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Los moriscos: expulsión y diáspora: Una perspectiva internacional
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Libro electrónico823 páginas12 horas

Los moriscos: expulsión y diáspora: Una perspectiva internacional

Por AAVV

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La expulsión de los moriscos constituye un importante episodio de limpieza étnica, política y religiosa. Se nutrió de una ideología que defendía esta medida en pro de la unidad religiosa porque consideraba fracasados los procesos de completa asimilación cultural y de plena integración religiosa que decía perseguir. En este libro se estudia cómo se llegó a la decisión de expulsar a los moriscos, las causas aludidas en defensa (y en contra) de la medida, el contexto histórico y político que contribuye a explicar que fuera adoptada en aquella primera década del siglo XVII. Se estudia también el contexto ideológico, el papel de las diferentes instancias implicadas en la decisión, incluido el Vaticano, la coyuntura internacional en las políticas de la Monarquía Hispánica y cómo diferentes poderes europeos y eurásicos consideraron la expulsión y cómo actuaron.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento5 may 2014
ISBN9788437093055
Los moriscos: expulsión y diáspora: Una perspectiva internacional

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    Los moriscos - AAVV

    PRIMERA PARTE

    LA EXPULSIÓN.

    PREPARACIÓN Y DEBATES

    La geografia de la expulsión

    de los moriscos. Estudio cuantitativo

    Bernard Vincent

    EHESS, París

    INTRODUCCIÓN

    Cuando se produjo en el entorno del Consejo de Estado de la Monarquía hispánica un debate sobre la posibilidad de expulsar a los moriscos de todos los territorios de las Coronas de Aragón y de Castilla, nadie propuso que la medida fuera a afectar a todos los minoritarios a la vez. Su alto número –más de 300.000 personas, quizás 350.000– y su dispersión entre diversos reinos peninsulares dificultaban la realización de una decisión que requería enormes medios. La idea de proceder por partes, como efectivamente se hizo a partir de 1609, era pues compartida por todos. Así en febrero de 1602, el Patriarca Ribera se mostraba partidario de empezar por los castellanos, a sus ojos más peligrosos y menos útiles a la economía que los valencianos. Y ratificó su postura todavía en septiembre de 1608. Pero otros personajes del entorno de Felipe III eran partidarios de exiliar primero a los valencianos más cercanos que los demás a Berbería y por ello capacitados de multiplicar los contactos con el norte de África. Estos debates, estas vacilaciones, traducen la complejidad de la cuestión morisca fundamentada, entre otros factores, en una muy peculiar geografía.¹ Hay que recordar las grandes características de un reparto desigual. Los moriscos eran proporcionalmente mucho más numerosos en la Corona de Aragón que en la Corona de Castilla. Castilla, donde vivían a finales del siglo XVI de 5 a 6 millones de habitantes, era tierra de unos 100.000 moriscos o un poco más, apenas un 2% de la población global. En la Corona de Aragón se encontraban cerca de 200.000 moriscos en medio de menos de un millón de cristianos viejos. Los moriscos representaban casi la quinta parte del conjunto aragonés. Y detrás de esta proporción y dentro del propio territorio aragonés, coexistían situaciones opuestas, de un lado la escasa presencia morisca en Cataluña, unas 5.000 personas dispersadas entre una quincena de pueblos de la Ribera del Ebro y de los alrededores de Lleida y del otro la fuerte impronta de los minoritarios en Aragón donde concentrados principalmente en los valles del Ebro y de sus afluyentes constituían 20% del total poblacional y sobre todo en el reino de Valencia, donde representaban casi la tercera parte de los habitantes, a pesar de estar prácticamente ausentes en la populosa ciudad de Valencia.²

    DIFERENCIAS

    La distribución geográfica de los moriscos de la Corona de Castilla era en gran parte la consecuencia de la deportación de los granadinos a partir de 1569 con motivo de la sublevación iniciada en las Alpujarras y posteriormente extendida a casi todo el reino de Granada. De 80 a 90.000 personas fueron dispersadas en una infinidad de ciudades y pueblos de la Andalucía del Guadalquivir, de Extremadura, de Castilla la Nueva, de Castilla la Vieja y del reino de Murcia.³ En algunos de estos lugares (las cinco villas del campo de Calatrava, el valle murciano de Ricote, las ciudades de Ávila, Segovia, Guadalajara... o los pueblos de Hornachos, Palma del Río...) residían los que la documentación de la época designa como mudéjares antiguos, descendientes de personas instaladas en aquellos lugares desde, al menos, finales del siglo XIII y a menudo mucho antes.

