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El heredero escocés
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El heredero escocés
Libro electrónico260 páginas4 horas

El heredero escocés

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Novela romántica y de misterio de ficción histórica ambientada en una mansión ancestral de las highlands de Escocia a mediados del siglo XIX.

 

Ella lo ha perdido todo en esta vida: su familia, su herencia, y su vida cómoda como hija de un importante conde de Norfolk y sabe que lo único que puede hacer es buscarse una colocación y un lugar para vivir.
Educar a niños insoportables no está en sus planes ciertamente, así que piensa en aceptar el puesto de dama de compañía de una extravagante dama escocesa.
Pero para ello debe viajar muy lejos...
Y luego de una travesía llena de contratiempos finalmente llega a la mansión Wallace, en el corazón de las highlands.
Ciertamente que nada resulta como esperaba, los criados no dejan de hacerle bromas y de burlarse de ella por ser inglesa y la condesa le recrimina ser demasiado joven y guapa para el puesto.
Hasta que conoce al heredero de forma accidental: Evan Wallace que está harto de que su madre planee encontrarle una esposa pues ha dicho que no se casará jamás.

Sin embargo todo puede cambiar en un instante como bien dice su madre...

IdiomaEspañol
EditorialCamila Winter
Fecha de lanzamiento20 dic 2021
ISBN9798201742867
El heredero escocés
Autor

Camila Winter

Autora de varias novelas del género romance paranormal y suspenso romántico ha publicado más de diez novelas teniendo gran aceptación entre el público de habla hispana, su estilo fluido, sus historias con un toque de suspenso ha cosechado muchos seguidores en España, México y Estados Unidos, siendo sus novelas más famosas El fantasma de Farnaise, Niebla en Warwick, y las de Regencia; Laberinto de Pasiones y La promesa del escocés,  La esposa cautiva y las de corte paranormal; La maldición de Willows house y el novio fantasma. Su nueva saga paranormal llamada El sendero oscuro mezcla algunas leyendas de vampiros y está disponible en tapa blanda y en ebook habiendo cosechado muy buenas críticas. Entre sus novelas más vendidas se encuentra: La esposa cautiva, La promesa del escocés, Una boda escocesa, La heredera de Rouen y El heredero MacIntoch. Puedes seguir sus noticias en su blog; camilawinternovelas.blogspot.com.es y en su página de facebook.https://www.facebook.com/Camila-Winter-240583846023283

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    Las personajes,la historia el final feliz y mas con higlanders

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El heredero escocés - Camila Winter

El heredero escocés

Camila Winter

Lúgubre y triste, gris y desamparada, así vio la mansión ancestral de los Wallace ese frío día de invierno porque en verdad la casa no era un lugar bello ni cuidado, al contrario, se veía casi abandonado. Al punto que la joven tuvo que detenerse varias veces para cerciorarse de que era la dirección buscando en su chaqueta nerviosa la carta, la carta que le había enviado allí.

Nunca imaginó que una simple carta cambiaría su vida para siempre ni que entrar en esa casa la haría vivir tantos males, pero en la vida nadie sabe con certeza qué le espera en el largo camino y ella tampoco lo sabía.

Nadie habría creído que la hija de un importante lord inglés fuera a trabajar en una mansión como dama de compañía de una anciana, pero allí estaba y esperaba quedar en su puesto.

—Señorita, esta es la casa que me dijo. Puede estar tranquila—le dijo el chofer y luego se puso el gorro listo a abandonarla allí con sus dos maletas grandes.

Sin saber por qué el hombre se había puesto nervioso, tenso y ella también se sintió así cuando vio que el sujeto estaba muy ansioso de abandonarla.

—Aguarde por favor, espere... no se vaya tan pronto—le dijo.

Él la miró algo avergonzado de su arrebato.

—Disculpe señorita, es que tengo que hacer otro viaje y no me gusta estar aquí cuando cae la niebla. No es un buen presagio.

—Pero todavía es temprano—insistió la joven.

—No, no lo es. Lo siento... solo debe seguir por el sendero. Siga por el sendero que vendrán por usted y la ayudarán con sus maletas.

Evelyn miró descorazonada a su alrededor, el edificio gris rodeado de un frondoso jardín crecido parecía una mansión abandonada repleta de fantasmas. Quizás ni siquiera fuera la casa que buscaba, pero llevaba consigo la carta y otros documentos y en realidad no creía que ese cochero pudiera llevarla por un lugar equivocado.

