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Amor Secreto
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Libro electrónico377 páginas6 horas

Amor Secreto

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Antología compuesta por dos novelas de la autora Camila Winter, historias llenas de romance y misterio ambientadas en la Inglaterra victoriana y Escocia. El heredero MacIntoch y El enamorado secreto.

1. El heredero Macintoch

Andrew Mac Intoch, el joven heredero de un poderoso y antiguo clan escocés, ha dicho que no desea casarse todavía y que no ha nacido la mujer que pueda llevarle al altar y mucho menos domeñarle... Hasta que se encuentra unido en matrimonio por error con una bella damita inglesa llamada Harriet Wellington.... 
Ella es una joven rica y muy mimada por sus padres que soñaba con un matrimonio romántico y cuando finalmente se casa con Andrew, su enamorado escocés no imagina que todo ha sido un vil ardid para apoderarse de su herencia y que su verdadero marido está en un castillo helado de las highlands y que este la reclama con el ímpetu y la vehemencia de un loco. 
¿Quién es ese Andrew Mac Intoch y qué triste embrollo la ata a ese hombre? 
Debe escapar cuanto antes de ese castillo, ese salvaje escocés no va a tocarla...

2-EL ENAMORADO SECRETO

A fines de la era victoriana Angelet  está a punto de casarse con un pretendiente guapo y acaudalado cuando comienza a recibir misteriosas cartas de amor de un desconocido. Poesías, rosas y obsequios se hacen cada vez más frecuentes mientras la poesía conquista lentamente su corazón y también la intriga de saber quién es el autor de un amor tan apasionado... 

Pero  una dama comprometida no puede recibir esas atenciones, sus padres le han prohibido conservar las cartas pero ella sólo piensa en descubrir a su enamorado secreto sin imaginar que su mundo está a punto de tambalearse al descubrir el engaño de su prometido y el chantaje que pretende hacerle ese libertino, un acérrimo enemigo de su familia.  

El enamorado secreto, una novela de romance e intriga ambientada en Devon a fines del siglo XIX.

IdiomaEspañol
EditorialCamila Winter
Fecha de lanzamiento1 may 2016
ISBN9781533722355
Amor Secreto
Autor

Camila Winter

Autora de varias novelas del género romance paranormal y suspenso romántico ha publicado más de diez novelas teniendo gran aceptación entre el público de habla hispana, su estilo fluido, sus historias con un toque de suspenso ha cosechado muchos seguidores en España, México y Estados Unidos, siendo sus novelas más famosas El fantasma de Farnaise, Niebla en Warwick, y las de Regencia; Laberinto de Pasiones y La promesa del escocés,  La esposa cautiva y las de corte paranormal; La maldición de Willows house y el novio fantasma. Su nueva saga paranormal llamada El sendero oscuro mezcla algunas leyendas de vampiros y está disponible en tapa blanda y en ebook habiendo cosechado muy buenas críticas. Entre sus novelas más vendidas se encuentra: La esposa cautiva, La promesa del escocés, Una boda escocesa, La heredera de Rouen y El heredero MacIntoch. Puedes seguir sus noticias en su blog; camilawinternovelas.blogspot.com.es y en su página de facebook.https://www.facebook.com/Camila-Winter-240583846023283

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    Amor Secreto - Camila Winter

    El heredero MacIntoch by Camila Winter. Copyright 2015. Novela romántica victoriana. Todos los derechos reservados. Prohibida su reproducción total o parcial sin el consentimiento de su autora. Novela inédita original que no tiene semejanza con el relato de mi autoría que lleva el mismo nombre. Obra registrada en safecreative.org con el código1501163012606.

    El heredero MacIntoch

    Camila Winter

    Nota de la autora. Todos los nombres, lugares y personajes son ficticios. De la misma manera que esta novela no guarda semejanza alguna con el relato que lleva el mismo nombre de mi autoría.

    Prefacio.

