Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La Dama y el Chocolatero
La Dama y el Chocolatero
La Dama y el Chocolatero
Libro electrónico167 páginas3 horas

La Dama y el Chocolatero

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Si no se apagan las antiguas llamas, pueden saltar chispas.

El señor Jasper Winslow, quien fue una vez el tímido y apocado hijo de un vizconde, es un chocolatero que se especializa en elegantes bombones franceses, lo cual le ayudó a superar el dolor por su amor perdido. Se había reconciliado con su vida… hasta que un encuentro fortuito con la mujer con la que se habría casado le recuerda que su corazón no la ha olvidado.

Terca e independiente, Miss Evangeline Bradenwilde quiere que se la considere en la sociedad elegante de la era victoriana como algo más que las conexiones que podría contraer a través del matrimonio. Aunque el negocio en el que trabaja vendiendo lencería no es exactamente la cúspide del éxito que habría deseado, aún tiene sueños… hasta que estos quedan destrozados cuando se encuentra inesperadamente con el hombre del que huyó la víspera de su compromiso.

Obligados por una feroz tormenta a estar juntos, Jasper y Evangeline se ven obligados a enfrentarse a su pasado y a reparar una relación rota si quieren seguir adelante. Explorar el tipo de persona en el que se han convertido es clave, comprender sus deseos ocultos es primordial… y unos jueguecitos con chocolate y corsés tampoco hacen daño a nadie.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento26 oct 2021
ISBN9781667417615
La Dama y el Chocolatero

Lee más de Sandra Sookoo

Relacionado con La Dama y el Chocolatero

Libros electrónicos relacionados

Romance histórico para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La Dama y el Chocolatero

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La Dama y el Chocolatero - Sandra Sookoo

    Capítulo Uno

    Londres, Inglaterra

    Finales de Abril, 1888

    «¡Maldita sea!»

    El señor Jasper Winslow cerró los ojos por un segundo pero, al abrirlos de nuevo, la visión no cambió, y no era un espejismo de su vista debido a la torrencial lluvia. Se subió el cuello de su abrigo para proteger su nuca. No evitó que el agua goteara por el reborde de su bombín y cayera en la punta de su nariz. ¿Qué estaba haciendo ella allí, en la estación Victoria de Londres, esperando en el mismo andén donde estaba él? Cuanto más la miraba, más ardiente se volvía la irritación que crecía dentro de su ser.

    Por Dios, no le había dedicado ni un solo pensamiento a la señorita Evangeline Bradenwilde durante cinco años.

    Y por un buen motivo. Ella le había dado calabazas, que es lo mismo que decir que había rechazado casarse con él. Un hombre no reflexionaba a menudo sobre la mujer que había huido de él justo cuando estaba a punto de pedirle matrimonio, y en el jardín de la casa de campo de su padre, nada menos... con toda su familia esperando dentro el ansiado anuncio. Le había dado una basura de excusa de que quería su libertad, sin importarle el hecho de que él le había dado todo que una mujer pudiera desear durante su cortejo de dos años. Como segundo hijo del Vizconde Hedgebourne, se le permitían ciertos privilegios. A ella no le habría faltado de nada. Al parecer, ella se oponía a todo eso. Tras su rechazo, él había empleado todo su tiempo en mantenerse ocupado y aprender a fabricar chocolates franceses para no tener que pensar en ella.

    No obstante, allí estaba ella ahora, lanzada en su camino por el destino o la casualidad. ¿Qué debía hacer al respecto?

    «Nada. No haré nada, ya que ella no merece mi consideración».

    Las palabras que su madre había pronunciado unos meses después de que Evangeline hubiera huido resonaron en su cabeza. «Deja de lloriquear por esa mujer. No te merece ni se merece esta familia, sin importar su pedigrí. Es obvio que no está en plenas facultades mentales».

    Jasper sacudió la cabeza. La fracasada relación pertenecía al pasado, y ahí era donde permanecería. Aún así, reafirmó la sujeción del asa de su valija con una mano mientras abría su sencillo paraguas negro y contemplaba esta onda en su anteriormente apacible vida. Como ella estaba más debajo de su posición actual en el andén, se refugió tras una columna de piedra mientras el tren del cual había bajado se alejaba en una nube de vapor y entre chirridos de acero contra acero. Al menos de este modo podía espiar sin ser visto.

    Mientras los pasajeros rezagados, algunos con paraguas abiertos y otros con capas con capucha, se abrían paso para salir del andén, observó a la mujer que tanto le había importado hacía años. Ella le daba la espalda. Estaba sentada, estirada y formal, con la espalda completamente recta, sobre un vapuleado baúl de viaje de cuero marrón. Un paraguas negro apenas conseguía protegerla del mal tiempo. A sus pies descansaba un modesto bolso de viaje que, cuanto más tiempo pasara sentada bajo la lluvia, más mojado quedaría. De vez en cuando soltaba un suspiro, metía una mano enguantada bajo su elegante chaqueta de terciopelo verde, y sacaba un reloj enganchado a una cadena de oro. Entonces miraba la hora, suspiraba de nuevo, y devolvía la baratija a la seguridad de sus ropajes.

