraciado que casi nos hace chocar en esa mierda de carretera! —chilló furioso.

Su hija Catherine sonrió a través del espejo. Siempre viajaba en el asiento trasero como si tuviera cinco años, su padre no permitía que lo acompañara ni ella insistía.

—Qué te parece Cathy? ¿No es una monada este pueblo del que nadie había oído hablar? Esos pueblerinos ignorantes de Colorado, conocen solo unas millas a la redonda, pero si le preguntas por algo que está un poco lejos... Palurdos ignorantes—se quejó.

La joven miró con curiosidad por la ventanilla y le gustaron las casitas, y ese paisaje de montañas a lo lejos le recordó a Alaska, habían estado allí hacía tiempo, pero su padre pilló una neumonía por el frío y nunca más regresaron. Eran como gitanos. Su padre escritor y ella su hija adolescente, que lo acompañaba como perrito fiel en todas sus aventuras.

—Al menos llegamos papá, no te quejes—opinó.

Su padre meneó la cabeza.

—Pero no fue por esos pueblerinos. Tenían una cara cuando les preguntaba por Black Mountain... Nadie había oído hablar o se miraban con cara de espanto...

Los ojos azules de espesas pestañas rieron y su padre pensó que su hija era un ángel, era todo cuanto tenía y la adoraba, pero... Estaba preocupado por esos sueños extraños que tenía y se preguntó si le tendría miedo a algo o habría sido por ese imbécil que la molestaba cuando vivían en el pueblo de Denver. Bueno, no podía culparla, perdió a su madre siendo una niña y tiempo atrás a su hermano, no tenía amigas... Le costaba mucho tenerlas, siempre había sido muy introvertida sí...

Apretó el freno y detuvo a un transeúnte, un viejo con cañas y una gorra. Un pescador se dijo, o al menos parecía un pescador...

—Buenos días paisano, estoy buscando la casa del bosque.

El nombre era extraño, pero las señas eran esas: la casa del bosque de Sprint Valley. La calle mayor y la avenida... Sin nombre. Avenida sin nombre. ¡Fantástico!

El desconocido se acercó y miró al escritor con expresión curiosa y luego sus ojos negros vieron a Cathy y la mirada del viejo se detuvo en la jovencita con insistencia. ¡Desgraciado! ¿Qué miraba? Pensó William Anderson con el ceño fruncido.

El viejo notó la mirada torva y entonces recordó algo y señaló hacia el final de la calle.

—Por ahí... Siga derecho, luego a la izquierda, a la derecha... Siga el sendero que conduce al bosque—dijo exhibiendo una dentadura grande como la de un conejo.

—Gracias, qué amable—siseó Anderson furioso y aceleró en busca de un dato más fiable. Izquierda, derecha, izquierda... ¿Es que esos pueblerinos no comprendían que uno era forastero y se perdía con señas tan imprecisas?

Afortunadamente a pocas cuadras encontró a una anciana de grandes y luminosos ojos celestes que pudo darle una indicación más concisa.

Catherine rió con los comentarios graciosos que hacía su padre mientras observaba el paisaje con expresión soñadora. Le encantaba ese lugar, era tan pintoresco, las casitas, las calles sin pavimentar... Mucho mejor que las grandes ciudades donde todo era ruido y más ruido.  Se sintió contenta, entusiasta, y esperaba que el humor cambiante de su padre mejorara.

Atravesaron varias calles y de pronto lo escuchó tararear su canción favorita Dust in the wind de Kansas, con la música de fondo a todo volumen.

—¿Un lugar hermoso, verdad Cat? Esas montañas y bosques, es un paraíso solitario. Espero que no haya turistas merodeando—dijo entonces.

—Sí, me encanta papá. ¡Qué buena idea tuviste! ¿Cómo supiste de este pueblo? Tiene un nombre algo raro, ¿no?

Él estuvo de acuerdo en eso.

—Fue por casualidad, ya sabes, hablé con Billy, él es más que mi agente es casi como... Una madre—rió divertido de su ocurrencia—Le dije busca algo que no sea un condenado pueblo lleno de locos, ni una ciudad llena de ruido, polución y enfermedades raras y... Aquí estamos.

