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La doncella y el Lord
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La doncella y el Lord
Libro electrónico532 páginas9 horas

La doncella y el Lord

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Tres novelas medievales de la autora Cathryn de Bourgh. Edición especial Navidad 2021

La doncella cautiva
Ambientada en el ducado de Milán y en el territorio de Toscana durante el siglo XV es la historia de dos mujeres que fueron raptadas por distintas causas. La primera es la doncella Isabella Manfredi, la única bella de sus hermanas que es raptada el día de su boda con Giulio Visconti por el hijo de su peor enemigo: Enrico Golfieri.
El malvado raptor, cruel y despiadado, que ostenta el título de condotiero y el más diestro degollador del condado, quedará prendado de su belleza y sucumbirá al amor y a su cuerpo suave y voluptuoso.
Se aman y se odian, ella lo rechaza y se entrega a él porque es su obligación hasta que él consigue despertarla y entonces nada lo detendrá para saciar su lujuria salvaje.
Pero la hermosa cautiva comprenderá que vive rodeada de intrigas y enemigos, y que la acechan peligros que desconoce, despertando una pasión insospechada y peligrosa entre uno de los amigos más leales de su esposo.


El conde diablo
Nadie esperaba que la hija del conde Guillaume fuera raptada camino a su nuevo hogar; el castillo de Angers, pero un séquito de feroces caballeros da muerte a su marido y a los guardias que intentan defenderla. Rosalie, la altiva dama de Montblanc será conducida al castillo negro, dónde un perverso sujeto llamado Armand le diable la obligará a rendirse como su cautiva y a someterse a él en cuerpo y alma. Ella se resiste y lucha por escapar pero sabe que es en vano. Armand, conde de Chatillon está deslumbrado por la belleza de castaña cabellera y ojos cristalinos y no se detendrá hasta domeñarla, pero ella es una dama orgullosa y no está dispuesta a rendirse.
La doncella fugitiva
El asedio al castillo de Saint Germain sólo tiene un propósito para el conde de Poitiers: tener como recompensa la mano de la hermosa doncella Aileen.
Excepto por un detalle: la doncella ha desaparecido de la fortaleza sin dejar rastro.
Encontrar a la esquiva y gazmoña doncella se convertirá en su obsesión: domeñarla y someterla a sus deseos su más caro anhelo, ¿pero lo conseguirá

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 sept 2022
ISBN9798215211724
La doncella y el Lord
Autor

Camila Winter

Autora de varias novelas del género romance paranormal y suspenso romántico ha publicado más de diez novelas teniendo gran aceptación entre el público de habla hispana, su estilo fluido, sus historias con un toque de suspenso ha cosechado muchos seguidores en España, México y Estados Unidos, siendo sus novelas más famosas El fantasma de Farnaise, Niebla en Warwick, y las de Regencia; Laberinto de Pasiones y La promesa del escocés,  La esposa cautiva y las de corte paranormal; La maldición de Willows house y el novio fantasma. Su nueva saga paranormal llamada El sendero oscuro mezcla algunas leyendas de vampiros y está disponible en tapa blanda y en ebook habiendo cosechado muy buenas críticas. Entre sus novelas más vendidas se encuentra: La esposa cautiva, La promesa del escocés, Una boda escocesa, La heredera de Rouen y El heredero MacIntoch. Puedes seguir sus noticias en su blog; camilawinternovelas.blogspot.com.es y en su página de facebook.https://www.facebook.com/Camila-Winter-240583846023283

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    La doncella y el Lord - Camila Winter

    La doncella y el Lord (Saga medieval)

    Cathryn de Bourgh

    Antología Medieval

    Tres novelas de la autora Cathryn de Bourgh: La doncella cautiva, El conde diablo y La doncella fugitiva.

    Tres historias llenas de amor, aventuras y erotismo.

    ©Todos los derechos reservados.

    Edición especial Navidad 2021. Prohibida su reproducción total o parcial sin el consentimiento de su autora.

    La doncella y el Lord

    Cathryn de Bourgh

    ––––––––

    La doncella cautiva-Cathryn de Bourgh- saga doncellas cautivas 1.© Cathryn de Bourgh 2013.

    Nueva edición setiembre de 2018

    Prohibida su reproducción total y parcial sin consentimiento de su autora. Todos los derechos reservados. Obra registrada en safecreative. Todos los derechos reservados. Todos los nombres, apellidos mencionados en la presente son ficticios. Nueva edición Setiembre de 2018. Edición original publicada en el mes de junio de 2013 con el título de La doncella cautiva.

    La doncella cautiva

    Cathryn de Bourgh

    Tabla de contenido

    Prólogo

    PRIMERA PARTE

    EL RAPTO DE LA BELLA DONCELLA

    SEGUNDA PARTE

    El pretendiente apasionado

    TERCERA PARTE

    EL ARDIENTE ENEMIGO

    CUARTA PARTE

    LA VENGANZA DE LOS GOLFIERI

    QUINTA PARTE

    CARTAS DESDE EL CONVENTO

    SEXTA PARTE

    CAUTIVA

    Prólogo

    Enrico Golfieri observó a la joven que se dirigía en procesión por la plaza de Milán con expresión alerta. Todo estaba listo para vengar la muerte de su hermano Giulio a manos de sus enemigos: la casa Manfredi y sin inmutarse avanzó, seguido por sus caballeros y escuderos.

    Debía impedir esa boda de los Manfredi con los poderosos Visconti y tenía todo listo para la venganza, nada le detendría. Primero raptaría a la bella damisela, luego   vengaría de la muerte de su hermano en manos de los malnacidos Manfredi.