Solo que el miedo de ese hombre la preocupaba. Pues no era la primera vez que notaba cierto recelo al mencionar la mansión de los Wallace. Como si se tratara de un lugar maldito y eso la puso muy tensa pues se suponía que allí vivía su futura empleadora, una orgullosa dama escocesa que ostentaba el título de condesa. Y viviría allí un tiempo si lograba tener un puesto y no le agradaba la perspectiva de que el lugar estuviera embrujado.

Suspiró. Y armándose de valor tomó sus dos maletas y atravesó el camino de grava con cuidado pensando que había llevado demasiado equipaje, pero era todo cuanto tenía ahora, sus dos maletas repletas de ropa, algunos libros y otros recuerdos.

Miró a su alrededor y más de cerca la mansión octogonal le pareció mucho más terrible y fantasmal. Tenía tantas ventanas, pero no había nadie allí, como si estuviera vacía, los jardines se veían abandonados, descuidados y se preguntó a dónde la habían enviado. ¿Por eso necesitaban una joven dama de compañía extranjera? ¿Porque ninguna joven de esa tierra quiso tomar esa colocación? ¿O fue una simple coincidencia?

Era un lugar apartado y cuando quiso buscar una diligencia solo le ofrecieron llevarla hasta un pueblo que distaba sesenta millas de la propiedad.

"¿Irá a la mansión Wallace? ¿Es usted parienta de esa familia?

Las preguntas del primer cochero fueron una impertinencia.

—Voy a trabajar a la mansión—declaró.

El hombre la había mirado con malicia.

—Usted no parece una sirvienta—observó.

Ella se había sonrojado.

—Es mi primer empleo, señor—le respondió la señorita.

El hombre asintió y no dijo más y luego la dejó en el pueblo sin más explicación.

Tardó bastante en encontrar quién la llevara porque nadie quería ir. No eran ideas suyas, había algo en esa casa, algo que asustaba a las personas pues cuando dijo que necesitaba ir a la mansión hubo quienes se alejaron espantado y murmuraron cosas que no pudo oír. Pero eso no era bueno.

Y cuando finalmente encontró a quién la llevara tuvo que pagarle el doble para que aceptara. Eso le pareció sucio, apenas le quedaba algo de dinero que su tía Penélope le había dado para que hiciera ese viaje.

—¿Por qué va a ese lugar? —le preguntó el rudo cochero. Un hombre alto de prominente barriga y aire ceñudo.

—Acepté un puesto de dama de compañía y me esperan.

Tuvo que decirle pues parecía reacio a aceptar a pesar de cobrarle casi el doble.

—Una joven como usted en ese lugar sombrío, es triste.

—¿Qué sucede, señor? ¿Por qué me dice eso?

—Bueno, supongo que pronto sabrá por qué se lo dije. Usted no es de aquí ¿verdad? Es una señorita inglesa. Se le nota demasiado.

Ella asintió.

—Tengo parientes aquí—dijo eso como si tuviera que disculparse.

—Pero es inglesa, una dama demasiado fina y remilgada para nuestras rudas costumbres.

¿Rudas costumbres? ¿De qué hablaba ese hombre?

—No soy una remilgada—dijo con toda la dignidad que pudo.

—Lo siento, no quise ofenderla señorita. Olvide lo que le dije, la llevaré enseguida la mansión Wallace.

Y luego de decir eso emprendieron el viaje.

Y ahora estaba allí en el medio de la nada, alejada de todo cuanto conocía con un clima horriblemente hostil y helado y una casa que parecía estar completamente vacía. O quizás solo repleta de fantasmas...

¿Y si la habían llevado a un lugar equivocado?

No. ¿Por qué harían tal cosa?

Tenía demasiada imaginación o eso le decía su madre...

Tembló al pensar en ella, en su familia, y siguió su camino esperando encontrar algún alma buena que pudiera ayudarla pues daba la sensación de que allí no había nadie.

Trató de no pensar en los contratiempos para llegar a la mansión y se dijo que solo era algo fantasmal porque era un día frío y gris y todo se veía triste y solitario allí sin saber bien por qué, pero seguramente todo tendría una explicación razonable.

