Entre Dios y el diablo
Por Tatiana Lobo
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Esta obra obtuvo el Premio Nacional de Cuento en 1993.
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Entre Dios y el diablo - Tatiana Lobo
T.L.W.
Dominga Liberata Moya
La orfandad de una india,
1713
La jurisdicción entre el poder civil y el eclesiástico no siempre estuvo claramente delimitada ni exenta de competencias. En este caso, la disputa entre ambos poderes surgió por la herencia de una india. Aparentemente libre, pero menor de edad y por lo tanto sin derecho a reclamar ante la ley, Dominga Liberata quedó en tierra de nadie y muy vulnerable ante quien hiciera mayor demostración de fuerza. La orfandad dejó a Dominga legalmente indefensa. Y fueron los bienes heredados el motivo de la disputa que sostuvo el gobernador con fray Miguel Hernández, doctrinero de Ujarrás.
El 30 de octubre de 1713, agonizaba en su casa pajiza del pueblo de Ujarrás el indio Santiago Moya, de origen principal. Junto a su lecho, fray Miguel Hernández y los testigos Mateo Solano y Bartolomé Hernández, esperaban que el enfermo terminara de dictar sus últimos deseos. En una esquina del rancho, las dos hijas, Luisa y Dominga, observaban a uno de ellos garrapatear sobre una hoja de papel, doblada en la mitad, el testamento que su padre iba detallando con mucho esfuerzo. Pocos minutos antes, fray Miguel dictó el encabezado:
En nombre de Dios Todopoderoso y de la Virgen Santísima María, Señora mía, y de todos los santos y santas de la corte del cielo, yo, Santiago de Moya, indio natural del pueblo de Nuestra Señora de Ujarrás, que estando enfermo de la enfermedad que Dios ha servido de darme, y estando en mi entero y sano juicio, hago esta memoria y declaración de mis bienes para que, si Dios me llevare, salga de aquí lo dispuesto y ordenado... por ser esta mi última voluntad.
Moya pidió que lo sepultaran en el convento, con el hábito de san Francisco; quiso una misa cantada de cuerpo presente, un novenario, y apartó de su testamento una mula mansa para pagar con ella sus funerales. Todo lo demás –caballos, bueyes, vacas, novillos, la casa donde moría, dos solares, tres platanales, un cañaveral, un trapiche, su ropa sencilla y algunas joyas modestas– lo dejó a sus hijas para que
siendo Dios servido de llevarme, gocen todas las dichas de mis bienes, como mis hijas legítimas, con la bendición de Dios y de la mía.
El moribundo era viudo, así que sus únicas herederas eran las dos muchachas, muy jóvenes aún. El enfermo nombró por albaceas a Manuel y Lorenzo Peñaranda. Firmaron los testigos, firmó el padre Hernández y, poco después, Moya falleció.
Tres meses más tarde, llegó a Ujarrás el gobernador José Antonio Lacayo de Briones, acompañado por el sargento mayor Francisco de la Madriz Linares. Entre la gente que le pidió audiencia estaba Manuel Peñaranda, albacea de Santiago Moya, quien venía a formalizar el testamento. Lacayo de Briones hizo el avalúo de los bienes y luego de inventariarlos, ante su sorpresa, la suma total ascendía a 500 pesos y dos reales. Enterado de que las únicas herederas eran dos hijas menores de edad, decidió que el patrimonio debía ponerse bajo custodia y lo depositó en manos del sargento mayor, con un rédito de 5 por ciento. Justificó su acción diciendo que las muchachas eran demasiado jóvenes para administrar su hacienda y que los bienes les serían devueltos hasta