    Una hermosa dama siempre era un bocado apetitoso y había oído que Isabella Manfredi, la joven novia, era la doncella más bella de la ciudad, ¡al diablo! ¿Qué importaba eso? La tendría en su lecho y la sometería a sus deseos hasta enloquecerla de miedo y luego, la enviaría de regreso con su familia. Esa sería su cruel venganza.

    No tenía miedo ni era un novato, sabía lidiar con las mujeres.

    Esa bella le importaba un rábano, debía ser odiosa como todos los miembros de su familia. Había visto de lejos a sus hermanas y eran feas como varones, ¿a quién le harían creer que era hermosa? Al tonto de su prometido tal vez. Solo al imbécil Giulio Visconti.

    Una unión con los Visconti fortalecería a los Manfredi, y eso era lo que menos deseaban sus enemigos.

    Tal vez fuera tan fea que su verga no pudiera hacerle ningún daño y se quedara flácida y avergonzada entre sus piernas. Bueno, en tal caso pediría ayuda a su amigo Galeazzo ese sí que era capaz de mantener su vara firme con cualquier mujer porque todas le gustaban. Apenas estar cerca de una dama se excitaba tanto que su miembro permanecía alerta por si acaso alguna accedía a sus deseos.

    Se encaminó con sus largas piernas, largas y fuertes y con paso ligero avanzó entre el gentío. Era tiempo de tomar su caballo y esperar a que la joven Isabella Manfredi abandonara su hogar: Castello vecchio, a la orilla del río Navigli.

    Todo estaba listo para la venganza, nada podía fallar.

    PRIMERA PARTE

    EL RAPTO DE LA BELLA DONCELLA

    La ciudad de Milán se vestía de gala y se preparaban para los festejos de la boda entre la casa Manfredi y los poderosos Visconti, estos durarían días.

    Todos los ciudadanos y curiosos se acercaron a la calle solo para ver a la bella novia que pasaba cubierta con un velo custodiada por una veintena de criados robustos y fieros caballeros a su alrededor, que no hacían más que apartar a empujones a los curiosos y echar miradas torvas de advertencia a los imbéciles que quisieran acercarse.

    Decían que era hermosa y querían verla y muchos jóvenes atrevidos le gritaban bella, bellísima Isabella Manfredi y uno de ellos recibió azotes en sus piernas por haberse atrevido a acercarse demasiado.

    Decían que era hermosa pero el velo cubría su rostro, así que bien podía ser un monstruo, como sus hermanas Manfredi: gordas, de facciones varoniles, feas como el espanto, las pobres seguían la procesión con la miraba baja y enfurruñada. Sabían que solo su hermana menor Isabella se casaría ese día, ellas jamás tendrían esposo y todas estaban destinadas al convento pues sabrían que ninguna sería capaz de encontrar marido a pesar de dote que ofrecería su familia.  Por eso Isabella, hermosa y de cabello color oro, era la única esperanza de la casa Manfredi.

    La joven novia solo tenía quince años y estaba asustada. Había pasado ocho años en un convento donde había aprendido latín, lenguas y álgebra. Sus ojos color topacio observaron el gentío con inquietud: había muchos jóvenes observándola con una expresión que ella no entendía, pero la asustaba.

    Pero ese día se casaría con el heredero Visconti porque su familia así lo había dispuesto y ella prefería casarse que vivir encerrada el resto de su vida en un convento. En realidad, su vida en el convento había sido apacible, pero cuando cumplió catorce años comenzó a soñar con un esposo, y un bonito castillo, ser una dama de ricos vestidos y joyas.

    Los escuderos y caballeros la rodeaban y sus hermanas seguían la procesión con expresiones de envidia y maldad. La odiaban, siempre la habían detestado por ser hermosa y ellas tan poco agraciadas... Como si fuera su culpa nacer bella en una familia de damas feas...

    —¡Apresúrate hija! —dijo su madre.

    Ella apuró el paso y se mantuvo erguida y orgullosa, no por ser bella sino por ser una Manfredi y ser además la única hija de sus padres que tendría esposo. Sus hermanas irían a un convento al año siguiente y lo sabían.

    Su hermano Pierre se acercó, guapo y alegre se sentía orgulloso de tener al menos una hermana bonita que despertara miradas de lujuria por doquier. Debía cuidarla y alejarla de los peligrosos raptos, tan frecuentes en esos tiempos. Por eso la casaban con prisa sin haber visto siquiera a su novio ni una vez. Pero los padres de Giulio Visconti sí habían ido a verla para dar fe de que era hermosa. No habrían aceptado la boda de haber sido tan fea como sus hermanas.

    —Hermosa doncella déjame mirarte solo una vez—dijo un atrevido doncel mientras se acercaba a ella y le quitaba el velo con atrevido ademán.

    La joven gritó al sentir las manos del joven sobre ella, pero no pudo llegar más lejos y robarle un beso como planeaba pues cayó de bruces al piso y recibió una paliza de los caballeros que la cuidaban.

    El incidente la dejó tan alterada que sintió deseos de llorar.

    Su hermano la ayudó a colocarse el velo nuevamente mientras dejaba escapar una maldición y el gentío exclamaba: Es realmente hermosa, es la más bella de la ciudad. Los Manfredi no mentían.

    Aturdida miró a su alrededor un instante antes de que su hermano la cubriera con su velo y la ayudara a caminar sin tropezar.

    —No temas hija mía, matarán al primer atrevido que vuelva a acercarse a ti—dijo su padre.

    Isabella lo miró agradecida y su mano temblaba cuando tomó la suya para llevarla a la puerta de la Iglesia donde un gentío aguardaba para presenciar la boda entre Giuliano Visconti y la dama Manfredi.

