Miguel Servet, el singular hereje perseguido por la Inquisición católica española y francesa, así como por los tribunales protestantes, fue víctima de la intolerancia de las dos Iglesias cristianas.
Adalid de la libertad de conciencia, se atrevió a cuestionar la espinosa doctrina de la Santísima Trinidad y el bautizo de los niños antes del uso de razón, una indómita actitud que le costó la vida un frío mediodía del 27 de octubre de 1553, cuando fue quemado vivo a fuego lento con madera verde en Ginebra, a instancia del teólogo francés Juan Calvino.
Natural de Villanueva de Sijena (Huesca), nuestro máximo hereje vivió cuarenta y dos años. La mitad de su breve vida la pasó en ásperos exilios, obligado a disimular su verdadera personalidad y siendo perseguido a muerte. Nacido en 1511, Servet entró al servicio de Juan de Quintana, como paje y secretario, en 1525, un eminente franciscano de espíritu erasmista, que lo mandó a la Universidad de Toulouse. Allí estudió a fondo la Biblia Políglota Complutense y