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Una joven sufre visiones inquietantes días antes de su boda con el heredero Hilton, algo le advierte que no debe casarse... 
Fantasmas del pasado, pesadillas o locura hereditaria? Los doctores, eminencias en trastornos mentales creen que padece una tara, pero la joven asegura que sufre pesadillas. O acaso sufre un encantamiento? Por qué no deja de ver en sueños a ese misterioso hombre de ojos amarillos envolviéndola entre sus brazos mientras ella disfruta su seducción? 

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 sept 2015
ISBN9781516362363
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    Embrujo - Katherine E.Green

    CAPÍTULO PRIMERO

    Fantasmas del pasado

    EN LA HABITACIÓN DE la mansión de Farland la joven novia:  Rosalie Ashfield, se miró en el gran espejo oval con marco dorado, con una expresión de descontento. El vestido blanco, inmaculado, la cubría por entero y había sido diseñado por una modista londinense muy famosa por imitar la moda parisina, la toca era una corona de perlas y rubíes había pertenecido a la familia de su prometido por centurias al igual que el anillo de compromiso que llevaba en su dedo.

    No le agradó la imagen que le devolvía el espejo, no le gustaba ese vestido que su madre había escogido, ni el peinado, y hubiera deseado quitárselo, pero era el día de su boda, no podía hacer tal cosa.

    —Está hermosa, lady Rosalie— aseguraba su doncella que había estado horas peinándola.

    —Oh, no, estoy horrible, este peinado no me sienta, ni el vestido. Creo que está estrangulándome —se quejó la novia. –Por favor, intenta otro peinado, mi cabello no se ve, y este moño parece el de una tía solterona.

    La criada obedeció y la miró con sus grandes ojos oscuros. ¿Qué le ocurría a Miss Rosalie? Era el día de su boda, tenía un vestido soñado y se veía resplandeciente. ¿Qué la preocupaba y por qué se había quejado tanto mientras la peinaba? Estaría nerviosa. Era normal por supuesto, aunque no la recordaba tan quisquillosa. Miss Rosalie era suave y silenciosa, jamás levantaba la voz y se dejaba aconsejar por amigas y parientes sobre cuál vestido debía ponerse.  Aunque su madre, la imponente lady Jane Ashfield tenía la última palabra.

    Cuando su cabello largo y espeso, del color del oro quedó en libertad la joven pareció sentirse mejor. La fiel doncella le colocó el tul y la toca de perlas; luego de cepillarlo varias veces hasta dejarlo resplandeciente.

    —Bueno, así está mejor. Oh, Annie, estoy tan nerviosa—le confesó.

    Y la doncella, que no era ninguna tonta comprendió el motivo. Iba a irse muy lejos, a vivir en un Señorío y extrañaría su hogar. Pero había algo más y era que no sabía nada de esos asuntos, de eso estaba segura. Pues su madre la había educado muy severamente.

    Pero Rosalie era demasiado tímida y recatada para hacer preguntas indiscretas, y aunque Annie la consoló diciéndole que todas las novias estaban nerviosas el día de su boda, la llegada de la imponente Lady Jane madre de la novia puso fin a las quejas de esta.

    Altiva y soberbia, espléndida con su vestido color malva y un sombrero de ala ancha haciendo juego, gruesa y de cara ancha sus ojos cafés se clavaron en Annie de forma acusadora.

    —Rosalie, ese peinado no es apropiado —señaló. —Además estáis tardando demasiado.

    —No quiero llevar moño, mi cabeza se ve muy pequeña con él –se quejó la novia.

    —Querida, no es decente demorar tanto, ya llevamos retrasadas un montón. Déjate de tonterías, debéis llevar un moño para que la tiara se luzca como debe ser. Os casaréis con el hijo de un conde, no con un tendero por favor. Annie, por favor, hacedle de nuevo el peinado.

    La doncella obedeció con presteza, pero Rosalie se resistió y enfrentando a ambas mujeres palideció y sus pupilas parecían estar dilatada.

    —Rosalie, ¿qué os pasa?  Annie por favor, traedme agua y sales.

    Esa voz la llamaba y la horrenda pesadilla del bosque cobraba vida en su habitación. Allí estaba ese demonio de ojos amarillos hipnotizándola.

    —Hija ¿qué os ocurre? —la voz de su madre no logró apartarla de ese estado, se sintió débil y enferma.

    La hermosa novia se desvaneció lentamente y cayó con peso muerto sobre el piso.

    Su madre lanzó un grito de horror y corrió a su lado temiendo que estuviera muerta, pero solo se había desmayado. 

    —Anne por favor, ayudadme a dejarla en la cama. Se ha desmayado. —La mente de lady Jane iba muy a prisa. —Traedme perfume, el que está en la mesita... Oh, mejor ve a buscar al criado y decidle que llame al Ephraim Evans. A prisa jovencita, más aprisa.

