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Inframundo
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Libro electrónico426 páginas6 horas

Inframundo

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Información de este libro electrónico

1197 D.C. Tras la pérdida de su prometida, Sir Keller de Poyer ha aprendido a no confiar en las mujeres. Un hombre gigantesco con una mente brillante, Keller es socialmente torpe, pero un consumado caballero. Tanto, que su señor, William Marshal, le obsequia tierras en Gales por su meritorio servicio. Pero hay una trampa: para asegurar las tierras y los títulos, debe casarse con la heredera galesa.

IdiomaEspañol
EditorialBadPress
Fecha de lanzamiento11 ene 2020
ISBN9781386506782
Inframundo

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    Inframundo - Kathryn Le Veque

    Querido Lector,

    Este libro originalmente formaba parte de La Colección de los Inicios, la cual era una antología de los primeros tres capítulos de varias novelas que había iniciado pero que aún no terminaba. Le pedí a mis lectores que fueran a mi página web y votaran por la novela que les gustaría ser completada, y NETHERWORLD fue la más elegida en el primer mes de votación. Entonces, dejé por un lado otra novela que estaba planeando completar y finalicé NETHERWORLD. Es momento para que la historia de Keller de Poyer (un personaje secundario de THE WHISPERING NIGHT) sea contada, y vaya historia.

    Dicho eso, esta novela está dedicada a mis maravillosos lectores, quienes se toman el tiempo y esfuerzo para leer mis novelas y opinar sobre ellas. Sin ustedes, nada de esto sería posible. ¡Estoy profundamente agradecida con todos y cada uno de ustedes!

    Gracias

    Con amor,

    Kathryn

    "... mas cuando hube llegado al pie de un monte

    Allí donde aquel valle aterrador terminaba

    Alcé la vista a lo alto, y vi su espalda

    Y entré al Inframundo..."

    —Extracto del Infierno de Dante

    PRÓLOGO

    Octubre, Año de Nuestro Señor 1197

    Castillo Nether, Powys, Gales

    El golpe a la mandíbula dejó a Gryffyn tambaleándose.

    Tumbado en las duras tablas de roble del vestíbulo mayor, Gryffyn sacudió las estrellas de sus ojos y alzó la vista para ver al gran caballero inglés acercarse para golpearlo nuevamente.

    Keller tenía puños del tamaño de una cabeza, pero Gryffyn era rápido. Consiguió quitarse del camino y cayó sobre sus pies, aunque desbalanceado, terminando tumbado sobre la chimenea. Pero Keller venía para darle otro golpe y Gryffyn se tiró sobre su izquierda, lejos del enfurecido esposo de su hermana. Sabía, por la mirada del hombre, que quería matarlo.

    Gryffyn intentó lanzar un puñetazo a Keller, pero el caballero era demasiado rápido y fuerte. Keller agarró el puño de Gryffyn, lo retorció y quebró su muñeca. Gryffyn cayó de rodillas, gritando de dolor mientras Keller permanecía frente a él en una pose rabiosa y furiosa. Sus oscuros ojos ardían de furia.

    Así que has estado escondiéndote aquí todo este tiempo, esperando el momento de atacar siseó Keller. Eres un cobarde, d’Einen, un miserable y vil cobarde. Ahora que finalmente te atrapé, haré lo que debió hacerse hace mucho tiempo.

    Sosteniendo su muñeca, Gryffyn volteó a ver a Keller con ojos tan oscuros como la obsidiana. Si yo soy un cobarde, entonces tú eres un tonto, gruñó. No puedes detenerme. Todo y nada me pertenecen, ¡Incluida mi hermana!

    Fue lo peor que pudo decir. Keller se acercó y usó su puño para aplastar la muñeca rota de Gryffyn, haciéndolo aullar de dolor. Pero Keller era inmune a ello, su concentración era mortal e intensa viendo a Gryffyn retorcerse.

    Ella es mi esposa ahora, y te juro, por todo lo que es sagrado, que nunca posarás otra mano sobre ella otra vez, exclamó Keller. Sabía que alguien la maltrataba, pero jamás me diría directamente quién fue. Por todo el dolor y humillación que le has causado, ella aún te protegió. Dios sabrá por qué, pero lo hizo. ¿Cuánto tiempo pasó esto antes de que yo viniera, d’Einen? ¿Cuánto tiempo has estado golpeando mujeres indefensas para sentirte hombre?

