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Santa Isabel de Hungría
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Libro electrónico97 páginas1 hora

Santa Isabel de Hungría

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Grande en la prosperidad. Mayor en la adversidad.

La vida de la princesa Isabel de Hungría se asemeja, en su primera parte, a un cuento de hadas. En la segunda deberá enfrentarse a la adversidad. Pero, en una y en otra, dio muestras de su bondad, nobleza y generosidad. Nunca se conformó con dar a Dios y a los demás un pedazo de su esencia, sino que se entregó ella misma por entero.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento15 mar 2018
ISBN9788417382612
Santa Isabel de Hungría
Autor

María Luz Gómez

María Luz Gómez es una anciana paralítica que entretiene sus forzados ocios escribiendo en el ordenador historias que juzga interesantes y desea compartir. Es madrileña y en Madrid vivió toda su vida. Estudió en el colegio del Sagrado Corazón. Después, idiomas y pintura. Empezó la carrera de Filosofía y Letras, que no terminó por su pronta boda con un médico. Su matrimonio fue feliz y dio muchos frutos: siete hijos. Nunca trabajó, sino en su casa. Cuidó de hijos y nietos. A sus queridos padres no pudo dedicarles la atención que merecían por falta de tiempo. En cambio, más adelante pudo cuidar de su suegra y dos tías de su marido que solo la tenían a ella. Hoy es viuda y necesita cuidadoras. Tiene diez nietos -uno adoptado, etíope- y cinco bisnietos. Su numerosa familia y su fe cristiana la hacen seguir feliz.

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    Santa Isabel de Hungría - María Luz Gómez

    Santa Isabel de Hungría

    Primera edición: marzo 2018

    ISBN: 9788417335908

    ISBN eBook: 9788417382612

    © del texto:

    María Luz Gómez

    © de esta edición:

    , 2018

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com

    Impreso en España — Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Prólogo

    Pretendo con esta preciosa historia biográfica (aunque lógicamente, siendo tan antigua, algunos de los datos que he recopilado puedan ser más o menos legendarios), compartirla, y darla a conocer a más personas, porque creo que merece la pena. La protagonista fue una mujer extraordinaria, todo amor, bondad, valor y entrega; bienaventurada además, porque unió a sus muchas virtudes el cumplimiento heroico de la «pobreza en el espíritu». La primera parte de su historia se asemeja a un cuento de hadas. En la segunda y última, deberá enfrentarse a la adversidad. Pero en una y en otra podría compartir la frase homenaje dedicada al Rey inglés Jacobo II escrita en su epitafio, que se conserva en Saint Germain de Layes, cerca de Paris: «Grande en la prosperidad, Mayor en la adversidad».

    Su amor y su fortaleza hicieron que no se conformara con dar. Se dio.

    El nacimiento y los primeros cuatro años de Isabel

    Nació el siete de Julio del año 1.207, en uno de los castillos de su padre (se duda si el de Posonio, o el de Saróspatak), Andrés II Rey de Hungría. La madre fue su esposa Gertrudis de Merania. Era la pequeña princesa una preciosa y encantadora morenita, que llenó de alegría el corazón de los Reyes. El bautizo del bebé fue solemne, y se impuso a la neófita el nombre de Isabel, la pariente de la Virgen, para que fuera su intercesora, y la niña imitara sus virtudes. Se celebró con numerosos y brillantes festejos.

    Los primeros cuatro años de la Princesita fueron muy felices. Criada y educada en el espléndido castillo real rodeado de hermosos jardines; adorada por sus padres y niñera, y mimada por cuantos se acercaban a ella, la vida le sonreía.

    La educación cristiana que recibía, puso por encima de todos sus demás amores el de Papá Dios, Jesusito, su Mamá del Cielo, San José, su Ángel de la Guarda, e Isabel, la santa de su nombre. Su madre rezaba con ella las oraciones de la mañana y de la noche de manera infantil, y la enseñaba a interrumpir sus juegos y lecciones (estaba aprendiendo las letras y a hacer «palotes», más alguna pregunta de catecismo) de vez en cuando, para decir alguna jaculatoria, o sencilla oración; ya que Papá Dios siempre estaba con ella, aunque invisible, y no debía pasar mucho tiempo sin hacerle caso.

    También la llevaba a menudo a un convento cercano, para visitar a una religiosa, hermana de su padre, que muchos años después fue canonizada: Santa Eduvigis. Isabel quería mucho a su tía, que influyó también grandemente en la piedad de la niña.

    La caridad de los Reyes había fundado, entre otras muchas obras benéficas, una escuela cercana al castillo, a la que asistían los hijos de sus colonos y servidores.

    Se trataba de algo inusual en la época, en la que los niños de las aldeas aledañas a los Castillos solían trabajar a partir de los tres años, como pastores. Se consideraba normal que el pueblo llano fuera analfabeto, y que sólo los hijos de los nobles tuvieran acceso a la cultura.

    Pero al auténtico sentido cristiano de Gertrudis, aquello le parecía una flagrante injusticia. Y con la aquiescencia de su marido, había fundado aquella escuelita. Y cosa aún más extraña, teniendo en cuenta la discriminación de la mujer entonces reinante: que no sólo admitía niños sino también niñas; si bien en aulas separadas.

    La Reina buscó un buen profesorado, que enseñaba a los alumnos en forma elemental, las bases de la cultura de aquel tiempo: las siete artes liberales, resumidas en los llamados Trivium (palabra latina que significa tres vías), y Cuadrivium (cuatro). El primero incluía la gramática, retórica, y dialéctica; y el segundo: astronomía, aritmética, geometría y música.

    Además se enseñaba a los niños a cultivar la tierra, cuidar el ganado, y rudimentos de varios oficios. Y a las niñas, costura y cocina.

    Isabel visitaba la escuela con su madre con relativa frecuencia, compartiendo la merienda de los alumnos y jugando con las niñas en el recreo. Ellas se esmeraban en mimarla y en que lo pasara bien, y no se hiciera daño. Con los chicos no jugaba, porque sus juegos eran demasiado violentos, y ella muy pequeña.

    Alianza matrimonial

    Pero cuando cumplió los cuatro años, su vida cambió por completo.

    Una tarde el Rey se dirigió a las habitaciones de su esposa para hablar con ella, con un empaque solemne que la sorprendió.

    «Gertrudis, — le dijo — tengo que hablar contigo de un asunto importante que te va a disgustar. Sé que te hubiera gustado que consultara este tema contigo antes de tomar

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