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Al-Andalus y su herencia
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Libro electrónico336 páginas5 horas

Al-Andalus y su herencia

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Sobre al-Andalus y su significado en la historia de la península ibérica se han planteado desde antiguo visiones encontradas que van desde la idealización delirante hasta la negación absoluta. Este libro trata de localizar los principales parámetros de la civilización de al-Andalus como jalón de las culturas del Mediterráneo mediante el análisis de las principales etapas históricas de la formación social andalusí, desde la conquista y el Emirato Dependiente hasta la expulsión de los moriscos en los años 1609 y 1610. Se ocupa también de sus estructuras: la administración del país, la economía y la sociedad, trazando una aproximación a sus grupos y clases sociales y los valores culturales, para dibujar finalmente una breve panorámica sobre la cultura de al-Andalus y sus principales hitos con la herencia que la civilización andalusí legó a España y a la Europa del Renacimiento.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 jun 2021
ISBN9788413522340
Al-Andalus y su herencia
Autor

Rafael Valencia

Arabista y profesor de la Universidad de Sevilla. Ha sido también profesor en las universidades de Bagdad, El Salvador de Buenos Aires y Dakar. Fue director del Instituto Cervantes de Bagdad y premio de Investigación Ciudad de Sevilla, además de coordinador de Edad Media y mundo árabe de la Gran Enciclopedia de Andalucía y académico de número de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras.

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    Al-Andalus y su herencia - Rafael Valencia

    Abreviaturas

    a. Antes de

    b. Ibn o ben, hijo de, en la cadena de filiación árabe. El plural es banu.

    bt. Bint, hija de en la cadena de filiación femenina.

    c. Circa, alrededor de.

    d. Después de.

    m. Fecha de muerte.

    pl. Plural.

    Prólogo

    El texto que tiene el lector entre sus manos intenta ofrecer una aproximación a la realidad de al-Andalus, la parte de la península ibérica bajo gobierno árabe durante la Edad Media y las prolongaciones que tuvo una vez desaparecida como entidad político-administrativa. Es decir, pretendemos analizar los principales parámetros de una formación social tribal, tributaria, de norma musulmana y entorno árabe, de poder centralizado con alternativas disgregadoras, basada en la agricultura y otras labores extractivas, con un gran peso del comercio urbano que va incrementándose según avanza el tiempo. Esta formación comienza a implantarse en el territorio durante la conquista iniciada en el año 711 y permanece, cambiando, como todo organismo vivo, hasta la entrada de Castilla en la ciudad de Granada, en 1492.

    Sobre este al-Andalus y su significado en la historia de la península ibérica se han planteado desde antiguo visiones encontradas que van desde la idealización delirante hasta la negación absoluta. La discusión no es nueva y se produce en muchos sectores de la sociedad que hoy habita el mismo territorio o que está fuera de él. Mirado en perspectiva, al final se trata, abarcando los ámbitos más diversos, de un conjunto de imágenes de al-Andalus que arrancan de la que tenían los mismos andalusíes de sí mismos, a la de los del resto de los habitantes de la península ibérica en la Edad Media, pasando por las del arte español o europeo de los siglos del Renacimiento hasta llegar a la de los románticos del XIX, o las de la Europa de hoy, o el mundo árabe contemporáneo. Y en esta dicotomía se desdibuja la realidad, se tiende al blanco o al negro, se olvidan los análisis más serenos e históricamente válidos que se han producido, sobre todo desde el siglo XIX hasta nuestros días, cuando las aportaciones del arabismo y otros campos, lógicamente cada vez menos segregados, han conocido un incremento notable. A la pregunta de qué fue al-Andalus puede responderse desde el análisis riguroso del rico entramado que constituyó como sociedad o desde la pura invención, simplificándolo o tergiversándolo¹. Leyendo algunas opiniones actuales, uno no puede olvidarse de lo que un día escribía un historiador de herencia andalusí, Abderrahmán b. Jaldún (m. 1406), cuando, al definir lo que es la historia y sus métodos de análisis, al comienzo de la Muqaddima, afirmaba que los charlatanes tienen en las artes del conocimiento un campo extenso: los prados de la ignorancia están siempre dispuestos a ser regados.