    Lo vio a la distancia y notó que era un joven alto y de semblante agradable, y vestía con sobriedad y elegancia. Sus ojos la observaron con ansiedad y temor. Su padre le había asegurado que era hermosa pero luego de ver a sus futuras cuñadas sentía pavor de que Isabella fuera como ellas. Y hablando con su sirviente le había rogado que le quitara el velo a la novia, pues temía que su familia pretendía engañarlo, y se juró que la encerraría en una torre si descubría una dama horrenda como las damas de su familia. El resultado fue nefasto para su criado por la paliza que recibió de los guardias de la novia, pero muy positivo para él que pudo observarla a la distancia y contemplar embelesado sus rasgos delicados y su figura esbelta y femenina.

    Ahora la joven novia avanzaba temblorosa pero emocionada al saber que su marido sería guapo y muy rico: un Visconti, la familia más importante del ducado de Milán. ¡Qué afortunada era! Pensó y mientras se disponía a subir los escalones de mármol un grupo de jinetes inundó las calles y rodeó a la bella Manfredi matando a criados y caballeros que intentaron defenderla del feroz ataque.

    La multitud observaba el espectáculo entre risas y gritos, creyendo que tal vez era una chanza, una broma de la familia del novio; pero al ver que muchos jóvenes escuderos caían muertos cubiertos con la sangre de sus tripas, el gentío se alejó asustado.

    Nadie pudo ayudarla, y la pobre dama quiso correr, pero un joven alto la atrapó y otro le frenó el paso y lo primero que hicieron fue arrancarle el velo. La belleza rubia y radiante de la novia los dejó deslumbrados, esa no podía ser hija de los Manfredi, debía ser una parienta o una amiga. Era hermosa y delicada, femenina. Tal vez ni siquiera fuera de ese país. 

    —¿Eres Isabella Manfredi, hermosa damisela? —preguntaron.

    Ella los miró desafiante.

    Pudo engañarles, pero estaba muy orgullosa de ser una Manfredi y no la negaría, aunque esos rufianes la mataran en ese acto.

    —Así es y si no me soltáis enseguida vuestras cabezas colgarán mañana del sendero: ¡palurdos imbéciles! —les gritó furiosa.

    No estaba asustada, les hacía frente y a juzgar por su bravo carácter sí era una Manfredi. Las mujeres de esa familia eran casi tan belicosas como los hombres: intrigantes, chismosas, y con una lengua de víboras.

    Pero esa era hermosa, como sapo de otro pozo. ¿Quién habría engendrado a esa hermosa criatura? Porque su madre era horrenda y su padre también.

    —Muy bien preciosa, entonces si eres la novia Manfredi deberemos llevarte—anunciaron con calma.

    —No me llevarán a ningún lado—chilló la joven y uno de ellos recibió un puntapié y el otro un empujón, la jovencita era brava como todas las de su sangre y no fue sencillo atraparla y amordazarla pues se echó a correr como una gacela entre el gentío mientras la muchedumbre de ciudadanos gritabas y aguardabas más emociones sangrientas ese día.

    Isabella se abrió paso entre los curiosos y corrió hacia la Iglesia, su novio la esperaba allí y la ayudaría, estaba segura.

    Pero un nuevo grupo de enemigos le cerró el paso cuando se proponía llegar a destino y finalmente fue atrapada y envuelta en una capa como si fuera una fiera peligrosa y atada de pies y manos mientras pateaba y gritaba.

    El novio observó la escena, horrorizado, y demasiado asustado para intentar defender a su desdichada prometida Manfredi, y solo lamentó que en el instante en que descubría al fin a su hermosa novia le era arrebatada por un grupo de salvajes rufianes, y la guardia de su casa no pudo evitar que se la llevaran. Y cuando su conciencia lo llamó mozalbete cobarde y su tío le gritó ve por ella y tuvo suficiente coraje para correr a auxiliarla como era su deber, recibió un palo en la cabeza que lo dejó tendido y desmayado en el piso.

    **********

    Horas después la novia raptada llegó a un bosque sombrío y oscuro. Iba montada en la grupa de uno de los escuderos villanos, y este no había dejado de mirarla y al saber que pronto deberían dejar a la bella dama en su cautiverio acarició su cintura y besó su cuello despacio solo para sentir ese perfume de flores tan suave. Ella quiso apartarle, pero tenía las manos atadas y solo pudo mirar a su alrededor en busca de ayuda, pero no vio a nadie. El bosque parecía desierto, silencioso... Solo se oían los cascos de la comitiva de rufianes.

    Y de pronto sintió sus manos rodeando su cintura apretándola contra su pecho y se movió furiosa y asustada.

    —Déjala Giacomo, será para Enrico y no le agradará saber que tocaste a la Manfredi antes que él—dijo un joven de cabello oscuro y mirada ceñuda.

    —Es muy bella, quiero tenerla ahora—insistió el joven.

    —No puedes tocarla, se ha desmayado estúpido, despiértala imbécil. Enrico la quiere para él y si la tocas lo lamentarás—insistió Fulco hermano del mencionado.

    Cuando Isabella despertó iba montada al caballo de un jinete, con las manos atadas y una mordaza en su boca.

    Sus raptores no dejaban de mirarla y reírse de ella, comentando que era bonita, pero con el genio endiablado de las brujas Manfredi.

    —Nuestro señor Enrico es afortunado, tomará a la única Manfredi que no es un monstruo—dijo uno de los caballeros.

    Ella los miró furiosa y asustada, sabía lo que significaba ser tomada y se preguntó quién sería se Enrico, amo de esos canallas. Todos recibirían su merecido, su familia sería alertada de inmediato y ninguno podría salvar su pescuezo. Solo rezaba para que llegaran a tiempo.

    De pronto observó el paisaje y suspiró, el bosque se hacía espeso y sombrío, ¿a dónde diablos la llevaban? ¿Pedirían un rescate o acaso simplemente querrían vengarse?

