Las fiestas en Atenas eran a un tiempo cívicas, lúdicas y religiosas, y tan numerosas e importantes para la polis —en la década de 430 a. C. llegaron a ser 120 al año [ver recuadro 1]— que el mismo Pericles, en su famosa Oración fúnebre tras la Guerra del Peloponeso, según lo cuenta Tucídides, elogió «esos concursos y fiestas que se suceden a lo largo del año» como uno de los principales atractivos de su ciudad. Todos estos festejos contribuían a exaltar tanto el patriotismo como la fe en los dioses, además de procurar a los atenienses eso que hoy llamamos «cohesión social». El bienestar, para un ateniense del siglo v a. C., consistía en la ausencia de guerra, la abundancia material y la alegría de los grandes festivales, que incluían toda suerte de juegos y concursos (agones): gimnásticos y atléticos siempre, pero también líricos, musicales, dramáticos (de comedia y tragedia) e incluso, en ocasiones, de belleza (de estatura y prestancia, tanto entre hombres como entre mujeres). Solo la guerra aguaba periódicamente la fiesta o le quitaba algo de lustre y esplendor.
RESERVADO EL DERECHO DE ADMISIÓN
Eso sí, no todos estaban invitados a la vida social: solamente participaban en los ceremoniales, las orgías y los (banquetes) los ciudadanos