Contrariamente a unos estereotipos arraigados en el inconsciente colectivo y a pesar de insignes trabajos de historiadores, la «caza de brujas» en Europa no tuvo lugar en la Edad Media (si bien se quemaron algunas junto con algunos brujos), sino que alcanzó su zenit en los siglos XVI y XVII, coincidiendo con un momento en el que el Renacimiento, el humanismo y el discurso racional de la ciencia modificaron profundamente, al menos para las élites artísticas e «intelectuales», la percepción del ser humano respecto a la naturaleza y a las creencias irracionales.
Por otra parte, si bien es cierto que en dichos siglos las instancias jurídicas del poder regio y de la Iglesia se propusieron «desterrar el Mal» de la sociedad, véase la brujería, ésta constituye en realidad la elaboración conceptual de teólogos resueltos a erradicar las prácticas paganas (la hechicería) arraigadas en un pasado remoto, que responden más bien a ritos y atavismos antropológicos y precristianos. Aclarados ambos conceptos, veamos ahora en sus grandes líneas el génesis y el auge de la caza de brujas, pues se trata casi exclusivamente de una persecución criminal de las mujeres.
CRIMEN DE LESA MAJESTAD
El siglo XVI, la centuria de Erasmo de Rotterdam y de Tomás Moro, el siglo de los humanistas en toda Europa, fue también la época de un vehemente discurso demonológico, que cobró una honda dimensión político-religiosa en los múltiples estratos de la sociedad, en gran parte gracias a la imprenta, entonces en pleno auge. Y Francia no fue