    Así, en 1609, se estaba en cuanto a la cuestión morisca muy lejos de todos son uno que una profusa literatura ha construido, como lo demostró José María Perceval.⁴ Los coetáneos, empezando por las autoridades, eran muy conscientes de las diferencias entre los cuatro grupos de aragoneses, valencianos, granadinos (o mejor dicho granadino-castellanos) y mudéjares antiguos sin olvidar los matices existentes en el interior de cada grupo, entre moriscos de Huesca y moriscos de Teruel, moriscos de la huerta de Gandía y moriscos del secano de Segorbe, entre sederos de Pastrana y campesinos de la campiña cordobesa, entre hornacheros y habitantes del pueblo manchego de Villarrubia de los Ojos.

    No todo era consecuencia del mayor o menor número de moriscos reunidos en un pueblo, una ciudad o un reino. Recordemos que en 1602 el patriarca Ribera insistía en los distintos grados de peligro representado por los unos y los otros. De manera paradójica él consideraba a los moriscos de la Corona de Castilla más temibles que los de la Corona de Aragón. No se trata aquí de analizar su compleja argumentación pero sí de subrayar que él pone énfasis sobre la peligrosidad de los granadino-castellanos sospechosos, cuarenta años después, de seguir los pasos de sus padres o abuelos en el camino de la traición. Los granadinos llevaban todavía la mácula de la rebelión de los años 1568-1570. Pero otros personajes influyentes eran más sensibles a los posibles contactos entre moriscos valencianos, berberiscos y otomanos que amenazaban según ellos la integridad de la monarquía. Al final todos atribuían importancia al factor del complot que, como el del número, resultó decisivo en el diseño de la geografía de la expulsión.

    FASES DE LA EXPULSIÓN

    La decisión de la expulsión de todos los moriscos fue tomada el 4 de abril de 1609 pero efectivamente se aplicó primero a los valencianos, a la vez los más numerosos y los más cercanos a las costas del Magreb central. El secreto de la medida fue bien guardado mientras se aceleraban los preparativos de las salidas. El bando fue publicado en Valencia el 22 de septiembre del mismo año. Felipe III decía «he resuelto que se saquen todos los moriscos de ese reino, y que se echen en Berbería».⁵ Esta frase tiene mucha importancia porque marca una ruptura brutal con la política y las intenciones de los decretos de 1502 para con los mudéjares de la Corona de Castilla y de 1525 para con los mudéjares de la Corona de Aragón. En éstos se proponía una alternativa entre el exilio y la conversión y además se precisaba que los partidarios del exilio debían embarcarse en el caso de los castellanos en los puertos del País Vasco y en el caso de los de la Corona de Aragón en el puerto de La Coruña. Un camino tan largo para la mayoría de los interesados (los del reino de Granada o los del reino de Valencia) incrementaba los costes y las dificultades de todo tipo. Ir del País Vasco o de Galicia hasta el Norte de África no era una pequeña empresa. A través de estas disposiciones se notaba el deseo de los Reyes Católicos y luego de Carlos V de evitar salidas masivas. En 1609 el objetivo de Felipe III es otro: alejar a casi todos los moriscos (el decreto enumera las escasas posibles excepciones) por la vía más rápida, o sea la de Berbería. La salvación de las almas de estos nuevos convertidos apóstatas importa ya poco. Pueden ir directamente a tierras musulmanas. Las galeras de Italia llegaron desde Génova, Nápoles o Palermo a los puertos de los Alfaques en el delta del Ebro, de Denia y de Alicante.⁶ Los navíos de mercaderes fueron reunidos en el Grao de Valencia. Así los moriscos tuvieron en principio que emprender un camino relativamente corto hasta los lugares de embarque, de Elche o Petrel hasta Alicante, de Gandía o de Tabernas de Valldigna hasta Denia, d’Alacer o de Buñol hasta Valencia, de Borriol o de Fanzara, de hecho el trayecto mas largo, hasta los Alfaques. El primer convoy de mas de 5.000 personas salió de Denia el 2 de octubre y llegó a Orán el 5. Algunos grupos de los exiliados sufrieron ataques de tribus de la región de Orán lo que provocó alarma entre los moriscos todavía no embarcados. Pronto estallaron a finales de octubre dos revueltas que duraron aproximadamente un mes. El marqués de Caracena virrey del reino de Valencia pudo anunciar el 19 de diciembre que la expulsión había terminado. Los desterrados habían sido casi todos desembarcados en las costas argelinas en Orán o en el cabo Falcón al oeste de Orán y Mazalquivir o cerca de Arzeu al este de Orán.⁷