    Vaya por delante que consideramos que la cultura árabe no entra en la península ibérica como algo totalmente extraño ni es ajeno a su historia. La cultura árabe y el islam medieval traen y traerán durante toda la Edad Media una nueva versión de la mediterraneidad. Lo mismo que la trajo Roma, con una intensidad y unas características similares, cambiando lo que hay que cambiar, aunque con consecuencias más profundas, un milenio antes, hacia el 206 a.C. Al mismo tiempo, al-Andalus contribuirá a configurar la civilización árabe clásica. Lo mismo que la antigua Hispania había hecho antes con la cultura romana. El punto de partida de Roma y el islam en al-Andalus es idéntico: oportunidades de dominio político y explotación económica del territorio. Para la península ibérica también es igual: mayores perspectivas de inserción en la mediterraneidad y de apertura al exterior.

    Al-Andalus forma parte del mundo del islam en la época a la que vamos a referirnos, aunque presente, en un marco diverso, no uniforme, pero existente, características propias. Por ejemplo, los fenómenos literarios y las modas llevan un cierto retraso en el al-Andalus del periodo de formación de la cultura andalusí. Con la instauración de los omeyas se ofrece cierta resistencia a las innovaciones que vienen de Bagdad, que al final siempre terminan por introducirse en el país. Luego observamos una superarabidad por prurito cultural y por voluntad política omeya, lo cual no evita la influencia oriental, un fenómeno milenario y que encontramos en todos los aspectos, incluso en la configuración del cristianismo peninsular. Por ejemplo, en el caso de los cristianos mozárabes de al-Andalus, que eran más hijos de Cartago que de Roma, del norte de África o de Oriente, que de una Europa aún no formada, por más que ellos, como el resto de los andalusíes, estuvieron inmersos en la dinámica histórica de la península ibérica. Finalmente consideramos que al-Andalus generó, desde la organización político-administrativa hasta las elaboraciones historiográficas propias, una cultura de base urbana, aunque permanezca el campo como referencia, por su relevancia en la actividad económica o como trasunto, en clave árabe, de un desierto usado como referente cultural arcaico.

    NOTA

    1. Un análisis pormenorizado de la cuestión puede verse en M. Marín (ed.) (2009). Al-Andalus/España. Historiografías en contraste, Casa de Velázquez, Madrid.

    Capítulo 1

    La historia

    El concepto de historia de al-Andalus incluye la de los sucesos acaecidos en la parte de la península ibérica en poder árabe durante la Edad Media. Es decir, en el siglo VIII incluye la Septimania franca, dependiente de la antigua Hispania goda, y a comienzos de 1492 se limitaba a la ciudad de Granada. De este modo, como espacio geográfico el término responde a una realidad dinámica y se encuentra en relación con los espacios geopolíticos colindantes, con los que tiene una serie de interinfluencias. Hablamos del resto de la península ibérica con el que comparte una historia más cercana que lejana, hecho constatable por ejemplo en el siglo XI; del norte de África, la región más próxima dentro del marco cultural donde se desarrolla la historia de al-Andalus, y del mundo araboislámico medieval. Así lo demuestran la dinámica del califato omeya de Córdoba, el tiempo de las dinastías africanas que gobiernan las dos orillas del estrecho o las emigraciones andalusíes de los siglos XIII al XVII. La idea de al-Andalus es, en este sentido, cultural o político-cultural, aparte de territorial. Se trata, pues, de un concepto evolutivo, desde el punto de vista histórico. A niveles geográficos, y en las concepciones vigentes en el área desde la Alta Edad Media, equivale, en términos generales, al concepto de Hispania de la latinidad tardía, Spania probablemente en época goda, al Sefarad de los judíos o al actual de península ibérica.