    Acunando su muñeca contra su pecho, Gryffyn se encontraba en un mundo de dolor. Bastardo refunfuñó. Vienes a mi castillo con toda tu arrogancia, conquistando la gloria y desposando a mi hermana porque mi débil y tonto padre hizo un pacto con el Diablo.

    Los ojos de Keller brillaron. William Marshall no tiene nada que ver con que golpees a tu hermana.

    Tú solamente te casaste con ella para obtener un castillo. ¡No actúes como si ella significara algo para ti!

    No importa si significa algo para mí. Keller se esforzaba por no poner sus manos en el cuello de aquel hombre, aunque, sabía que eventualmente llegaría a eso. Solamente era un presentimiento que tenía. Es mi esposa y la protegeré. Te lo digo ahora, Gryffyn d’Einen, para que no haya malentendidos. Si tan solo le haces una mala mirada otra vez, te atravesaré. No te equivoques. Si la tocas otra vez, Te mataré.

    Gryffyn no estaba acostumbrado a ser cuestionado o disciplinado. Siempre había hecho lo que le daba la gana. En el fondo, era un niño mimado con una pequeña mente mimada. Con un gruñido se impulsó para levantarse del suelo y se abalanzó contra Keller con toda la fuerza de su furia. Keller fácilmente conectó un puñetazo contra un lado de la cabeza de Gryffyn, dejándolo atontado. Gryffyn cayó sobre la muñeca atrofiada y al colapsarse comenzó a berrear.

    Keller contempló al hombre, para nada arrepintiéndose del dolor y sufrimiento en el que estaba. Jamás había estado tan descontrolado, el hombre se revolcaba en un charco de su propia sangre. Merecía justamente toda la agonía y más. De hecho, Keller lo hacía sufrir adrede. Quería hacerle sentir el dolor que había infligido a Chrystobel y su familia durante años. Quería que Gryffyn sintiera la humillación y tormento. Mientras Gryffyn se retorcía en su agonía, Keller volteó hacia su esposa.

    Chrystobel se había logrado arrastrar cerca de la chimenea y ahora se apoyaba contra la pared, sus ojos oscuros se abrían de sobresalto. La aparición de Keller en el momento oportuno ya había sido inesperada, pero mirar a su marido golpear a su hermano era una escena de violencia y retribución que nunca pensó vivir para ver. Gryffyn finalmente había sido sometido y Keller era la única razón por lo que ello había sucedido, protegiéndola tal como había jurado hacerlo. Era un hombre de palabra, inglés o no. El descubrimiento era casi más de lo que ella podía soportar. Observaba al hombre y su mirada era a través de nuevos ojos.

    Este hombre no era el mismo caballero que había conocido el día anterior, el hombre que había mostrado tan poca calidez. Aquel Keller de Poyer era un hombre eficiente y sin sentido del humor, quien, ella aseguraba, la había visto solamente como miraba el Castillo Nether: una adquisición. El gran caballero de espalda ancha y manos enormes no la había tratado más que con un respeto cortés hasta este momento. Ver a Gryffyn preparándose para atacarla fue todo lo que Keller necesitó para desatar su furia contra el hombre, como si Chrystobel significase algo para él. Como si estuviera protegiendo algo preciado. Había sido verdaderamente sorprendente admirarlo y aún se encontraba estupefacta por todo.

    Mientras su cuñado se quejaba en el suelo a varios metros de distancia, Keller solo tenía ojos para Chrystobel, era una criatura encantadora. Lo había sabido desde el momento en que posó su mirada en ella. Pero el dolor de un amor perdido en su corazón le impedían ver más allá de su miedo. Miedo a sentir, miedo de abrirse otra vez. Chrystobel era un ángel hermoso que nunca había esperado conocer, y ahora, podía sentir cómo iba cediendo. Podía sentirse más cálido, quizás dispuesto a abrirse otra vez. El momento en que salvó su vida fue el momento en que comenzó a permitirse sentir algo.