    Todas estas fases de la expulsión de los moriscos valencianos han sido descritas de manera muy detallada por cuatro pintores que elaboraron en 1612-1613 siete cuadros encargados por el marqués de Caracena a la demanda del propio Felipe III. Jerónimo Espinosa realizó el que evocaba la rebelión de la sierra de Laguar, Pere Oromig el del embarque en el Grao de Valencia y con el concurso de Francisco Peralta, los de las salidas de Alicante y de Vinaroz (los Alfaques), Vicent Mestre los de la revuelta de la Muela de Cortes, de la salida de Denia y de la llegada a Orán.

    Los cuadros están acompañados por viñetas que indican el número de embarcados en cada puerto en 1609. Estas menciones traducen el deseo de las autoridades de controlar a cada paso el proceso de expulsión y de conseguir totalmente el objetivo de la erradicación del problema morisco. No sabemos cómo se han obtenido las cifras apuntadas y por eso no las podemos aceptar como exactas. Pero sí constituyen un elemento más para hacer una evaluación próxima a la realidad de las salidas, comparándolas con los cálculos de Henri Lapeyre basados en la documentación reunida por el Consejo de Estado.

    La diferencia es notable, del orden del 30% con unas cifras siempre más altas en los distintos cuadros, sin ser disparatadas. Por eso es digno de atención. Se puede considerar que los resultados de la investigación de Henri Lapeyre ofrecen más garantías. Son acordes a las características de la población global del reino de Valencia de principios del siglo XVII y han sido confirmados por los estudios posteriores, tanto por la evaluación puntual de los embarques en Denia facilitada por Ernest Berenguer y Federico Udina a partir de un documento no conocido por Lapeyre (ellos proponen la cifra de 42.518 expulsados en lugar de los 47.144 del historiador francés) como por la síntesis reciente de Manuel Lomas.⁹ Sin embargo el propio Lapeyre siempre admitió que sus cálculos podrían pecar ligeramente por defecto.¹⁰

    La segunda secuencia afectó lógicamente a los moriscos de Andalucía, del reino de Murcia y de Hornachos. Lógicamente porque constituían a veces comunidades importantes como la de Sevilla, la mayor de España con sus 7.500 individuos y porque buena parte vivía no lejos de las costas mediterráneas o atlánticas próximas al Norte de África.¹¹ El caso peculiar de Hornachos es ilustrativo de las preocupaciones del monarca y de sus consejeros. Hornachos es un pueblo del sur de Extremadura cuya población, alrededor de 4.500 habitantes, era casi exclusivamente morisca y tenía fama de ser irreductible.¹²

    El decreto es firmado por Felipe III el 9 de diciembre de 1609 y pregonado en Sevilla el 17 de enero de 1610 y en Murcia al día siguiente. Se debe aplicar a todos los moriscos salvo a los esclavos. El documento insiste mucho sobre el peligro representado por hombres y mujeres que conspiran continuamente. Los moriscos disponen de 30 días para irse. Los expulsados toman el camino de los puertos de Sevilla, Málaga o Cartagena en función de la proximidad de sus lugares de residencia. De Sevilla salieron a partir del 27 de enero gran parte de los de la Andalucía occidental y de los hornacheros; de Málaga principalmente los de la zona de Jaén, de Granada y del sur de Córdoba; y de Cartagena los del reino de Murcia. Sabemos así que los moriscos del pueblo cordobés de Priego hicieron el camino hasta Málaga, unos 80 kilómetros en cuatro días, con etapas en Iznajar, Archidona y Casabermeja, y los de Montilla recorrieron los 100 kilómetros que le separaban de Málaga en cinco días pasando por Lucena, Benamejí, Antequera y la venta de Almenar.¹³ A finales de febrero las operaciones estaban terminadas en Sevilla y Málaga, a finales de marzo en Cartagena.