    En una época en que las señoritas de buena familia y posición eran enviadas a Londres para ser exhibidas en el mercado matrimonial, una joven, llamada Harriet Wellington, sueña con el amor romántico y su mayor anhelo es casarse por amor, dejando atrás las conveniencias de su tiempo. Y ella, como tantas damas que se enfrentaban a las convenciones de entonces, luchó hasta el fin por lograr su sueño, por encontrar el verdadero amor y ser feliz para siempre. Esta es su historia. Un retrato vívido de otros tiempos. Tiempos más felices para algunos, quién sabe... Idearios victorianos, un legado que perdura hasta nuestros días.

    Un amor romántico

    Era el día más importante de su vida o debía serlo, iba a casarse con el hombre que amaba. Una boda romántica, nada planeada y consentida por sus padres, porque siendo hija única y muy amada, nunca le habían negado nada y cuando en el condado empezó la fiebre de matrimonios por amor, ellos pensaron que su hija debía tener uno a como diera lugar... Eso dijeron algunos, pero me consta que no fue exactamente así cómo ocurrieron las cosas. Mejor comenzar con el principio...

    ********

    Harriet Wellington, a sus dieciocho años, era considerada una beldad de cabellera castaña y ojos color zafiro, etérea y callada, nada más entrar en un salón llamaba la atención no solo porque fuera bonita sino por su sonrisa tímida y ese aire angelical que dejaba tontos a los hombres que posaban sus ojos en ella. Las comadres, menos generosas decían con malicia que era demasiado delgada para ser considerada hermosa y sin embargo, nunca le habían faltado admiradores para llenar su carné de baile, pero ella los desalentaba por timidez o falta de interés o ambas cosas. Soñaba con una boda por amor, con ese amor que había leído en los clásicos; Romeo y Julieta, Tristán e Iseo y tantas otras historias trágicas y románticas que la habían hecho suspirar.

    El amor estaba de moda y el condado entero estaba lleno de jóvenes casaderas que esperaban a su príncipe azul, aquel doncel que reuniera las siguientes cualidades: que fuera joven, arrebatadoramente guapo, gentil y supiera o tocar el piano, o recitar poesía... Algo que invitara a enamorarse y a perder la cabeza. Las fugas románticas, y los problemas familiares causados por esto eran algo común. Y mientras ella leía poesía, y soñaba con el amor romántico conoció a Andrew MacIntoch y el suyo fue un amor a primera vista. Para empezar era exótico. Con su cabello rubio y sus grandes ojos verdes de gato, su sonrisa, el acento escocés y la forma de mirarla... Andrew conocía algunas poesías pero su talento era hacerla reír con sus cuentos de sus tierras, era encantador, galante, tierno y en menos de lo que canta un gallo se habían prometido en secreto con un beso que la hizo volar hasta el cielo.

    Hubo otros besos que la hicieron suspirar pero Harriet no dijo nada a nadie porque así escondido, el amor era mucho más intenso, profundo y...

    Pasaron los meses y un día  él le confesó con tristeza que no podían casarse porque era pobre, había heredado unas tierras áridas y un castillo en ruinas en el norte, repleto de ratones y sirvientes que alimentar. Seis hermanos pequeños y una madre enferma... El panorama era completamente desolador.

    La pobre Harriet lloró al oír su historia, al enterarse de la gran pobreza que había sufrido toda su vida. No era una joven frívola, sus padres la habían educado con valores y siempre lloraba cuando iba al orfanato a visitar a los niños pobres, a llevarles regalos en reyes y navidad. Lloraba y se lamentaba de que esos niños tan dulces no tuvieran un hogar como ella había tenido, que dependieran tanto de la caridad y eran tan educados y agradecidos...

    Y cuando su prometido le confesó que no era digno de pedir su mano, que lo que más soñaba era casarse con ella, lloró también porque pensó que se moriría si esa boda no llegaba a realizarse. ¡Lo amaba tanto!

