Niebla en Warwick
Por Camila Winter
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Novela gótica ambientada en el siglo XIX.
La inesperada muerte de su hermano la llevará a la mansión de la familia Ashton, donde Phoebe Trenton espera encontrar respuestas.
Pero un desafortunado accidente dejará a la joven sin memoria, en mitad de un bosque siniestro... Un misterioso y encantador Lord acude en su ayuda y la lleva al castillo de los condes de Warwick's dónde la joven permanecerá hasta que recupere la memoria.
Cautiva y fascinada por el misterio que rodea al castillo la joven descubrirá un misterio largo tiempo olvidado; allí, entre los gruesos muros de Warwick...
Camila Winter
Autora de varias novelas del género romance paranormal y suspenso romántico ha publicado más de diez novelas teniendo gran aceptación entre el público de habla hispana, su estilo fluido, sus historias con un toque de suspenso ha cosechado muchos seguidores en España, México y Estados Unidos, siendo sus novelas más famosas El fantasma de Farnaise, Niebla en Warwick, y las de Regencia; Laberinto de Pasiones y La promesa del escocés, La esposa cautiva y las de corte paranormal; La maldición de Willows house y el novio fantasma. Su nueva saga paranormal llamada El sendero oscuro mezcla algunas leyendas de vampiros y está disponible en tapa blanda y en ebook habiendo cosechado muy buenas críticas. Entre sus novelas más vendidas se encuentra: La esposa cautiva, La promesa del escocés, Una boda escocesa, La heredera de Rouen y El heredero MacIntoch. Puedes seguir sus noticias en su blog; camilawinternovelas.blogspot.com.es y en su página de facebook.https://www.facebook.com/Camila-Winter-240583846023283
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PRIMERA PARTE:
Un corazón roto
La joven Phoebe Trenton se encontraba en una fiesta en compañía de su madrina, lady Claire Whiters, cuando recibió la trágica noticia de que su hermano Justin había muerto.
Lady Whiters, una dama de imponente estampa y ajustado corsé color crema, intentó suavizar las palabras al darle la trágica noticia, pero en ocasiones eso resultaba casi imposible. La muerte era algo tan feo y desagradable, siempre lo era, pero cuando se trataba de una joven vida segada resultaba mucho más triste.
Phoebe se dejó caer en una poltrona y la miró sin verla, tan aturdida.
—No puede ser, debe haber algún error madrina, esto no pudo haber ocurrido. Mi hermano era sano, no sufría del corazón como dice esa carta.
La dama parpadeó inquieta.
—No sé qué decirte, querida, sé que nada de lo que diga podrá consolarte... pero no reprimas las lágrimas, el doctor dice que es malo, debes llorar y dejar salir el dolor todo lo que desees. Hazlo.
Los ojos azules de Phoebe parpadearon inquietos. ¿Llorar? No... no podía hacerlo.
Sentía que todo se derrumbaba a su alrededor. Una pesadilla, una pesadilla de la que quería despertar.
—Debo averiguar qué pasó... esto no... Esto no parece natural madrina.
Pero Phoebe supo que estaba despierta y debía enfrentar los hechos. Leyó el telegrama enviado por su madre desde la mansión de Tower Manor y entonces pudo llorar y asimilar que sí había pasado. Su querido hermano Justin había muerto y no había nada más que pudiera hacer.
La carta de Ernestine, la madre de Phoebe no decía mucho, solo que al parecer el joven se había desmayado en casa de unos amigos en New Forest. Y luego sufrió un ataque, la pobre no decía mucho más.
Fueron días tristes, Phoebe estuvo aturdida, pálida y se negó a dejar la habitación.
¡Y pensar que había estado a punto de encontrarle esposo! Una joven tan bella como ella y de buena familia y ahora...El luto por su hermano echaría por tierra esos asuntos, al menos por esa temporada.
—Tía Claire, debo irme o no podré asistir al funeral... Yo...
—Por supuesto pequeña, pero tal vez deberíais esperar. Temo que este momento tan triste vaya a debilitarte.
************
Phoebe regresó a Tower Manor una fría mañana de agosto, notando las persianas echadas y un ambiente tan sombrío que resultaba tétrico, pero también irreal. No podía creer que su hermano hubiera muerto. Tan joven, tan lleno de vida...