    La denominación del país ha sido históricamente objeto de polémica. Para el primer arabismo europeo del XIX, por ejemplo R. Dozy, proviene de Vandalucía. Este posicionamiento responde a una defensa de la preponderancia racial germánica hecha por los historiadores del norte, en planteamientos de la historiografía del siglo XIX. Pero los vándalos, uno de los pueblos bárbaros que entran en territorio del imperio romano, estuvieron solo en la Bética, en el sur peninsular, y únicamente desde el 411 al 429. Consideramos que difícilmente puede un pueblo no sedentario y en tan poco tiempo de asentamiento dar nombre a una región. La primera mención escrita aparece en el año 716. Esta referencia antigua nos indica que el nombre ya existía antes de la conquista árabe, pues raramente se registra un término nuevo en una acuñación. El registro se da en una moneda conocida como dinar bilingüe, en el que se equiparan, en leyenda latina y árabe, Spania y al-Andalus, aludiendo, por lo tanto, a todo el territorio ibérico, o a los dominios godos, como ellos los llamaban, que se estaban conquistando en esos momentos. Acerca del nombre se han barajado, desde la Edad Media hasta hoy, otras hipótesis que consideramos forzadas, como la que lo ponen en relación con el Jardín del Edén. J. Vallvé¹ considera que el término debió de surgir en medios geográficos del Mediterráneo oriental como arabización de un topónimo siriaco, egipcio o griego. Para este autor, en el origen del nombre se encuentran las doctrinas platónicas sobre la Atlántida, la isla hundida de Occidente, transcritas desde el siriaco al árabe. En el origen de la conquista del territorio ibérico estaría una noticia del 647 según la cual el califa Uzmán² estaba pensando en atacar Constantinopla, la capital del inaccesible Bizancio, a través de al-Andalus. La concepción geográfica árabe en esta época era la ptolemaica: se desconoce la zona septentrional del antiguo limes romano, apoyándo­­­se en la existencia de un brazo de mar que, bordeando esta isla del Atlántico, permitiría recorrer el trayecto desde el Ártico hasta el mar Negro y atacar Bizancio por el norte. Se trata de una idea si­­milar a la empleada por los romanos siglos antes cuando querían atacar a los cartagineses por la retaguardia. Los geógrafos andalusíes elaborarán otras hipótesis igualmente legendarias o mitológicas sobre el tema, entre ellas la de los al-andlís, los primeros habitantes de la península, que le darían su nombre.

    La conquista y el emirato dependiente

    Para proceder al estudio de la conquista árabe de la península nos encontramos con la escasez de fuentes escritas contemporáneas. Tanto los textos árabes como cristianos, salvo excepción, son tardíos, con fenómenos como el de las fuentes árabes que reconstruyen los hechos de este periodo desde la dinastía omeya, instalada ya en el poder en Córdoba. Esto no impide el análisis de aquella época, ya que contamos con otros elementos como la numismática o la geografía de asentamientos árabes y bereberes en el territorio. Por otro lado, el sistema de transmisión de los textos árabes, en gran medida oral, reproduciendo en muchas ocasiones con fidelidad fuentes muy antiguas, permite el uso de textos tardíos tras una crítica textual profunda. En definitiva, cualquier texto es utilizable, enmarcándolo en el instante en que se genera y las condiciones en las que se inscribe. El hecho de la inexistencia de fuentes contemporáneas a la conquista ha hecho surgir hipótesis peregrinas, reconstruyendo la historia mediante fabulaciones, interpretaciones sesgadas y textos fragmentarios. Una de ellas fabula con la existencia en la zona de una prolongada guerra civil de 75 años, tras el acceso al poder del rey godo Rodrigo, que acaba con la victoria de los herejes arrianos. Estos habrían evolucionado hasta el islam por movimientos internos más que por una conquista propiamente dicha llevada a cabo por contingentes venidos desde el exterior. En su conjunto, esta posición constituye una invención insostenible a partir de los testimonios que conservamos y de los hechos posteriores. Se trata además de una hipótesis similar a las reconstrucciones tradicionales tardías del norte de África que afirma que los indígenas estaban predispuestos para el islam. La fabulación ha tenido eco en algunos cultivadores de la ensayística literaria, además de defenderla conversos españoles al islam que mantenían tesis de nacionalismo andalusí a finales de los años setenta y principios de los ochenta del pasado siglo.

