La Biblia de los Caídos. Tomo 3 del testamento de Mad
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En raras ocasiones se puede presenciar un momento tan marcado en el desarrollo de la identidad de una persona. Lo más frecuente es que se trate de un proceso gradual. Sin embargo, Mad llegó a esa fase de la vida en que uno se cuestiona a sí mismo de un modo abrupto. Se enfrentó a la gran pregunta.
Siempre le estaré agradecido por mostrarme su respuesta. ¿Escogió bien? Una pregunta que nunca es sencilla de contestar, como todas aquellas cuyas respuestas merecen la pena.
Ramsey.
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La Biblia de los Caídos. Tomo 3 del testamento de Mad - Fernando Trujillo
LA BIBLIA DE LOS CAÍDOS
TOMO 3 DEL TESTAMENTO DE MAD
SMASHWORDS EDITION
Copyright © 2024 Fernando Trujillo
Copyright © 2024 El desván de Tedd y Todd
Edición y corrección
Nieves García Bautista
Diseño de portada
Nahuell Ramirez
LA BIBLIA DE LOS CAÍDOS EN FORMATO IMPRESO
La saga de La Biblia de los Caídos está siendo publicada en formato impreso por la editorial Panamericana, de Colombia.
Salvo para los residentes en Colombia, el mejor modo de obtener los libros físicos es en la web de Buscalibre. Realizan envíos a todos los países.
SOBRE EL TOMO 3 DEL TESTAMENTO DE MAD
En raras ocasiones se puede presenciar un momento tan marcado en el desarrollo de la identidad de una persona. Lo más frecuente es que se trate de un proceso gradual. Sin embargo, Mad llegó a esa fase de la vida en que uno se cuestiona a sí mismo de un modo abrupto. Se enfrentó a la gran pregunta.
Siempre le estaré agradecido por mostrarme su respuesta. ¿Escogió bien? Una pregunta que nunca es sencilla de contestar, como todas aquellas cuyas respuestas merecen la pena.
Ramsey.
Nota: Con el fin de evitar confusiones a la hora de leer estas crónicas, paso a detallar el orden de lectura correcto, la lista de tomos completa hasta la fecha:
-La Biblia de los Caídos. (Tomo 0)
-Tomo 1 del testamento de Sombra.
-Tomo 1 del testamento del Gris.
-Tomo 1 del testamento de Mad.
-Tomo 1 del testamento de Nilia.
-Tomo 2 del testamento del Gris.
-Primera plegaria del testamento del Gris.
-Tomo 2 del testamento de Sombra.
-Tomo 2 del testamento de Mad.
-Tomo 3 de los testamentos del Gris y de Sombra.
-Tomo 3 del testamento de Mad.
Alterar ese orden solo puede desembocar en mayor confusión y en una comprensión más pobre de cuanto se relata en esta historia.
Hecha la oportuna advertencia sobre el orden de los tomos, la elección es vuestra.
Se hallaba sumido en la confusión, sentado en el suelo. Su mirada vagaba sin rumbo por los alrededores, incapaz de enfocarse en algo concreto. El sonido de agua brotando a sus espaldas le adormecía con un murmullo agradable. A pesar de su desorientación, una sensación de bienestar lo invadía: el aire libre, los árboles y el bullicio de la gente paseando y patinando bajo el sol le reconfortaban.
El tiempo parecía haberse detenido. Un zumbido persistente y molesto resonaba en su cabeza, dificultando sus pensamientos. Notaba las miradas curiosas de los transeúntes: algunas de preocupación, otras de simple curiosidad. Una niña pequeña, de la mano de su madre, le saludó alegremente. Intentó responder, pero solo consiguió esbozar un torpe movimiento con la mano.
Se encontraba cerca de un parterre circular de bojes. Al girarse, descubrió varios chorros de agua manando de bocas esculpidas en bronce. Aquellas bocas pertenecían a carátulas de diablos que sujetaban con sus manos lagartos, serpientes y delfines. Sobre ellas se alzaba un pedestal coronado por la estatua de un ángel, arqueado hacia atrás, con la mirada fija en el cielo. Aquella fuente despertaba en él un vago recuerdo, la certeza de haberla visto antes.