Los criados, de riguroso luto despacharon sus maletas con rapidez. Su madre parecía haber envejecido diez años y a la distancia pudo distinguir el cabello cobrizo de su amiga Cordelia. Sin decir palabra abrazó a su madre y lloró, mientras su amiga rodeaba a ambas con sus brazos.
Siguieron días tristes y grises. Ningún quehacer podía animarla, la casa permanecía con las cortinas echadas en señal de luto y los sirvientes también permanecían en silencio.
Una mañana su madre le habló de la tragedia. No parecía la misma y el luto acentuaba su extrema delgadez, y sus ojos apagados, sin vida.
—No sé qué pasó Phoebe. Justin fue a ver las propiedades que el tío Edgar le había legado, pero luego... Fue a visitar a unos amigos en New Forest y ...
—¿A dónde?
—A un señorío llamado Drakehouse Manor propiedad del conde de Ashton, él mismo vino a verme muy apenado. Un joven muy agradable.
—¿Y qué te dijo?
—Es que no lo sé, no recuerdo... El médico dijo que fue un ataque al corazón.
—Pero Justin era tan joven, madre.
Lo era, y perfectamente sano. Pero ella no quiso hablar más del asunto, dijo que al día siguiente irían al cementerio a despedirse de Justin.
No fue sencillo hacerlo, pues a media mañana su madre empezó a sentirse mal, un simple resfriado, pero Phoebe insistió en llamar al doctor.
Fueron días tristes, los más tristes que ella pudiera recordar.
La muerte de su único hermano dejaría una huella imborrable. Permaneció sumida en un doloroso letargo, negándose a recibir visitas de duelo y yendo a menudo, cuando nadie la veía a la habitación de Justin.
Lo recordaba alegre, de carácter amable, altruista, tan generoso. Lleno de bondad. Y no podía entender por qué había muerto así de repente cuando acababa de heredar y pensaba pedir la mano de aquella señorita misteriosa llamada Sophie. Solo Sophie, él era muy tímido y no solía hablar de sus asuntos amorosos. Tenía sus aventurillas con total discreción, pero nunca había hablado de casarse hasta que conoció a una señorita de sociedad llamada Sophie, lo recordaba bien.
Ella no solía espiar a su hermano, pero en una ocasión había visto una carta con un sobre grueso, casi rosado con una letra esmerada, dirigida a su hermano. Estaba en la sala del comedor, sobre una bandeja de plata y de repente la tomó y sintió un perfume femenino muy fuerte, francés seguramente. Sophie, se dijo. Había visto otras cartas, su hermano las guardaba celosamente en el bolsillo de su chaqueta, las escondía...
—¿Cuándo te casarás, querido sobrino? —le había preguntado su madrina Claire durante una cena íntima.
El río diciendo que era muy joven para tomar una decisión tan seria como esa.
Pero Phoebe sabía que la idea le agradaba. Sus ojos tenían un brillo especial. Era Sophie, Sophie y simplemente Sophie que le escribía encendidas cartas de amor diciéndole oh, querido no veo la hora en que podamos estar juntos...
Sí, ella había leído un trozo de la carta y luego se avergonzó tanto de su acción que la escondió nuevamente en el sobre y olvidó el asunto.
La habitación de su hermano olía a encierro, pero tenía la mejor vista de la mansión, hacia ese inmenso bosque donde tantas veces habían cabalgado juntos.
Sus ojos se nublaron al ver todo tan pulcro y vacío y de pronto tuvo la sensación de que su hermano estaba allí mirándole como si deseara decirle algo.
Dio unos pasos y secó las lágrimas que empezaban a correr sin parar. Justin, Justin, ¿por qué tuvisteis que morir tan joven, sin haber vivido, sin haber sido completamente feliz...?
Como los últimos días antes de partir a Londres a pescar un marido apropiado. Ahora lamentaba amargamente haberlo hecho, de haberse quedado tal vez...
Su mente empezaba a atormentarse con ideas absurdas, y a pensar que había un misterio que develar.
No supo en qué momento esa idea empezó a formarse en su mente, pero mientras recorría ese cuarto buscaba algo, como si una mano invisible la guiara.
El escritorio de roble, tallado, donde Justin leía sus libros a media mañana aprovechando la luz natural, también estudiaba filosofía o escribía carta a su amigo viajero que siempre le enviaba postales de algún lugar recóndito del mundo.