    Sus padres, al verla triste quisieron saber qué le pasaba, no soportaban verla tan  melancólica como alma en pena y no tardaron en conocer su secreto. Harriet se había enamorado de un joven escocés, pero él era pobre y no podía casarse con ella.

    El caballo Wellington y su esposa Sophia,  se sintieron algo incómodos con todo ese asunto. No esperaban ni deseaban que su hija se casara con un joven pobre y se fuera a vivir a un castillo helado e inhóspito de Escocia. La pobrecita sufriría un resfriado, no tenía salud para llevar a cabo esa aventura.

    Pero no podían negarse a conversar con el joven y... En realidad planeaban espantarle, pues había otro candidato mucho más adecuado llamado sir Edmund, dueño de un gran señorío, educado, protestante y con un montón de cualidades morales tan valiosas como su posición que lo hacían merecedor de la mano de su hija. Además el joven sir era amigo de la familia, y adoraba a Harriet desde hacía tiempo. Ella lo ignoraba por supuesto, no sabían si ignoraba al caballero porque no era de su agrado o lo ignoraba porque sabía que él estaba loco por ella, a una edad en que las muchachas son algo esquivas y caprichosas, era de esperar que por timidez o modestia Harriet se mantuviera apartada de ese joven pretendiente. 

    ¿Y quién era ese escocés que en poco tiempo, en unos pocos meses había robado el corazón de su hija? Sophia estaba asustada y algo incómoda. Su marido igual pero ambos resolvieron tomar ese asunto con pinzas y esperar...

    —Trae al caballero a Forest Manor hija, hablaremos con él. Deseamos saber quién es—dijo el caballero Wellington.

    Su esposa estuvo de acuerdo y Harriet se alejó llena de esperanzas.

    Andrew era un joven tan bueno, tan encantador, seguro que sus padres iban a quererle con el tiempo y tal vez podrían ayudarlos a casarse.

    La mente de la joven estaba llena de sueños, vivía en una nube, en la nube de Andrew y nadie habría podido hacerle bajar ni comprender que todo era una ilusión romántica. Para Harriet Andrew era perfecto.

    Pero su padre, un hombre de negocios que tenía una fábrica en Londres y se permitía vivir como un land lord en Devon junto a su familia, en una pintoresca propiedad llamada Forest Manor, observó al joven escocés con cierta desconfianza.

    No tenía nada contra los escoceses, al contrario, los tenía en muy alta estima por ser honestos, leales y con mucha rectitud de carácter, sin embargo ese joven... No es que desconfiara de sus maneras tan agradables, pero lo notaba muy verde para casarse. A él y a su hija por supuesto. El matrimonio era un asunto muy serio y no podía ser considerado a la ligera y tal vez sería mejor esperar un poco. Unos meses, dos años...  Harriet era la luz de sus ojos, era su princesita, su flor, y si un cretino la seducía y le hacía daño pues... No se lo perdonaría. Él no pensaba como otros más temperamentales lo mato, no, él se decía no me perdonaré si por ceder a un capricho mi hija arruina su vida.

    —¿Usted desea casarse con mi hija?

    El gesto de Andrew le recordó a un gato amarillo que había visto hacía tiempo merodeando la granja.

    —Señor Wellington, amo a su hija pero comprendo que no soy digno de pedir su mano. No tengo nada que ofrecerle y sufro por eso—dijo el joven.

    Los ojos oscuros del caballero brillaron con impaciencia. No, no era el hombre adecuado para su hija, cómo podría hacer para alejarla de ese sujeto y conseguir que ella no sufriera tanto. Bueno, es que todas las jovencitas a esa edad sufrían algún desvarío de esa naturaleza. Además, todo había sido tan secreto y... Harriet nunca había tenido secretos para sus padres, ellos la habían educado bien y...

    —Sir Wellington, quiero que sepa que esperaré a ser digno de su hija, que...

    Frases corteses, llenas de amor desinteresado y abnegado y algo que le resultó peligroso: el joven escocés dijo que tenía un castillo y que su hija podía...