    Su familia tenía muchos enemigos, demasiados y en los últimos años había protagonizado sangrientas vendettas. Ella había estado en un convento educándose así que no sabía mucho del asunto más que por los comentarios de sus hermanas mayores.

    La visión de ese castillo negro en medio de un bosque la llenó de angustia. Era valiente, pero sabía que estaba a merced de esos hombres y que podían hacerle cosas horribles. Ellos o su señor. Porque la habían raptado siguiendo sus órdenes.

    Rezó en silencio a pedir ayuda al señor para que la salvara del difícil trance que la esperaba.

    —Bueno, hemos llegado, nos libraremos de esta carga y regresaremos—dijo uno de ellos señalando a la joven.

    —Oh, yo me quedaré, tal vez pueda compartir un poco de cama y disfrutar los despojos del banquete —dijo otro dirigiéndole una mirada atrevida.

    Ella no entendió la chanza de lo contrario se habría horrorizado de su significado.

    El joven que la llevaba la miró con torvo semblante.

    —Le aflojaré un poco las cuerdas si promete no escapar—le dijo.

    Ella asintió incapaz de pronunciar palabra.

    El doncel le quitó la horrible capa que la dejaba prensada como un jamón y solo ató sus manos con suavidad mientras un criado se llevaba su caballo y otro caballero de noble semblante la escoltaba respetuoso hasta su destino.

    De pronto sintió sus miradas y cierta vacilación en su torvo gesto. ¿Qué demonios estaría pensando? ¿Acaso estaría arrepentido de su mala acción?

    El cabello de la joven caía como cascada a ambos lados y pasaba sus hombros. Lacios, brillante y del color del oro parecía una madona de un retrato de la capilla Sixtina, bella y etérea, sus rasgos eran delicados y perfectos. Y ese joven doncel la miraba embelesado y tal vez la ayudaría a escapar...

    Isabella había visto esa mirada una vez, en una ocasión un joven escudero había pasado por su ventana en su caballo, a media tarde y se había quedado prendado de su belleza y le preguntó su nombre. Ella huyó sin responderle, pero jamás olvidaría la expresión soñadora del joven contemplándola desde la calle.

    Y notó que el caballero que la escoltaba la cuidaba del resto y en ningún momento la dejaba sola, excepto cuando fue a hablar con su señor.

    Enrico Golfieri lo recibió en el solar principal.

    —¿Me has traído a la bella Manfredi, Ercolano?

    —Sí, lo he hecho mi señor conde, pero le ruego que... No sea cruel con ella, es... Una chiquilla.

    Esas palabras causaron estupor en Enrico.

    —¿Una chiquilla? ¿Qué quieres decir con eso? —dijo.

    —Es muy delicada y muy tierna... Quiero que me prometa que no le hará daño.

    Enrico miró a su primo sorprendido ¿Qué diablos le estaba diciendo ese primo suyo? pensó.

    —Oh, esa Manfredi te ha embrujado y espera seducirte para que la ayudes a escapar, una astuta harpía, como todas las de su casa.

    —Yo jamás traicionaría a mi familia Enrico, pero esa pobre joven está muerta del susto y te ruego que no le hagas daño.

    Enrico se acercó a su primo con una sonrisa torva.

    —Es mi venganza prima, no la tuya, fue mi hermano al que mataron por eso puedes mostrarte tierno y sentimental.

    Y sin más ordenó que le trajera a su prisionera.

    Isabella avanzó con paso firme, con toda la dignidad de una Manfredi sin demostrar el terror que aquejaba a su corazón en ningún momento.

    Se detuvo frente al amo de los rufianes en el lugar más luminoso del salón y el joven la observó perplejo pensando que debía estar viendo visiones. La figura hermosa y esbelta de la joven: su cabeza, la dorada cabellera como un manto, brillaba como una imagen sagrada y etérea en un rostro redondo y rosado de facciones delicadas. Los ojos de mirar sereno color cielo lo observaron con sorpresa y temor, la nariz pequeña y los labios rojos... Parecía un ángel, esa joven no podía ser Isabella Manfredi. Alguien le había jugado una broma, o esos imbéciles habían raptado a la joven equivocada.

    —¿Sois Isabella Manfredi? —preguntó dudando.

    El vestido que lucía la joven estaba bordado en piedras y lucía un rosario de oro y un anillo en su dedo. Además, lo miraba con orgullo sin bajar la mirada.

    —Sí, lo soy. ¿Y vos quién sois, señor? — preguntó desafiante.

    Enrico no le respondió y simplemente se quedó recorriéndola con la mirada. Era hermosa y perfecta y ahora comprendía las palabras de su primo y las bromas de sus criados.

    —Enrico Golfieri bella dama, encantado de conocerla y de raptarla—dijo haciéndole una reverencia mientras la miraba burlón con esos ojos de un tinte azul oscuro.

    La mención de ese nombre le provocó un sobresalto, eran acérrimos enemigos de su familia desde cientos de años y aunque en varias ocasiones fueron castigados por sus querellas los episodios de paz duraron poco tiempo. Nunca los había visto, pero eso no era extraño, luego de su regreso del convento pasaba el día encerrada y solo salía para asistir a misa todos los domingos.

    Observó a su enemigo con curiosidad. Era muy alto y delgado y lucía calzas negras y un jubón y una camisa justa como solían llevar los condotieros. Su cabello era oscuro y sus rasgos afilados, comunes en esas tierras, excepto por los ojos, inesperadamente azules, de un tinte oscuro muy raro de verse, que resaltaban por las pestañas y las cejas negras como su cabello. 

    —¿Ha oído hablar de los Golfieri, damisela? —preguntó él mirándola con intenso deseo.

    Disfrutaba atormentándola, era la hija de su peor enemigo, pero le gustaba y disfrutaría especialmente de su venganza. Muy pronto la tendría en su lecho y la sometería a su indomable lujuria.

