Cartas sobre la muerte
Por Séneca
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Séneca se suicidó luego de que el emperador Nerón lo condenara a muerte por haber formado parte –sin que existieran pruebas- de una conjura contra él. En este libro se incluye el relato que hizo el historiador romano TÁCITO de la escena, donde describe cómo el sabio le puso fin a su vida con gran templanza, exhortando a quienes lo acompañaban a cambiar “sus lágrimas por fortaleza”.
José Luis Ramaciotti (Santiago, 1955) es abogado y cursa el Magister en Lenguas Clásicas del Centro Giusseppina Grammatico en la Universidad Metropolitana de Ciencias de la Educación. Es miembro de la Sociedad Chilena de Estudios Clásicos y trabaja actualmente en la traducción de las comedias de Terencio.
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Cartas sobre la muerte - Séneca
Séneca
(c. 1 d.C. - 65)
Cartas sobre la muerte
Selección, traducción y notas de José Luis Ramaciotti
Santiago de Chile: Ediciones Tácitas, 2014, 1ª ed.,
1ª reimpresión, 2015,
146 págs.
Dewey: 184
Cutter: P 718
Materias: Filosofía antigua
Séneca, c. 1 d.C. - 65.
11,7 x 18,5 cm
ISBN 978-956-379-051-1
Séneca - Cartas sobre la muerte
Traducción de José Luis Ramaciotti
Primera edición, marzo de 2014
Primera reimpresión, noviembre de 2015
© José Luis Ramaciotti, 2015
© Ediciones Tácitas, 2015
Inscripción Registro de Propiedad Intelectual Nº 239.491
ISBN 978-956-8268-69-5
Ediciones Tácitas Limitada
Macul 5748-B, depto. 14
Santiago - Chile
edicionestacitas@gmail.com
Dirige la colección: Cristóbal Joannon
Traducción: José Luis Ramaciotti
Consejo editorial: Antonio Arbea, Antonio Cussen, Adriana Valdés
Imagen de la portada: Italian Cypress (Morphart, 2011)
Diagramación: Jenny Abud
Prólogo
Lucio Anneo Séneca, nacido con toda seguridad en alguno de los primeros años de la era cristiana y, aun más probablemente, en el mismo año uno, originario de la actual Córdoba, en aquella parte del Imperio denominada entonces como Bética Romana, en el corazón mismo de la Andalucía española, proveniente de una familia distinguida y acomodada pero no patricia, es considerado hoy como el mayor exponente del estoicismo en Roma.
Lo valoramos por su ingente legado escrito, constituido por trabajos de distinto género y, sobre todo, por sus obras consolatorias y morales. Pero fue también un riquísimo terrateniente y un experimentado político que se desenvolvió con distinta suerte en las turbulentas aguas del Imperio que, como tal, había recién empezado con el principado de Augusto (el 27 a.C.), el heredero del asesinado Cayo Julio César, pero que era ya un mar de intrigas y corrupción. Hay que considerar que Séneca fue cuestor, pretor y senador bajo los reinados –nada menos– que de los inmediatos sucesores de Augusto, es decir, de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. De este último fue primero su educador y luego, cuando alcanzó el principado, su más importante ministro y consejero. Junto con su fiel aliado político Sexto Aspanio Burro, ambos ejercieron de facto, por casi diez años, el gobierno del Imperio, en tanto que Nerón se distanciaba cada vez más del ejercicio mismo del gobierno y se dedicaba al arte y a los placeres de la vida. Si bien se reconoce que impuso en la corte las prácticas de la ponderación política y la diplomacia, es también en este periodo cuando su involucramiento en las cosas humanas llegó a su cúspide, lo que lo hizo objeto de críticas y graves acusaciones por parte de sus enemigos políticos. Se ha dicho que se enriqueció en medio de las prácticas corruptas de la época; que, si bien se enfrentó a Claudio, guardó una inteligente aquiescencia frente a los excesos de Nerón; que contribuyó al encubrimiento del asesinato de Agripina, la madre del Emperador, y también al de su hermanastro Británico; que cometió frecuentes adulterios, a veces con mujeres no tan convenientes, como la propia Agripina y también con Julia Livila, hermana de Calígula. Algo turbio también se le atribuye junto a Mesalina, mujer de Claudio, lo que le habría valido el destierro de ocho años en la isla de Córcega. De hecho llegó a ser, al menos un par de veces, objeto de intentos de asesinato: uno por parte de Calígula –quien le tendría profundos celos por su superior oratoria–, el que habría dejado sin efecto a hora última a instancias de cierta poderosa dama, y otro del propio Nerón, el que se habría frustrado solo gracias a la delación por parte de uno de sus esclavos.
