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Santa Claudia Prócula, esposa de Poncio Pilato
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Santa Claudia Prócula, esposa de Poncio Pilato
Libro electrónico144 páginas1 hora

Santa Claudia Prócula, esposa de Poncio Pilato

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Información de este libro electrónico

Única defensora de Jesús en su juicio ante Pilato.

Cierto lo que dice San Mateo en su Evangelio. El resto del interesante relato tiene más de novela histórica que de biografía.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento19 mar 2021
ISBN9788418665356
Santa Claudia Prócula, esposa de Poncio Pilato
Autor

María Luz Gómez

María Luz Gómez es una anciana paralítica que entretiene sus forzados ocios escribiendo en el ordenador historias que juzga interesantes y desea compartir. Es madrileña y en Madrid vivió toda su vida. Estudió en el colegio del Sagrado Corazón. Después, idiomas y pintura. Empezó la carrera de Filosofía y Letras, que no terminó por su pronta boda con un médico. Su matrimonio fue feliz y dio muchos frutos: siete hijos. Nunca trabajó, sino en su casa. Cuidó de hijos y nietos. A sus queridos padres no pudo dedicarles la atención que merecían por falta de tiempo. En cambio, más adelante pudo cuidar de su suegra y dos tías de su marido que solo la tenían a ella. Hoy es viuda y necesita cuidadoras. Tiene diez nietos -uno adoptado, etíope- y cinco bisnietos. Su numerosa familia y su fe cristiana la hacen seguir feliz.

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    Santa Claudia Prócula, esposa de Poncio Pilato - María Luz Gómez

    Santa Claudia Prócula, esposa de Poncio Pilato

    María Luz Gómez Gómez

    Santa Claudia Prócula, esposa de Poncio Pilato

    Primera edición: 2021

    ISBN: 9788418665837

    ISBN eBook: 9788418665356

    © del texto:

    María Luz Gómez Gómez

    © del diseño de esta edición:

    Penguin Random House Grupo Editorial

    (Caligrama, 2021

    www.caligramaeditorial.com

    info@caligramaeditorial.com)

    Impreso en España — Printed in Spain

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a info@caligramaeditorial.com si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    Prólogo

    Esta vez no escribo sobre una santa canonizada por la Iglesia Católica, sino por la Ortodoxa Bizantina y Etíope (o Griega y Copta); una santa de la que tanto los griegos como los etíopes son particularmente devotos.

    Los datos que he encontrado sobre su vida no están muy claros, e incluso son a veces contradictorios. Y, quitando la época en que fue Procurador en Palestina, me ocurre lo mismo con los que he encontrado sobre la de su marido Poncio Pilato.

    En distintos siglos, diferentes historiadores (empezando por el judío del siglo I Flavio Josefo) la mencionan y dan alguna noticia sobre ella.

    Pero el único dato que he encontrado digno de absoluto crédito, es el que da en su Evangelio San Mateo, el apóstol que fue publicano, en el capítulo 27, versículo 19 :

    "Y estando él (Pilato) sentado en su tribunal, le envió a decir su mujer:

    No te metas con ese justo, porque son muchos los dolores que esta noche he padecido en sueños por su causa.

    Me lleva a escribir sobre su vida, el que fuera único abogado defensor de Jesucristo. La sola voz que se alzó en su defensa en el momento de su juicio ante Pilato. De los suyos, los pocos que tenían voz y voto (como José de Arimatea y Nicodemus: dos miembros del Sanedrín, que por ser sus discípulos no fueron convocados al ilegal primer juicio que este celebró contra Jesús) permanecieron mudos hasta después de su muerte. Entonces se atrevieron a pedir su Cuerpo a Pilato, para darle honrosa sepultura.

    Y los que estuvieron junto a Él hasta el fin (su Madre, Juan de Zebedeo el discípulo amado, y las mujeres que le seguían y ayudaban con sus bienes) no tenían categoría para intervenir en su favor. ¡Un pescador y unas simples amas de casa!

    También me mueve a escribir esta historia la idea de que quizá pueda ayudar al Ecumenismo o unión de las Iglesias, empezando por las Católica y Ortodoxa. Yo soy católica, y por lo tanto creo firmemente que esta es la Iglesia Universal, fundada por Cristo con Pedro por Cabeza: el tronco del gran árbol que Jesús plantó y es su Reino en la tierra. Y que las restantes Iglesias Cristianas son ramas desgajadas por cismas, soberbias, herejías,... que algún día volverán a unirse al tronco. Y con esto no pretendo decir que no haya fallos en la Iglesia Católica. Aunque sea Santa, porque lo es su Fundador, su doctrina (fe y moral: credo y mandamientos) y sus medios (oración y Sacramentos), está compuesta por pecadores. Dios respeta nuestra libertad y permite que todo ser humano pueda hacer mal uso de ella, aunque esté constituido en Jerarquía. Pero no ha permitido, ni permitirá jamás, que se desvirtúe ni una coma o tilde de su Ley.

    Padre: — rezó Jesús en la última cena — que todos sean uno como Tú y Yo somos Uno, para que el mundo crea que Tú me has enviado

    Y su deseo no puede dejar de cumplirse.