—Nunca me agradó ese monumento —pronunció una voz cercana. Se giró y descubrió a un hombre contemplando la escultura de la fuente—. Dicen que existen pocas estatuas dedicadas a Satanás en el mundo.
Volvió a examinar la figura.
—¿Representa a Satanás?
—Es la interpretación de un escultor llamado Ricardo Bellver. Resulta evidente que jamás conoció al auténtico, o la obra sería radicalmente distinta. Por no mencionar esos ridículos demonios que escupen agua. Nunca entendí tu fascinación por este lugar.
—¿Me fascina?
En efecto, sentía una extraña atracción por aquel entorno, a pesar del incesante zumbido en su cabeza. Notó que la presencia de aquel hombre le resultaba reconfortante; se sentía más relajado desde su llegada.
—No me reconoces, ¿verdad? —preguntó el desconocido con una sonrisa comprensiva—. Tranquilo, Mad. Pronto lo recordarás todo.
—¿Cómo me has llamado?
—Mad. Es tu nombre.
—¿Insinúas que me llamo Loco?
—Tu nombre tiene su propia historia, su razón de ser. Aunque no es un relato precisamente agradable.
—¿Y tú? ¿Quién eres?
Mad intentó incorporarse, asumiendo que ese era realmente su nombre. Un súbito mareo le obligó a apoyarse en el borde de la fuente para no desplomarse. El hombre se acercó y ofreció su brazo como apoyo.
—No te angusties. Me recordarás. Obsérvame bien, graba mi rostro en tu memoria. Te aseguro que, cuando recuperes tus recuerdos, sabrás perfectamente quién soy.
—Yo... Siento que te conozco... Pero no logro ubicarte.
Apoyándose en el brazo del misterioso hombre, Mad se alejó de los arbustos que rodeaban la fuente. Mientras caminaban, un nombre acudió a su mente... ¡El Parque de El Retiro! Sí, estaba en Madrid. Los recuerdos comenzaban a aflorar.
—Has pasado por una experiencia traumática, pero la superarás —le animó su acompañante—. Eres fuerte, Mad. Has superado situaciones peores. —Se detuvo abruptamente—. Permíteme comprobar algo.
El hombre examinó con atención las piernas de Mad, centrándose en sus muslos. Le pidió que esperara y retrocedió hasta la fuente del Ángel Caído. Allí recogió un objeto del suelo y se lo entregó al regresar.
—¿Una barra de hierro oxidada? —preguntó Mad confundido.
—Es tu arma. ¿No la recuerdas?
—¿Para qué necesito un...? ¿Martillo?
En la mente de Mad surgió la imagen de aquella barra transformándose, alargándose, mientras una cabeza del martillo se materializaba en su extremo.
—Veo que empiezas a recordar —sonrió el hombre, complacido.
Con un movimiento instintivo, Mad guardó el arma en una funda oculta en su pantalón, a la altura del muslo izquierdo. Al instante, una sensación de plenitud le invadió. Se sentía completo, invencible con su martillo al alcance de la mano.
—Gracias —murmuró Mad—. ¿Has venido a ayudarme?
—He venido para llevarte a casa. Tu familia está muy preocupada.
Mad se estremeció. Una imagen aterradora se había apoderado de su mente: una mujer yacía inmóvil y una sombra siniestra se cernía sobre su cabeza. El pánico se apoderó de él, sacudiéndolo con temblores violentos.
—¡Quítamela! —suplicó entre gemidos—. ¡Arranca esa imagen de mi cabeza!
El hombre lo sujetó con firmeza.
—Mad, tranquilízate. Concéntrate en mí. Estoy contigo, ¿me oyes? No estás solo. Olvida el rostro de esa mujer. Mírame. Dime, ¿cómo te sientes a mi lado?
Poco a poco, Mad se dejó envolver por la voz de su acompañante. Una paz cálida fue apoderándose de él. Sin darse cuenta, se aferró al hombre en un abrazo desesperado. El hombre le correspondió, manteniéndolo cerca. Permanecieron así, en silencio, mientras el miedo se disipaba y los temblores remitían. Mad no quería romper aquel contacto que le brindaba tanto consuelo.
