SANTA EULALIA DE BÓVEDA PUERTA A LA ETERNIDAD
En noviembre de 1922, Howard Carter contempló por primera vez la tumba del faraón Tutankamón a través de una rendija abierta en uno de los muros. Lord Carnarvon le preguntó: «¿Ve usted algo?». Carter respondió entusiasmado: «¡Veo cosas maravillosas!». Es muy probable que una escena similar pudiera haberse dado ocho años antes en el otro extremo del Mediterráneo. A 14 kilómetros de Lugo, en un rincón de la Galicia profunda y bajo la iglesia de Santa Eulalia de Bóveda apareció un insólito monumento arqueológico tras cavar un hoyo en el suelo. La habitación, de evidente antigüedad, abovedada, con columnas y aves retratadas en las paredes, desconcertó a cuantos empezaron a visitar el hallazgo. Con el paso de los años, las primeras intervenciones, estudios y restauraciones revelaron la existencia de un magnífico recinto de época tardoantigua, con una imponente y robusta fachada en cuyos sillares aparecían varios relieves esculpidos con figuras humanas que daban paso a un vestíbulo enorme y función desconocida.
Los especialistas no se ponían de acuerdo acerca de lo que había ante sus ojos: ¿Se trataba de un santuario pagano o cristiano? Varios elementos apoyaban esta segunda posibilidad a primera vista: su condición de edificio soterrado, las hornacinas similares a las existentes en las catacumbas romanas de San Calixto, vides decorando las paredes a modo de posible símbolo eucarístico, el relieve de un pez, la aparición de un pequeño pilar que recordaba a los altares de las iglesias primitivas…
Durante décadas el debate se mantuvo abierto el 4 de junio, se decidió declarar a Santa Eulalia de Bóveda monumento histórico-artístico. Posteriores restauraciones y arreglos fueron limpiando la cara del edificio, consolidando su estructura y habilitándolo para el acceso de expertos y curiosos. Sin embargo, su función original continuó siendo un completo enigma que periódicamente iba dando nuevas sorpresas conforme se ejecutaban más y más excavaciones arqueológicas.
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