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La hija del rey del fuego: Serie Los descendientes (Primer libro)
La hija del rey del fuego: Serie Los descendientes (Primer libro)
La hija del rey del fuego: Serie Los descendientes (Primer libro)
Libro electrónico220 páginas4 horas

La hija del rey del fuego: Serie Los descendientes (Primer libro)

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Información de este libro electrónico

A los veinte años, Isaiah tiene un brillante futuro. Es popular, guapo, y todas las chicas suspiran cuando pasa a su lado. Puede que sea su sonrisilla irónica, o quizá su precioso color de ojos, pero lo que está claro es que es el chico más fresco del campus.

Heidi es un poco impulsiva. No tiene mucha paciencia en lo relativo a Isaiah y a su ridículo comportamiento. Es de mecha corta, y el que Isaiah siempre esté haciendo comentarios sarcásticos sobre su preferencia a quedarse leyendo en vez de ir a fiestas no ayuda mucho. Tiene diecinueve años e intenta encontrar su lugar en el mundo, aunque un pequeño detalle hace que no sea la típica chica.

Nuestro mundo no es el suyo. Son de la realeza. Isaiah es el principe del Hielo, y Heidi es la princesa del Fuego. Con el fin de mantenerlos a salvo cuando fuerzas desconocidas atacan a sus reinos, sus padres les han enviado a la tierra.

Por el momento Heidi está atrapada en Norte América con Isaiah, asisitiendo a clase en un pequeño campus universitario e intentando pasar desapercibida. No es tan fácil como lo hacen parecer los humanos. Preocupada por su padre y su reino, Heidi lo pasa mal intentando ajustarse a la vida en un planeta extranjero, e Isaiah no se lo pone más fácil.

Con nuevos enemigos en su nueva vida y viejas heridas que se reabren, ¿conseguirán Heidi e Isaiah poner de lado sus diferencias para salvar su mundo? ¿Y podrán salvar el nuestro?

IdiomaEspañol
EditorialT.E. Ridener
Fecha de lanzamiento6 abr 2019
ISBN9781547580620
La hija del rey del fuego: Serie Los descendientes (Primer libro)

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    La hija del rey del fuego - T.E. Ridener

    Dedicatorias

    Este es para Steve, por tu fe infinita en mí es por lo que pude escribir algo que   no es de este mundo. Gracias por tu compromiso, sabiduría y amistad.

    Para Sam, tus aportaciones son siempre valiosas y te agradezco los ánimos mientras este libro iba tomando forma.

    Para Pamijo, Shellie, y Annie, ¡sois lo más! Gracias por vuestros comentarios. Sois las mejores lectoras de pruebas del mundo.

    Para mi Doble J, porque te quiero tanto y agradezco tus interrupciones constantes para saber qué ocurrió con Isaiah y Heidi.

    1

    Isaiah era el chico más fresco del campus-y lo digo literalmente. Ser el hijo del rey del Hielo tiene sus ventajas para un chico de veinte años rebelde e insoportable que piensa que es mejor que el resto. Si no le apetecía ir a clase de Cálculo, simplemente deseaba un día de nieve; y así, tan fácil, las clases se cancelaban hasta más o menos medio día. A Heidi siempre le pareció irónico cómo el tiempo mejoraba siempre que a ella le tocaba clase de biología. Isaiah lo hacía aposta.

    Su relación se remontaba mucho tiempo. El Fuego y el Hielo nunca se llevaron bien. Eran enemigos, aunque uno no podía existir sin el otro. La calidez del sol derretía el hielo que dejaba atrás el invierno, igual que la nieve cubría la frondosa hierba cuando el verano empezaba a extinguirse. Sí, también existen el otoño y la primavera-pero no eran tan importantes. Para las familias de Fuego y Hielo nunca hubo un estado intermedio. Uno era caliente, el otro frío. Uno era amable, el otro cruel. Así había sido siempre, y siempre lo sería. Al menos hasta que dos descendientes de reyes se hicieron amigos; y cuando sus reinos se vieron amenazados, mandaron a sus dos tercos y audaces descendientes a un mundo que no era el suyo, con el fin de protegerlos.

    Heidi, de diecinueve años, quedó horrorizada cuando supo que tendría que ir al mundo de los humanos. No quería ir. No quería vivir rodeada de contaminación, corrupción y la avanzada tecnología que los habitantes de la Tierra podían ofrecerle. Ella prefería que las cosas fuesen naturales, como tenían que ser. Le gustaba no tener que estar alrededor del peligroso humo del tabaco y tubos de escape de los vehículos. Disfrutaba el aroma natural del aire cálido y poder observar el cielo sin nubes. ¿Por qué tenía que ir allí? ¿Por qué tenía que estar cerca de él?

