Mozárabes en el origen de los reinos cristianos: La emigración mozárabe al reino astur-leonés y la influencia de los cristianos de al-Andalus en la génesis de Castilla y del castellano
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Los primeros repobladores que llegan al Reino de Asturias, en los momentos iniciales de su formación, en la época de Alfonso I y su hijo Fruela, en el que también se repuebla la Vardulia (que después se conocerá como Castilla) todavía no están arabizados, pero los que continúan llegando durante los siglos siguientes son ya cristianos con un alto grado de arabización.
Estos repobladores cristianos proceden, mayoritariamente, de las zonas urbanas de Al Ándalus, y muchos de los que llegan en el siglo VIII a la Vardulia lo hacen desde una gran ciudad de Al Ándalus que se llamaba Castilla antes de conocerse como Medina Elvira, una vez convertida en la capital de la Cora de Elvira. Ellos son los que ponen el nombre de Castilla a su nueva tierra.
Unos y otros llevan allí todo su acervo cultural: su arte, que se ve en la arquitectura, la ilustración de libros o en la música; su forma de entender la religión; su economía y, especialmente, su habla romance, la lengua no culta o «vulgar» que se hablaba en Al Ándalus y que los andalusíes denominaban latiní o aljamía. Ese romance andalusí es semejante a los que aparecen en el norte. La semejanza que se ve en los momentos iniciales de la formación de esos romances, y que se deduce de los textos latinos escritos en la época, que incluyen ya formas romances, se comprende, precisamente, por el común origen mozárabe de los autores de muchos de esos textos, tanto en Asturias, León y Castilla.
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Mozárabes en el origen de los reinos cristianos - Francisco de Borja García Duarte
1. INTRODUCCIÓN
Es en los oscuros siglos de la Alta Edad Media cuando se dan las claves de la formación de lo que serán los distintos reinos peninsulares que van surgiendo en el norte después de la desaparición del reino visigodo de Toledo y la irrupción en la península de un nuevo poder que adopta el Islam como religión y el árabe como lengua.
Las fuentes documentales que nos han llegado para poder reconstruir la formación y expansión de estos reinos, en sus primeros momentos, son escasas y, además, la mayoría no son originales de la época, sino que son posteriores o son copias, con las consiguientes interpolaciones y manipulaciones o, incluso, falsificaciones en algunos casos. Por eso la historiografía ha tenido que ir sorteando esa problemática y tratar, en muchas ocasiones, como dice Fray Justo Pérez de Urbel, de reconstruir la historia de ese periodo tan escaso de fuentes caminando «casi a oscuras... tanteando y adivinando».
En el siglo VIII comienza a vislumbrarse en el norte cantábrico la formación de un «reino de los cristianos» del que sabemos de su existencia especialmente por unas crónicas, las de Alfonso III, que fueron escritas más de un siglo y medio después de su supuesta creación. A la historiografía le resulta «contradictorio» que estas crónicas pretendan entroncar el nuevo reino de los cristianos de Asturias con el antiguo reino visigodo de Toledo, cuando Asturias, y el norte cantábrico en general, apenas había tenido relación con el reino visigodo. Por el contenido de estas crónicas resultaría paradójico que un territorio como el de la cornisa cantábrica, habitado por unos pueblos que se habían mantenido al margen del dominio visigodo, aparecieran, justo después del derrumbe del reino visigodo, como los herederos de ese reino y los más fervientes admiradores de todo lo que había significado.
Se ve que estas crónicas están redactadas con una clara intencionalidad ideológica que busca la continuidad entre el reino toledano caído en «desgracia» a raíz de la «invasión musulmana» y el nuevo reino cristiano de Asturias nacido «por providencia divina», como asegura la crónica Albeldense.
Controversia hay entre los historiadores sobre las contradicciones que se pueden deducir de las primeras crónicas del reino asturiano. Para unos, la redacción de esas crónicas es solo una implementación ideológica por parte de los clérigos mozárabes que habían llegado a Asturias en la segunda mitad del siglo IX y que tenían gran predicamento en la corte de Alfonso III el magno. Serían los propios gobernantes astures los que harían caso de estos clérigos mozárabes y se «convertirían» al neogoticismo, y para ello se intentarían enlazar dinásticamente, a través de esas crónicas con el reino visigodo de Toledo.
Pero para nosotros no sería solamente un giro ideológico sino una auténtica aculturación de los astures por los nuevos pobladores cristianos que llegan a la cornisa cantábrica durante los siglos VIII y IX, pues hay muchos elementos, además de las propias crónicas, que pueden acreditar que el nuevo reino compuesto por los «cristianos y astures», que se comienza a formar en Asturias en el siglo VIII y que culmina su consolidación en la época de Alfonso III, está fundamentado en características culturales, religiosas y lingüísticas ajenas a la tradición autóctona de Asturias.