    —Usted es enemigo de mi casa, signore. Mi padre dijo que... Todos vosotros sois crueles como demonios y deformes como ratas malnacidas—la joven sentía sus miradas en ella y temblaba mientras pronunciaba esas palabras.

    —¿De veras? Pues como ve no somos deformes ni demonios, solo defendemos a los nuestros y su familia mató a mi hermano mayor a sangre fría. Ahora he ocupado su lugar y planeo vengar su muerte y destruir a su familia hasta que no quede uno vivo dama Isabella.

    —No podrá hacerlo, mis parientes darán cuenta de usted y de sus familiares, si me hace daño no habrá lugar donde pueda esconderse señor Golfieri.

    Sus palabras eran una provocación y acercándose a la dama la atrapó contra su pecho y la miró con odio y deseo. Isabella quiso gritar asustada pero no pudo hacerlo porque ese demonio enemigo cubrió su boca con un beso introduciendo su lengua en ella. El sabor de su boca y de su piel embriagó sus sentidos y la excitación de su miembro fue instantánea y en poco segundos su vara era firme como una roca mientras apretaba el cuerpo suave de la hermosa dama contra el suyo.

    Isabella nunca había estado en los brazos de un hombre de esa forma y se estremeció de horror al comprender lo que planeaba ese demonio y solo pudo forcejear y apartarle furiosa para descubrir que su adversario era muy fuerte y podría tomarla cuando se le antojara y sin esfuerzo.

    Pero todavía no lo haría, la atormentaría un poco más. Y sujetando sus muñecas para que no pudiera golpearle la miró con sorna sin dejar de sonreír.

    —Isabella Manfredi es usted mi cautiva ahora y la tomaré las veces que yo desee y luego la regresaré a su familia. Saciaré mi sed de venganza en usted y su familia maldecirá el día que mató a mi hermano—dijo sin piedad.

    Ella lo miró horrorizada y mientras forcejeaba se juró que no derramaría una sola lágrima y que se defendería como una gata cuando ese hombre intentara tomarla por la fuerza, pero estaba asustada, aterrada y Enrico vio esos bellos ojos color cielo llenos de rabia y cubiertos de lágrimas.

    Pero no la tendría en esos momentos, la haría sufrir un poco más, quería ver a esa altiva dama Manfredi suplicándole piedad antes de apoderarse de ella como pensaba hacerlo, sin prisa y disfrutando cada segundo acariciando su bello y esbelto cuerpo de doncella...

    Al verse libre, Isabella hizo un gesto de rabia y huyó, pero unos caballeros le cerraron el paso y la joven doncella se detuvo y los miró sin saber quién la asustaba más: ese joven Golfieri o sus sirvientes.

    —Lleven a la cautiva a su celda, y que nada le falte, será mi huésped por algún tiempo—dijo ese demonio a sus espaldas.

    Isabella abandonó la habitación aliviada.

    Esa noche se hincó a rezar desesperada, el señor la salvaría, había pasado tantos años en el convento, no podía abandonarla en ese lugar. Ni sus familiares... Oh sabía que la encontrarían y darían cuenta de ese joven necio que se había atrevido a raptarla.

    Pero estaba exhausta y las rodillas le dolían por estar hincada rezando así que decidió tenderse en ese camastro.

    *********

    Días estuvo encerrada sin verle, y la joven lloraba al quedarse sola porque temía que ese Golfieri entrara de un momento a otro para cumplir sus amenazas. No hacía más que rezar y aguardar angustiada esperanzada en que sus parientes fueran a rescatarla, pero a medida que pasaban los días temía que eso no ocurriera jamás.

    Enrico Golfieri entró en su habitación es noche, y la encontró profundamente dormida.

    Se detuvo a contemplar las suaves líneas de su cuerpo a través del vestido ligero color blanco.

    No podía ser una Manfredi, al menos sería la perla entre las brujas.

    Y era rubia, de un tono dorado brillante casi rojizo, como una hechicera.

    Sus parientes le habían animado a llevar a cabo su venganza con la sabrosa cautiva esa noche y él bebió dos copas llenas de vino para darse ánimo.

    Había cortado pescuezos, destripado enemigos y envenenado a un Manfredi en una ocasión, pero nunca había forzado a una mujer. Todas solían rendirse sin demasiado esfuerzo. ¿Cómo sería atrapar a esa bella cautiva y arrebatarle el vestido y recorrer su cuerpo con caricias?

    Porque primero debía tocarla...

    Siguiendo un impulso acarició su cabello y su mejilla sintiendo un deleite extraño, era tan suave y delicada. Tenía suerte, llevaría a cabo su venganza sintiendo mucho placer al hacerlo.

    Ella abrió los ojos y lo vio: al malvado Golfieri mirándola de forma extraña.

    Se cubrió con la manta y le gritó encolerizada y asustada:

    —¿Cómo se atreve a entrar en la habitación de una dama? Márchese en seguida—le ordenó como si fuera un criado.

    Enrico rió tentado.

    —Este es mi castillo donna Isabella y usted mi cautiva, puedo hacer lo que me plaza aquí y en esta celda—le respondió.

    La doncella enrojeció haciendo que sus ojos celestes se vieran más luminosos.

    —Pues primero deberá matarme antes: ¡despreciable Golfieri! —le respondió.

    —Mida sus palabras, chiquilla, no olvide que es mi prisionera y podría perder la paciencia y hacerle mucho daño ahora mismo—dijo su raptor mirándola con una mezcla de rabia y deseo.

    —Usted no me hará nada, no es más que un cobarde como todos los de su familia. Y si acaso se atreve a hacerme daño signore, le aseguro que los Manfredi se lo harán pagar con su vida.