    La conquista del norte de África y de la Hispania goda se inscribe dentro de las características generales de la segunda expansión árabe, con un avance rápido y de gran extensión geográfica. La base la encontramos en una amplia serie de motivos entre los que se encuentran una normativa comunitaria que dotaba al islam del concepto de yihad, las posibilidades de botín y otras disposiciones concretas para la expansión. El marco inicial lo habían configurado unas tribus árabes, en origen sin medios, rodeadas de países ricos. Este motivo, existente en la primera expansión, permanece durante la segunda, que es cuando se produce la conquista árabe de Hispania. A su lado encontramos unas tácticas militares con ciertas diferencias respecto a las empleadas por bizantinos, persas sasaníes o godos. Resaltaremos además el procedimiento de acudir a un pacto antes que a una conquista militar, lo cual favoreció la rapidez y la viabilidad de la expansión, y la situación de los países conquistados. Como en otras ocasiones en la historia humana, la razón profunda del avance árabe se debió a la debilidad del adversario, además de a los méritos propios: porque se enfrentan a regímenes en decadencia, con un sistema fiscal pesado que se mejora en un primer momento con la conquista árabe por una mayor liberalidad en este terreno; porque se trataba de antiguas ocupaciones parciales, con imperios asentados en la costa, no en el territorio entero, y por la colaboración de minorías enfrentadas a los diversos regímenes políticos con la que contaron.

    En este sentido, la situación era similar en la península ibérica respecto a las regiones anteriormente conquistadas. Hispania no fue diferente en este terreno, aunque las mismas mimbres se configuran aquí en formas concretas. Así, la conquista de al-Andalus hay que registrarla tras el asentamiento de la dinastía omeya y la reforma integral del Estado llevada a cabo por el califa Abd al-Malik b. Marwán (685-705). El proceso de la conquista deriva, desde el 670, de la intervención de Uqba b. Nafí, el dirigente árabe que, desde Egipto, avanza hacia los actuales territorios de Libia y Túnez. Más tarde, desde Libia entran en el Chad. En el Magreb se produce la toma de Túnez y se funda Qayrawán, el centro neurálgico del norte de África, para, posteriormente, marchar contra los bereberes hasta llegar al Atlántico. Una fecha relevante será la del 698, cuando se produce la conquista de Cartago por mar mediante la escuadra árabe existente desde la toma de Egipto. Al frente de ella está Musa b. Nusayr. En todo este proceso de conquista del Magreb se da un sistema ya seguido con anterioridad: las nuevas poblaciones convertidas se incorporan a la conquista del territorio siguiente.

    Frente al avance árabe, la situación de crisis del Estado godo constituye uno de los elementos que favorecen la conquista. Los elementos de esta crisis son numerosos, pero destaca un malestar sociopolítico: los godos conforman una minoría gobernante que impone sus modos de vida e instituciones a una mayoría hispanorromana. Nunca llegó a producirse la asimilación o integración de ambas: los concilios de Toledo imponen las decisiones de la minoría a la mayoría. Por otro lado, su asentamiento se redujo principalmente a la meseta norte, lejos de la densa población hispanorromana periférica. En la meseta se concentraron, por ejemplo, las diócesis arrianas frente al mundo católico hispanorromano de la periferia, añadiendo matices religiosos a los enfrentamientos políticos. Estos se produjeron desde finales del siglo VII en un marco de instituciones no asentadas, ya que los godos constituían un pueblo sin solar y sin experiencia de Estado. En este sentido, la monarquía hereditaria nunca llegó a consolidarse. La conversión de Recaredo al cristianismo ortodoxo hispano al final del siglo VI no hizo más que complicar los procesos de rebeliones y conjuras nobiliarias que surgían cíclicamente por la sucesión al trono y la ocupación del poder político. En el entorno de la conquista árabe, el final del mandato de Wamba (672-680) dio lugar a tensiones familiares en la lucha por el trono. Al dicho monarca le sucedieron Ervigio (680-687) y Egica (687-700), y a este Witiza (700-710). En estos periodos, la monarquía se vio envuelta en episodios como en el que Witiza ciega a Teodoredo, pretendiente al trono y padre de Rodrigo, el último rey godo. Este destrona a Witiza y los witizanos se alzan contra él. En este contexto, la presencia de los bizantinos en el litoral, en las dos orillas del estrecho, debilitaba aún más la situación del Estado. Ello se unía a una economía en recesión en el momento de la conquista árabe. Como en todo el Mediterráneo anterior a nuestros días, la crisis económica hundía sus raíces en catástrofes naturales y cí­­clicas propias del área, como el encadenamiento de sequías y plagas. A ello se agregó una depreciación de la moneda, no como factor genético, sino como muestra de la crisis económica y, sobre todo, una decadencia de la vida urbana y un proceso de ruralización que se vieron acompañados por una coyuntura de concentración fiduciaria que incidió directamente en el malestar social.