Por lo tanto, el análisis que hacemos de las escasas fuentes relacionadas con el reino asturiano, en el marco del cual nace la primitiva Castilla, desde una óptica diferente a la de la historiografía tradicional, nos da una serie de resultados que podrían parecer chocantes con esa visión histórica pero, que a nuestro parecer, lo que resultaría bastante evidente es que en la formación y desarrollo del Reino de Asturias, y dentro de él, del territorio que se conoció después como el Condado de Castilla, y de la lengua romance que después se denominó como castellano, tuvieron mucho que ver los repobladores mozárabes provenientes de al-Ándalus.
De las crónicas alfonsinas y de los demás documentos de la época que nos han llegado se deduce claramente que la formación y expansión del reino astur-leonés, y dentro de él, la primitiva Castilla, surge como consecuencia de continuas repoblaciones de cristianos que llegan desde el sur. Los repobladores, mayoritariamente clérigos y sus familias, llegan al norte provenientes, sobre todo, de zonas urbanas de al-Ándalus densamente pobladas como Toledo, Mérida, Córdoba y Andalucía en general, y trasladan allí todo su acervo cultural, desde la arquitectura, el arte, la música, la liturgia, el tipo de letra, el habla y su propio sistema económico de producción.
Los primeros repobladores de los que hablan las crónicas llegan a la zona cantábrica a lo largo del siglo VIII. Son cristianos que huyen de catástrofes climáticas como las grandes sequías y hambrunas, que nos reseñan algunas crónicas, y de la inestabilidad política y económica del sur. Estos primeros repobladores no están todavía arabizados, como los que llegan después, y están vinculados ideológicamente a los poderes católicos hispano-visigodos derrotados que no aceptan la sumisión y colaboración con los nuevos poderes establecidos en al-Ándalus.
Esta zona (Asturias, Cantabria y parte del norte de Burgos) había sufrido a partir del siglo V una ruralización y una despoblación que les llevó a la pérdida de la poca aculturación romana a la que habían llegado en la época de la dominación de Roma. Estos nuevos pobladores se encuentran, por lo tanto, con una sociedad apenas latinizada, sin estructuras urbanas, y sin comunidades cristianas.
Los nuevos pobladores son cristianos, mayoritariamente clérigos, como reflejan los primeros documentos de los cartularios de los monasterios, que hacen «presuras» y construyen iglesias con un tipo de arquitectura ajena a la tradición de esas tierras, que llevan libros y enseres propios de una cultura urbana y que roturan la tierra plantando especies como la vid, extrañas a la tradición agrícola de sus primitivos habitantes.
Estos repobladores son capaces de crear unas nuevas estructuras administrativas en las que la religión católica, llevada allí por ellos, constituye el centro neurálgico de su ideología, instituyéndose en «Reino de los cristianos». El nuevo reino consigue extender sus territorios más al sur, hasta el Duero, en los siglos IX y X, repoblando nuevos territorios que habían quedado casi despoblados, como nos siguen reseñando las crónicas, con «suas gentes», es decir, los descendientes de los primeros repobladores y de los habitantes autóctonos ya aculturizados, a los que se les irían añadiendo los nuevos mozárabes que seguían llegando desde el sur.
La procedencia de estos nuevos repobladores que llegan a partir de mediados del siglo IX se puede rastrear más fácilmente en los documentos. Son mozárabes en el sentido estricto del término, es decir, cristianos arabizados. Unas veces los manuscritos señalan expresamente el origen del repoblador, siendo varios los casos en que se remarca la procedencia cordobesa, aunque es más habitual que se aluda a su procedencia de Spania, término que en aquella época denominaba a al-Ándalus y no a los nuevos reinos del norte.
En la mayoría de los documentos, especialmente los de finales del siglo IX y los de los siglos X y XI, cuando ya se ha producido la arabización cultural y lingüística de los cristianos de al-Ándalus, se puede deducir su procedencia, además de por los nuevos estilos arquitectónicos que utilizan en la construcción de las nuevas iglesias, también por la arabización de muchos de los nombres que aparecen en los documentos del reino astur-leonés, por bastantes palabras arabizadas que se utilizan en ellos y por algunos de los topónimos arabizados que nos han dejado.
Otro hecho contradictorio que vemos en la historiografía y que nos lleva a la reflexión es el porqué una lengua como la castellana, que en su origen aparece vinculada a los textos redactados en los cenobios, y que inicialmente es muy parecida al romance mozárabe, y que contiene, ya desde sus primeros momentos algunos términos arabizados, aparece precisamente en una zona, sobre todo en un territorio como el norte de la actual provincia de Burgos, incrustado entre el País Vasco y Cantabria, que hasta la aparición de la primitiva Castilla se le conocía como Vardulia, y que estaba débilmente poblada por unas gentes —los várdulos— asociados étnica y lingüísticamente en época romana a sus vecinos vascones, y que cuando habían sido empujados por los vascones, a partir del siglo VI, hacia estas nuevas tierras del norte de Burgos y occidente de Álava, desde Vizcaya y Guipúzcoa, apenas habían sido romanizados, y no se habían cristianizado.