—Ven —susurró finalmente el hombre—. Te llevaré a casa. Tienes una familia que te quiere y te necesita. Existe un lugar donde eres aceptado, rodeado de otros como tú.
—¿Como yo? —preguntó Mad, intrigado.
—Eres especial, Mad. Pero debes recuperarte lo antes posible. El mundo está lleno de peligros y lamentablemente no puedes permitirte ser vulnerable. Sin embargo, no temas. Eres el ser más fuerte que jamás he conocido.
1
As tomó una espada corta y se la ató al muslo izquierdo. Luego se colgó un arco de poleas a la espalda que se le enredó con la capa. Se acordó de por qué no le gustaba esa arma. En cada antebrazo, en sendas fundas alargadas, guardó dos dagas, y otra más en la bota izquierda. No se olvidó de llevar una estaca, por si acaso; pocos magos las habían utilizado en combate porque no las necesitaban, salvo que se agotaran, pero As era precavida.
Tiró los guantes y se enfundó unos nuevos, acolchados, con refuerzos metálicos en los nudillos. Retiró la capa de los hombros para colocarse dos protecciones ligeras, de cuero, que no entorpecían sus movimientos. Colgó del cinturón una porra retráctil, y en los bolsillos ocultos de su capa guardó varios cuchillos arrojadizos, perfectamente calibrados y equilibrados. Dos de ellos los deslizó en una funda fijada al interior del antebrazo derecho. Se giró resuelta a… Y se dio la vuelta de nuevo. Había olvidado el carcaj y las flechas.
—¿Qué estás haciendo, As? —preguntó Fa entrando en la sala de armas.
—Lo sabes perfectamente.
—¿No te llevas también esa maza de ahí? ¿Y qué tal un escudo? También podrías añadir una lanza o dos. Me sorprende que puedas moverte con ese arsenal a cuestas.
As se detuvo frente a ella.
—Apártate.
—No.
A pesar de su avanzada edad, Fa se mantuvo erguida y desafiante.
—Tengo que hacerlo… —comenzó a decir As.
—No fue culpa tuya.
—Sí que lo fue. Es mi responsabilidad. Yo dejé entrar a la demonio y la llevé hasta él.
—Utilizaron una salida secreta para escapar —le recordó Fa—, una que Nilia no podía conocer. Fue una decisión deliberada de Mad.
—¿Crees que no lo sé? ¡Mad es solo un crío! La demonio le manipuló. ¡No habría ocurrido si no le hubiera dejado a solas con ella!
—Eso no lo sabes. En cualquier caso, no tiene sentido discutir lo que ya ha sucedido. Mad sabe cuidar de sí mismo.
As dio un paso atrás.
—¿De veras lo crees?
Fa asintió.
—Además, no lo encontrarás. No tenemos ninguna pista.
—Iré al infierno si es necesario —prometió As—. Pero empezaré por un demonio que conocí hace tiempo y que siempre ronda las tiendas de los brujos.
—No es buena idea y lo sabes. Si se te va la mano, crearás un conflicto mayor y te estás tomando esto de manera personal. ¿Cómo te sentirás si en tu ausencia nos sucede algo en nuestra casa? El lugar de la jefa de seguridad está aquí.
—Lleva casi tres semanas fuera, Fa —dijo As con gesto abatido—. Le ha pasado algo, lo sé. Puedo notarlo.
—Solo es tu miedo. Perdiste a Padre, ahora a Mad. Es duro. Pero Mad regresará con nosotros.
—Si es que puede…
La puerta se abrió con brusquedad y un subordinado de As irrumpió con gesto inquieto.
—As, disculpa la interrupción, tenemos un problema. —Se sorprendió un poco al ver la colección de armas que portaba As—. Cepo está en la entrada y pregunta por Padre.
Aquel desgraciado no podía haber escogido un momento peor para asomar el hocico… As hizo un esfuerzo por serenarse mientras se encaminaba a la puerta.
—Tal vez te convendría desprenderte de ese arsenal —sugirió Fa—. No proyectas una imagen muy cordial para recibir a un invitado.
