Oí decir a esos herejes que las almas de los hombres y de las mujeres eran las mismas, y no se diferenciaban entre ellas, ya que toda la diferencia entre el hombre y la mujer estaba en su carne, obra de Satanás. Así, cuando las almas de los hombres y las mujeres habían abandonado su cuerpo, no se diferenciaban entre ellas».
Deposición de Pierre Maury ante Jacques Fournier.
La palabra cátaro, proveniente del griego katharos (puro), es un término que la Iglesia Católica empleó con un sentido peyorativo. Los cátaros no se designaron a sí mismos como puros, perfectos o perfectas o albigenses (procedentes de la ciudad de Albí), títulos empleados por la Inquisición. Sus seguidores los conocían como buenos cristianos, «buenos hombres» y «buenas mujeres» o «buenas damas».
Las mujeres iniciadas en la religión cátara gozaron de mayor reconocimiento que sus contemporáneas católicas. Su incidencia dentro de la sociedad medieval fue más profunda de lo que se puede pensar y su presencia en los rituales religiosos constituyó una de las razones por las cuales la Iglesia católica persiguió con especial dureza a esta religión y sus creyentes.
Los archivos inquisitoriales no dejan lugar a duda. Más de la mitad de los creyentes cátaros denunciados por la Inquisición fueron mujeres pertenecientes a un amplio abanico de clases sociales, aunque destaca el interés que la nueva religión suscitó entre las damas de la nobleza. Desde nobles occitanas como Blanche, dame de Laurac, o Garsende, dama de Mas-Saintes-Puelles, hasta campesinas como Guillelme Maury, que pereció en la hoguera para intentar salvar al «buen hombre» Pierre Authié, las mujeres