Herederos directos de los cánones romanos y cohabitantes de la definitiva imposición del catolicismo, los visigodos supieron hacerse un hueco en el difícil devenir cultural del momento e incluso destacar con brillo propio en el siglo vii: el tiempo del renacer, los años de Isidoro de Sevilla. El sabio santo dejó constancia de las inquietudes culturales que inspiraron a tantos godos notables cuando ya quedaban lejos los días de ser aquellos «invasores bárbaros» que se instalaron en la decadencia romana; tan romanizados llegaron a estar que fueron abandonando poco a poco su lengua bárbara y asumieron el latín y sus derivaciones romances como idioma propio. San Isidoro encabezó el renacimiento del arte y la cultura que tuvo lugar en el siglo vii, pero este escritor incansable, que tan prolijo legado dejó y tanta influencia tendría en los posteriores siglos medievales, no fue el único. Hubo muchos otros responsables de que aquel tiempo, paréntesis entre el mundo romano y la invasión musulmana, tuviera su propio espíritu y no fuese un mero epílogo. Al fin y al cabo, fueron momentos muy densos y peculiares de la Antigüedad tardía: el caos inevitable en tan alargada crisis histórica, la llegada de estas gentes del norte con sus usos y maneras, lo romano desvanecido pero imborrable, el cristianismo como única fe y forma de vida…
Los visigodos que llegaron a Hispania ya estaban inmersos en el proceso de romanización, por lo que el impacto de su implantación en la península no fue finalmente tan traumático para la población hispanorromana. Aunque la verdadera simbiosis comienza en el siglo vi y culmina en el productivo siglo vii, etapa que