    —Joven MacIntoch, por favor, ni lo mencione, mi hija es muy delicada de los pulmones—se apuró a afirmar el caballero espantado—No resistiría un solo día en sus pintorescos valles helados de Escocia. Y si desea tener la mano de mi hija deberá demostrar que es digno de ella. 

    El escocés lo miró con sus ojos de gato taimado, una mirada que decía mucho y no decía nada, porque el significado solo era conocido por él. ¿Qué era lo que sentía ese joven? ¿Rabia, inquietud, tristeza?

    Pues si sus sentimientos por su hija eran sinceros, si demostraba que además de afecto constancia, madurez, fidelidad y... Un montón de virtudes que el caballero  enumeró, si aguardaba un tiempo prudente entonces él daría su aprobación  a la boda.

    Así que el noviete escocés y su amor desesperado deberían esperar.

    Si realmente se amaban como decía su hija con tanto énfasis, pues...

    Harriet besó a su padre y le agradeció emocionada, porque había hablado bien de su novio escocés  y había autorizado que fuera a visitarla tres veces por semana. Sin embargo Andrew no quedó tan contento con la entrevista y cuando volvió a verla tuvo el descaro de meterle ideas en la cabeza. Mientras ella decía contenta mis padres te han aceptado el respondía: no aceptarán que me case contigo y lo entiendo, soy un escocés pobre y nadie me conoce aquí, no tengo nada que ofrecerte hermosa.

    No digas eso por favor, te he dado mi palabra, solo me casaré contigo cuando llegue el momento le respondió Harriet desesperada.

    Pasaron los meses y Andrew tuvo que marcharse a Escocia porque su madre estaba enferma y la joven se sintió triste y desolada. Y sus padres, contentos de que ese joven se alejara organizaron fiestas para acercar a su hija a sir Edmund. Él estuvo muy encantado con la idea y comenzó un cortejo sutil porque era un hombre prudente y esperaba tener alguna señal para declararle su amor ardiente y pedir su mano. Amaba a Harriet desde hacía tiempo pero no estaba seguro de ser correspondido, deseaba tanto que así fuera pero...

    En ese condado todos se conocían. Las familias se reunían en primavera y verano en tertulias, y la conversación, las charlas frente al fuego tenían un encanto sin igual.

    Andrew comenzó a sentir celos de sir Edmund, a temer que ese joven rico, tan inglés le robara a su novia. No importaba que ella le asegurara que era solo un viejo amigo de su familia, él sí veía las miradas de adoración: intensas y contenidas en el caballero cada vez que se encontraba con Harriet. ¡Vaya! Era lo único que demostraba que ese hombre era un sentimental, solía ser tan frío, hablando de política, historia, literatura. Un hombre muy culto sí, inteligente, educado, distinguido y hasta guapo y muy rico, sobre todo eso... Y Andrew al verle no podía evitar sentir unos celos feroces y desmedidos y en un arrebato de pasión, cuando la besaba a escondidas en los jardines llegó a decirle a su novia que moriría si la hacía pronto su esposa, si la perdía por culpa de ese sir.

    Harriet se asustó y emociono a la vez al sentir esos besos tan apasionados, nunca antes la habían besado así. Y de pronto sonrió  divertía al notar los celos de su prometido, no porque fuera coqueta sino porque veía en esos celos una prueba contundente de amor ardiente. Andrew la amaba tanto que no soportaba el solo pensamiento de que un día pudiera perderla y por eso sus celos eran un regalo.

    Y ahora, casi un año después había llegado el tan ansiado día. El día de su boda y sonrió feliz al mirarse frente al espejo. El vestido blanco, las flores de azahar, el cabello castaño apenas levantado con cintas blancas para lucir mejor sus bucles... Oh, milagro, casi me veo hermosa y nunca he sido más que bonita, debe ser el amor... Se dijo.