    Pienso que espigando entre las escasas y poco fiables noticias encontradas, podré escribir la interesante historia de Santa Claudia Prócula; y aunque tenga que poner mucho de mi cosecha y no todo se ajuste a la realidad, espero que lo haga en lo fundamental. Pero confieso probable que este libro tenga más de novela histórica que de biografía.

    Capítulo I.

    Época en que transcurrió

    la vida de Claudia Prócula.

    Su nacimiento y primeros años. Sus esponsales con Poncio Pilato, decididos y apadrinados por el Emperador Tiberio.

    Entrada Triunfal

    de Pilato en Roma

    Nuestra protagonista vivió en el siglo I de nuestra Era. Es probable que naciera sobre el año 10, y muriera mártir en Roma durante la sangrienta persecución cristiana de Nerón.

    Los primeros años del siglo estuvieron marcados por la Pax Romana, lograda por el divinizado Octavio Augusto, Primer Emperador de la Dinastía llamada Julio Claudia, por estar emparentada con Julio César. Por lo que dice la Historia, Octavio Augusto fue realmente grande. Acabó con guerras y sublevaciones y gobernó con sabiduría y equidad el gran Imperio conseguido. Ordenó empadronamientos para conocer el numero de sus súbditos. Cobró justos impuestos por medio de recaudadores, y rigió las Provincias sometidas por medio de Procuradores romanos; que si bien ostentaban la máxima autoridad, les dejaban un simulacro de ella. Ya que teóricamente, seguían teniendo sus propias autoridades, leyes y costumbres.

    Por el momento, las legiones descansaban en sus cuarteles.

    El César Octavio Augusto se desposó con una divorciada, que aportó al matrimonio un hijo: Tiberio. Por el que su padrastro llegó a sentir tal aprecio, que lo adoptó oficialmente, nombrándole su sucesor. Tiberio siguió la carrera militar con tal éxito, que ascendió a general siendo muy joven, y llegó a marcar con Germania, la frontera norte del Imperio.

    A la muerte de Augusto y siendo ya Emperador, Tiberio reorganizó el Ejército añadiéndole más legiones y dictó nuevas leyes. Los años de servicio militar obligatorio pasaron a ser veinte para el común de los legionarios, y dieciséis para los Pretorianos y la Guardia Imperial. Y una vez jubilados, todos cobrarían un sueldo—pensión, que Tiberio sacó de un nuevo impuesto: un 5 % sobre las herencias.

    Contrajo matrimonio con Julia, bella hija de Augusto y hermanastra suya. Pero pasado algún tiempo (ignoro el motivo) la repudió.

    Julia no quiso permanecer en Roma tras el repudio. Se trasladó a Hispania acompañada de su Aya, y vivió en la ciudad de Cartago—Nova. Se dice que tuvo allí un amante del que concibió a Claudia. Así que pudiera ser hija ilegítima. El posible padre, que ya antes de su nacimiento abandonó a la madre, no la reconoció.

    Julia murió a poco de nacer Claudia. Y al Aya le pareció oportuno regresar a Roma con la niña y enterar a Tiberio de su existencia. Estaba segura de que echaría una mano a aquella pobre criatura, porque le consideraba buena persona

    Tiberio reconoció a Claudia como hija suya, y junto con el Aya la trajo consigo al Palatino. Quizá lo hiciera por lástima; tal vez porque le remordiera la conciencia por el repudio de su esposa; o porque, dado el escaso tiempo transcurrido desde aquel, le cupiera la fundada duda de que aquella pequeña fuera efectivamente su hija.

    Naturalmente la niña no guardaba recuerdo alguno de su corta vida en Cartago—Nova. Siempre creyó que su nacimiento tuvo lugar en el Palatino y que su madre, esposa de su padre, había muerto en él. Creía lo que siempre se le dijo; porque Tiberio había prohibido de manera terminante, que nadie le hablara de la forma en que tuvo lugar su venida a este mundo.

    Claudia era bonita, alegre y cariñosa. Se crió rodeada del amor de Tiberio (al que siempre creyó su padre), del Aya, y de todos cuantos la rodearon.

    Los hermosos jardines del Palacio Imperial fueron siempre su lugar favorito cuando hacía buen tiempo. De bebé la paseaba por ellos el Aya. Y al llegar a los tres años, jugaba en ellos bajo su vigilancia con otras niñas de la Nobleza. La pelota era el juego preferido de las pequeñas.

    Sobre los seis años empezaron las niñas a recibir clases. Tuvieron buenos profesores, que hasta los catorce les impartieron una excelente educación cultural; que junto a las siete artes liberales, incluyó baile, latín a fondo, e idioma griego. También aprendieron bordado y cuanto una noble dama debía saber sobre administración y gobierno de la familia. Nombre procedente de famuli, que era dado entonces al conjunto de esclavos, libertos y siervos que trabajaban en cada hogar patricio. En el tiempo de nuestra historia, las clases sociales de Roma (a excepción del endiosado Emperador) eran tres: los patricios (que tenían famosos antepasados, eran ricos y constituían la nobleza del Imperio); los plebeyos (de los que muchos ejercían diferentes oficios, pero la gran mayoría trabajaba el campo), y los siervos, libertos y esclavos, que ejercían en los palacios peluquería, depilación,

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