Tú me enseñaste a amar
Por Claudia Velasco
4.5/5
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Isabel Hermoso de Mendoza, duquesa de Estella, dulce e inocente, pero también inteligente y hábil con la daga y el arco, necesitaba ayuda. Un favor a un gran amigo pone a Brian en la tesitura de tener que llevarla de vuelta a España desde Inglaterra, donde estaba refugiada.
Los dos se embarcarían en un viaje lleno de sorpresas, pero ¿podrían ambos darse una oportunidad y renunciar a todo por un amor extranjero?
Otros libros de esta autora: Me miraré siempre en tus ojos, Spanish Lady y Alrededor de tu piel.
"Historia 100% recomendable. Cautiva de principio a fin. Mi más sincera enhorabuena a Claudia, ha vuelto a cautivarme con una historia más de las muchas que tiene. Una historia romántica donde como el propio título indica 'Tú me enseñaste a amar'."
Tentempié literario
"El libro es entretenido y está muy bien narrado por la escritora, encuentro que al transcurrir en diferentes lugares (Madrid, Cádiz, Sevilla, Londres o Irlanda) la historia da a más. Los personajes deben ir adaptándose y el que no hablen bien los idiomas del uno u otro nos da divertidas situaciones. Un libro que comienzas y acabas devorándolo sin darte cuenta. La historia entretenida y con mucha acción, encontramos intriga y es un libro romántico en su mayoría.".
Lectura adictiva
"El ritmo es rápido. Seguro que los amantes de la Regencia estarán más que encantados de leer este relato, que mezcla hombres rudos, mujeres dulces y adorables."
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Tú me enseñaste a amar - Claudia Velasco
Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
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© 2014 Claudia Velasco
© 2014 Harlequin Ibérica, S.A.
Tú me enseñaste a amar, n.º 34 - junio 2014
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, HQÑ y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de mujer utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados. Imagen de paisaje utilizada con permiso de Dreamstime.com
I.S.B.N.: 978-84-687-4535-0
Editor responsable: Luis Pugni
Conversión ebook: MT Color & Diseño
Prólogo
Heredero directo del Alto Rey de Irlanda, Brian Boru, Brian Dumboyne, llevaba en la sangre la guerra y un espíritu de rebeldía inflexible que lo había convertido desde niño en un luchador excepcional. Hijo de un terrateniente rico y poderoso, Brian nació el año 1532 en una familia de señores, guerreros y comerciantes que vieron en su nacimiento una esperanza de futuro. Fue el primer varón tras cuatro hembras y su padre lloró de felicidad al comprobar su sexo. Una condición que le otorgó muchísimos privilegios desde su más tierna infancia.
Brian Dumboyne creció feliz y libremente, oyendo historias sobre los antiguos señores de Irlanda: fuertes, aguerridos y valientes caballeros que habían convertido la isla Esmeralda en el mejor lugar del mundo para vivir. Una certeza de la que él jamás dudó, más aún, después de visitar Francia, los Países Bajos, España o Inglaterra de la mano de su padre, que se había convertido con los años en un respetado comerciante de sedas, hilos y paño irlandés, reclamado por las damas y las cortes de media Europa.
Se educó como un erudito. A los catorce años conocía más tierras que la mayoría de sus iguales y era despierto, ágil de mente, un espléndido negociante y un chiquillo trabajador y responsable, al que su padre confiaba las decisiones de su negocio y del cual escuchaba sus ideas y proyectos. Él era feliz trabajando, le gustaba el dinero más que la espada, aunque sabía usar cualquier arma con destreza, y su envergadura física le facilitaba imponerse ante cualquier adversario sin mayor esfuerzo, además, era simpático, abierto, listo como el demonio, decía su madre, y el más seductor de los caballeros.
A los dieciséis años Brian Dumboyne había roto ya corazones y virtudes sin demasiado esfuerzo y a los dieciocho se casó, como mandaba la tradición de su familia, con una de sus primas, la jovencísima Keira, de apenas dieciséis años, con la que pretendía tener una vida larga, apacible y llena de hijos. Una intención muy loable que sin embargo se vio rota con la prematura muerte de la joven al dar a luz a su primogénito, hecho que sumiría al joven viudo en un ostracismo del que tardaría años en salir.
De este modo, diez años después de la muerte de su esposa, Brian seguía volcando su energía en su hijo Kevin, en sus negocios y su gente, dejando de lado la idea de casarse nuevamente o de formar esa gran familia de la que todo el mundo le hablaba, dolido como estaba aún por la injusta pérdida de Keira, a la que no había llegado a amar como correspondía a un buen esposo, pero a la que había respetado y cuidado con todo su corazón.