    Sabía por qué. Incluso lo entendía. Pero eso no quería decir que le gustara la idea.

    Debes ir , Heidi. La continuidad de nuestra especie depende de ello, Su padre, el Rey Sidius le dijo a toda prisa mientras la empujaba hacia el borde de su reino. Era una caída muy larga, y a Heidi no le hacía ninguna gracia el pensar en caer en picado hacia la Tierra. Había luchado con todas sus fuerzas por quedarse.

    Pero, Padre, ¡no quiero ir! Le increpó.  Por favor, ¡deja que me quede a luchar! Puedo ayudar.

    No, Heidi.  Me obedecerás y harás lo que te pido.

    ¡Pero no deseo ir allí! No quiero estar lejos de ti.

    Hija mía, no estarás sola. Te lo prometo, Después depositó sus cálidos labios en su frente, con sus fuertes manos apoyadas en sus pequeños hombros. El hijo del Rey Fryse estará contigo.

    Sus ojos se agrandaron de tal manera, que todavía imaginaba la cara que había puesto al conocer ese detalle.

    ¡¿Qué?! No pienso ir a ningún sitio cerca de ese pequeño arrogante, odioso, miserable—Ah!

    Y entonces su padre la empujó. Cayó tan rápido que incluso un guepardo habría estado celoso. Como una estrella caída,  se hundió hacia la tierra sin ninguna señal de aminorar la velocidad. Con la vista clavada en su casa a medida que se hacía cada vez más pequeña, todavía podía ver las llamas de furiosos fuegos y monstruosos pernos de rayos que encendían el brillante cielo azul. La obligaban a abandonar a su padre y a todos los que conocía para que lucharan por su cuenta.

    Pero no era culpa suya, ¿no? Estaba indefensa contra su padre. ¿Cómo iba una chica delgaducha de apenas metro y medio de altura a hacerle frente a un Dios de la Naturaleza de trescientos setenta y seis años? No podía. Nunca iba a ocurrir. Estaba destinada a estar aquí, en este ruidoso campus con insultantes adolescentes y sus risitas mientras ella intentaba ignorarlos.

    No le gustaba estar aquí. Quería irse a casa.  ¿Habría una casa donde volver?

    No me digas que estás aquí sentada preocupándote de cosas fuera de nuestro control, cuando podrías estar viviendo a lo grande en la Tierra, Heidikin.

    Solo con el sonido de su voz Heidi quiso prender en llamas a un conejito, y sería una pena porque le encantaban los conejitos. Lentamente, giró la cabeza para ver la sonrisa petulante en su atractiva cara mientras levantaba una sola ceja, y encima era una ceja perfecta.

    ¿No hay nadie más a quién puedas molestar ahora mismo? Le pregunto, moviéndose incómoda en el banco mientras estiraba una mano enguantada para retirar su pelo castaño oscuro de sus ojos color caramelo.

    ¿Y por qué querría molestar a alguien que no seas tú? Le preguntó, mientras su sonrisa se hacía cada vez más grande al tiempo que mostraba sus perfectamente blancos dientes. Había algo en la sonrisa de este capullo de Hielo. Cuando sonreía, también lo hacían sus ojos de color azul océano. A otras chicas les temblaban las rodillas al ver sus ojos azul claro, pero Heidi solo sentía repulsión. Realmente se creía un regalo para el género femenino, cuando en realidad era una pesadilla.

    Lo estás haciendo otra vez, Le indicó mientras la miraba.

    ¿Hacer el qué?  preguntó Heidi molesta. Deseaba poder escaparse. Un ratito de paz le sentaría de maravilla. Él era popular, tenía montones de amigos. ¿Por qué siempre tenía que escogerla para atormentarla?

    Juzgarme, dijo tranquilamente mientras estiraba sus largas piernas. Ladeó su cabeza mientras la miraba. Era esa mirada la que siempre la ponía de mal humor. Era como si estuviera desvistiéndola con la mirada- y dada su reputación, probablemente lo estaba haciendo.

    No lo hago, replicó, recogiendo sus libros, que tenía alrededor. Los abrazó a la altura del pecho mientras se levantaba y decidía que era hora de ir a clase. No importaba que todavía quedaran veinte minutos para que empezara. Llegaría pronto si eso significaba que podía escapar de él. Pero para su consternación, él la siguió.

    ¡Estás mintiendo! Se rió, alcanzándola fácilmente ya que una de sus zancadas era como tres de las de ella. ¿Por qué estás siempre de tan mal humor, Heidikin?

    No estoy siempre de mal humor, contestó, Solo cuando tú estás cerca.

    Ouch, Replicó. Oh, ojalá pudiera herirle físicamente.