Sus pasos se escucharon en el silencio del lugar, solo podía oír a lo lejos el viento arrastrando la brisa a los árboles y algún otro ruido que no pudo identificar, pero allí todo era quietud y calma, una calma que no era del todo natural.

Miró la casona gris antigua construida en piedra y madera y se preguntó si no se parecí aun poco a la mansión de los Milford de Norfolk, pero luego pensó que no, esa casa vetusta y silenciosa tenía una personalidad muy fuerte y no se parecía a nada. Sus grises paredes cubierta por vegetación, la forma alta y rectangular, la cantidad de habitaciones y el paisaje circundante de pinos, abetos, con un toque gris en medio de la espesura le daba un toque singular, único...

Llegó finalmente hasta la puerta de hierro y tocó con todas sus fuerzas preguntándose si alguien podría verla desde allí. Hacía mucho frío y estaba tiritando a esa altura. Solo quería un lugar donde pasar la noche, beber algo caliente y luego, si la rechazaban, podría regresar a casa de su tía en Edimburgo.

No quería pensar en ello por supuesto. Había tenido que dejar sus vestidos más lujosos antes de dejar Norfolk para no despertar la codicia de los rateros oportunistas y para no parecer más remilgada, pero su acento y sus modales la delataban. Su acento era demasiado inglés y todos lo notaban y eso hacía que la miraran con cierto desdén y alarma. Los escoceses no veían con buenos ojos a los ingleses, ni a las damas inglesas. No entendía bien por qué, pero ciertamente que eso no la afectaba, si la dejaban cumplir su trabajo estaría más que satisfecha.

De pronto vio a alguien acercarse por el sendero y suspiró aliviada, al fin... alguien la había visto e iba a buscarla. Pero entonces vio que caminaba de forma extraña, demasiado lento y con un andar pesado como si le costara caminar o fuera una criatura espectral.

Se detuvo en seco al ver a ese sujeto de aspecto siniestro acercarse a ella con mirada torva y de resentimiento, no era un sirviente o no parecía uno, vestía con demasiada elegancia, aunque su aspecto era bastante peculiar: lo que más llamó su atención además del gesto adusto y su andar fue el cabello blanco largo en completo desorden esponjado al viento. No era natural, ningún sirviente llevaría el cabello así, pero...

—¿Señorita Evelyn Stuart? —preguntó y sonrió mostrando dos grandes hileras de dientes grandes y amarillos.

Ella asintió temerosa pues de cerca ya no parecía un fantasma sino un viejo loco.

—inglesa, supongo—agregó mientras veía su capa y sus modestas maletas sin hacer ningún gesto de tomarlas.

—¿Y qué hace una señorita de sociedad en un lugar como este?

—Vine por el anuncio, mi tía habló con el ama de llaves. Necesito trabajar, mis padres murieron y me he quedado sin nada. Por eso.

Esa confesión tomó por sorpresa al criado y lo vio abrir sus ojos, inesperadamente azules y encapotados y mostrar cierta compasión.

—Lo siento, señorita, debí suponerlo. Aunque temo que esto sea algo pesado para usted. Soy Steve Armstrong, el mayordomo. Acompáñeme por aquí. El ama de llaves, la señora MacBean se encuentra indispuesta hoy, de lo contrario ella tendría que guiarla y explicarle el trabajo. Deberé hacerlo yo y no tengo tan buena memoria como ella... pero me esforzaré.

Y tras decir eso tomó sus maletas y las llevó consigo.

Evie lo siguió intrigada, algo molesta de que la creyeran una remilgada por ser inglesa, demasiado delicada para ese país y sus costumbres. En verdad que no entendía por qué los prejuicios de los lugareños, su reserva y desdén al saber que era inglesa. O quizás solo sentían inquietud y curiosidad hacia una forastera a quien imaginaban rica, mimada y tan presumida que era incapaz de soportar un clima rudo como el escocés, lugares inhóspitos y llenos de incomodidades.

Miró hacia adelante y buscó en su chaqueta la carta mirando la falda de su vestido de invierno, era el más discreto que había encontrado, y el menos lujoso para no despertar la codicia de los bandidos. Apenas llevaba los pendientes de oro en sus orejas y una cadena que su madre le había puesto al nacer y que llevaba muy escondida en el cuello, y dentro de la ropa. Un anillo que le obsequiaron sus tíos al cumplir los dieciséis y poco más.