    Esas palabras lo enfurecieron y atrapando a la diablesa Manfredi la tendió en la cama sujetando sus manos para que no pudiera arañarle. Y mientras la retenía en su poder la miró furioso.

    —¿De veras cree que no sería capaz de hacerle mucho daño con mi vara, bella damisela? Claro que lo haré, ¿para qué diablos cree que la traje aquí? ¿Para que diera un paseíto antes de casarse? La he raptado para vengarme de toda su familia, no solo impedí esa boda ventajosa, sino que impediré que vuelva usted a casarse con nadie más.  ¿Quiere ver cómo me atrevo a cumplir mis amenazas ahora donna Isabella?

    Ella lo miró furiosa y desafiante, no se rendiría, no le suplicaría solo buscaría la forma de confundirle.

    —Si algo me ocurre mi hermana María ocupará mi lugar, no podrá arruinar el matrimonio con el signore Visconti. Pero si me hace algún daño mi familia no descansará hasta que su cabeza cuelgue en una pica en las murallas de la ciudad.

    —¿Esperáis asustarme con eso, bella damisela?

    Al estar tan cerca de la joven sintió el aroma de su piel, de su cabello perfumado con agua de rosas y toda su rabia se esfumó transformándose en deseo. Un deseo sensual y latente, el de tener a esa hermosa dama rendida bajo su peso, domada y ansiosa de recibirle en su delicioso rincón.

    Pero eso no ocurriría ahora, y su trabajo para domar a esa fierecilla sería arduo...

    Isabella estaba aterrada, pero procuró mantenerse fiera y desafiante, nunca un caballero se había subido encima de ella como lo hacía ese tunante y se preguntó si realmente sería capaz de hacerle daño o solo quería atormentarla.

    Sintió sus besos en su cuello, y sus manos la acariciaron con atrevimiento y ella lo mordió demostrando que era brava y no podría tomarla sin que clavara en él sus dientes y uñas.

    Enrico gritó de dolor. Era la primera vez que una dama lo mordía, pero no estaba enojado, solo divertido al ver ese rostro blanco enrojecido de furia mientras sus ojos eran como dos llamaradas de fuego salvaje.

    Y sosteniendo sus muñecas la miró y rió.

    —Oh, vaya que eres brava Isabella Manfredi, por fuera eres una Madonna, pero por dentro eres una fiera que hace honor a la sangre que lleva—le dijo y observó como subía y bajaban sus pechos redondos y la piel del cuello tan blanca y suave...

    —Si usted me hace daño lo llenaré de mordidas Enrico Golfieri, no crea que podrá tenerme sin sufrir ningún daño.

    Sus amenazas no lo asustaron demasiado.

    —Bella doncella cautiva, cuando decida tomarla la ataré de pies a manos y pondré una mordaza en su boca para que no pueda morderme, se lo aseguro—dijo yo se alejó de la joven de forma inesperada, despacio, sin dejar de mirarla.

    Esa noche no podría hacerlo y lo sabía, pero mañana sí lo haría solo que antes debía embriagarla o dormirla, pues sabía que sería incómodo atarla como había amenazado.

    Ella lo vio alejarse aturdida pero aliviada, agradecida de que la hubiera dejado en paz.

    Oh, ¿dónde diablos estaban sus familiares? ¿Por qué no la habían rescatado todavía? No podían dejarla a merced de ese loco ni de sus parientes, pues sospechaba que ese castillo estaba repleto de Golfieri y que no solo ese malvado le haría daño. Se volvería loca si eso llegaba a ocurrirle.

    Isabella lloró mientras se cubría con la manta de pieles, observando su vestido roto y los brazos con marcas rojas que ese demonio le había dejado. Luego pensó que nadie sabía que habían sido los Golfieri, fueron con el rostro cubierto como bandidos a buscarla.

    En la soledad de su celda la joven lloró hasta quedar exhausta y se durmió después de rezar sus oraciones y pedir al señor que la salvara de un destino tan cruel.

    ********

    En el castillo Vechio de la familia Manfredi reinaba el caos. Habían raptado a su hija Isabella casi a los pies de la iglesia cuando iba a casarse con Giulio Visconti y no tenían consuelo.

    El novio y sus familiares la habían buscado en vano, pero solo supieron que se la habían llevado un grupo de feroces caballeros y siguieron rumbo al Sur.

    Donna Manfredi no hacía más que llorar y lamentarse. Nadie podía consolarla, su pequeña hija, oh, el señor no podía permitir un horrible rapto.

    ¡Quién sabe qué cosas horribles debería estar soportando la pobrecilla en manos de esos bandidos! No se atrevía siquiera a imaginarlo.

    Su esposo llegó en esos momentos con expresión sombría, echando maldiciones.

    —Pietro ¿has sabido algo de nuestra hija? —preguntó Beatrice Manfredi.

    El hombre se sentó, con expresión torva y cansada.

    —No la hemos encontrado mujer, estoy furioso, no recibimos mensaje ni pista... Temo que esto sea una venganza de nuestros enemigos Golfieri.

    —¿Los Golfieri? ¡Dios mío! Esos bellacos matarán a nuestra pobre hija, debes encontrarla Manfredi.

    —Envié a mis hombres al castillo negro a espiar, pero tardarán horas en llegar y tal vez no puedan entrar en ese recinto sombrío. Nos culpan de la muerte de su primogénito, siempre nos han culpado de un crimen... Ese joven murió envenenado, cualquier enemigo de esos Golfieri pudo hacerlo. Son temidos y odiados en todo el ducado.

    —¿Y Giulio Visconti?

    Su marido palideció.

    —Ha desistido de la boda Beatrice, dijo que no tomará por esposa a una joven raptada y deshonrada por unos bandidos.