    Me vas a hacer llegar tarde a Biología, dijo Heidi mientras entraba en el vestíbulo e intentaba evitar a los estudiantes en dirección contraria que ya habían acabado por hoy. Qué suerte la suya.

    No es verdad. ¡Todavía tienes casi media hora antes de que empiece la clase! insistió él, todavía caminando a su lado. Entiendo que disfrutas siendo puntual, pero nunca te das ni cinco minutos para disfrutar de un bonito día.

    "Estaba disfrutando, murmuró, lanzando una mirada asesina en su dirección mientras se dirigía al ascensor. Puede que le diera tiempo. Puede que las personas de dentro no pulsaran el botón y le hicieran esperar hasta que volviera el ascensor-oh, bueno, da igual. Demasiado tarde. Y no sé a qué bonito día te refieres, dijo, apretando el pulgar en el botón triangular varias veces. Hace frío, y hay humedad y hielo por todas partes. Hoy el día es deprimente."

    Tú ves penas donde yo veo alegrías, se burló él mientras se apoyaba contra la pared y la observaba.

    Ella no le miraba. No se expondría a ver su pelo, tan rubio que parecía blanco, cayendo sobre sus ojos. ¡No, no lo haría!

    ¿Y ahora me estás dando de lado?  le preguntó.  Eso no es típico de ti.

    Puso los ojos en blanco. No era ningún secreto que a él le gustaba estar aquí. Caía en todo lo que la Tierra tenía para ofrecer. Desde marihuana hasta mujeres, Isaiah formaba parte de todo. Actuaba como si estuvieran de vacaciones de primavera, y estaba creando recuerdos para compartir luego con sus amigos al volver a casa. Pero Heidi sabía que no era así. Esto no eran unas vacaciones.

    Vamos Heidi. ¡No puedes hacerme esto todo el día!  Hoy va a ser un gran día, maldita sea. Disfrútalo conmigo.

    Heidi giró sus ojos color caramelo al tiempo que las puertas del ascensor comenzaron a abrirse, y le miró. Tengo que ir a clase. Ya sabes. Algo que deberías plantearte hacer de vez en cuando.

    Le observó mientras entrecerraba los ojos y otra sonrisa se deslizaba en sus labios. Cuando las puertas del ascensor empezaron a cerrarse, pudo escuchar lo que dijo y que con toda probabilidad no era una buena señal.

    Ya veremos.

    2

    Menudo. Capullo.

    Heidi estaba sentada en la cafetería del campus en una pequeña mesa para uno, que gritaba, ¡Ey, estoy sola. No tengo amigos que me acompañen hoy!, pero no le importaba demasiado teniendo en cuenta que lo que realmente quería era un poco de paz y tranquilidad en lo que quedaba del día. Ya que su clase de biología se había cancelado-gracias a él-no tenía nada más que hacer aparte de pedir una taza de café y escuchar la parodia que ellos llamaban música, que sonaba a todo volumen de unos altavoces que pedían a gritos que los repararan.

    Dio un sorbo al cálido líquido mientras miraba por la ventana la nieve que aún caía al suelo. Había sido una acumulación anómala que no se sabía de dónde había venido. Los otros estudiantes estaban sorprendidos, pero Heidi no. Sabía exactamente lo que había pasado y también que había sucedido por despecho. De hecho, ella tenía examen ese día, uno para el que había estudiado toda la noche. Pero alguien no lo tuvo en cuenta; no iba con él de ninguna manera o forma. ¡Era un egoísta!

    Cuatro meses. Llevaban aquí cuatro meses y no veía ningún progreso. Si su padre quería mantenerla a salvo, ¿por qué no se había limitado a encerrarla en un bunker bajo tierra en vez de mandarla aquí? La Tierra no era tan segura como todos pensaban. Llevaba un tiempo deteriorándose, y los seres humanos no estaban mejor preparados para luchar contras las fuerzas de la naturaleza que otros. Si pensaban que los tornados, huracanes y los tsunamis eran lo peor que podía afrontar una comunidad, estaban terriblemente equivocados.

    Aparte de las cuatro estaciones que echaban un ojo sobre la Tierra y se aseguraban de que todo sucediera cuando debía, había otras fuerzas a tener en cuenta: otras familias que también tenían responsabilidades. Los libros de historia estaban equivocados. La Madre Naturaleza no era un único ente. Era como la líder de un club, o el gobernador de un estado. Había un cierto sistema que existía desde el comienzo de los tiempos.

    Heidi conocía su lugar en este sistema. Era la hija de su padre, una princesa por derecho propio. Había sido besada por el sol y bendecida con el calor que la gran bola de luz proporcionaba. Estaba destinada a vigilar la Tierra, y asegurarse de que el verano llegaba cada año durante muchos años venideros. Pero el verano no era el principal objetivo de su vida. No.