—Padre, la abuela dice que esta vez me traerás una madre.
—¿Cómo?
—Una madre. La abuela dice que ya es hora de que traigas una madre para mí.
—¡Bendito sea Dios! —exclamó Brian Dumboyne sin mirar a su hijo de diez años, suspiró y siguió cargando los fardos de paño en el barco.
—¿Es verdad o no?
—No, Kevin, no es verdad. ¿Para qué quieres una madre? Tu madre está en el cielo y eso es más que suficiente.
—Bien.
—Bien —repitió y se giró para clavarle los ojos claros—. ¿Por qué no ayudas a tu tío Seamus a subir aquellas cajas? Queremos zarpar antes del amanecer.
—Sí, padre.
Kevin saltó al pantalán y buscó a su tío favorito que en ese momento organizaba el cargamento de sedas y encajes, y se entretuvo en ayudarlo. Brian lo miró durante un rato y luego se concentró en su trabajo, el chiquillo se estaba haciendo un hombre, era fuerte, listo y ya no necesitaba de una madre, decidió, aunque quizás él sí necesitara ya de una mujer.
Capítulo 1
Entró en Londres decidido a cobrar la deuda pendiente con Harold Boyle, el comerciante de la avenida Strand, que hacía meses se escabullía con los pagos. Era un tipo complicado ese Boyle y su paciencia ya no le daba para mucho más, así que enfiló la calle a buen paso hasta que una mano lo detuvo. Brian sujetó aquel brazo con fuerza y buscó los ojos de su dueño con el ceño fruncido, aunque sonrió inmediatamente al comprobar que se trataba de su amigo Albert Fitzgerald.
—Albert, maldito seas, ¿quieres que te maten?
—Lo siento, Dumboyne, ¿qué haces por aquí?
—Trabajo, ¿y tú?
—Algo así, te invito a una cerveza, tu trabajo seguro que puede esperar y tu milagrosa aparición me viene como anillo al dedo. ¡Venga, concédeme diez minutos!
—¿En qué andas metido? —Brian se desplomó en la banqueta de madera de la taberna y estiró las largas piernas mirando a Albert, que estaba muy serio—. ¿Qué ocurre?, ¿va todo bien?
—Es por un asunto familiar, en realidad un asunto que atañe más a mi mujer que a mí, Brian, pero estoy metido hasta el cuello…
—¿Necesitas dinero?
—No. ¿Cuándo te vas de Londres?
—Mañana.
—¿Y adónde vas?
—Amberes.
—¿España?
—Dentro de unas semanas, ¿por qué?, dime de una maldita vez qué ocurre.
—Una prima española de mi mujer está encerrada aquí, en Londres. Su tutor la ha traído para comprometerla con el mejor postor, ya sabes, la chica tiene diecisiete años y varios títulos a su espalda, tierras, dinero… en fin, el tutor no puede desposarla porque es un religioso, pero pretende negociar con su virtud y sus posesiones… —suspiró—. La chica me ha pagado una fortuna por liberarla y ayudarla a regresar a España.
—¿Qué dices? —soltó una carcajada grave y sincera—. Solo tú eres capaz de meterte en algo semejante, Albert.
—El tipo ese se hizo con su tutela de forma ilegal, Isabel solo quiere regresar a Madrid y poner una denuncia ante el rey, desenmascarar al individuo y emanciparse, es lo justo.
—Y paga bien, claro.
—Eso no tiene nada que ver, Brian, no podemos dejarla sola. Mi esposa me ha presionado hasta lo indecible y creo que podré sacarla esta noche de la legación española, solo me faltaba el transporte para mandarla a España y milagrosamente apareces tú, bribón. Me has caído del cielo.
—¿Legación española?, ¿está en la embajada?
—Sí.
—Te meterás en un lío.
—¿Puedes llevarla contigo? Por favor, por los viejos tiempos.
—Albert… —Brian Dumboyne miró largamente a su amigo inglés, al que conocía desde hacía más de una década. El padre de Albert había nacido en Irlanda y había hecho un estupendo matrimonio con una dama inglesa que se lo había llevado a vivir en Inglaterra como un señorito. Su primogénito, Albert, había estudiado con él en Oxford un curso entero de leyes y se habían hecho muy amigos, se veían poco, pero lo apreciaba—. ¿Quieres que suba a una fugitiva en uno de mis barcos?
—No es una fugitiva, ese hombre la raptó, ha intentado abusar de ella, la quiere casar con quién