Cepo era un problema serio, no un invitado, pero Fa tenía razón, así que comenzó a quitarse las armas de encima sin dejar de andar, iban cayendo a sus pies. As se recordó que ahora la diplomacia también era parte de su trabajo.
—¿Está solo? —preguntó al mago que la había informado. El mago asintió—. Forma un pelotón y permaneced cerca de mí, pero ocultos. Si se atreve a poner una pata dentro de nuestro territorio, le expulsaremos sin contemplaciones.
Costaba creer que Cepo hubiera acudido sin ningún miembro de su manada, sin escolta, sin nadie que le acompañara. Si algo caracterizaba a los licántropos era su sentido de comunidad. Era la raza más cohesionada y hermética. Apenas había registro de luchas entre diferentes manadas de licántropos. En eso los magos tenían mucho que aprender de ellos.
Cepo, en efecto, estaba solo. Vestía ropa vaquera, lucía una melena castaña ondulada que flotaba sobre los hombros, bastante anchos, que coronaban un torso grueso y definido. No había hombres lobo gordos, que As supiera.
—¿En qué puedo servirte? —preguntó As sin abrir la verja de la urbanización.
—En nada —dijo Cepo con su voz cavernosa—. He venido a ver a Padre, como siempre.
As se preguntó cuántos asuntos pendientes había dejado Padre de los que no tenían constancia. Ella conocía a algunos de los que habían mantenido contacto con Padre, como Erik o Cepo, pero desconocía el contenido de sus conversaciones y la naturaleza de la relación que los unía. En el caso de Cepo, no auguraba nada bueno. La transición del liderazgo no iba a resultar sencilla y pasaría tiempo hasta que todo el mundo supiera que Padre ya no estaba al frente del clan.
No tenía sentido postergar lo inevitable.
—Padre ya no es nuestro líder.
Cepo no hizo esfuerzo alguno por disimular su sorpresa.
—Eso explica que ahora viváis aquí arriba. Entonces, quiero ver a Mu.
Esa petición le sorprendió a As tanto como el poco interés de Cepo en saber qué le había sucedido a Padre o quién era su sucesor.
—Mu ha muerto —dijo la maga.
Un gesto de enfado ensombreció el rostro de Cepo, frunció el ceño, retiró un poco los labios, un ademán común en los licántropos, acostumbrados a mostrar los colmillos en su forma de lobo.
—¿Cómo sé que no te lo estás inventando?
Cepo miró alrededor. Trataba de olfatear el rastro de Mu o de Padre. Padre estaba encerrado en el subsuelo, pero había lobos que podrían olerlo sin complicaciones. Por eso los magos habían anulado su olor con runas. Ni siquiera Cepo podría localizarlo. ¿O sí?
—¿Por qué me inventaría algo así? —dijo As—. No tengo por qué darte más explicaciones, así que ya puedes marcharte.
Pero Cepo no se movió. As observó al hombre lobo estudiando la reja que los separaba. No podría romperla debido a las runas que la reforzaban, y era más que probable que lo supiera, pero parecía a punto de intentarlo. Sería una locura. As podría matarlo con una mano a la espalda en su forma humana y no le daría tiempo a convertirse antes de que ella lo atrapara. Su reacción debía de ser instintiva, porque no tenía sentido. Una reacción como esa no anticipaba nada bueno de los asuntos que Cepo manejaba con Padre, y también con Mu, al parecer.
—¿Ka también está muerto? —preguntó Cepo.
Que el médico de la familia pudiera estar involucrado en algo oculto tampoco era una buena señal. As debía ponerse al día para saber a qué se enfrentaba.
—Ka está de viaje.
—¿Cuándo volverá?
—Pronto. Si me dices lo que…
—¿Cuándo? —insistió de mala manera Cepo.
As respiró hondo.
—Cuando termine lo que está haciendo. Y lo que está haciendo no es asunto tuyo. ¿He sido suficientemente clara? —As retiró la verja, dio un paso y encaró al licántropo, que era más alto que ella—. Ahora vas a largarte. Y si vuelvo a ver tu hocico en mi casa, será porque has mejorado esos modales y has aprendido a dirigirte a nosotros con respeto.
