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La Herejía Albigense
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Libro electrónico129 páginas1 hora

La Herejía Albigense

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Los Albigenses, o Cátaros, como son más conocidos popularmente, fueron un movimiento Cristiano dualista o de tendencia Gnóstica, que prosperó en algunas zonas del Sur de Europa, particularmente en el Norte de Italia y en lo que es hoy el Sur de  Francia entre los siglos XII y XIV
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento16 nov 2018
ISBN9781547539932
La Herejía Albigense

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    La Herejía Albigense - Henry James Warner

    CrossReach

    Introducción

    El interés y la importancia de la llamada Herejía Albigense[1] se fundamenta en el hecho de que aunque se refiere a una ubicación y un nombre locales, su ubicación real no era local, y su nombre es erróneo. Su origen se puede rastrear hasta épocas pre-cristianas, y sus derivaciones permanecerán por muchas eras futuras. Su denominación actual es inexacta e incompleta; inexacta porque Albi no fue fons et origode un movimiento el cual aunque enraizó más profundamente en el Sur de Francia, fue esporádico a lo largo de Europa Central y Occidental; incompleta, porque el movimiento no fue una sola herejía, sino muchas, heterogéneas, contradictorias, que desafiaron las rígidas clasificaciones pero que permanecieron unidas en su oposición a la Iglesia de Roma. Es un mero accidente histórico que su nombre se haya derivado de Albi, porque Albi no fue el único ni el más importante de los pueblos infectados. El ojo de la tormenta fue la gran ciudad de Toulouse, a la cual Peter de Vaux-Sarnai describe como Tolosa, tota dolosa, ya que, según él añade, nunca o casi nunca desde su fundación estuvo libre de herejía, los padres las transmitían a sus hijos. El impacto vino en la época cuando la Iglesia de Roma invirtió todo su poderío en extender su supremacía espiritual hacia el norte, y el Reino de Francia su dominio territorial hacia el sur y se alinearon sus respectivos intereses para unir sus fuerzas en una cruzada doméstica contra el Sur de Francia. Molieron su cuerpo entra las muelas del molino pero su alma siguió viva. Sus enemigos la declararon como paganismo de rango (Maniqueísmo)[2]: sus adeptos la declararon la forma más pura del Cristianismo (Catarismo). Creemos que una investigación imparcial demostrará que ninguno de los reclamos puede ser verificado. La imparcialidad, sin embargo, no se puede garantizar con facilidad. La mayor parte de la evidencia documental que ha llegado a nosotros está sesgada. La Iglesia consideró que su deber sagrado era destruir toda la literatura herética como si se tratase de una peste: los herejes, por su lado, destruyeron los archivos de las primeras inquisiciones, siempre que caían en sus manos durante sus pocas victorias militares, con el argumento de que eran peligrosos para sus miembros y distorsionaban sus doctrinas. Ninguna persona, observa Francis Palgrave en su Historia de los anglo-sajones, pudo intentar nunca cualquier investigación histórica sin traer su propio dogma favorito a la tarea - algunos principios que deseara cada quien apoyar, alguna postura que ansiara ilustrar o defender, y es absolutamente inútil lamentase sobre esas tendencias a la parcialización, pues son en sí mismas motivaciones para continuar el trabajo. Verdaderamente, es a causa de los muchos que han tratado de confirmar sus predilecciones políticas y eclesiásticas en esta controversia, que se debe hacer un nuevo esfuerzo para conocer los hechos del caso. Por un lado, debemos cuidarnos de leer en Homero lo que Homero nunca escribió. Por otro lado, debemos precipitar cuidadosamente la prosa que está disuelta en la poesía, y separar los hechos históricos de la ficción fanática.

    Capítulo I. La Fuente

    El origen de las herejías Albigenses no era autóctono, sino importado, aunque los aportes externos crudos rápidamente se combinaron con las elaboraciones domésticas. Su vigoroso  crecimiento y amplia popularidad se debió a las condiciones particularmente favorables de la región y el tiempo de su introducción.