    La habían criado para jugar con fuego. Podía crearlo con un solo pensamiento; domarlo con una sola mirada. No era una superheroína. No había caído dentro de un barril de residuos tóxicos. Había nacido con un don. En realidad no era diferente de un ser humano que hubiera nacido con los ojos verdes, o con pecas. Bueno, quizá sí era un poco diferente. En lo referente a su aspecto, no había ningún cambio significativo. Como todo el mundo en su reino, tenía los ojos color caramelo. No eran oscuros, pero no eran claros-como los de un hijo o hija de la Tierra.

    Los descendientes del linaje del Sol tenían rasgos similares. Ojos color caramelo, pelo castaño o caoba, y narices especialmente pequeñas, como botones. Tenían el aspecto más suave de todos. Los que eran como Isaiah, del linaje de la Luna, tenían estructuras faciales más afiladas; la mayor característica eran sus narices especialmente afiladas. No es que tuvieran narices grandes. Eran narices de tamaño bastante normal. Pero eran puntiagudas-y a menudo orientadas hacia arriba como un símbolo de superioridad.

    No eran en absoluto superiores. Eran iguales. Heidi nunca se había considerado por encima de nadie; ni tan siquiera de los humanos. Pero Isaiah siempre llevaba su título con orgullo y a menudo se mofaba de los humanos por no ser tan guays, como él explicaba.

    Los Descendientes de la Luna tenían el pelo más claro. Algunos tenían el pelo rubio, pero mayormente sus mechones eran casi plateados o blancos. Si un humano alguna vez viera a un hombre o mujer del invierno, lo confundiría con una persona mayor. Al menos los Descendientes del Sol parecían jóvenes y no les ofrecerían un descuento para mayores cada vez que entraban en un restaurante.

    ¿Qué estás haciendo aquí, sentada totalmente sola Heidikin?

    ¿De verdad que no tenía nada mejor que hacer? Debía ser parte de su agenda del día, hacerla más desdichada.

    Estoy tomando café, contestó, E intentando calentarme gracias a tu pequeña tormenta de nieve.

    Escuchó su risa ahogada mientras se dejaba caer en el asiento enfrente del suyo. Isaiah no tenía modales de ningún tipo. A menudo Heidi se preguntaba si sus padres alguna vez intentaron enseñarle a su hijo a ser educado. Nunca decía por favor o gracias; y desde luego no se sentaba de manera correcta en el asiento. Eso le molestaba. ¡Su postura era desastrosa!

    "Deberías agradecérmelo, insistió al tiempo que la misma sonrisa maquiavélica aparecía en su cara. Te he librado de clase hoy. No lo hago por cualquiera."

    Pues yo no te lo agradezco porque no quería que se cancelara mi clase, le señaló ella al tiempo que alzaba su taza de café humeante para dar otro sorbo.

    "Ese es el problema que tenéis los Cálidos, comentó, levantando sus puños para apoyar su barbilla en ellos. Sus intensos ojos azules permanecieron en su cara mientras los entrecerraba casi imperceptiblemente. No sabéis dar las gracias cuando alguien os hace un favor."

    Ella bajó la taza de café con calma y levantó los ojos hacia su cara. ¿A esto le llamas hacerme un favor? preguntó. No estoy segura del todo de cuál es tu definición de favor, pero te aseguro que esto no me ha beneficiado en absoluto. Me he perdido la clase y ahora tendré que recuperarla el próximo miércoles. Mientras tanto me sentaré aquí y esperaré a que decidas dejar de congelar a la gente.

    Y entonces él empezó a reírse. ¿Por qué se estaba riendo? ¿Por qué su enfado le divertía tanto? De verdad, ¡se comportaba como un crío!

    ¿Crees que congelo a la gente? le preguntó, inclinando la cabeza hacia un lado. No cariño. No hemos congelado a nadie desde la Edad de Hielo. Por lo que he oído fue una época bastante interesante en la que vivir.

    Estoy segura de que los dinosaurios no opinaban igual, murmuró ella poniendo los ojos en blanco.

    "Venga ya. Sabes que tenemos un trabajo que hacer, igual que vosotros. Cada cosa tiene su momento y lugar; a los dinosaurios ya no se les necesitaba. Era momento de evolucionar y ¿quién mejor para agilizarlo que unos cuantos Fríos?. Hizo una pausa lo suficientemente larga para estudiar la cara de juicio de ella antes de que su expresión se volviera seria. Además, actúas como si los de tu clase fueran tan inocentes. ¿Cuántas ciudades han quedado destrozadas por volcanes? Los humanos tienen la falsa impresión de que las erupciones volcánicas son espontáneas y no algo que se pueda

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