—Estúpida entrometida —escupió Cepo—. Ni siquiera sabes de qué va todo esto. Solo eres la portera. Presta atención: volveré dentro de unos días y más vale que Ka esté aquí o tendremos un problema. Dile que las deudas se pagan.
Se marchó sin esperar una respuesta. De no ser por la desaparición de Mad, As daría a aquel asunto la mayor prioridad. No dudaba de la veracidad de la amenaza de Cepo. Habría problemas, y eso era lo que menos necesitaban en estos momentos. Aún no se había definido del todo su nuevo encaje entre los magos como para añadir tensión con una manada de licántropos. Y todavía no sabía el motivo, tan solo que, según Cepo, estaba relacionado con una deuda que habían contraído.
Si Mad no aparecía pronto, no tendría más remedio que consultar a Padre. As no podía tomar decisiones que afectaran a la familia sin contar con toda la información pertinente. Trató de repasar lo que sabía de Cepo y enseguida se lamentó de lo poco que sabía de él. Le había visto en varias ocasiones, los había visitado muchas veces en su complejo subterráneo. Y, sí, Mu solía recibirlo y acompañarlo hasta Padre. As debió prestar más atención, pero no era su cometido. Ella se encargaba de la seguridad, ella obedecía, y la familia estaba a salvo.
Su única esperanza de entender lo que Cepo quería de ellos era Ka. El médico debía saber qué…
—Perdón —dijo una voz temblorosa a su espalda—, creo que vivo aquí.
As se volvió y allí estaba Mad, apoyado con una mano en el muro de la urbanización, encorvado, con la mirada perdida y asustada.
—¡Mad!
As lo tomó en brazos. Iba a abrazarlo, pero el muchacho se desplomó. Pesaba muy poco. La rodeó con los brazos y enterró la cabeza en su vientre. Se apretó contra ella.
—Me duele la cabeza, mamá.
Y se desmayó.
2
Elena se agitaba en la cama, sacudía las piernas con espasmos involuntarios y violentos. Tenía una pesadilla indeterminada, una sensación de angustia que la atormentaba. Sabía que solo era un mal sueño porque no estaba dormida del todo, pero no podía levantarse debido al agotamiento. Llevaba días sin disfrutar de un sueño reparador.
Estaba tumbada de lado. Ya no podía dormir de otro modo debido al tamaño de su vientre. Los gemelos eran muy tranquilos, apenas se movían o pataleaban. Su embarazo, más allá de obligarla a levantarse para orinar con una frecuencia irritante, no era el problema. Su angustia provenía de otra causa.
Se despertó alarmada con una mano firme que le cubría la boca.
—No te asustes, por favor —pidió Ka—. Todo está bien, pero necesito tu ayuda.
El médico se apartó con gesto paciente. Ella reconoció la urgencia en los ojos del mago que tanto la había ayudado con su embarazo.
—¿Algún problema? —preguntó aliviada de que le hubiera interrumpido la pesadilla.
Se dio cuenta de que había colocado la mano sobre el vientre.
—No es por ti —la tranquilizó Ka—. Es Mad, te necesita. Permite que te ayude.
Ka la ayudó a levantarse y vestirse. Por muchas veces que la hubiera examinado sin ropa, no terminaba de acostumbrarse al hecho de que los magos no tenían pudor a la hora de desnudarse unos frente a otros. Elena sospechaba que, si no fuera por las armaduras, serían una comunidad nudista.
El cansancio y la falta de sueño embotaban sus movimientos. Se dejó vestir por el mago, ella apenas colaboró lo indispensable para facilitarle la tarea.
—¿Se ha despertado? —preguntó desorientada.
—Me temo que no. Lleva cuatro días… en coma, creo, su estado no está claro del todo. Acompáñame.
No era una buena señal que un médico no supiera qué le ocurría a un paciente. Y ningún médico salvo Ka sería capaz de tratar a Mad.