Los amigos habían estado presentes en su funeral, sus parientes, amigos y vecinos del condado. Todos se habían lamentado, eso le había dicho su vieja nana Polly sin que ella lo hubiera preguntado.
El escritorio tenía dos cajones grandes que siempre costaba abrir. Una herencia familiar, su madre al casarse había llevado como dote muchos de los muebles de su antiguo hogar. Valiosos y de muy buena calidad: burós, mesas, sillas Luis XVI, espejos ovales venecianos y ese escritorio que había pertenecido a un célebre barón que se dedicaba a escribir tratados de botánica. Justin adoraba ese escritorio, así que su hermana buscó en él alguna carta misteriosa de la señorita Sophie. Y sin detenerse a meditar por qué debía hurgar en el pasado invadiendo la intimidad de su hermano abrió el cajón izquierdo con gran esfuerzo. Este crujió ruidosamente y finalmente se abrió encontrando en él tinta, plumas, tarjetas y algunas cartas de sus amigos.
Las leyó, eran intrascendentes, típicamente masculinas. Ese amigo viajero suyo, Fred, que había viajado a la india y se maravillaba contándole las costumbres de los nativos con sus creencias. Las playas paradisiacas... Nada importante.
Como las otras. Los hombres rara vez mencionaban asuntos privados en sus cartas. Esperaba que la carta de Sophie fuera más elocuente.
Pero su hermano no las había guardado en su escritorio como esperaba y debió buscar en otros sitios sintiéndose como una intrusa, una ladrona. Una sirvienta indiscreta que invadía un lugar prohibido.
Y cuando ya perdía toda esperanza algo cayó al piso desde el ropero. Como si algo, un ser invisible lo hubiera hecho salir de su escondite. Una carta y por el tamaño y su fragancia supo que era de la señorita Sophie.
Con un movimiento rapaz la tomó y supo que nunca había sido abierta y al comprobar la fecha del matasellos supo que fue poco antes de la muerte de su hermano. Su corazón palpitó acelerado y sus ojos claros pestañearon inquietos. No podía ser...
Sus manos se enfriaron lentamente y comenzó a temblar, una emoción intensa y violenta agitaba su alma en esos momentos.
Porque en sus manos tenía la respuesta a la muerte prematura de Justin y la sensación de pena e impotencia fueron superiores al dolor.
"Querido Justin:
Quisiera veros para hablaros, pero no puedo, y temo no tener valor porque siempre he sido una cobarde.
Mi madre se ha opuesto rotundamente a nuestras relaciones, ni dará su consentimiento para un cortejo.
Dijo que debo obedecerle o seré desheredada por mi familia.
Lo lamento mucho Justin, si esta carta os hace sufrir, desearía..."
No pudo seguir leyendo esa carta hipócrita y maligna. Estaba diciéndole adiós a su hermano sin ningún sentimiento de pena, sin una razón convincente. Simplemente se escudaba en la desaprobación familiar. Cuando su hermano pertenecía a una excelente familia, no tan rica y próspera como otras pues luego de morir su padre había dejado algunas deudas, pero... Tenían un apellido ilustre y un pasado glorioso y Justin acababa de heredar un señorío muy importante de Norfolk. ¿Por qué demonios esa Sophie le rechazaba diciéndole lisa y llanamente que sus relaciones no podían continuar? Que la perdonara, pero no debían verse ni escribirse más.
Pero su hermano no había leído esa carta, el sobre estaba cerrado y la fecha... Había sido anterior a su partida a Norfolk al funeral de su tío.
Debía hablar con Polly, la vieja nodriza, adoraba a Justin y debía saber...
Guardó celosamente la carta y bajó las escaleras.
Encontró a Polly en su habitación, también había pillado un resfriado y se veía vieja y cansada. La muerte de su hermano le había afectado mucho, era como un hijo para ella.
—Señorita Phoebe, ¿qué ocurre? Tiene los ojos vidriosos.
—Polly, necesito hacerle una pregunta por favor, recuerde. Antes de morir mi hermano usted le vio ¿no es así? ¿Estaba contento, feliz?
—Por supuesto señorita Phoebe, ¿por qué lo pregunta?
—Es que no estoy segura, temo que algo le preocupaba y... ¿Él os habló de Sophie alguna vez?
Polly demoró en responderme, tosió nerviosa.