    Beatrice no dijo palabra, lo que más temía había ocurrido, pues no había peor deshonra para una familia que una de sus hijas fuera raptada. Y debió tomar a la más bella y joven, a la más buena de sus hijas... Beatrice lloró, adoraba a esa niña rubia como un ángel y había estado tan contenta de que hiciera un matrimonio tan brillante con los Visconti. Su pobre Isabella...

    —¿Y crees que acepte a María en su lugar? —preguntó poco después esperanzada.

    No podían perder una unión tan brillante.

    —Claro que no lo hará tonta, ¿crees que querrá desposar a una joven tan fea como María? Pronto las enviaré a un convento, he esperado demasiado tiempo para encontrarles un esposo y ninguno se ha interesado en ellas.

    Su esposa no dijo nada, pero sus hijas que escucharon a la distancia lloraron desconsoladas. Tristes destinos habían tenido: nacer tan feas y que ningún hombre las quisiera de esposa a pesar de tener sangre Manfredi en sus venas.

    —Bueno, al menos no deberemos soportar que esos rufianes nos tomen como a nuestra pobre hermana pequeña—dijo la mayor, llamada Giuliana con un con gesto torvo.

    Una de ellas se escandalizó de oír esas palabras.

    —¿Crees que la hayan...deshonrado?

    —Por supuesto idiota, ¿para qué diablos se la llevarían sino? La habrán violado todos sus captores y tal vez la pobre esté muerta o loca de susto. ¿Os imagináis lo que habrá sufrido nuestra pobre hermana Isabella? Agradeced que no os llevaron también porque sufrir un ultraje es lo peor que puede ocurrirle a una dama de noble cuna.

    —Pobrecita.

    Todas hicieron silencio. Siempre habían envidiado con rabia y dolor la belleza de su hermana menor, hermosa y rubia, mientras que ellas eran feas y de facciones poco delicadas. Los donceles morían por Isabella, pero su padre la mantenía alejada y confinada en el castillo vechio. Y ahora veían que había sido esa belleza la causante de su ruina y se alegraban de no haber sido ellas.   

    Esa noche en el solar principal el matrimonio y sus hijas cenaron en silencio como si estuvieran de luto. Pietro Manfredi sospechaba de los Golfieri por supuesto, pero no eran sus únicos enemigos y la familia Visconti sugirió que podía tratarse de los De la Torre, enemigos acérrimos de la familia Visconti.

    Lo difícil era escoger quién de sus enemigos había cometido el bárbaro acto raptando a la joven y no era sencillo.  

    El rastro de Isabella no los llevaba a ninguna parte y no habían recibido mensaje alguno exigiendo rescate.

    Su esperanza era recuperarla viva, pero si se trataba de una cruel venganza como temía Pietro Manfredi, entonces su hija estaba perdida para siempre.  Solo les quedaba rezar y seguir esperando.

    Estaba harto de esa riña intestina, de que los Golfieri clamaran venganza.

    ¿Es que nunca terminaría esa horrible querella? Su pobre hija raptada... Frente a la Iglesia, ¿sería posible que esos malnacidos no respetaran nada?

    Ahora debía calmar a su familia y tener fe en que encontraran a su hija.

    ***********

    Isabella bebió el vino mientras cenaba sin sospechar que contenía una sustancia que la dejaría con los sentidos embotados por un buen rato.

    Era necesario para dominar su genio y así lo había planeado su raptor.

    A fin de cuentas, para eso la había raptado.

    Luego la enviaría de regreso a su casa con una carta ruin y nefasta contando lo que había hecho y estampando el sello de su familia.

    Porque era lo que se estilaba en las venganzas.

    De nada servía hacer un mal si nadie se enteraba de ello.

    —Enrico, tal vez necesites ayuda amigo—dijo su primo Giovanni.

    El joven lo miró furioso.

    —Ni te atrevas, nadie tocará a la cautiva. Es mi venganza, no la vuestra.

    —Bueno, sería mejor venganza si la compartieras con nosotros una noche—insistió el atrevido.

    Enrico lo amenazó con un puño.

    —¡Ni se te ocurra, bandolero del diablo!  Ninguno de ustedes tocará a la Manfredi, sentirá el terror y el odio en mis brazos. Y mataré al que intente tomarla después—exclamó.

    Sus primos bromearon.

    —¡Oh miren nuestro primo Enrico se ha enamorado de la brava Manfredi...!

    —O tal vez no se anime a tomarla y sea ella quien termine dándole una paliza. Cuídate la espalda prima: podría clavarte un puñal, es lo que hacen los de su familia.

    Las burlas lo enfurecieron y tras vaciar su copa se marchó, dispuesto a llevar a cabo su cometido esa misma noche.

    Debía hacerlo y demostrar que era un Golfieri maschio y le daría una lección a esa pequeña insolente Manfredi, hija de su peor enemigo.

    Al entrar en la celda encontró a la joven dormida.

    Se acercó cauteloso por si acaso intentaba defenderse...

    Dormía tan profundamente que parecía muerta. No podía ser... Se había vaciado la copa la signorina y había caído en un sopor del que no podía despertarla. ¡Vaya contratiempo!

    Su plan había salido exactamente al revés y cuando todos aguardaban afuera para felicitarle debió admitir que estaba tan dormida como una marmota y en ese estado era imposible llevar a cabo ninguna venganza. Porque quería que estuviera despierta y aterrorizada con sus caricias lascivas.

    Sus primos y amigos se miraron y rieron a carcajadas.

    —Tal vez deberías enviarla a un monasterio Enrico, seguro que allí encontrará algún cura más hombre que tú, o menos tonto.

    —¡Cállate Giacomo o juro te rebanaré el pescuezo!

    Enrico se alejó furioso sin poder soportar más las burlas de sus parientes.

    Pero no esperaría a la noche siguiente, la atraparía antes.