Elena había sido testigo del desconcierto y la desesperación de toda la familia desde que Mad se desmayó en los brazos de As. As era la encarnación del sentimiento de culpabilidad. Había perdido algo de peso. Fa había envejecido veinte años. Ka había mantenido el tipo, aunque no tanto como le habría gustado. Cada fracaso del médico en intentar despertar a Mad le había afectado y desgastado. Además, Ka había tenido que lidiar con la presión de todos los demás, en especial de As, que no paraba de revolotear a su alrededor y hacer preguntas y sugerencias. Elena, que apenas se había separado de la cama de Mad, se sorprendió mucho cuando Ka estalló y mandó a As salir de la habitación y no volver a molestarlo.
—Le mataré yo mismo —había amenazado Ka—. Si te vuelvo a ver por aquí, me iré y dejaré de atenderle. O mejor aún, te dejaré a ti que te ocupes de su salud.
Todos sabían que era mentira, pero funcionó. As entró en razón y se marchó. Dio tal portazo al cerrar, que desencajó la puerta. Elena comía junto a la cama de Mad, solo se apartaba cuando Ka se lo pedía para aplicar algún tratamiento. La colección de símbolos raros que había utilizado el médico era insólita.
Como apenas dormía, acompañaba a Mad gran parte de las noches, y Ka siempre estaba allí. El médico no parecía cansado. Elena se preguntó cuánto podría resistir un mago sin dormir.
Mad parecía un muerto. Solo el movimiento de su pecho rompía la ilusión de que se tratara de un cuerpo sin vida. Y no es que se moviera demasiado. El principal indicativo de que algo iba realmente mal era que Mad no soñaba. Elena había dormido con él y Mad siempre se agitaba si no la abrazaba. El pobrecillo se echaba a temblar y sufría, hasta se había caído de la cama en varias ocasiones. Pero ahora, nada de nada. Permanecía demasiado quieto, señal de que no había imágenes en su cabeza, no veía a su madre. Elena había dudado si hablarlo con Ka, le parecía un detalle tan obvio que el médico ya lo habría tenido en cuenta. Lo mejor era dejarlo trabajar.
—Por aquí no se va a la habitación de Mad. —Elena comenzaba a despejarse, aunque su cuerpo seguía dormido y sus pasos eran torpes—. ¿Le habéis trasladado?
Ka la guiaba escaleras abajo, en ese momento debían de estar tres plantas bajo el nivel del suelo.
—He dado con el modo de despertarlo —explicó el médico—. Será peligroso.
Elena imaginó por un segundo lo que supondría perder a Mad, y le asaltó el pánico. Un miedo egoísta y desconsiderado cobró vida ante la idea de sobrevivir sin la protección del chico. Superar su embarazo sola, sin la ayuda de los magos, que probablemente la echarían, dado que ella no pertenecía a la familia, le aterraba. Apreciaba de verdad a Mad, despertaba su instinto maternal, pero cuando las cosas se ponían mal, emergía la Elena superviviente y todo lo demás pasaba a segundo plano. No estaba del todo conforme con aquella parte de sí misma, le producía vergüenza, pero tampoco podía negar que formaba parte de su ser.
Algo similar sucedió con Mario Tancredo. Elena supo enseguida que llegaría lejos y sería un hombre poderoso. Y acertó. Se decía que no estaba haciendo lo mismo con Mad porque le tuviera aprecio, pero era evidente que el chico sería un mago de los más importantes, y ella estaría a su lado, compartiendo todo lo que sin duda lograría. La diferencia esta vez era que Elena no le estaba prometiendo amor eterno. Eso le permitía dormir por las noches.
—¿Peligroso? —preguntó al médico—. No arriesgarás su vida, ¿verdad?
Pero Ka no le contestó. Entraron en una sala donde había varios magos. En el centro de la estancia había un bloque de hormigón enorme, casi del tamaño de un coche. Sobre la superficie del hormigón brillaban muchas runas. Fa las estaba revisando, concentrada. As paseaba inquieta de un lado a otro, arrastrando la capa. Elena no recordaba haberla visto tan alterada. Pegados a la pared, en formación, había varios magos, más de diez. Cada mago portaba lo que a Elena le parecía un bate de béisbol. Lo sujetaban con las dos manos, la cabeza del arma apoyada sobre el hombro derecho.
