Los habitantes de la ciudad de Vercelli, situada en el actual Piamonte, no debieron olvidar fácilmente las terribles escenas de un drama que seguimos recordando más de siete siglos después de que su historia fuese contada por vez primera, como romance de ciego, en cada plaza y mercado de las orgullosas comunas del norte de Italia. Un hombre de más de cincuenta años, mutilado tras horrenda tortura, era obligado a pasear por las calles de la ciudad subido en un carro. Su escarmiento era el ejemplo que se quería ofrecer a todos aquellos que vivían con la tentación de abandonar la recta vía establecida por los cánones del papa. El brazo secular hacía así ‘justicia’ tras un largo proceso instruido por el inquisidor Bernardo Gui (1261-1331). La terrible liturgia impuesta en Vercelli por los tribunales culminó esa misma jornada —era el 1º de junio de 1307—, cuando aquel cuerpo martirizado fue llevado a la hoguera. Terminaba así la vida de Dulcino de Novara, del fray Dulcino que durante muchos años había puesto en jaque a los poderes eclesiásticos empeñados en ordenar el caótico horizonte espiritual de una de las áreas geográficas más dinámicas de Europa desde un punto de vista económico, político e intelectual.
UN MUNDO EN CRISIS
El origen del fuego que terminó con la vida de Dulcino se encuentra en las ascuas que fueron avivándose durante toda la segunda mitad del siglo xiii dentro de las antiguas fronteras del reino itálico, en un espacio dominado por los grandes centros urbanos situados a los pies de los Alpes (entre los que destacaba alcanzó su cénit. La ciudad era el núcleo de la vida política y cultural y, entre sus murallas, se fueron desarrollando también, alentadas por las contradicciones de un sistema económico que provocaba enormes riquezas y grandes desigualdades sociales, innumerables corrientes espirituales e inagotables debates teológicos que tenían a la pobreza como tema principal de discusión. Fue en ese contexto en el que nacieron experiencias religiosas tan diferentes como la de Francisco de Asís (1181-1226) y la de otros grupos a los que puede sumarse también la orden de predicadores fundada por Domingo de Guzmán (1170-1221) en el sur de Francia, rápidamente implantada en Italia por el santo de Caleruega.