    **********

    Isabella se había cambiado el vestido luego de darse un baño en el tonel que le había llevado una criada.

    No tenía espejo donde mirarse, pero las criadas peinaron su cabello admirando su brillo y suavidad y lo trenzaron con mucha habilidad.

    Ella se quedó mirando el trozo de cielo que se veía desde la tronera. ¿Hasta cuando la tendrían en esa horrible celda?

    Un sonido en la puerta hizo que perdiera la calma que había logrado con ese baño refrescante.

    Era su raptor y tuvo la absurda esperanza de que hubiera cambiado de parecer.

    —Buenas tardes, donna Isabella—dijo y la visión de la joven con el cabello trenzado y la expresión serena capturó su atención un instante. Estaba hermosa... Oh, sería delicioso desarmarle esas trenzas y quitarle el vestido lentamente.

    —Usted debe liberarme signore, debe hacerlo, tengo un mal presentimiento ¿sabe? —dijo ella distrayendo su atención.

    —¿De veras?

    —Sí... Escuche, temo que su cabeza y la de sus amigos está en mis visiones... Las veo una a una, colgadas en las troneras del Castello vechio—dijo.

    Enrico sonrió.

    —Mi cabeza no estará allí, donna Manfredi—dijo y avanzó lentamente hacia ella.

    La joven adivinó sus intenciones y se estremeció.

    —Todavía está a tiempo de detenerse y evitar el horrendo acto que piensa perpetrar signore. Piense que la vida es efímera y un infiero lo espera si comete un acto de crueldad con una joven inocente que no ha hecho mal a nadie—su voz era suave y sus ojos lo miraban nerviosos.

    Estaba asustada, por primera vez comprendía que estaba a su merced y que era un hombre fuerte: sus brazos, sus piernas parecían de piedra, ella los había sentido contra su cuerpo... Y pensó que no sería tan sencillo resistirse y enfrentarle.

    Enrico no dijo palabra y de pronto la atrapó entre sus brazos y ella gritó aterrorizada y su boca no pudo escapar de ser invadida por su lengua ávida y feroz. Isabella se estremeció de terror al comprender que ese joven estaba decidido a seducirla en ese momento. Porque luego de besarla la tendió en el camastro atrapando su cuerpo con el suyo, sintiendo que estaba a su merced, cautiva bajo su cuerpo fuerte y viril.

    Pero no se rendiría tan pronto, daría pelea...

    Cuando soltó su boca la miró sosteniendo sus brazos, oh, era hermosa, fresca, tan suave...

    Una mordida en su cuello y en su brazo lo obligó a soltar a su presa, esa gata sí que sabía morder. Y la feroz doncella corrió hacia la puerta dando alaridos.

    Enrico la dejó correr, mejor sería cansarla o volvería a morderlo.

    —Venga aquí doncella, no sea tonta, no quiero lastimarla, sabe que no podrá escapar de esta celda. Es mi cautiva y me pertenece. No la traje aquí de paseo, la traje para llevar a cabo una pequeña venganza.

    Ella lo miró sin decir palabra, y cuando quiso atraparla le tiró un puntapié y volvió a correr, pero terminó en sus brazos, a su merced, una vez más.

    Pequeña y furiosa, no pudo resistir mucho más y cuando la tuvo bajo su peso supo que ya no podría dar pelea. Estaba exhausta y agitada, respirando con dificultad.

    Isabella lo miró implorante y derramó unas lágrimas, suplicándole que no le hiciera daño.

    El forcejeo y el deseo por ella lo habían dejado excitado, loco de deseo de llevar a cabo la feroz seducción. Había sencillo hacerlo, ella no podría detenerlo, no tendría fuerzas para hacerlo. Así que la besó y acarició su cabello suspirando.

    Pero no podía hacerlo. Maldición, esa gata lo había hechizado.

    No era tan cruel como todos creían, ni tan salvaje de forzar a una dama tan bella y delicada. Ella era inocente de cualquier vil acción de su familia.

    Isabella rezó en silencio con el corazón aún palpitante. Se había detenido, el demonio Golfieri la mantenía atrapada entre sus brazos, pero no le había hecho nada. Solo la miraba en silencio con expresión atormentada.

    No podía hacerlo, no era un malvado como los de su familia.

    El señor la había salvado, era un milagro. Un milagro de la virgen. No había otra explicación.

    Enrico se alejó de la joven y se sentó en el camastro dándole la espalda.

    De pronto sacó una daga y se cortó la mano despacio.

    Isabella lanzó un gemido y se alejó de su raptor. ¿Qué estaba haciendo? ¿Acaso se había vuelto loco?

    Vio como las gotas de la sangre caían en la sábana hasta formar una pequeña mancha. 

    Sus miradas se encontraron, la suya era fiera, no sentía dolor alguno, su rabia era por esa joven y la mezcla de extraños sentimientos que despertaba en su corazón.

    Y haciéndole un gesto le pidió que se acercara.

    Isabella obedeció trémula: aún tenía la daga en su mano y por un instante creyó que la lastimaría en vez de tomarla. Esos Golfieri eran muy malos y estaban locos de remate, era lo que siempre decía su padre.

    Cerró los ojos y se quedó inmóvil pensando que tal vez fuera mejor que la hiriera hasta matarla en vez de someterla a su lujuria.

    —No tema, no voy a lastimarla Manfredi. Abra los ojos—le ordenó.

    Ella obedeció y lo miró. El joven raptor sostenía la sábana y se la enseñaba.

    —Esta es la prueba de mi venganza signorina, y de que usted no podrá casarse nunca más, ¿comprende? Si me delata, la mataré a usted y al Manfredi que tenga más cerca.

    —No entiendo, ¿qué planea ahora, signore? —Isabela estaba

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