Pero algo la delataba como inglesa y supuso que era su acento y algo en su estampa. No una simple inglesa sino una inglesa rica y remilgada. Pues no era ni lo uno ni lo otro, ni rica ni remilgada, pero al parecer sí daba esa impresión y eso era triste.

Apretó los labios y pensó que al menos había vida en esa mansión, había personas que atendían y cuidaban de la casa, el mayordomo le dijo algo de que lo siguiera y tuviera cuidado con el desnivel al entrar en la casa.

Se trataba de una casa antigua pero su interior era mucho más bello y repleto de antigüedades. Los muebles estaban en perfecto estado, muebles de ébano lustrosos y nuevos, los retratos, adornos, salas, cortinados y alfombras de colores sobrios, todo estaba en perfecto estado y se dijo que no era educado mirar así, como una solterona que iba a visitar a su hermana descuidada para ver si tenía la mansión familiar en buen estado, buscando el matiz de polvo o el descuido en todas partes.

Era feo hacerlo por supuesto y entonces se detuvo para ver el salón principal. El mayordomo era su guía y le mostraba algunas habitaciones.

—En otros tiempos había fiestas aquí, señorita Stuart. Pero de todas formas usted no puede estar aquí, los sirvientes solo pueden recorrer el ala sur, no lo olvide.

Ella pensó que era innecesaria la aclaración, en su país los sirvientes solo podían circular libremente por la cocina, el establo y otros lugares subterráneos, no les estaba permitido entrar jamás al salón de baile si no era para servir, o realizar la limpieza y esto lo hacían cuando salía el sol, muy temprano.

Sin embargo, en esa sala todo era quietud y silencio, daba la sensación de que además del mayordomo, no vivía nadie allí.

—Aquí está la biblioteca.

La voz del mayordomo la hizo despertar de repente y lo miró perpleja pero súbitamente interesada.

—Pero no puede venir aquí a menos que el señor Wallace quiera hablar con usted—le advirtió.

—¿El señor Wallace? —preguntó intrigada pues pensó que la condesa era viuda.

—Evan Wallace, el primogénito de lady Catherine. Es quien lleva esta propiedad adelante, es el heredero y señor de estas tierras. Ahora se encuentra ausente en el pueblo.

No esperaba tal explicación, pero asintió en señal de conformidad y luego miró la biblioteca con fascinación, era inmensa, repleta de anaqueles llenas de libros muy valiosos seguramente. una biblioteca así de inmensa solo podía pertenecer a un coleccionista de manuscritos, pero qué tipo de libros almacenarían allí? Se preguntó inquieta. No lo preguntó. No era de su incumbencia.

La aparición de una mucama puso fin a la visita guiada.

—Ella es Nelly, una de las mucamas. Me avisa que su habitación está lista. Vaya con ella y quédese hasta que lady Catherine pregunte por usted. La señora duerme ahora, y duerme gran parte del día—dijo el viejo y le hizo un ademán para que obedeciera, Como si fuera un chucho.

Evelyn siguió a la mucama feliz de que la llevara a su habitación pues estaba muy cansada del viaje y del tiempo que había perdido en llegar.

A ella la casa le pareció fascinante, antigua, pero en perfecto estado, no había nada de abandono allí y pensó que la fachada era solo algo pasajero, quizás el día gris, la neblina o su propia angustia al verse en un lugar tan lejano...

La voz de la sirvienta la hizo volver al presente.

—Esta es su habitación. Le servirán el almuerzo en media hora, siempre en las horas. Le traeremos agua caliente para el aseo una vez al día y si algo sucede tiene un cordel en la cama, pero solo debe tirar de él, pero no lo haga con frecuencia porque no tenemos tantos sirvientes y tenemos cosas más importantes que hacer.

Ella asintió y pensó que esa mucama era bastante agria e impertinente. Pero luego pensó, ahora estoy del otro lado, ahora soy una de ellos, una sirvienta de categoría, pero una sirvienta al fin y por eso solo podía tirar del cordel si era de vida o muerte, no por una tontería porque nadie acudiría.

—Tampoco puede usted vagar por la casa, eso está prohibido, solo puede abandonar esta habitación si lady Catherine la llama a su habitación.

Evie no dijo nada, esa sirvienta la miraba con cierta hostilidad. ¿Tal vez porque era inglesa? Luego se marchó porque tenía mucho qué hacer dijo.

—Pero mis maletas no están aquí—observó Evie.