    Los hechos iniciales de la conquista árabe de la península ibérica se remontan a los tiempos de Egica o de Ervigio, sucesores de Wamba. Entonces, según la Crónica de Alfonso III, el monarca asturiano de la segunda mitad del siglo IX, llegan los árabes al litoral levantino, donde son destruidos por el fuego y el hierro. Más tarde, hacia el 710, los partidarios de Witiza llaman a los árabes, muy posiblemente con la intervención del gobernador bizantino de Tánger. En este contexto, al descontento social general hay que añadir la actitud positiva de algunas minorías, como los judíos respecto a los nuevos conquistadores. Los árabes los dejan imponen duras condiciones, usándolos posiblemente como chivo expiatorio de los males del país. Así, en el 587 imponen el bautismo obligatorio a los hijos de matrimonios mixtos y al año siguiente a algunos elementos de la comunidad en el 681. Una década más tarde se les fija la prohibición de comerciar con los cristianos, lo que les lleva a la ruina³.

    El primer episodio, posiblemente legendario, de la conquista árabe es la expedición de Tarif b. Maluk, un bereber enviado por Musa b. Nusayr, el gobernador del Ifriqiya, la circunscripción omeya del norte de África con sede en Qayrawán. Según la leyenda, con 400 hombres y 100 caballos desembarca en Tarifa, a la que da nombre. El segundo episodio es el de Táriq b. Ziyad, en la primavera del 711, al frente de un grupo de soldados que oscila entre los 1.700 y los 12.000, cifra fabulosa, según las fuentes. Las noticias de los hechos que han llegado hasta nosotros corresponden en gran medida a la redacción de la historia de la conquista hecha en el siglo X. Tras el desembarco en Algeciras se habrían producido la batalla de Guadalete de 19 al 26 de julio del 711 contra el rey Rodrigo y la ocupación de Carteia, Qartayana en los textos árabes, con la fundación de la primera mezquita del país. Luego Táriq se dirige hacia Córdoba, conquistada por Muguiz ar-Rumi, además de a Écija, Málaga, Granada y Tudmir.

    Más tarde se registra la expedición de Musa b. Nusayr, con un itinerario distinto al de Táriq. En junio del 712 llega a Algeciras; luego sigue por los territorios de Sidonia, Carmona, Sevilla, Huelva y Mérida, adonde llega el 30 de junio del 713. Posteriormente, tiene lugar el encuentro tumultuoso con Táriq, al que llega a golpear, en Toledo. Desde la capital goda el avance árabe se lleva a cabo hacia el norte en tres direcciones: Astorga y Lugo, Zaragoza y Cataluña, y hacia el actual territorio de Francia por Roncesvalles. Los textos árabes presentan divergencias en cuanto a los itinerarios de la conquista, producto de lo tardío de las fuentes, que permiten interpretación, y que hemos de considerar con la geografía de los poblamientos a los que da lugar: los bereberes corresponden al itinerario de Táriq y los árabes al de Musa b. Nusayr.

