CARLOS II
NO ES CARLOS II (1661-1700) UN REY QUE HAYA MERECIDO MÁS QUE UN ESCUETO CAPÍTULO EN LOS LIBROS SOBRE HISTORIA DE ESPAÑA. Su entrada en Wikipedia no se extiende más de cuatro mil palabras. El escaso interés a su biografía se compensa con un retrato oficial, obra de Juan Carreño de Miranda (1614-1685), que refleja sin disimulo su rostro enfermizo de frente estrecha, ojos saltones, nariz desmedida, feroz prognatismo y holgado labio inferior, antojándose como cruel caricatura de una indolencia próxima a la minusvalía psíquica. A esta fealdad inmortalizada y enmarcada –sus contemporáneos decían de él que “asusta de feo”–, se añade una ignorancia supina de carácter supersticioso. Porque su apodo de El Hechizado termina aderezando el semblante de un monarca que, incapaz de superar unas inseguridades físicas y psicológicas, prefirió atribuirlas a influencias demoníacas.
Pero más allá de este esbozo, ausente de matices, hay un personaje que debe interpretarse en las coordenadas de su época, donde las monarquías europeas ambicionaban adueñarse de una corona, la española, que la propaganda situaba en manos de alguien más incapacitado que pusilánime. Fue así como, durante su reinado, Carlos
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