La mucama la miró molesta.

—¿Trajo maletas? ¿Cómo eran? —preguntó con cierta desconfianza.

—Dos maletas grandes de cuero.

—Es mucho para un trabajo temporal... nadie sabe qué dirá lady Catherine sobre usted. Su última dama de compañía duró menos de un mes—le dijo con una sonrisa pérfida.

Ese comentario la dejó un poco desanimada. ¿menos de un mes? ¿Entonces la dama tenía un carácter agrio y difícil?

La criada dijo que buscaría sus maletas y regresaría en cuanto pudiera.

Evie se quedó allí mirando a su alrededor. Se sintió bastante extraña entonces, desilusionada por tan hostil recibimiento. Pero no podía pedir más, estaba lejos de casa y a salvo de todo, por primera vez en mucho tiempo, a pesar de todas las penurias del viaje no se arrepentía.

Esperaba que lady Catherine no se sintiera incómoda de que fuera inglesa o pensara que no era apropiada para el puesto por ser tan joven. Era buena escribiendo, sabía expresarse y su letra era clara y muy bonita, no era perezosa en absoluto y, además, como ávida lectora sabía mucho de historia, arte, y algunos temas apasionantes. En vida de su padre ella se encargó de su correspondencia y él le decía qué libros leer para ser una joven culta y de conversación interesante. Él se oponía a la educación basada en bailes, piano y bordado y su madre igual y entre ambos le habían dado una educación esmerada basada en la historia, la botánica y otras disciplinas.

—Señorita Eveline. Aquí están sus maletas.

La mucama había entrado con ambas maletas y las dejó allí, cerca de la cama lista para empacar, pero vaciló un momento.

—Gracias, no se preocupe, yo guardaré todo—dijo Evie.

La criada sonrió por primera vez, ciertamente que parecía aliviada de no tener que realizar ella tal faena.

—Bueno, gracias... es que ahora tengo mucho trabajo porque habrá visitas el fin de semana—le confesó.

—No hay problema.

Evie se preguntó si no tendría que cocinarse ella misma y lavar su ropa en algún río pues al parecer nadie quería atenderla en la casa. Aunque tal vez era mejor que no husmearan en sus cosas. no sabía si podía confiar en los criados de esa casa, eran algo peculiares. El mayordomo que parecía Aqueronte, y la mucama una chica desdeñosa y levemente agresiva... se preguntó qué podía esperar del resto de los habitantes de esa casa.

Apartó esos pensamientos sombríos y se puso a desempacar, tenía tiempo de sobra para hacerlo pues nadie le había avisado que lady Catherine fuera a recibirla en esos momentos. Abrió la maleta que contenía ropa y la arrastró hasta el mueble de ébano bastante grande que había en un rincón. Era un bonito mueble, demasiado lujoso como todos los otros muebles y le extrañó que estuviera allí, en su cuarto, cuando era una empleada que estaba a prueba. Se acercó y esperó que no estuviera guardado con siete candados pues tendría que tirar del cordel y le habían dicho que no lo hiciera a menos que estuviera muy necesitada de hacerlo. es decir, una emergencia de vida o muerte, prácticamente.

Así que se acercó al mueble y lo abrió despacio, o lo intentó, pero descubrió que estaba cerrado con llave o eso parecía. Bueno, ¿y ahora dónde guardaría la ropa? Se quejó y volvió a intentarlo, a buscar alguna forma... puede que solo estuviera atascado...

Pero ese mueble se parecía a uno que tenía su padre en la biblioteca que tenía en un lugar una especie de palanca y probó eso, y de pronto se abrió una puerta y para su sorpresa se encontró con un montón de bellos vestidos de fiesta y de media mañana. Resultaba muy extraño que ese mueble estuviera allí, repleto de ropa tan bonita pues no creía que nadie se hubiera tomado la molestia de agasajarla de esa manera.

Debía ser un error y debía avisar de ese error porque no había otro mueble para guardar su ropa.

Miró con frustración su maleta, ¿qué haría ahora? Debía guardar la ropa y cambiarse, asearse... y en realidad estaba tan cansada que no se sentía de ánimo. Había hecho un largo viaje, pero al menos estaba a salvo... o eso creía ella.

Capítulo dos

Una criada fue a verla para llevarle la cena ese día y se enteró del contratiempo con el guardarropa.

—¡Qué extraño!

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