Sí, ella había oído algo de esa historia, nada más escuchar el nombre Black Mountain se sintió intrigada, atraída y luego al ver las fotos en el ordenador pensó que era un lugar único, magnifico. Montañas, lagos, bosques... Un lugar encantado muy similar a las historias que había leído una vez sobre duendes, y otras criaturas míticas. O tal vez las que escribía su padre: demonios, vampiros, zombis... Ese parecía ser el sitio ideal para inspirarse en su nuevo guión para una película terrorífica.

La voz de su padre la apartó de sus pensamientos.

—Es lo que necesitamos hija: soledad, calma y mucha naturaleza salvaje, y siniestra...  Espero que no sean tan provincianos en Black Mountain. Me han recomendado este lugar como muy tranquilo y no tan... Cerrado como otros pueblos que miran con fastidio a los forasteros.

William Anderson, escritor y fabricante de Best sellers, era un hombre muy imaginativo y sociable, pero a veces le gustaba encerrarse a escribir en su portátil y no quería ser molestado. Escritor exitoso de novelas de horror, recientemente había escrito algunos guiones de cine que lo habían hecho famoso y también con una cuenta bancaria abultada, respetable. Rico no. No le interesaba ser un escritor rico y volverse imbécil contratando guardaespaldas y salir con una curvilínea modelo de veinte años.

Catherine se había acostumbrado a esa existencia: al afecto y al momentáneo abandono de su padre, lo amaba y aceptaba como era y al igual que él: ella también se refugiaba en su mundo interior. Pero sabía que él era todo cuanto tenía ahora después de que su hermano muriera ahogado el pasado verano. Él había sido el preferido de su padre, Timothy era tan especial, tan bueno, por eso había muerto.  Alguien había dicho una vez que los buenos morían jóvenes y los malos vivían una eternidad. Sabía que era cierto. Una ola oscura repentina se lo había llevado y ella estaba allí para verlo todo.

Sintió un sudor frío al recordar ese día nefasto, podía sentir la brisa salada del mar y ese presentimiento de que algo horrible pasaría ese día. Le había pasado antes, había intuido cosas, y también... Lo había visto a él: a ese ser oscuro maligno de ojos azules mirándola con fijeza. Allí, en esa playa de California, atestada de gente, había visto a ese ser maligno. Y luego su hermano se había ahogado, había sido arrastrado mar adentro y los esfuerzos por rescatarlo habían sido en vano... sus ojos se llenaron de lágrimas y su corazón palpitó, sabía que esa visión no se borraría jamás de su cabeza y durante meses había sufrido pesadillas. La imagen de esa ola inmensa, oscura, que había devorado a su hermano y ella lo vio todo como en una película, lo vio antes y mientras ocurría, quiso advertir a su padre, pero todo fue tan rápido... Y su hermano había desaparecido en ese mar oscuro y amenazante y luego la gente, todo el mundo corría en la playa y las nubes... Y esa opresión, esa cosa amenazante que nunca, diablos, nunca la había sentido tan cerca como ese día. Los guardavidas corrieron, alguien dijo que esa ola se llamaba la ola del diablo y solo aparecía cada diez años, una ola que venía de no sé dónde, guiada por el impulso de ciertas corrientes y vientos fuertes del sur.

—Cathy, hemos llegado. ¡Al fin! ¿Te sientes bien? —la voz de su padre la trajo de nuevo al presente.

Anderson notó que su hija había palidecido y miraba algo asustada y la interrogó.

—No es nada papá, es que solo recordaba...—dijo evasiva, sin mencionar a Tim pues sabía que su padre se ponía triste. Que durante meses había estado tomando whisky y antidepresivos para superarlo. Maldita sea Cathy, Tim se ha ido y no tengo una maldita tumba para ir a visitarle, a llevarle una flor... Como a tu madre.