    Según las cuentas de Henri Lapeyre más de 18.000 personas salieron de Sevilla, alrededor de 11.000 de Málaga y unos 6.500 de Cartagena en menos de tres meses. Pero la gran novedad en relación con la situación anterior de los moriscos valencianos fue la incertidumbre en cuanto a los lugares de destino de los exiliados. El bando del 9 de diciembre de 1609 no precisaba nada y lo lógico hubiera sido un trayecto corto hasta las costas marroquíes o del Magreb central. De hecho una parte al menos de los 18.000 moriscos embarcados en Sevilla llegaron a Ceuta y a Tánger. Sin embargo los debates acerca de la suerte reservada a los niños, ya existentes en el caso de los valencianos pero sin consecuencias sobre el camino seguido, introdujeron mucha confusión en Andalucía. El marques de San Germán, responsable de las operaciones, recibió la orden de imponer a los moriscos ir a países cristianos si querían llevar a sus hijos de menos de siete años. Todos los documentos concuerdan: sobre la base de un manuscrito de la Biblioteca Nacional de Madrid, Henri Lapeyre establece una lista de 37 navíos que transportan cerca de 10.000 personas desde Sevilla hasta Marsella.¹⁴ A pesar de estas indicaciones podemos suponer que en bastantes casos los moriscos pagaron a los patronos de los barcos para cambiar de rumbo y desembarcar en las costas de Berbería. Pero Pierre Santoni ha encontrado en la documentación marsellesa huella de una gran cantidad de barcos procedentes de Sevilla, Málaga o Cartagena que entran en la ciudad provenzal principalmente en marzo y abril de 1610.¹⁵

    Los moriscos andaluces y murcianos haciendo etapa en Francia pronto pudieron encontrar muchos moriscos castellanos que atravesaron el Pirineo entre febrero y abril de 1610. Venían de Toledo, de Ocaña, de Madrid, de Alcalá de Henares, de Guadalajara, de Pastrana, de Segovia, de Valladolid y otros lugares. Sus movimientos tenían como origen la cédula del 28 de diciembre de 1609 que no era un decreto de expulsión semejante a los textos anteriores aplicables a los moriscos valencianos y a los andaluces, murcianos y hornacheros, este último, recordémoslo, el 9 de diciembre, o sea 19 días antes solamente al decreto aplicable a los castellanos (Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Extremadura y la Mancha según el texto). No se conoce todavía hoy el por qué de una medida tan original pero se pueden hacer dos comentarios al respecto. Primero, si la Corona tenía como objetivo la expulsión de todos los moriscos, toma su tiempo queriendo prevenir cualquier complicación y se adapta a todas las situaciones. La cédula del 28 de diciembre significa a la vez continuar las operaciones de alejamiento de los moriscos y evitar su concentración en las costas mediterráneas, quizás por miedo al fomento de revuelta, quizás por falta de medios. El pretexto es la agitación de los moriscos castellanos que, al conocer la suerte reservada a los valencianos, estaban convencidos de que su turno llegaría y que estaban vendiendo bienes para partir no desprovistos. Cervantes hace decir a Ricote en el capitulo LIV de la segunda parte del Quijote... «bien vi y vieron todos nuestros ancianos que aquellos pregones no eran sólo amenazas, como algunos decían, sino verdaderas leyes que se había de poner en ejecución, a su determinado tiempo».