    Su madre estaba allí viendo a su pequeñita vestida de novia y lloró, lloró y se sintió mal por hacerlo pero era su única hija y la adoraba y pensaba que esa boda...

    El corazón de una madre es sabio y sabía que la emoción que sentía en su corazón no era solo por verla vestida de novia, tenía una extraña corazonada y esperaba equivocarse, solo eso... Sophia habría preferido a sir Edmund, porque era un caballero con todas las letras, y sabía que veneraba a su hija desde  hacía tiempo, y que al enterarse de la boda se alejó, hizo un viaje al extranjero como si no quisiera estar presente ese día.

    La voz de su hija la hizo regresar al presente y al ver su rostro enfurruñado en el espejo, esa hermosa carita ovalada tan dulce se dijo deja de verla como una niña, va a casarse, tendrá hijos y solo le pido a Dios que ese joven la haga feliz.

    Harriet, al notar que su madre lloraba se enfadó.

    —No llores mamá por favor, es el día más importante de mi vida—protestó.

    Pero su madre no dejaba de llorar y no sabía qué le pasaba y ella, consternada corrió a abrazarla, a besarla para que se pusiera bien.

    La dama solo se calmó cuando sintió unos golpes en la puerta y entonces, volviendo al presente ayudó a su hija con la toca y el vestido. Un vestido sencillo porque Harriet era muy austera en sus ropas y a pesar de que era su boda, no quería lujos ni tonterías como había visto en sus primas. Porque sabía que mientras unos tiraban muchos no tenían qué comer.

    Su padre apareció ante la puerta y al ver a su esposa con los ojos hinchados se acercó y la abrazó. Treinta años de matrimonio, de ser amantes, amigos y tan unidos y al abrazarla sintió su pena y se sintió mal. No lloró porque nunca lloraba pero... Bueno, él tampoco estaba feliz con esa boda.

    Harriet los miró a ambos con expresión ceñuda. Adoraba a sus padres pero que lloraran el día de su boda como si fuera rumbo a la tumba y no al altar: era demasiado.

    —Por favor, dejen de llorar, no me voy a morir, solo me casaré—dijo y en sus ojos azules había tanta luz. 

    Era feliz y eso era lo más importante. Se había casado con un joven pobre y eso era muy encomiable, los matrimonios concertados por interés y dinero eran una infamia, solo que ese joven...

    Sir Wellington había investigado sobre la familia de su yerno y averiguó que no eran pobres, tenían propiedades en el norte, en esa tierra mítica de niebla y leyendas. Una familia dedicada al campo, honorable, sin manchas, en realidad le hablaron muy bien de la legendaria familia MacIntoch así que no había de qué inquietarse. Y parecía un buen muchacho sí, respetuoso y muy atento con Harriet pero... Su padre tampoco estaba convencido con el asunto pero su hija quería casarse con él y nunca habían sido capaces de negarle nada. El señor Wellington tomó la mano de su hija y la escoltó hasta el carruaje. Un templo protestante aguardaba para convertirla en esposa de Andrew MacIntoch.

    Su esposa un poco más atrás vio salir a su hija vestida de novia y se dijo que debía sonreír. Harriet no debía verla llorar además no tendría que vivir en Escocia como habían temido, su esposo había convencido a Andrew de que aceptara mudarse a una residencia propiedad de la familia Wellington y él aceptó, pero se negó a mencionar nada de la dote demostrando que a pesar de que sabía que se casaba con una rica  heredera no estaba dispuesto a apropiarse de nada de lo que fuera de ella. Dijo que trabajaría él en el campo pues no podía pasarse ocioso el día entero y quería ser digno de su hija. 

    Bonitas palabras pero su futuro suegro insistió en que se redactara un acuerdo pues no quería que su hija se viera en la miseria si su marido no sabía administrar sus propiedades y se le ocurría largarse. El joven lo firmó sin vacilar, ni siquiera leyó lo que firmaba y estampó su firma algo infantil al final y el señor Wellington se preguntó si ese joven sabría leer y escribir, o tal vez era algo tonto y confiado.