    Se agachó al lado de ella, que estaba sentada recostada contra la pared. Su áspera cara, desgastada por los años y el clima, se arrugó con preocupación.

    ¿Estás herida de gravedad? preguntó suavemente.

    El zumbido en la cabeza de Chrystobel se había disminuido considerablemente. No, dijo con delicadeza, viendo a sus ojos y sintiendo esperanza y alivio en el pecho como nunca lo había experimentado. Estoy bastante bien.

    Keller revisó su cabeza, su cara, como si no le creyera. ¿Estás segura? preguntó en voz baja. Puedo mandar a traer medicina.

    Chrystobel sonrió ligeramente mientras ponía una mano en su brazo con un gesto tranquilizador. No es necesario, dijo con un pequeño suspiro. Admito que me duele un poco la cabeza, pero con comida y sueño estaré bien, estoy segura.

    La vio fijamente un momento antes de levantar sus enormes manos y gentilmente rozó su cara. Chrystobel lo miró a los ojos, su corazón palpitaba locamente contra sus costillas, podía sentir la emoción fluyendo del hombre. Era como si una presa se hubiera reventado y todo lo que había sido contenido se derramaba hacia fuera. Sir Keller de Poyer ya no era frío, y esto era un hallazgo asombroso.

    Lo lamento, susurró. Lamento que hayas tenido que aguantar lo que tu hermano te hizo. Pero te juro, con Dios como mi testigo, que nunca te tocará otra vez.

    Chrystobel no tenía palabras. Su respiración era temblorosa cuando unos pulgares avanzaban cobre su sedosa piel. Era la primera vez que él la tocaba y sus sentidos estaban comprensiblemente desbordados.

    Era solamente como eran las cosas, mi señor, murmuró. Así ha sido así por tanto tiempo que no he conocido otra forma.

    La cara de Keller se endureció. No más, exclamó. Será hombre muerto si tan solo te mira de una forma que no me guste. ¿Me crees?

    Chrystobel asintió, aunque apenas se atrevía a creerlo. Sí.

    La suave sonrisa regresó. Bien. Luchó contra la repentina necesidad de besarla, no queriendo que el legítimo primer beso entre ambos fuera un espectáculo público. Era demasiado tímido y conservador en ese sentido. Por otra parte, había algo más que ella debía saber, algo muy serio. Se armó de valor.

    También debo disculparme por algo más, dijo inseguro. Tu padre...

    Chrystobel lo interrumpió inclinando la cabeza y lágrimas en los ojos. Lo sé, susurró. Gryffyn me lo dijo.

    ¿Admitió asesinarlo?

    Sí, confirmó. La sangre en el suelo... ¿Es de él?

    Keller asintió, viendo su dolorosa expresión. Sí, dijo calladamente. Lamento mucho que no haya podido impedirlo.

    Chrystobel se esforzó por controlar sus lágrimas pensando en su padre, el hombre que supuestamente debía protegerla, pero nunca lo hizo. Aunque lamentaba su pérdida, no podía expresar verdadera pena por su muerte. Jamás había evitado que Gryffyn hiciera lo que quisiera en todo sentido, quizás habría podido sentirse de otra manera, pero en aquel momento se sentía culpable de algún modo en que ya no se sentía angustiada.

    No eres el responsable, dijo limpiándose los ojos. Hiciste lo que pudiste. Me salvaste, de hecho, y te agradezco por eso.

    Los oscuros ojos de Keller brillaron. Es una de las mejores cosas que he hecho en mi vida.

    Ella sonrió ante el primer momento íntimo entre ambos. Estoy particularmente agradecida por ser tan oportuno, dijo. Unos segundos más tarde y podría no estar tan agradecida. O viva.

    Le guiñó un ojo y quitó sus manos de su rostro, moviéndolas para tomar sus pequeñas manos dentro de sus grandes palmas. Besó ambas dulcemente, tiernamente, como una promesa de lo que estaba por venir. Ahora, sería diferente entre los dos. Gryffyn —y nadie más— había logrado aquello.

    Si puedes ponerte de pie, quizás podamos ir a ver cómo está tu hermana, Dijo Keller. Estoy seguro estás ansiosa por verla.