    El texto del decreto es un modelo de montaje propagandístico porque se trata de insistir sobre la benevolencia del monarca permitiendo a los moriscos disponer de sus bienes muebles y semovientes. En realidad lo que se explica en 20 líneas estaba ya otorgado y dicho en 3 líneas en el edicto de expulsión de los andaluces. Quedan dos disposiciones originales, una explicitada en un añadido después de la fecha y otra implícita. La primera es la interdicción de trasladarse a la provincia de Andalucía o a los reinos de Granada, Murcia, Valencia o Aragón. Siendo impensable la vía de Portugal en aquel tiempo de unión de Coronas, quedaba como única opción el camino de Francia. La segunda es la posibilidad que tienen los interesados en elegir («que ninguno viva en mis reinos contra su voluntad») entre exiliarse o mantenerse. Esta cédula tiene mucho parentesco con los decretos de conversión/expulsión de los mudéjares de Castilla de 1502 y de Aragón de 1525 incluida la limitación de la salida por tierras del norte de la península Ibérica.

    Fueron, pues, numerosos los moriscos castellanos que se dirigieron hacia el Pirineo. Fueron controlados en el camino, principalmente en Burgos donde fueron registradas según el conde de Salazar, comisario de la operación, casi 17.000 personas. Una vez entrados en Francia por Hendaya la inmensa mayoría cruzó el sur del país para luego ganar un puerto del Languedoc o de Provenza. El flujo cesó a finales de abril 1610 cuando Felipe III decidió hacer cerrar la frontera por temer a una posible colusión entre franceses y moriscos.

    Sin embargo, la letra de la cédula no fue del todo respetada por las propias autoridades. El cierre de la frontera francesa en abril de 1610 obligaba a encontrar una solución de recambio para los moriscos candidatos a la salida y todavía presentes en Castilla. En esta situación se encontraban sobre todo moriscos de la Mancha y de Extremadura. Se decidió habilitar otra vez el puerto de Cartagena libre de expulsos después de la partida el 22 de marzo de los últimos moriscos murcianos. La documentación sobre este apartado es parca, pero el cronista Francisco Casales, generalmente muy fidedigno, habla de 15.189 salidas entre el 26 de abril de 1610 y el 16 de agosto de 1611.¹⁶

    Este largo periodo plantea muchos problemas porque es difícil separar el exilio voluntario, consecuencia de las disposiciones del 28 de enero 1610, de las expulsiones posteriores al decreto del 10 de julio del mismo año ordenando la salida de los reinos de Castilla la Vieja, Castilla la Nueva, Extremadura y la Mancha de todos los moriscos «granadinos, valencianos y aragoneses... así hombres, como mujeres y niños». Si algunas categorías sobre las cuales volveré estaban expresamente exceptuadas, no figuraban entre ellas los «mudéjares antiguos», término que designaba a los mudéjares asentados en Castilla ya en la Edad Media. Estos se encontraban en una situación ambigua mientras sus convecinos granadinos –los descendientes de los deportados del reino de Granada en 1569-1570– y los valencianos y aragoneses refugiados en Castilla no podían quedarse. Ahora bien, la explotación de documentos inéditos por Jorge Gil Herrera permite resolver gran parte de las dudas.¹⁷ Constata que del total –65.745,102 maravedís– incautado a los moriscos de Castilla en Cartagena, 57.764,997 maravedís, es decir cerca de 88% del conjunto, fue registrado a los moriscos que se presentaron antes del decreto de expulsión del 10 de julio de 1610. Así, pocos salieron después de esta fecha.

    Ya un mes y medio antes, el 29 de mayo, habían sido firmados los decretos de expulsión de los moriscos catalanes y de los moriscos aragoneses. Los dos documentos tienen la misma estructura pero difieren en cuanto a bastantes detalles. Si en el decreto catalán está indicado que los moriscos tenían que embarcarse en los Alfaques de Tortosa, el mismo lugar de salida unos meses antes de los moriscos del norte del reino de Valencia, no hay ninguna precisión acerca del lugar de salida en el decreto aragonés. En junio de 1610 se procedió a la expulsión de los moriscos catalanes, primero los de la comarca de Lleida acompañados por los aragoneses de Fraga y Mequineza, y luego los de la zona de Tortosa (Ascó, Benisanet y Miravet). En septiembre un tercer grupo embarcó como los anteriores en los Alfaques. El número de todos los moriscos catalanes expulsados debe estar próximo a 4.000. Buena parte tomó la dirección de Orán pero otros fueron conducidos hacia Marsella y la ciudad toscana de Liorna. Encontramos, efectivamente, moriscos de Benisanet y de Miravet en Provenza a principios de 1611.¹⁸

