San Antonio de Padua
Por María Luz Gómez
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Santo popular y milagrero, atrayente y simpático.
Fernando de Bulhöes cambia su nombre y su vida -de caballero del rey pasa a serlo de Cristo- al tomar el sayal franciscano. Desde entonces, se dedicará a trabajar por hacer mejor el mundo que estaba a su alcance: sur de Francia, norte de Italia, Padua... Algo que logró milagrosamente.
María Luz Gómez
María Luz Gómez es una anciana paralítica que entretiene sus forzados ocios escribiendo en el ordenador historias que juzga interesantes y desea compartir. Es madrileña y en Madrid vivió toda su vida. Estudió en el colegio del Sagrado Corazón. Después, idiomas y pintura. Empezó la carrera de Filosofía y Letras, que no terminó por su pronta boda con un médico. Su matrimonio fue feliz y dio muchos frutos: siete hijos. Nunca trabajó, sino en su casa. Cuidó de hijos y nietos. A sus queridos padres no pudo dedicarles la atención que merecían por falta de tiempo. En cambio, más adelante pudo cuidar de su suegra y dos tías de su marido que solo la tenían a ella. Hoy es viuda y necesita cuidadoras. Tiene diez nietos -uno adoptado, etíope- y cinco bisnietos. Su numerosa familia y su fe cristiana la hacen seguir feliz.
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San Antonio de Padua - María Luz Gómez
San Antonio de Padua
Primera edición: 2019
ISBN: 9788418073267
ISBN eBook: 9788418073687
© del texto:
María Luz Gómez
© de esta edición:
Caligrama, 2019
www.caligramaeditorial.com
info@caligramaeditorial.com
Impreso en España — Printed in Spain
Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.
Prólogo
Tanto en mi familia paterna y materna (mis dos abuelos se llamaban Antonio) como en la de mi marido, existía una gran devoción a San Antonio, a cuya intercesión decían deber muchos favores. En su rama materna se veneró durante generaciones una antigua imagen, que conservo y dibujaré en la portada de este libro.
Hay muchas y muy buenas biografías de San Antonio, empezando por «Asidua», escrita en latín por un contemporáneo anónimo y traducida posteriormente. Es un santo muy popular: «milagrero», conocido y venerado. Muchas personas se encomiendan a él para que les ayude a encontrar novia o novio, cosas perdidas, y recuperar la salud o la economía...
Es una audacia por mi parte el intentar añadir mi granito de arena al conocimiento de este gran santo con una nueva biografía; pero me lleva hacerlo el deseo de dedicarle un pequeño homenaje, en agradecimiento a los muchos favores prestados a mi familia, tanto de sangre como política. Y si este librito lograse darlo a conocer un poco más, aunque fuera a una sola persona, mi esfuerzo habría valido la pena.
Todo lo fundamental de esta historia es auténtico. Pero también intervendrá en algo «mi cosecha», y posiblemente la leyenda
Antonio fue un hombre insigne por su amor a Dios, a los hombres, a los animales y a la entera creación, a quien el Señor concedió, además de grandes cualidades, el don de hacer milagros; tanto durante su vida, como después de su muerte.
Supo hacer rendir sus dones en servicio del prójimo. Curó almas, corazones y cuerpos. Expuso con admirable «don de lenguas» sus grandes conocimientos de la doctrina cristiana, y logró convertir a múltiples herejes y a grandes pecadores. Incluso los animales le escucharon y obedecieron.
Capítulo primero
Nacimiento e infancia de Fernando de Bulhöes.
(Antonio fue el nombre que tomó en Religión).
Piedad, caridad y dos milagros Infantiles.
Primera Juventud.
El protagonista de esta historia nació en el barrio medieval de Alfama en Lisboa, en el seno de una familia de buena posición muy apreciada en sociedad. No se sabe con seguridad el año de su nacimiento, que puede oscilar entre 1.191 y 1.195. Este último es el más probable.
Era un niño hermoso, primer hijo (y al parecer único) de Don Martín y Doña María de Bulhöes. Fue recibido con mucho cariño e ilusión por sus padres, y se le bautizó a los pocos días de nacer con el nombre de Fernando. Su madre lo ofreció a la Virgen.
Creció sano y robusto. Pronto se vio que además de guapo, era muy inteligente, simpático, caritativo y piadoso. Y se dice que ya de niño, sobre los ocho o nueve años, hizo Dios por su medio dos milagros.
Una mañana de primavera estaba cogiendo flores en el jardín de su casa para llevarlas a la Virgen, cuando le llamó su padre:
«Fernando, ve al huerto a espantar a los pájaros, que pican la siembra recién hecha y la estropean. El hortelano ha tenido que salir y yo he de hacerlo ahora. Tú deberás estar allí hasta que yo regrese».
El niño obedeció, y fue al huerto con su ramillete, en lugar de a la Iglesia como deseaba. Pero en cuanto llegó, tuvo una idea luminosa y se dirigió a la multitud de pajaritos que se posaban en un hermoso frutal:
«No piquéis el sembrado, pajaritos, que mi padre me ha pedido cuidarlo»
Y señalando la ventana abierta de su habitación, añadió:
«Volad allí, que os voy a echar pan».
Abrió el mueble en que su madre guardaba las hogazas, y cogiendo una la desmigó en el suelo de su cuarto. Los pájaros entraron en él volando y empezaron a disfrutar de la improvisada comida. Fernando cerró la ventana.
«Enseguida vuelvo y os dejo libres».
Y salió del cuarto, cerrando también la puerta.
Se dirigió a la Iglesia llevando sus flores. Eran las doce y las campanas doblaban para el rezo del Ángelus. Fernando hizo una genuflexión ante el sagrario, y colocó su ramo en un recipiente de barro que había a los pies de la imagen de la Señora a la que su madre le ofreció en su bautizo. Y arrodillado ante ella rezó el Ángelus.
Volvió a su casa, y al llegar a la puerta se encontró con su padre que también regresaba.
«¿Cómo es que no estás en el huerto ?» — le preguntó enfadado.
«Padre, no os disgustéis conmigo. Venid y veréis».
El padre le siguió hasta su habitación y quedó atónito al verla llena de pájaros. Fernando abrió la ventana y se dirigió de nuevo a las aves:
«Ya podéis salir, pajaritos. Y nada de picar el sembrado, que habéis comido muy bien».
Ellos se despidieron agitando las alas en señal de agradecimiento y salieron volando.
El padre no salía de su asombro y lo comentó con la madre. Aquello se supo en Lisboa, y todos cuantos lo oyeron se preguntaban que iba a ser aquel niño «porque la Mano de Dios estaba en él».
El segundo de sus milagros ocurrió pocos días después. Pasaba junto al pozo donde algunas mujeres hacían cola para sacar agua, cuando su buen corazón le hizo detenerse para consolar a una anciana pobremente vestida, que lloraba con amargura.
«¿Qué le ocurre, buena mujer?. ¿En qué puedo ayudarla?»
Ella le señaló un cacharro de barro, que estaba destrozado en el suelo.
«Como estoy muy torpe, al ponerlo sobre el brocal del pozo para llenarlo de agua con el cubo, se me ha caído y se ha hecho pedazos. ¡Y es el único que tengo!».
Al niño le dio tanta pena, que se puso a rezar pidiendo su ayuda al Señor.
Y ante los ojos admirados de las mujeres, el cacharro se recompuso por sí solo en unos segundos. Su dueña, riendo y llorando, se comió a besos a