As, ignorando completamente a Elena, se plantó delante de Ka nada más verlo.
—Vas a asegurarme que todo saldrá bien o no te permitiré seguir adelante —dijo la maga.
Ka se apartó a un lado.
—Es una decisión médica. No tienes autoridad en esto, más bien al contrario. Obedecerás mis órdenes en todo momento para que nada salga mal.
Ka sonaba firme, algo de agradecer en un médico que planea alguna clase de intervención arriesgada. Pero As distaba mucho de darse por vencida.
—Es culpa tuya —acusó a Ka—. Le hiciste algo por orden de Padre cuando nació. ¿Crees que no lo sé? Y por eso está así ahora. Todos nos encontramos perfectamente, ¿por qué Mad no? Te sientes culpable, Ka, y con razón.
—Por supuesto que sí —repuso muy calmado Ka—. No es un sentimiento, es una certeza: soy culpable de lo que le pasó a Mad. Eso no cambia nada. Como bien has dicho, fue Padre quien me obligó. Yo puedo soportar la culpa sin que eso nuble mi juicio. Tú no, por eso tienes miedo. Por suerte para todos, yo no soy como tú.
—¡Todo en orden! —intervino Fa.
La anciana era capaz de imprimir una autoridad considerable a su voz. As dio un paso atrás de mala gana.
—Gracias, querida —dijo Ka—. ¿Resistirán?
Fa evaluó el bloque de hormigón.
—Esas runas contendrían la explosión de una granada de mano.
—Retírate, por favor, no quiero que haya accidentes —pidió Ka—. Tú también —le dijo a Elena—, ponte detrás de mí.
Elena los miró a los dos mientras comenzaba a entender lo que pasaba.
—¿Mad está dentro de esa mole de hormigón?
—Es por su propia seguridad y la nuestra.
As se acercó con gesto contenido.
—Ka esto no es un juego —dijo la responsable de la seguridad de la familia—. No tienes ni idea de lo que le pasa al chico y podrías matarlo. Mad puede curarse, solo necesita tiempo.
—Le aflige algo contra lo que no tiene cura, por eso está en ese estado. Y sí sé algo. De algún modo que no comprendo todavía, creo que Mad está en otra parte y debo traerlo de vuelta. No es tan complicado.
—¿Está en otra parte? ¿Qué idiotez es esa? ¡Mad está ahí! ¡Yo le he metido dentro! Lo siento, pero no puedo autorizar…
—¡Ya lo hemos discutido! —intervino Fa—. Lo hemos hablado los tres y es la mejor opción. Cuanto más tiempo pase en donde quiera que esté, más complicado será traerlo de vuelta.
As se centró en Fa, la miró con furia.
—¿Por qué estás de su parte?
—Yo también lo estoy —dijo Elena. Se acercó sujetándose la barriga—. Al parecer eres la única que no confía en Ka.
—Tu opinión no cuenta, así que mantente al margen de esta conversación.
—Mi opinión cuenta tanto como la vuestra —insistió Elena—. Sí, sé que me consideráis una extraña, me toleráis solo porque Mad se calma a mi lado. Pero ya es hora de que entendáis que esta familia cambió cuando Mad os liberó de Padre y os trajo a la superficie. Y ahora yo soy parte de la familia.
Incluso los magos que formaban con los bates de béisbol volvieron el rostro hacia ella.
—¿Tú? —dijo As—. ¿Una de los nuestros?
—Vaya, no te tenía por una racista. Precisamente vosotros, que sabéis lo que se siente al ser rechazados por ser diferentes.
—Elena es parte de la familia —sentenció Ka. Fa hizo un leve asentimiento—. Mad no puede ser nuestro líder solo para lo que nos conviene. Y tiene razón. Aunque ella no fuera la… elegida por Mad, yo la aceptaría.
—¿Y tú lo apruebas? —dijo As a Fa—. No puedo creerlo. A ver si adivino… ¿Y tú, elegida, estás a favor de lo que diga Ka?
—Sin la menor duda —dijo Elena.
As los miró a todos, puso los brazos en jarras.