—Esa joven le escribía cartas creo, pero nunca llegaron a comprometerse. Creo que sus padres se oponían a su amistad.
—¿Justin os dijo?
Ella asintió en silencio.
—¿Y era muy desdichado por Sophie? Y jamás dijo nada...
—Su hermano era valiente señorita Phoebe, y él estaba decidido a no rendirse, a luchar por la joven a quien quería. Nunca se hubiera rendido. Aleje de su cabeza esos pensamientos tristes, su hermano murió del corazón por una dolencia familiar, no se suicidó.
Phoebe enrojeció lentamente.
—¿Y usted cómo lo sabe nana? ¿Por qué está tan segura?
—Porque su hermano era creyente y no era un cobarde. Si esa joven le rechazó, él no hubiera puesto fin a su vida.
—Y, sin embargo, murió...
—Fue muy triste señorita, no quiero pensar en ello, quiero recordarle vivo, alegre... Deje de atormentarse buscando respuestas. Debe aceptar que su hermano murió, aunque sea doloroso. Fue una tragedia. Inesperada.
Pero Phoebe no iba a rendirse, empezaba a sospechar la verdad, como simple intuición. Y porque el apellido de esa joven le resultaba familiar. Sophie Ashton, de Drakehouse Manor.
Su hermano jamás había mencionado su apellido, y ella había creído que tal vez fuera una de esas jóvenes bellas sin orígenes, pero se había equivocado. Se trataba de una familia muy influyente del condado cuya costumbre era celebrar bodas esplendorosas, casando a sus hijos con miembros de la nobleza.
La siguiente en ser interrogada fue su madre.
Pero esta no sabía gran cosa de Sophie, Justin la había mencionado pero el comentario había sido casual. Por supuesto que sabía de las cartas, pero creyó que se trataba de una amistad.
Entonces habló del viaje a Norfolk y de que dos semanas después fue a Tower Hill Manor un caballero de cabello oscuro y ojos grises, muy apenado y nervioso, diciéndole que su hijo había muerto en su casa.
Phoebe quiso saber el nombre del misterioso visitante. Su intuición le decía que debía saber más.
—Sir Edmund de Drakehouse Manor.
—¿El heredero de los condes de Ashton?
—Sí... Un joven muy agradable y bondadoso. Realmente parecía muy afectado por la muerte de Justin, pero no recuerdo bien cómo era, comprenderás que estaba muy aturdida hija.
Todas las piezas encajaban lentamente. Ese joven debía ser pariente de Sophie, un primo suyo o un hermano. Y Justin había ido a verla esperando proponerle matrimonio sin haber leído la carta en la cual la joven Sophie le decía adiós. Imaginaba su dolor y desesperación...
Pero Justin no se hubiera suicidado... Tal vez discutieron, el padre de la joven dijo que no quería saber nada del asunto, o su tío o primo. Le expulsaron y del disgusto al comprender que era en vano insistir tuvo un ataque.
Porque ningún hombre moría de esa forma. Algo debió provocarlo. Una riña feroz, el desprecio de Sophie. Justin era un joven vulnerable, sensible, nunca había tenido su fortaleza y el día que había fallecido su padre se había desmayado.
Luego se había encargado de la granja y había sido un amo justo, bondadoso, demasiado bueno para ese mundo.
Volvió a leer esa carta durante la noche, acercando la lámpara de aceite para ver la letra esmerada, perfecta de la señorita Ashton. Parecía muy decidida a terminar su flirt, a decirle que no debía volver a escribirle. Pero no le daba mayores razones que la oposición familiar. Cuando la única razón debía ser que la hermosa Sophie ya no tenía interés en mi hermano y no tenía la suficiente valentía ni honestidad para decírselo.
Su vida cambió luego de la tragedia, era inevitable y su mente seguía buscando respuestas. Su hermano debió ser asesinado, no intencionalmente, pero esa familia debía estar involucrada, por eso su culpa y remordimiento cuando fueron a su casa a comunicar la triste noticia a su madre.
La joven buscó las otras cartas y le llevó más trabajo de lo que esperaba, pero finalmente las encontró.
Y comprendió por qué su hermano se había enamorado de la dulce Sophie, sus cartas eran tan tiernas y seductoras. En ellas le rogaba constancia, le alentaba a esperarla declarando que no sería sencillo. Vivió