    ¿Qué demonios estaba haciendo allí, en la oscuridad y bajo la lluvia, sin acompañante ni escolta, y sin nadie para recibirla?

    «No deseo saberlo». Rodeó el pilar agachado, preparado para continuar su camino y olvidarse de ella una vez más. Su conciencia se lo impidió. A pesar de su juramento silencioso, se giró en redondo y volvió a contemplarla una vez más. Su aliento formó una nube blanca ante las bajas temperaturas. Aguacero primaveral aparte, más bien parecía finales de invierno. Maldito caprichoso clima inglés.

    Jasper volvió a ajustar su agarre del asa de su valija. El recogido cabello rubio rojizo de la dama, bajo el ala de un amplio sombrero de paja decorado con cintas verdes y flores, capturó la luz de una lámpara cercana y brilló con un rico tono dorado. Sintió una opresión en el pecho al recordar el dulce aroma a madreselva que su cabello había poseído por aquel entonces; al recordar lo sedosos que eran esos mechones en las escasas ocasiones en las que él había soltado las horquillas de sus cabellos cuando se le olvidó todo decoro; y al recordar cómo sus párpados se cerraban suavemente cuando él bajaba sus labios sobre los de ella en un beso, siempre un beso casto, ya que había reglas para un cortejo adecuado, después de todo.

    «Tranquilízate, hombre. Ella ya no significa nada para ti».

    Sus ojos se entrecerraron mientras la miraba fijamente. Aunque ya no sentía amargura por su abandono, tampoco podía perdonarle el dolor que le había causado. Aún así, lo habían criado para ser un caballero y eso significaba que no podía dejarla sola bajo la lluvia.

    Aunque, ¿de verdad quería abrir esa puerta ya cerrada a su pasado? ¿Especialmente cuando, si le diera la más mínima oportunidad, todos esos sentimientos que creía haber guardado bien podrían derramarse para burlarse de él?

    Lleno de indecisión, se dirigió hacia el jefe de estación, quien ya se marchaba con la gorra bien calada sobre su frente y los hombros encorvados contra la lluvia.

    —Perdone, buen hombre —le llamó—. ¿Puede decirme cuánto tiempo lleva esa joven sentada ahí bajo la lluvia?— Señaló con el pulgar hacia la posición de Evangeline.

    El hombre miró por encima del hombro de Jasper.

    —Como una hora. Una lástima. No estamos teniendo precisamente el clima de la Reina, ¿eh?— Un escalofrío recorrió el delgado cuerpo del hombre. La lluvia, junto con el frío, dejaba a cualquier cuerpo helado hasta los huesos.

    —No, no lo tenemos.

    Las habladurías populares decían que cada vez que la reina aparecía en público, siempre estaba despejado y soleado. No cabía duda de que esa noche estaba en sus aposentos privados.

    Una tensa sonrisa estiró el rostro del hombre.

    —Preguntó por un tren a Brighton.— Se encogió de hombros. El agua perlaba la lana azul marino de su uniforme—. Esta noche no hay más trenes a ninguna parte con la tormenta que se está formando. Dicen que se espera que caiga sobre la mayor parte de Inglaterra durante varios días. Maldita mala suerte.

    «Sin duda».

    —¿No tiene a nadie que la recoja?

    —Evidentemente no. Quería continuar hacia Brighton, pero todo el mundo tuvo que bajarse aquí debido a la lluvia y al podrido estado de las vías.— Su poblado bigote descendió en una mueca—. Rechazó mi oferta de dejar que se sentara dentro de la estación. Ahora ya  he cerrado y ella está mojada.— Sacudió la cabeza—. Nunca entenderé a las mujeres.

    Si eso no era una verdad absoluta, Jasper no sabía lo que era.

    —Sí, bueno. Estoy seguro de que ella tendría sus motivos.— Terca, lo más probable. Orgullosa, con toda seguridad. Al menos recordaba eso sobre ella. No tomaba una decisión espontánea sobre nada. Le gustaba sopesar todas las opciones y acababa dando demasiadas vueltas a todo hasta que se convencía a sí misma para no hacer algo.

    —Que el Señor nos libre de las mujeres de fuerte voluntad, ¿verdad, amigo?— El otro hombre puso los ojos en blanco—. Ahora, si no le importa, me marcho en busca de mi cena. Mi chubasquero se rompió esta mañana, así que debo darme prisa. La humedad no es buena para la salud.

    —Por supuesto —murmuró Jasper. Se apartó para que el hombre pasara—. Una cosa más. ¿Ella no ha hecho planes para que venga un carruaje a por ella?— Uno de los hombres que trabajaba por el andén le habría ayudado a asegurarse tal vehículo.