    Chrystobel asintió, viendo de reojo a Gryffyn, que tenía a los gemelos Ashby-Kidd a varios metros de él, pendientes de cada movimiento que hacía.

    Lo estoy, dijo ojeando con recelo a su hermano. ¿Qué harás con él?

    La calidez en los ojos de Keller desapareció cuando volteó hacia el galés, quien sostenía su muñeca rota incómodamente contra su torso. Su expresión insinuaba enojo, derrota y desafío. Incluso con la muñeca rota, Keller aún podía ver una actitud combativa en él. Después de un momento regresó la mirada hacia Chrystobel.

    Enciérralo en la bóveda, dijo. El hombre tiene mucho por expiar y espero que confíes en mí para hacer el juicio correcto.

    Por supuesto, mi lord.

    Su mirada se detuvo en ella un momento, dejando el tema de Gryffyn para concentrarse en ella. Prefería pensar en ella. Me llamarás Keller, dijo en voz baja. O esposo. Responderé cualquier forma que quieras llamarme.

    Una bella sonrisa se esparció en su rostro. Tenía un delicioso gesto adornado con unos dientes rectos y blancos, y unos caninos pronunciados. Sería un honor para mí llamarte Keller, dijo sinceramente.

    Estaba a punto de soltar sus manos, pero lo pensó más mientras ella hablaba. El brillo regresó a sus ojos.

    Me gustaría escucharte decir mi nombre, respondió con honestidad.

    Su sonrisa se hizo mayor, si tal cosa fuera posible. Entonces lo diré otra vez, susurró. Keller.

    Besó su mano nuevamente, sonriendo cuando ella soltó una risilla nerviosa. En medio de aquella situación infernal, tuvo lugar un momento de ternura donde asomaba una relación entre los dos. Una chispa había encendido, y Keller otra vez besaba sus labios. Al diablo la privacidad. Entonces escuchó un ruido detrás de él. Antes de que pudiera voltearse, algo violento y doloroso lo embistió por el costado de su torso.

    Se inclinó hacia delante mientras Chrystobel gritaba, esforzándose por evitar que cayera, aunque terminó cayendo sobre su trasero. Aterrorizados, ambos pudieron ver la daga asomándose en su lado derecho, unas cuantas pulgadas bajo su axila. Y había una mano empuñándola.

    Gryffyn estaba detrás de Keller, su mano buena en el mango del puñal atestado en la carne. Desgarrando el cuerpo de Keller, la sacó; y apartándolo con un empujón, apuntó hacia su hermana sosteniendo el filo en alto.

    CAPÍTULO UNO

    Un día antes

    Región de Powys, Gales

    ¿Supones que cuando Dios creó la tierra, olvidó mencionar que el sol debía salir en Gales también?

    La pregunta causó risas en el grupo. Una columna de quinientos guerreros ingleses marchando hacia el norte de Deheubarth a través de Gwynedd y adentrándose en Powys, atravesaban el verde exuberante campo de Gales. Agosto había traído fuertes lluvias fuera de temporada, convirtiendo los caminos en pantanos lodosos. En aquel momento, las nubes grises se dispersaban a través del azul del cielo, moviéndose hacia el Este mientras la brisa del mar soplaba fuertemente. El comentario vino de un joven caballero porque, aunque algunos trazos de azul podían verse entre las nubes, parecía que siempre había alguna tapando el sol.

    Dios habrá creado Gales con muy mal clima y muchos salvajes, comentó un caballero mayor. Sir William Wellesbourne era enorme, rubio, de ojos oscuros y rápido ingenio. Pero ha sido William Marshal quien nos ha encomendado domesticarla. Considera ésta como tu prueba de caballería, joven George. Al diablo con el sol.

    George Ashby-Kidd sonrió tímidamente mientras que su gemelo, Aimery, rio con más fuerza. Eran dos jóvenes apuestos, recientemente nombrados caballeros el año anterior, con personalidades tan idénticas como semejantes eran sus cabellos castaños y ojos azules. Eran rápidos con la espada, de temperamento igualmente rápido y ambiciosos. Su padre era un antiguo señor feudal, William Marshal, quien también era ambicioso. Los muchachos habían sido bien educados en sus aspiraciones caballerescas.