    En su conjunto, la conquista puede considerarse rápida, en comparación con otros lugares del imperio. El proceso quizá co­­rrespondió a un avance rápido por parte de Táriq b. Ziyad, que habría venido a una campaña de mera prospección, sin reducir resistencias, y a otro de Musa, cubriendo retaguardia y comunicaciones con el Magreb. El segundo cuenta ya con una cierta sistematización administrativa que llegó a incluir la acuñación de moneda. Más tarde, Abd al-Aziz, el hijo de Musa b. Nusayr, y los primeros walíes completan la conquista. Los datos de la población que intervino en todos los acontecimientos son imposibles de calcular de manera fiable. En cualquier caso, se encontraban muy lejos de las cantidades que manejamos en nuestros días: se considera las hipótesis más creíbles que son las que hablan de una población peninsular en torno a los dos millones de habitantes y un número de conquistadores que, durante todo el siglo VIII, no llegaría a las 70.000 personas.

    Un dato relevante para situar la dinámica de la conquista árabe de la península ibérica es el hecho de las oportunidades que suponía la incorporación al imperio árabe para una sociedad y un territorio en recesión. Esta fue la gran razón para la aceptación de la conquista y la incorporación a sus beneficios por parte de la población del lugar.

    El mecanismo más normal debió de ser la conquista mediante pacto, bien por acuerdo con autoridades urbanas o bien con señores de determinados territorios, como el que refleja el llamado Pacto de Teodomiro. Se trata de un acuerdo otorgado por parte de la autoridad árabe conquistadora a la población de un área y que cuenta con antecedentes orientales como el firmado en Damasco o Jerusalén. Afecta a una zona que se denominó Tudmir y que más tarde acogería la provincia o cora califal de Murcia. En el texto se incluyen siete ciudades entre las que están Orihuela, Mula, Lorca, Alicante, Hellín y Valencia. Firmado el 15 de julio del 713, en él el gobernador Abd al-Aziz b. Musa otorga a Teodomiro b. Gandarís y su gente la dimma o protección prevista por la normativa musulmana para los cristianos como Gente del libro o colectivo con texto religioso revelado; a cambio de una yizya o tributo anual fijado en un dinar o moneda de oro y una serie de productos agrícolas, por unidad familiar, la población del área conservaría estatus, propiedades, usos y creencias.

    El proceso de la conquista corre paralelo al asentamiento de los nuevos pobladores en el territorio. En principio, como hemos dicho, Táriq representa la fuerza de los mawali o clientes bereberes y Musa la de los árabes, ya pasados por el norte de África. Tras una entente con Abd al-Aziz b. Musa entre ambos grupos, la cohesión se rompe con la revuelta bereber del 740, que interesa a todo Occidente. El enfrentamiento será la tónica general durante toda la historia de al-Andalus, incluso después de 1090, con las dinastías africanas.

    En términos generales, se da un asentamiento disperso y mezclado con la población, no concentrado como con los amsar o ciudades-campamento de Oriente al final de la primera expansión árabe. Se asistirá entonces a un asentamiento sistemático a partir del 732, tras convencerse de la dificultad de adueñarse de las Galias o abandonar la idea de proseguir la conquista. Al comienzo se buscaba solo el dominio político y económico, la obtención de botín y tributo, y no el territorial. Se trataba de pasar para conquistar Constantinopla, atacándola por el norte. Demográficamente, la ocupación territorial resultó imposible por la extensión del territorio y la escasez de los contingentes conquistadores. Posteriormente, se siguió una política de asentamientos que, sobre la instalación de la primera conquista, favoreciera el proceso de islamización: la expulsión de la población era imposible a gran escala y económicamente sería ruinosa sobre todo en zonas concretas. En términos generales, se observa una política que se sigue desde el primer momento hasta, por lo menos, el final del califato: el favorecer la inmigración árabe, con variaciones temporales, como se verá, en cada momento y el detener a los bereberes en el norte de África, dentro de lo posible. Los bereberes habían entrado en mayor número en la conquista; sin embargo, los árabes se quedarían al final con el mejor botín instalándose, preferentemente, en Andalucía y Aragón, los territorios más urbanizados, más ricos y de mejor clima. Aun en el momento de constituir entidades autónomas políticamente, en tiempos de fitna o ruptura de la legitimidad, se respeta el mulk emiral o califal, por más que en ocasiones sea meramente teórico. Los beneficios de la inmigración hacia la península ibérica van sobre todo dirigidos hacia ellos.