    Mejor así. Mejor tonto que oportunista pero...

    Apartó esos pensamientos, estaban por llegar a la parroquia y su hija era tan feliz. Rezaba para que lo fuera, para que todo saliera bien pero tenía una corazonada, un mal presentimiento y sabía que su esposa también. Sophia no dejaba de mirar a su hija y mirarlo a  él sin decir palabra y sospechaba que era mucho más que la emoción de ver a su pequeña casándose ese día, sabía que había algo más y solo rezaba para que esos temores no se confirmaran.

    *********

    Cuando la novia entró en el templo todos la miraron, sus parientes y amigos, y algún antiguo pretendiente, todos miraban a la bella damisela sin perder detalle de su vestido, sus gestos. Se veía feliz, y durante la boda lloró de emoción. Solo tenía ojos para su novio escocés, un hombre pobre y sin fortuna decían, pero un muchacho tan encantador, tan guapo... Algunos lo miraban con envidia disgustados de haber perdido a la heredera más bonita del condado, y no hubo quien comentara matrimonio romántico, veremos cuánto dura, y algunas jovencitas suspiraban y elogiaban a Harriet, porque siendo rica y muy bonita pudo escoger al pretendiente más rico de acuerdo a su dote,  y sin embargo lo había elegido a él: a su enamorado escocés que era pobre porque lo amaba, lo amaba tanto que seguramente no habría podido casarse con nadie más. Solo esas jóvenes que soñaban con el amor, que leían novelas muy románticas, podían llegar a entender a Harriet.

    Cuando Andrew MacIntoch le quitó el velo tras la frase puedes besar a la novia él la tomó entre sus brazos y le dio un beso suave, tímido, porque su suegro lo miraba sin ocultar su disgusto, estaba seguro de eso.

    La fiesta, el baile, la alegría, sabía que siempre recordaría ese día y en un momento lloró de emoción al estar entre sus brazos mientras abandonaban la fiesta rumbo a la mansión de Brent, su nuevo hogar. Todo era como un sueño, un sueño que se hacía realidad. Nunca volvería a amar a otro hombre, y vivirían felices por siempre como ocurría siempre en las novelas románticas.

    Al llegar a la mansión un ejército de sirvientes luciendo librea los recibió. El banquete de bodas estaba pronto y también la habitación nupcial. Ambos estaban cansados después de tan largo viaje, así que solo probaron la cena, el vino, charlaron sobre la boda y luego él la llevó en brazos a la habitación. Nada podía salir mal, él era tan dulce, tan caballero...

    Pero cuando quiso desnudarla, cuando peleó con el montón de diminutos botones de su traje ella se asustó.

    —Andrew, espera no... No quiero desnudarme. Está la luz prendida—dijo la novia escandalizada.

    Él se rió entonces, y sus ojos verdes brillaron con picardía, le gustaba mucho esa inglesita pero...

    —Harriet, no debes sentir vergüenza de tu cuerpo, todos nacimos desnudos y los animales por ejemplo...

    Ella lo escuchó, escuchó cada palabra de su pequeño discurso pero se negó a desnudarse con la luz prendida.

    Vencido, el novio apagó la lámpara de aceite y se hizo la oscuridad...Pero la asustada novia chilló al verse a oscuras y le rogó que encendiera la luz.

    Andrew se habría sentido molesto era su noche de bodas pero estaba cansado, habían viajado durante horas en ese carruaje por la carretera y caminos fangosos y al sentir esa cama tibia y confortable suspiró... Hacía tanto que no dormía en una cama así que no le importó gran cosa que su noche de bodas se hubiera arruinado. Habría otras, tal vea su novia fuera algo inocente y... Necesitaba tiempo y luego, luego hablarían, pues sospechaba que estaba asustada porque nadie había hablado con ella.