    Mientras las tropas que rodeaban a los caballeros silbaban y resoplaban, un corcel con bozal atravesó como un rayo desde atrás de la columna. Wellesbourne calló a los hombres cuando su oficial comandante los alcanzó cabalgando. El fango salpicaba mientras el gran caballo disminuía de un medio galope a un trote nervioso. El caballero levantó su visera con su mano protegida por la malla.

    Sir Keller de Poyer inspeccionó a sus caballeros, quitando el sudor de su ceja mientras lo hacía. Incluso en las temperaturas más frías, el sudor corría alrededor de sus ojos. Había sido un día largo a ritmo corto, y él, al igual que sus hombres, comenzaban a mostrar fatiga. Sabía que sus hombres se habían estado riendo, los escuchó claramente en la fila. También sabía que se callarían cuando se acercara a ellos. Siempre lo hacían, temerosos de su temperamento, así como de sus castigos. Los caballeros de Keller habían aprendido con prueba y error a temerlo y respetarlo. Eran todos relativamente nuevos a su servicio, y él no era —en su experiencia— un hombre compasivo.

    Deberíamos llegar a nuestro destino dentro de una hora, Keller alzó la vista al decreciente sol que apenas se asomaba detrás de las nubes grises. Enviaré un jinete para anunciar nuestra llegada. Tendremos la cena lista cuando lleguemos.

    Wellesbourne asintió rápidamente e hizo una señal a uno de los soldados montados que iban unas cuantas filas detrás de los caballeros. El hombre clavó sus talones en el caballo y salió disparado por el camino, salpicando lodo negro a medida que se marchaba. El corcel de George se alborotó cuando el otro caballo lo rebasó, provocando que se apartara del camino lodoso. Pasó un mal momento tratando de controlar al caballo y trayéndolo de vuelta a la fila. Keller se acercó a Wellesbourne, ignorando a George y su frenético corcel.

    William miró a de Poyer mientras frenaba. Lo conocía un poco de hace algunos años, cuando ambos sirvieron a William Marshal, pero fue hasta el año pasado que había estado a su servicio como comandante del cuartel del Castillo Pembroke. Habían sido épocas oscuras en la vida de de Poyer. Todo lo que William sabía, solamente porque lo había escuchado de alguien más, era que Keller se había comprometido con una mujer de la que estaba profundamente enamorado. Pero la mujer lo había dejado por otro hombre, convirtiendo a Keller de un agradable y dedicado caballero, en un tipo retraído, descontento y colérico.

    Ya que William y Keller tenían casi la misma edad y el mismo número de años como caballeros, había un respeto y camaradería implícitos entre los dos. Hubo ocasiones en que William conoció al cálido y gracioso hombre. Había escuchado una historia, de los soldados viejos, diciendo que Keller alguna vez fue un hombre simpático conocido por su sentido de la justicia y benevolencia. Un hombre muy querido por sus hombres y respetado tanto por sus aliados como por sus enemigos. Como comandante del cuartel del Castillo Pembroke durante varios años, también era respetado por los jefes galeses. William Marshal había dependido en gran manera de él en Pembroke. Pero en estos días, la mayor parte del tiempo, de Poyer era estrictamente profesional y sin emociones. Su toma de decisiones era blanco o negro. Ya no había tal calidez o amabilidad. Aquellos días se fueron con el amor por esa mujer.

    Aquello hizo el viaje al Castillo Nether en las tierras agrestes de Powys fueran una tarea espantosa. Todos lo habían sentido por varios días desde que partieron del Castillo Pembroke hacia los verdes valles de Powys. Todos trataban el tema como si hablaran de la plaga; con miedo y de forma evasiva. William odiaba sacarlo a colación, pero no había porqué evitar la razón de su expedición. Era preferible sacarlo a dejar que cualquier tormenta se formara y terminar con ello antes de que llegaran a su destino.

    Aún no he tenido la oportunidad de felicitarte por tu contrato, dijo casualmente mientras los caballos se emparejaban en su pesado andar. El Marshal te ha recompensado bien por tus años de servicio; un castillo para ti y tus títulos. Debes estar muy satisfecho.

