LA PAPISA JUANA
Tras la caída del Imperio Romano nada volvió a ser igual. Las provincias imperiales que durante siglos se habían enriquecido con el contacto exterior perdieron toda posibilidad de mantener su estatus de vida cuando las calzadas romanas que las habían conectado fueron devoradas por la maleza, la administración pública descuidó la defensa de sus fronteras y los bárbaros del norte se asentaron en su viejo solar. La actitud del emperador Constantino al trasladar la capital del Imperio de Roma a Bizancio vino, además, a consumar el reparto definitivo entre Oriente y Occidente que marcaría el rumbo de la Edad Media.
Algo más dramático, misterioso y apocalíptico vino a sumarse al drama político según el testimonio que nos dejó San Cipriano en el siglo III: “El mundo envejecido ha perdido su antiguo vigor…; el invierno no trae bastante lluvia para alimentar las semillas, ni el verano calor suficiente para tostar las cosechas…; faltan cultivadores en el campo, marinos en la mar, soldados en los campamentos…; no hay justicia en los juicios, competencia en los oficios, disciplina en las costumbres…; la epidemia diezma a los hombres…; el día del Juicio se acerca”.
Si sus palabras no son fruto de la exageración quizá algo ocurrió que ha pasado inadvertido para nuestros contemporáneos, tal vez un cambio climático cíclico que afectó las condiciones biológicas y sumió a la
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