Bendito sea el pecado
Tras la fatal desaparición de la civilización romana vino el largo tiempo de decadencia y atraso de la Edad Media, que los libros de historia sitúan entre los años 476 y 1492. En aquella Europa con masas empobrecidas y bárbaros yendo de aquí para allá, el cristianismo fue la única identidad superviviente. Los monasterios se las arreglaron para salvaguardar ciertas áreas de la cultura y establecer un poco de orden en los territorios que ocuparon, vapuleados por la ambición guerrera de la nobleza, a menudo iletrada y de origen godo. Esa capacidad organizativa en medio del caos y la estricta moral establecida por su dominante religión es lo que convierte a la Iglesia en la única institución verdaderamente poderosa y transnacional de ese entonces.
La filosofía teocéntrica del cristianismo será la que se imponga y mande: ya no están esos dioses paganos al servicio de los humanos, sino que todo lo que se vive ha de estar sometido a una única divinidad. Dentro de esta apretada concepción, en la que el placer tiene poca cabida, el sexo deja de ser una faceta más de la existencia para convertirse en un rito sacralizado del mecanismo reproductivo dentro del ámbito matrimonial. La definición de pecado alcanza así sus máximas cotas históricas y toma forma una lacra psicológica que, a lo largo de más de 15 siglos, no ha dejado de condicionar las normas sociales y la existencia de las
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