    La quijada de Keller se endureció al igual que sus ojos azules y oscuros recorrían el frondoso paisaje. Debería estarlo.

    ¿Pero no lo estás?

    Estaba satisfecho como comandante del cuartel de Pembroke.

    Pero tener un título y tierras propias es el sueño de todo hombre, insistió William. Lord Carnedd, ahora. ¿No es así? Y tu propiedad abarca desde el río Banwy hasta el valle Dovey. He escuchado que es una tierra rica y próspera muy codiciada por los príncipes galeses.

    Lo cual hará que mantener la paz sea más difícil.

    Tal vez. Pero el amo galés es incondicional de William Marshal.

    Más que probable, porque el Marshal le regaló tierras inglesas y dinero, Keller lanzó una larga mirada a William. No te creas que el hombre no recibió una buena recompensa por rendir sus tierras galesas. Ahora es un Señor inglés muy acaudalado, te lo aseguro. Y también te aseguro que sus vecinos galeses no se tomarán a bien que haya un cuartel inglés de repente en medio de tus tierras.

    William arqueó sus cejas. Quizás no, dijo. Pero es por eso por lo que debes traer quinientos trabajadores y tres caballeros, y otros más por venir. ¿Acaso no de Lohr está por enviarnos más?

    De Poyer asintió ligeramente ante la mención del Conde de Hereford y Worcester, el gran Christopher de Lohr, el más poderoso Señor Marchista en el reino. El Marshal le pidió que enviara mil hombres más si le sobran, respondió. Se supone que debe enviar unos cuantos caballeros también.

    Wellesbourne asintió con seguridad. Con una comitiva de ese tamaño, no debería ser ningún problema para nosotros cualquier resistencia que puedan poner los galeses.

    Ya veremos.

    La forma discreta en que Keller expresaba las palabras hizo a William creer que no estaba del todo convencido de la superioridad de los ingleses, incluso con de Lohr reforzando sus números. Los galeses de este lado del norte podían ser poderosos y evasivos. Siendo ese el caso, William quiso cambiar de tema.

    También he escuchado que mil ovejas son parte de tu contrato, dijo.

    En efecto, dijo Keller en un largo y pensativo aliento. Supongo que siempre debo ver el lado positivo; si me canso de combatir a los galeses, siempre puedo convertirme en un granjero de ovejas.

    William rio. Anímate, de Poyer. Eres un hombre afortunado.

    La respuesta de Keller fue espolear a su corcel para alejarse de William hacia el frente de la fila. Era claro que no deseaba hablar más del tema y Wellesbourne lamentaba haberlo seguido. Keller permaneció al frente, cabalgando solo, hasta que el alto bastión de piedra oscura del Castillo Nether fue divisado.

    En un principio era difícil distinguir el castillo de las nubes oscuras que flotaban sobre las montañas. Ambos se desvanecían dentro del otro. Entonces, el distintivo contorno se fue haciendo más obvio y la desolada fortaleza que era el Castillo Nether se distinguió del furioso cielo. Situado en la cima de una enorme montaña, el castillo Nether era un tenebroso lugar que daba mala espina. Podía ser visto desde varios kilómetros, montado en la cumbre de la montaña como una bestia depredadora.

    Un tramo de camino podía verse conduciendo hacia éste, abrazando el costado de la montaña de forma precaria. Las nubes dispersas en el cielo parecían agruparse sobre el castillo y grandes capas de lluvia gris caían sobre él. El grupo de Pembroke podía ver la tormenta sobre el castillo, destilando sobre los invitados que se acercaban. Esto hacía que el lugar luciera menos hospitalario.

    El Castillo Nether era la sede de la baronía Carnedd, una extensión de tierra situada en el centro de Powys cerca del Valle Dovey. Se le conocía como Las Tierras Salvajes por su dramático y desolador paisaje, alejadas de los señores marchistas que peleaban en el conflicto entre Inglaterra y Gales.