    Harriet despertó aturdida. Se sentía triste, su boda no era lo que había soñado. Andrew se había alejado y el otro día, luego de recibir una carta había ido a Londres sin ella, con una pequeña maleta. Recién casados y la dejaba así, sola en esa inmensa mansión.

    A media mañana salió a dar un paseo aprovechando el día tan hermoso, sin nubes. Se sentía algo perdida sin su marido pero algo inquieta por los últimos acontecimientos.  El matrimonio no era ese cuento de hadas que le habían contado y debía aceptarlo, tal vez con el tiempo las cosas mejoraran y...

    Al regresar y ver la casa tan vacía se angustió, nunca había vivido sola y los sirvientes no eran compañía, ellos solo aparecían algunas veces. Diablos, rezaba para que Andrew regresara pronto, los días se le harían eternos sin él.

    Unos días después mientras desayunaba sola en su habitación, su doncella le entregó una misteriosa carta. Harriet, perdóname pero debo viajar a Escocia ahora, sin demora, mi madre está muy enferma y regresaré en unos días. Te amo, Andrew

    ¡Qué extraño! No podía creerlo, nunca mencionó que fuera a Escocia sin embargo ese día habían recibido la visita de sus padres y también la de un viejo amigo de Andrew, un joven muy educado y agradable llamado Robert Neil. Ambos se habían alejado ese día, pues Andrew quiso enseñarle la propiedad a caballo y al día siguiente su esposo dijo que debería marcharse a Londres cuanto antes y no podía llevarla. Un pariente suyo le había escrito esa mañana diciéndole que necesitaba hablar con él por un legado de...

    Ella ignoraba que su marido tuviera parientes en Londres o que fuera a recibir una herencia, su herencia estaba en Escocia, en un castillo ruinoso llamado MacIntoch. Y ese joven Sam Neil que dijo ser escocés, jamás había sido mencionado por su marido ¿y ahora le escribía disculpándose porque su madre estaba enferma y debía partir rumbo a Escocia?

    Era extraño, pero... Entonces pensó que no debía ser egoísta, su suegra estaba enferma, tal vez fuera grave y...

    Pasaron los días y al no tener noticias de su esposo decidió abandonar Brent y regresar a casa de sus padres. No soportaba quedarse sola en la mansión, a veces oía ruidos extrañas en la noche y le costaba conciliar el sueño. A pesar de que siempre recibía alguna visita, de sus amigas Meg y Doris, o su prima Rose, sus padres, cuando caía la noche sentía miedo. Era una tontería por supuesto pero... La espera se le hacía eterna y temía que su marido tardara un poco en regresar y...

    Sus padres al verla llegar con dos maletas se asustaron. ¿Qué había pasado? ¿Acaso Andrew todavía no había regresado?

    No, no lo había hecho y ella no soportaba quedarse sola ni un día más en Brent.

    —Harriet, ¿pero y si tu marido regresa hija, si él regresa y no te encuentra?—dijo Sophia consternada por toda la situación.

    —Mamá, puede tardar semanas en regresar, si su madre muere o... Tal vez deba quedarse y... De todas formas avisé a los criados que regresaría a Forest con mis padres y...

    —Pues hiciste muy bien, no creo que sea prudente que te quedaras en Brent sola hija—intervino su padre.

    Harriet regresó a su antiguo cuarto y los días siguientes tuvo la sensación de que nunca se había casado, que volvía a ser la alegre joven de antes desairando pretendientes y jugando al escondite con sus amigas. Era extraño, porque en realidad estaba casada pero con su marido en Escocia y sin tener noticias suyas...

    Henry Wellington fue el primero en sospechar de esa misteriosa huida de su yerno a Escocia, no era muy normal que un hombre recién casado abandonara a su esposa para acudir a Londres y luego le enviara una carta que debía partir a su país cuanto antes. El viaje a Londres a cobrar una herencia era de lo más extraño porque si mal no recordaba, Andrew MacIntoch era pobre, y no tenía parientes en Londres. Se había alojado en casa de una tía en el condado una dama muy agradable, algo joven para ser su tía en realidad. La única parienta que estuvo en su boda. Comenzó a atar cabos, a hacer preguntas... Y no dudó en decirle a su hija que debía visitar a la tía de su esposo, tal vez ella tuviera alguna novedad.