—¿Sois conscientes de lo que nos sucederá si Mad muere? Dudo que se os haya olvidado que hace poco vinieron a matarnos y fue Mad quien se enfrentó a los magos de Erik. Estáis arriesgando la vida de toda la familia. Y no solo si Mad muere, sino también si le dejáis peor mentalmente o si le dañáis de cualquier forma…
As no pudo terminar. Ka dio un paso al frente.
—Lo sabemos. Por eso tenemos miedo, igual que tú, As. Debemos decidir lo que es mejor para la familia aun cuando ninguno de nosotros ha cargado jamás con el peso de una responsabilidad tan grande. Siempre era Padre quien nos decía qué hacer.
—Padre no está muerto.
—No podemos acudir a él y lo sabes. Somos una nueva familia, como dijo Elena, y me atrevería a decir que tendremos que tomar decisiones peores en el futuro. Deberíamos afrontar esto como un entrenamiento, por así decirlo. Deberíamos estar unidos o no sobreviviremos a largo plazo, aunque curemos a Mad. ¿Lo entiendes, As?
La maga bajó la vista, lo pensó, durante unos segundos pareció una estatua. Luego se acercó a Ka, lo miró a los ojos y dio su conformidad.
—Estoy con vosotros. —Se acercó a Elena—. Perdona lo que he dicho antes. Mad está así por mi culpa y lo he pagado contigo. Ka, adelante, todos confiamos en ti.
El médico asintió. Sacó una piedra lisa del bolsillo y estiró el dedo índice sobre la runa que había pintada en su superficie. Elena se encogió de hombros al comprender lo que Ka se proponía. En el fondo, había esperado que la solución hubiera sido otra.
Ka repasó la runa y un crujido espantoso llenó la estancia. Aquel sonido iba camino de convertirse en un evocador de sensaciones terribles no solo para Mad, sino para toda la familia. Otra obra de Padre, que lo había registrado aplastando el cráneo de una maga para poder utilizarlo contra Mad.
—¡Mamááá!
El grito sonó amortiguado por el hormigón, pero aun así se percibió la angustia y la desesperación. El bloque de hormigón tembló, se resquebrajó, se iluminaron las runas. Resonó un golpe y el hormigón terminó de romperse, algunos cascotes salieron despedidos. Luego emergió un martillo entre el humo que brotaba del interior. Un pie se posó en el suelo y después salió Mad con el rostro desencajado.
—¡Mamá! —gritó mirando a los magos que le rodeaban—. ¡Os mataré a todos, hijos de puta!
As alzó la mano, los magos empuñaron los bates.
—Contenedle sin golpearle la cabeza —ordenó la maga.
—La punta del nabo me vais a golpear —bufó Mad—. ¡Venga! ¡Vamos, venid a por mí, cabrones! Muy bien, entonces iré yo.
Levantó el martillo sobre su cabeza con intención de arrojarlo contra el mago más cercano.
—Ahora —le dijo Ka a Elena.
Elena reaccionó y se tiró al suelo, se colocó de lado. Mad parecía completamente fuera de sí; si no les reconocía, morirían todos. As no podría contenerlo.
—Mad, cariño —dijo Elena alzando el brazo—. Estoy aquí.
Entonces Mad la miró y algo cambió en sus ojos.
—¡Mamá!
Se tiró a su lado y empezó a tocarle la cabeza.
—Estoy bien —le dijo Elena—. Todo está bien. Estamos juntos.
—Mamá —susurró Mad.
Se acurrucó junto a ella, se hizo un ovillo, la abrazó. Ella lo envolvió a su vez con ternura, apartando la tripa cuanto podía. Le acarició el pelo, le dio un beso en la frente. Entonces Mad empezó a llorar y a temblar, apretaba la cara contra su pecho.
As hizo un gesto y los magos bajaron los bates y se relajaron, abandonaron la sala. Ka, Fa y As se sentaron, y aguardaron mientras Mad y Elena yacían abrazados en el suelo.
La respiración de Mad tardó mucho en normalizarse. Al final se movió, separó la cara y la miró. Ella le sonrió.
—¿Elena?
—¿Te encuentras bien?
Mad se incorporó y miró alrededor, confundido. Reparó en Ka, As y