    Sin embargo, Nether era una fortaleza en el centro de tierras convulsas. Príncipes galeses de poco abolengo reclamaban propiedad sobre las tierras, lo cual complicaba el tema cuando el Lord de Nether rindió su castillo a William Marshal a cambio de una pequeña parcela en un territorio más próspero en Inglaterra. Aun así, el intercambio de tierras era un buen negocio, ya que incluía un matrimonio arreglado. El Lord de Nether, Trevyn d’Einen hizo que su hija fuera parte del trato. Mantuvo un hilo familiar que aún lo relacionaba con la propiedad, aunque ya no perteneciera a su familia.

    Ninguno de los hombres ingleses sabía los detalles del negocio excepto de Poyer. Tampoco era asunto de ellos. Pero hubo varios murmullos de temor y desgano. Sabían que el castillo oscuro y borrascoso era su destino, lo quisieran o no. George y Aimery voltearon hacia el experimentado William, pero la vista del rubio caballero estaba fija en el distante castillo de una manera evasiva. Ellos sabían que no debían hacer ningún comentario que llegara a oídos de de Poyer, quien continuaba cabalgando solitario muchos metros adelante. Conociéndolo como lo hacían, sospechaban que su genio estaría más oscuro que las nubes en el cielo.

    No imaginaban que era mucho peor que aquello. Cuando el ejército comenzó el ascenso, de Poyer repentinamente espoleó a su caballo yéndose por un sendero que dirigía al pie de la colina. Iba paralelo al castillo. No se alejaba, pero tampoco se dirigía hacia el castillo. Wellesbourne lo vio partir.

    ¿A dónde va? George refrenó a su corcel a la par de William.

    Wellesbourne negó con la cabeza. No tengo idea.

    ¿Qué deberíamos hacer?

    Continuar hacia el castillo. Nos encontrará allá.

    ¿Estás seguro?

    Wellesbourne no lo estaba. Siguió con la vista a de Poyer mientras atravesaba el resbaloso costado de la colina, volteó hacia la fila de hombres y comenzó a vociferar palabras de aliento para motivarlos ante el lodoso camino empinado.

    CAPÍTULO DOS

    Dará la bienvenida a su esposo con un moretón en la cara, dijo un anciano bien vestido que, inclinado sobre ella, hablaba con una mujer sentada en la mesa del vestíbulo mayor. Ella tenía su mano sobre el lado izquierdo de su cara mientras él la revisaba. Podía ver el golpe aumentando su tamaño y volteó a ver con una mirada furiosa al hombre que estaba parado cerca de la chimenea con un cáliz de vino en su mano. ¿Por qué hiciste esto? Ella no ha hecho nada para merecerlo.

    El hombre con el vino miró vagamente al viejo. Es mujer, ¿No? respondió. Con eso basta. Y no te metas.

    El viejo se irguió, su expresión era rabiosa. No me quedaré fuera de esto, exclamó. Es mi hija. Y tú eres mi hijo. No tienes derecho a golpearla.

    Gryffyn d’Einen tiró el cáliz a la llama de la chimenea, escuchándose un silbido cuando el líquido cayó en el fuego. Su cara se retorció de ira mientras se acercaba furtivamente hacia su padre que era más bajo y débil.

    No te metas, le repitió poniéndole un dedo en la cara. No es asunto tuyo.

    Golpéala otra vez y lo lamentarás.

    Gryffyn soltó un golpe, dando a su padre con el puño en la mandíbula. El hombre se tambaleó a la vez que la mujer brincó de la mesa para socorrer al viejo.

    Gryffyn, ¡No!, lloró. ¡Déjalo en paz!

    Gryffyn se abalanzó sobre su hermana menor. ¿No has aprendido tu lección?. Con su mano la tomó del pelo, jalando violentamente los suaves cabellos rubios. Si debo hacerlo...

    Fue interrumpido por un sirviente que se encontraba en la puerta del vestíbulo mayor. Mi señor, alcanzó a decir el viejo sirviente en un tono tembloroso. Ha venido un jinete.

    La ira de Gryffyn fue desviada de su hermana, sus oscuros ojos se centraron en el temeroso sirviente. ¿Quién es?

    El inglés, mi señor. El sirviente se retiraba al dar el mensaje. Todos en el Castillo Nether temían a Gryffyn, especialmente cuando estaba en medio de un ataque de ira. El grupo de Pembroke estará aquí dentro de una hora. Exigen la cena y un sacerdote para cuando lleguen.

