Históricamente, todo imperio se ha visto sometido a dos tipos de amenazas: las que proceden del exterior y las que surgen en su interior. Esas dos fuerzas están, además, relacionadas, pues cuando el imperio se ve amenazado por fuerzas internas la presión externa se recrudece, mientras que cuando la amenaza externa es realmente grave los problemas internos suelen moderarse o disolverse.
El Imperio romano duró, con distintos avatares, cerca de medio milenio, y en ese largo período Roma aprendió lecciones que serían fundamentales para su supervivencia. Por ejemplo, que la fuerza militar que exige el dominio de un territorio es proporcional al grado de opresión que sobre él se ejerce. Y no hablamos solo de política e impuestos, sino sobre todo del aspecto ético y espiritual de los pueblos sometidos.
SITIO PARA TODOS LOS DIOSES
Los romanos comprendieron muy pronto que, cuando se toleraba la religión de aquellos a los que se había conquistado, todo resultaba mucho más fácil. Y, al fin y al cabo, ¿qué importaba que los sometidos al Imperio diesen culto a divinidades estrambóticas como escarabajos, toros o caballos? Lo fundamental era que respetasen las leyes y pagasen sus tributos puntualmente. Los dioses eran lo de menos, y todos tenían derecho a venerar a los de sus padres y abuelos. El principio de tolerancia religiosa era práctico y no significaba una amenaza para el panteón imperial. Muchos dioses ajenos no eran sino versiones de Júpiter, Marte, Venus o Mercurio, como estos lo habían sido a su vez de los griegos Zeus, Ares, Afrodita y