    Durante casi toda la historia de al-Andalus se repiten aquí los enfrentamientos tribales preislámicos, importados de la Arabia anterior al siglo VII, entre adnaníes o árabes del norte, a los que se les llama también qaysíes o mudaríes, y los qahtaníes o árabes del sur, denominados también kalbíes o yemeníes. En ocasiones, estas divisiones se usan como articulación de la lucha política y socioeconómica, sin tener que responder exactamente a una base tribal real de origen antiguo, y son favorecidas por el espíritu árabe consustancial a lo omeya y lo andalusí. De manera global, hay una supremacía yemení en zonas como el occidente del país, y en términos muy generales existe un predominio qaysí en el centro y uno yemení en la frontera superior y el sur del país. En estos primeros momentos se establecen una serie de categorías de árabes, principalmente los baladíes, los primeros que llegan a la península en la conquista del 711-712, y los sirios, las tropas de Oriente que llegan a al-Andalus con Balch b. Bixr para sofocar la revuelta bereber del 740. En cuanto a las fronteras, los territorios limítrofes con las formaciones políticas del norte peninsular son unidades fundamentales en la organización de al-Andalus hasta el siglo XI. Se trataba de la superior, con capitalidad en Zaragoza y que contaba con un poblamiento de árabes intacto hasta el siglo XII y muy relacionado con los reyes de Navarra; la frontera media, apuntalada continuamente desde Córdoba y siempre muy militarizada al ser el área limítrofe con Castilla, la potencia peninsular emergente desde el siglo IX; y la inferior, gobernada desde Mérida y confundida en ocasiones con la cora o provincia del mismo nombre, que incluía hasta la emergencia de los muladíes o conversos al islam del siglo IX y que ocupaba una amplia zona desde el Guadiana hasta el condado de Portugal por el norte. Por su parte, los bereberes ocuparon, con excepciones, las zonas más desfavorecidas: el actual territorio de Andalucía, el área de sierra Morena y la región montañosa de Cádiz y Málaga; también la meseta norte y núcleos aislados en la frontera superior; además, supusieron una parte relevante de la población en Levante. Ellos reciben parte de las represiones del poder central en momentos de fitna y muestran una cierta autarquía, separados del resto de los andalusíes que se encuentra en la base de la yuxtaposición árabe-bereber que aparece de manera continua en la historia de al-Andalus.

    Toda la población experimenta, desde el momento de la conquista, el doble proceso de arabización e islamización que marca la incorporación de la península ibérica al entorno del mundo árabe medieval del que formará parte. Este doble proceso simultáneo se da por tres vías fundamentales: la inmigración de musulmanes, los matrimonios mixtos y la islamización de la prole, y los procesos de conversión al islam. En cuanto a la inmigración, esta viene vehiculada principalmente por las primeras oleadas de bereberes y árabes aparecidas durante el momento de la conquista, y más tarde con los contingentes sirios que acuden en el 740 a sofocar las revueltas bereberes y la inmigración árabe posterior, que deriva de la producida por el complejo entramado de relaciones del país con el resto del mundo árabe de la época y de la política omeya que desde el 756 la favorece. La inmigración bereber es señalada en fecha posterior sobre todo con la política militar de reclutamiento llevada a cabo por el califato omeya, especialmente a partir del último tercio del siglo X. El dominio de ambas orillas del estrecho por parte de almorávides y almohades desde finales del siglo XI y la intervención benimerín, ya en tiempos del sultanato nazarí de Granada, completan el

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