    Gryffyn soltó el pelo de su hermana, sin notar que inmediatamente corrió hacia su padre para ayudarlo a levantarse del suelo.

    ¿Aún está aquí el mensajero? preguntó.

    El sirviente afirmó agitando nerviosamente su maltratada cabeza. Sí, mi señor.

    Tráemelo, rápido.

    Sí, mi señor.

    El hombre desapareció. Ahora fuera de su alcance, la hermana y el padre de Gryffyn lo miraban bastante atemorizados. Además de robusto, Gryffyn era violento e inestable. Lo que había pasado esta tarde había pasado cien veces antes. A Gryffyn no le importaba quién saliera golpeado en sus arranques de ira o enojo; su padre, su hermana o algún sirviente, todos eran lo mismo para él. No podía distinguirse cuándo cambiaba su humor.

    Chrystobel d’Einen sabía muy bien aquello. Su mejilla estaba roja como resultado de una simple palabra mal pronunciada a su volátil hermano. Si siquiera se dio cuenta por qué. En un instante estaban hablando, al siguiente la abofeteó. Había sido así desde que tenía memoria. Pasó un buen tiempo evitándolo a él y al dolor que le causaba. Era uno de los más oscuros secretos que se guardaban en el lugar que los locales llamaban El Inframundo.

    ¿Qué hay de Izlyn? le susurró a su padre. Ya no le permitiré quedarse en la bóveda ni un momento más. No ha hecho nada para que la encierren en ese horrible lugar.

    Shhh, Trevyn d’Einen puso sus dedos en sus labios para indicarle silencio. No quería que Gryffyn escuchara la conversación. No ha hecho nada excepto estar muda todos estos años. Eso es suficiente para tu hermano.

    Lágrimas amenazaron con brotar de los ojos de Chrystobel, pero se resistió. Maldito sea...

    Trevyn la calló otra vez. Liberaré a tu hermana, no temas. Tu hermano estará ocupado con el inglés y ya no se ocupará de tu hermanita. Te sugiero que te encargues de la comida y permanezcas lejos de tu hermano por el tiempo que queda.

    Chrystobel asintió. Sí, padre, murmuró. Se fijó en su hermano un momento antes de regresar su atención hacia su padre y bajar la voz. Quizás también debas limpiar el vestíbulo.

    Trevyn sacudió su cabeza, frotando su quijada donde lo había golpeado su hijo. Enseguida, dijo con más valentía de la que realmente sentía. Ve a ocuparte de la comida.

    Algo en la mirada de Chrystobel le suplicaba a su padre irse con ella, pero el hombre se negaba. Era su vestíbulo después de todo, y no sería acosado por el matón de su hijo. Chrystobel lo sabía. Con un suspiro de resignación volteó a ver a su hermano.

    ¿Tienes algún pedido especial para la cena, Gryffyn? preguntó educadamente.

    Gryffyn había rescatado el cáliz que imprudentemente había tirado y estaba por servirse más vino. Su tono había cambiado instantáneamente y ahora su semblante era casi apacible.

    Si las chirivías están amargas vas a sentir mi ira, dijo firmemente. ¿Tenemos miel?

    Sí.

    Entonces quiero pasteles de miel con nueces.

    Como desees.

    Con un último vistazo a su padre, Chrystobel salió del vestíbulo como si un soldado cualquiera hubiese entrado. Se alejó lo más que pudo del hombre, apenas sosteniendo la mirada mientras salía del lugar y se dirigía a la cocina en el lado opuesto.

    Había una tormenta cayendo, alzó la vista y unas gotas cayeron sobre su rostro. Se sentían frescas y tranquilizadoras al rozar su roja mejilla, la cual, según su experiencia, sabía que no mejoraría antes de que los ingleses llegaran. Ya que sabía perfectamente que estaba a punto de conocer a su futuro esposo, maldijo a su hermano en silencio por sus actuar repugnante. Ella siempre lo maldecía en silencio, pero era lo más lejos que llegaba. Cualquier cosa adicional que intentase podría resultar en un daño más serio. No se arriesgaría.

    Así que se esforzó para dejar atrás el último bofetón que le había dado su hermano

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