    La joven doncella se movía de un lado a otro como un ratón asustado cumpliendo varias órdenes al mismo tiempo pensando que todo era muy raro. Hubiera jurado que la Señorita Rosalie había dicho algo antes de desmayarse. Últimamente había estado inquieta, nerviosa, no parecía la misma.

    Ahora la vio tan pálida que se asustó. Cerró la puerta y corrió en busca de James, el mayordomo. Sorprendido este obedeció y momentos después abandonaba la mansión junto al cochero para presentarse en la casa del doctor Ephraim Evans.

    Pero este no estaba (como era de esperar) y debió continuar el viaje varias millas más, hasta la casa la villa de una dama que padecía un constipado y el doctor la estaba atendiendo. Rezaba para que estuviera allí como le había dicho su sirvienta.

    El formal James se desajustó la capa que parecía querer estrangularle mientras se quitaba el sombrero. Ese día todo parecía de cabeza, aunque él sinceramente no comprendía por qué tanto alboroto por que una novia se había desmayado el día de su boda. 

    Mientras, en la residencia campestre de la familia Asfhield la novia continuaba sumida en un sueño profundo del que no podían despertarla. La boda debía postergarse. ¿Cuánto tiempo? Lady Jane contempló nerviosa el reloj del comedor, no hacía más que ir de un lado a otro sin sosiego a causa de su hija. Aquello no podía estar ocurriendo, todo era como una pesadilla.

    —Señora, ¿quiere que vaya a avisar a la Iglesia? —la voz del ama de llaves la volvió a la realidad. No podía pasarse el resto del día lamentándose (aunque no deseaba otra cosa) sino que debía resolver otros detalles tortuosos. El novio, la familia, el banquete... Oh, ¿es que no podría librarse de todo como una carta mal escrita que debía corregir haciéndola mil pedazos?

    Pero el terror continuaba, el Doctor estaba demorando demasiado y nadie era capaz de despertar a Rosalie mientras que el reloj implacable marcaba los minutos y los tres cuartos de hora de la pesadilla.

    —Bueno sí. Dígale a mi marido que vaya y que explique lo ocurrido. Hay que atrasar la boda hasta que el Ephraim Evans llegue y logre despertar a mi hija.

    El ama de llaves se alejó y lady Jane regresó a la habitación de su hija.

    En la iglesia del condado reinaba el desconcierto. Los puntuales invitados hablaban al unísono sobre la tardanza de la boda y el desdichado novio, ahora centro de atención no hacía más que mirar nervioso hacia la puerta de la iglesia esperando la llegada de la bella novia, quien ahora parecía más un fantasma, una fantasía lejana que un ser real de carne y hueso. ¿Así se sentirían todos los novios cuya futura esposa había demorado más de dos horas en aparecer? Al comienzo distrajo sus nervios conversando con los padrinos y familiares, pero ahora, ahora estaba tan desconcertado que comenzó a temer lo peor. Un accidente en el carruaje, un malestar repentino de Rosalie. Y la temible posibilidad de que hubiera cambiado de idea y simplemente quisiera dejarle plantado en el altar. Vaya escándalo. Todos le miraban. Empezó a preocuparse seriamente y a sentirse como un tonto, todo eso antes de que llegara su futuro suegro y le dijera lo ocurrido.

    Apenas pudo articular palabras y de inmediato abandonó la Iglesia para ir a ver a su prometida.

    —Anthony, no podéis iros así, ¿acaso le ocurrió algo a Rosalie? Los invitados, alguien debe explicarles...—su madre tan práctica le miraba disgustada. La demora de la novia también había atacado sus nervios pero que su hijo huyera sin decir palabra era el colmo.

    ESTE SE VOLVIÓ: —MADRE, Rosalie está enferma, debo ir a verla.

    —¡Oh, qué calamidad! —Lady Hilton se sintió incapaz de decir otra cosa, aunque luego reaccionó y pensó que todo encajaba, pues esa joven era demasiado delgada y etérea, jamás decía lo que pensaba y tenía una madre severa y dominante. De pronto se sintió incapaz de hacer algo por su cuenta como ir a la iglesia y cumplir una promesa de matrimonio. Ahora sería ella quien debía hablar al púlpito y hablar lo ocurrido. Pero estaba acostumbrada a hacerse oír y respetar, y aunque sus palabras despertaron muchos Oh, qué tragedia, pobre Srta. Ashfield, Oh... y demás, la imponente dama en ningún momento bajó la mirada y se retiró más tarde de la iglesia con mucha dignidad.

    A la mansión de la familia Ashfield comenzaron a llegar parientes, amigos y vecinos y muy pronto fueron un grupo tan numeroso que los criados decidieron servir parte del banquete pues el barón aborrecía desperdiciar semejante bufete, además era una buena manera de mantenerles contentos y ocupados. El mismo ofició de anfitrión y pensó que a pesar de no haber boda habría al menos una pequeña fiesta en su casa. En realidad, poco y nada le importaba que no hubiera boda, él tenía su propia opinión sobre lo ocurrido. El Ephraim Evans estaba examinando a su hija, pero él estaba seguro que estaba perfectamente. Los nervios de la boda, de esa boda planeada por su esposa que se había encaprichado en casar a su hija con ese hijo de un importante conde de New Forest sin tener en cuenta demasiado su propia opinión.