    No Eran Maniqueos

    La Iglesia etiquetó comúnmente la herejía como Maniquea, pero la etiqueta fue un libelo. El término sirvió bien al propósito de la Iglesia, porque el nombre Maniqueo había tenido por siglos implicaciones siniestras, despertando así la abominación absoluta de los ortodoxos e imputando a los acusados de ella los castigos más severos de la Iglesia y el Estado. Recordaba los conflictos entre la Iglesia primitiva y el Gnosticismo. Ejerció una sutil fascinación sobre Agustin, y aunque él la combatió posteriormente, incluso como obispo, según Julián de Eclana, que no fue ningún crítico suyo, no estaba del todo libre de su infección. La agresividad del Maniqueísmo, a pesar de ser insidioso y misterioso, se había vuelto, al momento de la aparición del Catarismo, una fuerza agotada. La opinión contraria está basada en inferencias, no en datos históricos. El Dualismo de los Maniqueos no era el Dualismo de los Cátaros y había otras diferencias aún más distintivas. Ningún escritor, líder o emisario Maniqueo ha dejado ni la más ligera huella de su nombre o influencia en la propaganda Cátara. El afán con el que esta arma fue forjada por la Iglesia y el éxito con el que se ejerció nos hacen sospechar de su justicia. Incluso Bernard de Clairvaux niega que los Cátaros se hayan originado en el Mani.[3]

    No Eran Maniqueos

    Más o menos lo mismo se puede decir de la visión, menos extendida, de que el Catarismo era un resurgimiento del Priscilianismo, de cuya supervivencia tenemos pruebas tan tardías como el comienzo del siglo VII. Pasó los Pirineos franceses. Indudablemente había una conexión entre Aragón y Toulouse. En sus Dualismo y Ascetismo, en su estudio y criterio[4] sobre las Escrituras, ambos movimientos tenían puntos de semejanza, pero es todo lo que se puede decir a favor de esta teoría. Los Cátaros no afirmaban haber tenido su origen en España ni trataron de encontrar allí un suelo fértil para plantar sus dogmas. El leve apoyo que recibieron les fue dado solamente por razones políticas o familiares. Ellos acostumbraban tener sus valles y montañas más cercanos como lugares de refugio, no como ámbitos de proselitismo.

    No Eran Donatistas

    La semejanza entre los Donatistas y los Albigenses en su actitud acerca de la indignidad de los ministros que afectaba la validez de los sacramentos e incluso la de la Iglesia misma, no le proporciona un fundamento histórico a la teoría de que ese Cisma dejó algunas semillas en Francia que germinarían solo varios siglos después. Dicho Cisma se limitó al Norte de África. Aparte de la presencia de cinco Obispos galos, o asesores al Obispo de Roma, en el juicio Ceciliano VS Donato, ordenado por el Emperador en el 313 DC, y el Concilio realizado en Arles al año siguiente, Francia no tuvo interés en la controversia Donatista. Todo lo contrario, los Obispos galos a quienes se le ordenó intervenir, y el Concilio se llevó a cabo en la Galia, porque fue una región inmune al Donatismo, y su aislamiento doctrinal presuponía una plataforma imparcial para los litigantes. Otro punto de semejanza entre Donatistas y Albigenses era que ambos objetaban la interferencia coercitiva del Estado en los asuntos de la Iglesia. [5] Pero esto y la indignidad de los ministros eran tópicos que han sido discutidos en la Iglesia en todas las épocas, y no hay evidencia de conexión histórica.

    Eran Parcialmente Paulicianos

    Encontramos firmes basamentos en la búsqueda de una conexión entre los Cátaros y los Paulicianos. No podemos ir tan lejos para decir como Reinéri, una vez Cátaro él mismo, que el movimiento surgió en Bulgaria y Dalmacia, pero hay evidencia para demostrar que los Cátaros mismos no ponían en duda algo de afinidad.

    Pauliciano (corrompido como poplicano, publicano, etc)[6], fue una de las primeras apelaciones de los Cátaros; y una comparación de sus dogmas y formas de organización prueba que había demasiado en común para suscribirlo como mero accidente. En el siglo IX, los Paulicianos de Armenia vieron que las circunstancias eran favorables para la diseminación de sus creencias entre los pueblos eslavos. Para la primera parte de ese siglo, los monjes griegos Metodio y Cirilo habían convertido a Bulgaria al Cristianismo, y su Rey Boris, que quería estar en términos amistosos tanto con el Reino Franco como con el Imperio Bizantino, fue bautizado y tomó el nombre de Miguel como su padrino Miguel III, el Emperador Bizantino. Un hecho para recordar de esa labor de conversión es que esos dos monjes tradujeron el Nuevo Testamento del griego al idioma búlgaro y elaboraron una liturgia. Ellos confiaron no solamente en la palabra hablado, sino también en la palabra escrita en una lengua comprendida por la gente, un método  de evangelización común a los Paulicianos, los Albigenses y los Valdenses. No solo eso, sino que se puede demostrar que la versión de la Biblia manejada por los herejes occidentales se basa en el griego y no en

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