Con todo, hay que tener presente que la mayor parte de las críticas mencionadas, recogidas bastante más tarde por el historiador Dión Casio, quien por lo demás es su claro detractor, proviene de los opositores políticos de Séneca, de manera que debemos tomarlas, como dicen hoy los abogados, con beneficio de inventario
. De todas formas, lo reivindican absolutamente otros historiadores que, con mayor cercanía a las fuentes directas, escribieron en su misma época, como Cornelio Tácito y Marco Fabio Quintiliano. Más modernamente, lo han hecho objeto de verdadera devoción figuras como Michel de Montaigne en sus célebres Ensayos y el propio Diderot, quien le destinó un breve y hermoso escrito. En nuestra época ha sido objeto de culto por innumerables intelectuales, entre ellos Fernando Savater y María Zambrano.
Se le reconoce al mismo tiempo como un esposo fiel, patrono bueno y generoso, y como un hombre justo y un político eficiente y ponderado. Pero sobre todo fue el gran pensador que pasó a la historia como el más conocido representante del estoicismo en su versión romana, en una etapa turbulenta en que el Imperio había empezado ya a dar señales de decadencia. Hombre de gran cultura, fue educado en Egipto, donde probablemente se inició en los ritos del misticismo pitagórico, y también en Grecia, donde ahondó tanto en las doctrinas de Platón y Aristóteles como en las enseñanzas de las corrientes filosóficas helenísticas, esto es, el estoicismo, el epicureísmo, el escepticismo y el cinismo.
Durante su vida, sobre todo en su destierro en Córcega y luego en su retiro voluntario en la misma Italia, compuso una vastísima obra, especialmente de índole moral.
Concluyó sus días casi junto con su obra magna: las Cartas a Lucilio. En ella desarrolló de modo sistemático y planificado todo su sistema de pensamiento bajo el pretexto de cartas informales dirigidas a su amigo Lucilio, quien ejercía una procuraduría en Sicilia. Las escribió entre los años 62 y 64 cuando, habiendo ya perdido del todo la amistad política de Nerón, optó entonces por pedirle su permiso para el retiro definitivo de la actividad pública, dedicándose totalmente al reposo y a viajar –con Paulina, su segunda esposa– por la región de Campania, al sur de Roma.
Su muerte, acaecida en el año 65, aparece como el gran último acto político de su vida, dándole a esta la coherencia definitiva que hoy se le reconoce de manera universal. Su cinematográfica y espectacular muerte se consuma mediante el suicidio, cuando se lo ordena Nerón como parte de las represalias que este adoptó ante la conspiración de Pisón, la que aprovechó para deshacerse de todos sus virtuales enemigos –hubieran participado o no de la conjura–, lo que respecto de Séneca nunca quedó ni medianamente establecido.
Su muerte, por mano propia, que concreta en un acto sublime sus inveteradas enseñanzas respecto del desprecio a la muerte y la disponibilidad permanente del sabio frente al suicidio, homologa la de Sócrates varios siglos más tarde, y se la compara justamente con aquella, entrando definitivamente así en la historia de los más grandes hombres.
En cuanto a su vasta obra escrita, lo que ha subsistido de ella está compuesta de distintos géneros: diálogos morales, cartas, tragedias y epigramas. Si bien en todos ellos se encuentran claramente los contenidos de la doctrina estoica, no hay una obra que se ocupe de modo sistemático de tal filosofía, y quizás lo más parecido a ello resulte ser, justamente, las Cartas a Lucilio.
Su visión filosófica y moral se enmarca dentro del estoicismo tradicional aunque renovado y actualizado por Roma: el aprecio de la pobreza, el retiro e independencia del sabio, secundar la naturaleza y limitar los deseos, la aceptación de la brevedad de la vida, la felicidad asociada a la virtud, el despojo de toda ambición, la libertad y tranquilidad frente a la muerte, considerada esta como el medio supremo que conduce a la liberación de toda esclavitud. Con todo, el propio Séneca reconoce también la influencia de otras fuentes –pitagórica, platónica, aristotélica, cínica– y, especialmente, el epicureísmo en su versión más moderada, aquella encarnada en el propio Epicuro más que en sus seguidores –que propugnaban la conservación de la vida, los placeres a toda costa y la inhibición total de los cargos públicos–, llegando varias veces a enfrentarlos abiertamente y proferir contra ellos las más severas críticas a sus múltiples desviaciones y planteamientos más extremos.
Son 124 cartas. Hay consenso generalizado en que estas constituyen su obra magna y de hecho su lectura e influencia es la que más ha perdurado hasta nuestros días. Sin llegar a adquirir la forma de una suma o un tratado filosófico, bajo el pretexto de una correspondencia –no siempre real– se configura un cuadro total y definitivo de su pensamiento.
Escritas en forma de epístolas más que de cartas, es decir, destinadas a la divulgación pública más que al solo destinatario, y sin que exista seguridad de que