Catherine salió del auto y sus ojos se llenaron de lágrimas al pensar en esas palabras. El cuerpo de su hermano nunca había aparecido y durante muchos días, semanas tuvieron la esperanza de encontrarlo con vida tejiendo toda clase de hipótesis que sabían: eran imposibles. Algunos ahogados aparecían en otras playas, algunos ahogados no regresaban. La ola del diablo: negra, impía se lo había llevado y ahora debían vivir con esa pena, intentando recordarle como era: siempre alegre y sonriente, fanático de los deportes, del surf, alocado y lleno de amigos y chicas, pues era muy guapo.

—¿Qué dices Cat? ¿Crees que haya licántropos en ese bosque? —bromeó mientras quitaban las maletas de la camioneta.

Se encontraban frente a la casa de madera con precioso jardín que habían alquilado con ayuda de Billy, el agente y mejor amigo de su padre. Pero la casa no llamó su atención sino ese bosque a escasas millas con esas montañas de fondo: oscuras, místicas...

Catherine observó el paisaje y suspiró mientras estiraba las piernas, perezosa. Le encantaba el bosque, seguramente daría muchos paseos en ese lugar.

Luego miró la casa, a su padre y luego el paisaje que los rodeaba. Era una casa al mejor estilo americano: madera, yeso, moderna, acogedora. Y el jardín era precioso.

La joven decidió echarle una mano a su padre con las maletas y avanzó con su largo vestido negro dando pequeños tumbos. Nunca llevaban demasiadas cosas, luego de morir su hermano no habían hecho más que ir de un sitio a otro como gitanos. Su padre estaba siempre escribiendo un guión o una novela, ocupado y nervioso, lo único que siempre llevaba consigo era su portátil, su dispositivo para leer libros electrónicos y alguna ropa. Un paquete de cigarros, latas de cerveza, hamburguesas congeladas y otras provisiones fue todo lo que sacaron de la camioneta furgón ese día.

—Qué buena idea tuvo Billy, le avisaré que logramos llegar a este endiablado pueblo—bromeó Anderson mientras buscaba su celular—El lugar ideal para inspirarse y escribir—agregó él mientras la abrazaba. Cathy asintió.

Y mientras su padre luchaba por abrir la puerta notaron que se acercaba una anciana de vestido, delantal y cabello blanquísimo guiada por la curiosidad al ver forasteros ese día.

—Buenos días—dijo vacilante y sus ojos se detuvieron en seguida en la jovencita que llevaba esa ropa rara que solo se usaba en las grandes ciudades. Era preciosa y el otro hombre se veía algo descuidado, barbudo... Uf, nunca le habían caído en gracia los hombres que llevaban barbas, no sabía por qué...

—Hola—saludó Catherine sonriendo con timidez al tiempo que su padre se volvía para echarle una mirada a la mujer.

—Hola preciosa... Ustedes deben ser los nuevos inquilinos de la ciudad—dijo —Soy la señora Abigail Smith, ¿necesita ayuda?

La mujer observó al hombre y a la jovencita con ceño fruncido, bufando para sí forasteros citadinos...  En Black Mountain no los necesitaban, pero...

—Hola, encantado de conocerla señora Smith... Es que la puerta no se abre. Soy William Anderson y mi hija es Catherine—dijo el hombre de la barba mientras forcejeaba con la cerradura sin ningún resultado.

—Ya veo... Es que esa casa hace más de un año que está vacía, su dueño no viene... No se preocupa, solo corta el pasto a veces y... Pero bienvenidos a Black Mountain, dejen que los ayude por favor, ¿dice que está atascada?

Cathy observó a la anciana y sonrió. En todos los pueblos había una señora Adams: de edad avanzada, cabello blanco recogido en un moño, vestido largo, siempre servicial y con ganas de curiosear.

—Ya abrió, gracias, descuide...—el escritor se las ingenió para abrir la puerta pues no quería que la vieja entrara y comenzara la ronda de chismerío. Él les disparaba a esas criaturas, es más, sentía una antipatía natural por todas las viejas que se dedicaban a husmear en todas partes, en los pueblos esas criaturas crecían como flores silvestres.

Pero la señora Abigaíl Adams era muy protectora además de curiosa y no tardó en entablar conversación mientras se metía en la casa sin ser invitada y hasta llevaba una de las bolsas

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