    Y aunque ahora lo negara, era más que evidente que Rosalie estaba asustada.

    El novio se alejó del grupo y caminó hacia la biblioteca donde aceptó una copa de jerez, estaba nervioso y esperaba la opinión del médico rural. Era un sujeto alto y fornido, con anteojos cilíndricos y manos fuertes, que vestía siempre un traje gris con un maletín negro deformado por el uso. La mirada que dirigió a los presentes era fría e impersonal, casi como si no los viera.

    Una vez en su habitación examinó el pulso y las pupilas de la joven, la lengua y la garganta. No había señal alguna de alarma, excepto el extraño desmayo... Pero eso debía ser normal entre esa gente fina y acomodada, aunque él no era hombre de dejarse impresionar por los lujos y caprichos.  Lo que sí empezaba a alterarle era la locuacidad de lady Ashfield, que le atacaba con preguntas y no le dejaba en paz hablando sin parar. El no la escuchaba demasiado, pero le molestaba ese murmullo incesante que decidió poner fin con más preguntas (no había nada más efectivo que eso):

    —Por favor Señora, empecemos desde el principio. ¿Qué le ocurrió?

    —Pues que se desmayó.

    —Sí, eso ya lo sé, pero ¿qué pasó antes? ¿Tuvo algún disgusto? ¿Estaba nerviosa por su matrimonio?

    La dama alta, gruesa, de cabello castaño y ojos de mirar astuto dijo que sí, luego que no... —Bueno, su doncella me dijo que había estado quejándose del peinado, se veía molesta pero nerviosa... Tal vez. Todas las jóvenes lo están el día de su boda.

    Lady Jane miró a su hija incapaz de soportar la mirada acusadora y hostil del médico.

    — ¿Sabe si se estaba alimentando correctamente los últimos días? Si realizó alguna caminata, anduvo a caballo demasiadas horas, si fue al pueblo de compras, si durmió las horas necesarias para recuperarse de un excesivo esfuerzo... Es una joven demasiado delgada Señora Ashfield, yo se lo advertí el pasado invierno cuando tuvo aquel resfriado. Le aconsejé una mejor alimentación y nada de caminatas, ni de cabalgatas. ¿Le dio usted el tónico?

    —Oh, Doctor, creo que Rosalie no lo probó más que una vez, dijo que sabía horrible y que no iba a tomarlo... En cuanto a los paseos, sabe usted lo inquieta que es por momentos, es imposible que haga reposo. Pero...

    —Bueno, aquí están las consecuencias Señora. Su hija está débil, mire sus párpados, tiene ojeras y muy mal color. Necesita una buena alimentación y descansar. No olvide el constipado que tuvo el pasado invierno, sus pulmones han de estar débiles. Ahora por favor, que tome el tónico que voy a darle y le prohíbo expresamente que abandone esta cama por una semana. Y le advierto Señora, nada de bodas ni de fiestas, ni de salir de su habitación hasta que mejore su color.

    El doctor Ephraim Evans estaba furioso y en lo personal, era odiado por lady Jane porque era feo, antipático y despreciaba a los ricos que inventaban enfermedades y se creían el centro del mundo, y por supuesto no tenía el buen tino de disimularlo.

    —Muy bien, Doctor.

    —Bueno, vendré en unos días a ver como sigue la jovencita. En tanto, suspenda la boda, su hija no está en condiciones de casarse, su salud es lo más importante en estos momentos, debe fortalecerse con una buena alimentación, descanso y por supuesto el tónico. Que tenga un buen día lady Ashfield.

    A pesar de todo, la dama se sintió aliviada de que solo fuera cansancio y falta de sueño, hubiera sido terrible que tuviera alguna enfermedad incurable. Oh, esta Rosalie, ¿por qué jamás obedecía?

    El Doctor habló con el padre de la novia y su prometido repitiendo el mismo diagnóstico, recomendando descanso y alimentación abundante por una semana. Y en privado le dijo a Lord Ashfield, por quien sentía más simpatía pues habían compartido alguna partida de cartas en el club del pueblo, que no era conveniente que hubiera boda. Que su hija no estaba preparada, era muy joven y con una salud frágil.

    Este aceptó su consejo al pie de la letra, pues para él la palabra de su amigo Doctor quedaba fuera de toda discusión, era palabra santa. Así que el médico se alejó satisfecho pensando que si algunas madres le consultaran habría menos mujeres jóvenes muertas en el parto o abandonadas por sus maridos por negarse a sus requerimientos maritales.  Pero esa sociedad era tan mercenaria y profana, que sacrificaba a sus hijas más jóvenes en el altar de la conveniencia. La codicia imperaba por doquier sin tener en cuenta intereses mucho más profundos como la salud de las jovencitas.

    Al día siguiente la joven novia seguía débil y

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