Para nosotros esa contradicción también se resuelve por ser cristianos de al-Ándalus los primeros repobladores que llegan, a mediados del siglo VIII, a esas tierras con una baja densidad de población muy ruralizada y con características culturales distintas a las que llevan los nuevos pobladores provenientes de zonas urbanas del sur. Son éstos últimos, mayoritariamente clérigos y sus familias, los que construyen las iglesias, y son ellos mismos y los mozárabes que siguen llegando a esas tierras en los tres siglos siguientes los que redactan esos textos latinos, en letra gótica, en los que ya se vislumbran formas y léxico romance que tienen una gran similitud con el latín romanceado que conocemos de al-Ándalus y el que llevan otros mozárabes a tierras de Asturias y León.
El nacimiento y desarrollo de la Castilla condal en su primer siglo de vida es un asunto bastante oscuro para la historiografía, quedando muchos aspectos dentro de la especulación. Lo único claro es que el nombre y todo lo que significó Castilla empieza a vislumbrarse a partir del siglo VIII como consecuencia del fenómeno de la repoblación que se da en ese siglo y los tres posteriores, en la cornisa cantábrica y en la zona de la meseta hasta el Duero.
Los historiadores de los condados y del reino de Castilla no nos explican cómo un territorio pequeño del norte de la actual provincia de Burgos, al que en el año 800 se le conoce como Castilla y al que en el año 872 todavía se le distingue de los territorios del valle de Mena y el de Losa (en el norte de Burgos) dio nombre a toda una región y a un reino. Es cierto que existe poco material para reconstruir la historia de la primitiva Castilla; sólo algunas crónicas como las de Alfonso III y alguna otra que apenas hace referencia a esta primera Castilla y, en general, sólo para hablar de algunas repoblaciones o la fundación de algún monasterio. Poca cosa para reconstruir el primer siglo de su existencia. Después vendrán las Gestas y los Anales, documentos no muy válidos por su tendencia a la exageración y a la parcialidad.
La primitiva Castilla nace vinculada al incipiente reino asturiano como una de las zonas (las Vardulias) repobladas por Alfonso I de Asturias a mediados del siglo VIII. La primera vez que aparece el nombre de Castilla en el norte de Burgos es en un documento, del año 800, que habla de repoblación, de fundación de iglesias y de roturación de tierras con la plantación, entre otros productos, de viñas; y se refiere a un pequeño territorio enmarcado en el área de esa primitiva Castilla. En ese documento ya aparecen los factores que determinan a esa Castilla primera como la consecuencia de una transposición a ese territorio de gentes provenientes de un lugar con unos elementos culturales distintos a la supuestos habitantes originarios de esas tierras conocidas hasta entonces como las Vardulias.
En esa época se dan varios factores en al-Ándalus que, para nosotros, son los que determinan que muchos habitantes cristianos del sur decidan emigrar al norte. Por un lado una sequía de varios años ininterrumpidos que ocasiona una gran hambruna, y por otro una gran inestabilidad político-militar y social que desemboca en la instauración del Emirato andalusí. En este proceso hay que enmarcar la conquista por Abderramán I de una gran ciudad de al-Ándalus, en la vega granadina, que se llamaba en esa época Castilla. Esa conquista, las fuertes cargas impositivas que les imponen y que atenazan a los habitantes de esa Castilla, y el inicio de la islamización, son los factores que empujan a bastantes cristianos de Castilla a refugiarse en el norte atraídos por la política repobladora de Alfonso I y su hijo Fruela. A estos primeros repobladores del siglo VIII le siguen otros durante los siglos IX y X, que son los que siguen construyendo iglesias y cenobios más al sur, hacia el Ebro, primero, y siguiendo hasta el Duero, después, y hacia el occidente, hacia Álava, y hacia oriente, hacia tierras palentinas, llegando a unificarse los condados que se iban creando en uno solo con el nombre de Castilla, ya en tiempos de Fernán González.
Así que consideramos que el nombre de Castilla dado al territorio que hasta el siglo IX se conocía como Vardulia es llevado allí por estos castellanos provenientes de otra Castilla, anterior a la de Burgos e incluso confundida durante tiempo con ésta por algunos historiadores, con unos elementos culturales, religiosos y político-administrativos idénticos a los que aparecerán más tarde en la Castilla burgalesa. Se trata de Castilia, capital de la Cora de Elvira, llamada luego Medina Elvira, que quedó destruida y abandonada a partir del siglo XI, quedando casi olvidada su memoria.
Por lo tanto, de estos dos hechos —la existencia de una Castilla en la vega de Granada y la aparición después de otra Castilla en el norte de Burgos con elementos identificativos muy similares, como consecuencia de una repoblación— cabe deducir que la segunda Castilla nace como consecuencia de la llegada de gentes provenientes de la primera, dentro del marco general del fenómeno de repoblación que se da a lo largo de los siglos VIII al XI en toda