    —No que yo sepa. Dijo que le habían robado poco antes de bajarse del tren. No tiene modo de pagar un carruaje. Una persona desconocida le quitó el monedero y no pudo identificar a nadie mientras estaba en el andén. Los chicos y yo no pudimos darle recursos.

    «Pero podrían haber sido amables y ayudarla sin pedir nada a cambio».

    —Ah, ya veo.— Jasper frunció el ceño. ¿Por qué no visitaba a su familia en Londres?— Gracias. Disfrute de su velada.

    El jefe de estación levantó su gorra por un instante.

    —Le deseo lo mismo, señor. Tal vez mi esposa tenga un buen estofado o un caldo hirviendo.

    La verdad era que eso sonaba delicioso y su estómago rugió para mostrar su acuerdo. No había comido desde el desayuno de esa mañana. Y ahora su atención seguía volviendo a la mujer sentada sobre su baúl. «Maldición». Se dio la vuelta y miró una vez más la triste figura que estaba cambiando de posición. La dominaba la tristeza. El agua goteaba desde el ala de su sombrero a pesar del paraguas. La humedad subía unos diez centímetros desde el borde de su vestido verde salvia. Llevaba allí sentada una hora, bien erguida y sin hablar con nadie, como era su voluntad. Ella no reconoció la presencia del jefe de estación cuando este pasó con rapidez junto a ella. Sin duda se consideraba bastante capaz de cuidar de ella misma y no se rebajaría a pedir ayuda cuando ciertamente la necesitaba. ¿Siempre había sido tan orgullosa?

    Soltó un bufido. Por supuesto que lo había sido. ¿Qué había hecho con su vida en los cinco años desde que se separaran? Otra oleada de ardiente irritación le atravesó. Esta vez hacia él mismo. «No deseo saberlo». Él no quería ser el hombre que mostraba debilidad ante la visión de la mujer que le había arrancado el corazón y lo había pisoteado bajo su tacón, ni deseaba hacerse el héroe ante esta dama en apuros. Y aún así... Maldijo por lo bajo. Los buenos modales estaban demasiado grabados en él como para marcharse y dejarla abandonada a su suerte. Y en general él no le deseaba ningún mal. Si ella había encontrado la felicidad lejos de él, pues bien por ella.

    «Soy un idiota redomado».

    Tal vez podría ofrecerle que compartieran su carruaje, o al menos permitirle encontrar cobijo frente al clima, pero eso era todo. Como un gesto por los dos años que habían compartido en el pasado.

    Con trepidación entorpeciendo sus pasos, Jasper atravesó despacio el andén. Pronto quedaría vacío de pasajeros y porteadores. Los anémicos grupos ya se estaban dispersando, apresurados por el clima y la hora tardía. Ni una sola vez se giró para ver quién se acercaba. Cuanto más se acercaba a su situación, más se le encogía el estómago. Entonces se situó junto a su hombro y esperó con la esperanza de que ella reconociera su presencia para no tener que ser él quien comenzara la conversación.

    Ella continuó ignorándole.

    Finalmente él se aclaró la garganta.

    —Estamos teniendo un tiempo horrible. Va en detrimento de que uno se pueda divertir.— ¿Podía parecer más palurdo de lo que lo estaba pareciendo ahora? ¿Quién demonios hablaba del tiempo mientras lo experimentaba?

    La mujer siguió sin reconocer su presencia. Sin embargo, respondió: —La vida no puede ser siempre cerveza y gominolas.— Su tono sonaba crispado y su frialdad podría convertir la lluvia en nieve si continuara hablando.

    Jasper se quedó con la boca abierta. Por supuesto que la vida no era un divertimento perpetuo, pero le iba mejor a las personas cuando miraban el lado positivo. ¿En serio acababa de usar jerga? A pesar de su historial, la intriga se abrió paso entre sus reservas—. ¿Perdone?

    —Si está pensando en arrebatarme parte de mis posesiones, márchese, señor. Ya me han robado una vez esta noche.— Su mirada siguió concentrada en un punto frente a ella.

    «Maldita mujer».

    —Señorita Bradenwilde, tal vez pueda informarme.— Su leve exclamación resonó sobre el sonido de la lluvia. ¿Haría el uso de su nombre que finalmente se girara?— ¿Por qué persiste en sentarse en la oscuridad bajo la lluvia y, por su propia admisión, sin recursos?

    Ella ladeó su paraguas y miró por encima del hombro. Cuando levantó la barbilla y pasó la mirada sobre su persona para aterrizar en su rostro, sus increíbles ojos azul verdosos se abrieron mucho. Sus generosos labios se separaron ligeramente cuando la sorpresa cubrió su redondo rostro.

    —Vaya a quemarse sus puñeteras pestañas, señor Winslow. No tengo

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1