    Harriet respondió distraída que tal vez... No se veía muy angustiada por la ausencia de su marido, al menos no lo demostraba.

    Sin embargo días después cuando se cumplía casi un mes del viaje de Andrew a Londres Harriet fue con su padre a visitar a la tía de su marido, puede que a lo mejor, ella supiera algo...

    —Papá es esa la casa, Andrew me trajo una vez...

    Una casita sencilla en el pueblo de Main, con un pequeño jardín, pocas ventanas y... Una casa pobre en realidad, le faltaba pintura y...

    Harriet descendió del carruaje y se dirigió sonriente a la entrada. Tía Elizabeth era una mujer muy agradable y tuvo la esperanza de que ella supiera algo y...

    Ella intentaba disimular su angustia, y también evitaba pensar cosas que no le hacían ningún bien como la posibilidad de que Andrew estuviera enfermo, su madre hubiera muerto. Apartaba esos pensamientos tristes, pero estaba preocupada, aunque no lo pareciera, estaba más que preocupada angustiada pues qué pasaría con ella si Andrew había decidido abandonarla, si encontró a una joven en Escocia de la cual se enamoró y...

    Cuando la puerta se abrió Harriet retrocedió espantada. Esa no era la tía Beth...

    —Buenos días... Disculpen...—dijo una mujer de edad avanzada mirándoles con fijeza. No parecía muy amigable: sus ojos oscuros parecían malignos, el vestido gris, parecía una de esas solteronas envaradas del templo mirando a todos con los labios fruncidos, criticando por doquier...

    El caballero Wellington le explicó en pocas palabras la razón de su presencia allí, buscaban a la señorita Elizabeth McIntoch, tía del marido de su hija Andrew MacIntoch. ¿Se encontraba ella en casa? ¿Tendría la dama la gentileza de avisarle por favor?

    —¿Elizabeth qué...? Disculpe caballero creo que está equivocado, aquí no vive ninguna dama con ese nombre ni... En realidad acabo de llegar de Suffolk, esta casa la alquilé a una joven unos meses...

    La descripción de la joven coincidía con la de la tía Beth pero el nombre no... No se llamaba Elizabeth MacIntoch sino Elaine Travis y se había marchado hacía semanas a visitar a sus parientes en Escocia, sí, eso había dicho...

    Cuando Harriet se sentó en el carruaje no hablaba, aturdida por lo que su mente se negaba a aceptar fue su padre quién habló.

    —Hija, temo que tu esposo mintió y creo que lo más prudente es hacer más averiguaciones y...

    Henry Wellington estaba tan disgustado como su hija, pero con la cabeza más fría sabía qué haría a continuación.

    —¿Y por qué haría eso, padre? ¿Por qué mentirme? ¿Tú crees que no se fue a Escocia y que en realidad me ha abandonado porque descubrió que ya no me ama?

    La mente de la joven novia era un torbellino.

    —Hija, eso no es verdad, ningún hombre deja de amar a su esposa así, de un día para otro. Pero temo que no fue un viaje lo que hizo, se fugó, huyó porque algo lo obligó a alejarse y no creas ni por un momento que tú eres la culpable de eso.

    ¿Abandonada? ¿Andrew la había abandonado? ¡No podía ser! ¿Por qué lo haría?

    Sus ojos se llenaron de lágrimas al comprender la verdad. Bueno, tal vez sí había sido su culpa.

    —No temas querida, llegaré al fondo de este misterio. Juro que lo haré y mientras, te ruego que hagas algo: no te encierres a llorar en tu habitación porque eso solo agotará tus nervios sin ningún resultado positivo. Si tu marido sufrió un percance en el extranjero, si huyó luego de recibir una visita misteriosa y te

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