A 50 años de la muerte de Julio Torri
Infatigable en su trato con los libros, Julio Torri fue sobre todo un lector afortunado. Entre 300 y 400 páginas a diario recorría con provecho abundante en su extendida juventud (física y anímica), dando sentido al tiempo malgastado en las ocupaciones vulgares con que se ganaba el pan. Fue haciéndose de los ejemplares de una rica biblioteca que construyó, con paciencia y arrobo, con una natural sabiduría, y muy en especial gracias a la guía certera y amplia de su amigo Pedro Henríquez Ureña –el agente motor y unificador del Ateneo de la Juventud.
Torri –nacido en Saltillo, Coahuila, en 1889– viajó a la Ciudad de México en 1908 con el propósito de estudiar en la Escuela Nacional de Jurisprudencia. Hizo allí amigos cuya cercanía sería determinante; entre ellos contaría especialmente Alfonso Reyes, coetáneo suyo, un joven de brillos seductores 226, 2 de marzo de 1981) al señalar que la correspondencia epistolar que muy pronto surgiría entre Torri y Reyes “se presta a muchas reflexiones sobre la amistad en general y las amistades literarias en particular”.
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