    Los aragoneses de Caspe, Samper de Calanda, Híjar y Urrea de Híjar, más de 3.000 personas en total, llegaron a los Alfaques a finales de junio y partieron para Orán el 3 de julio. Los últimos en hacer el camino hacia el puerto fueron los 3.000 de Gea de Albarracín. El 26 o el 27 de agosto estaban en los Alfaques. Las operaciones de embarque terminaron el 16 de septiembre. Según los cálculos de Manuel Lomas, 41.952 moriscos procedentes de 75 lugares de Aragón y Cataluña salieron por esta vía. Casi todos viajaron en barcos de tipo privado lo cual nos impide saber con certeza cuál fue su destino. En principio, la mayoría debió de llegar a la zona de Orán pero tenemos constancia de abordajes en Marsella y en Liorna, como hemos visto, y también en Túnez y en Tetuán.

    Mientras se organizaban los embarques en los Alfaques, el marqués de Aitona, virrey de Aragón, decidió facilitar las operaciones de expulsión haciendo conducir grupos de moriscos hacia Francia, pasando por Jaca y el puerto del Somport. Los moriscos de la zona fronteriza con Castilla, entre Tarazona y Borja, caminaron en esta dirección en la segunda quincena de junio de 1610 pero el duque de La Force, gobernador del Bearne, deseoso de poner freno a la afluencia de moriscos, impidió la entrada. Las columnas tuvieron que dar la vuelta y tomar la vía de los Alfaques. Al cabo de una ardua negociación entre españoles y franceses se dio permiso al paso de algunos contingentes con la condición de pagar un peaje. Cerca de 12.000 personas cruzaron la frontera en Canfranc en la segunda quincena de agosto y en los primeros días de septiembre. El 4 todo había terminado. Otros grupos de moriscos aragoneses provenientes de la zona de Calatayud, desde Brea al norte hasta Terres al sur, alrededor de 10.000 personas, hicieron un largo recorrido a través de Navarra. Pasaron por el puerto de Vera o el de Burguete antes de entrar en Francia. Como la gran mayoría de los anteriores intentaron acercarse a algún puerto mediterráneo, generalmente el de Agde en Languedoc.¹⁹

    Entre septiembre de 1609 y septiembre de 1610, es decir, en tan sólo un año, la monarquía católica había conseguido su objetivo: alejar a la inmensa mayoría de los moriscos mediante expulsiones sectoriales (valencianos; andaluces, murcianos y hornacheros; catalanes y aragoneses) o pseudo-expulsión (castellanos). Las infinitas dificultades de la aplicación de una medida decidida el 4 de abril de 1609 no deben hacer olvidar que en un año de operaciones a veces confusas, alrededor del 90% de los moriscos ya no residía en España. Muchos estudios recientes insisten sobre los individuos o los grupos que consiguieron escapar a la expulsión. Son los que los documentos denominan «vueltos» y «quedados». A pesar del interés que reviste la resistencia de estos últimos, no se puede borrar la realidad de un exilio masivo.

    ANÁLISIS

    En un párrafo, Henri Lapeyre resume elocuemente esta realidad haciendo cuentas.²⁰

    Y él da como título a su último capítulo culminación o mejor dicho acabamiento de la expulsión en los reinos de Castilla (1611-1614).²¹ A mi modo de ver, sobre la base misma de su estudio podemos situar el camino del tiempo del acabamiento en septiembre de 1610, es decir, desde el momento cuando se intentaron aplicar las disposiciones del bando de expulsión de los castellanos del 10 de julio de 1610. El contraste es brutal entre los 243.000 expulsados en un año y los 29.000 (como máximo) expulsados posteriormente en los cuatro años siguientes.

    Si la cifra de 243.000 expulsos en un año da cuenta de la eficacia de los medios utilizados, subraya todavía más el afán de erradicar, contra viento y marea, a la población morisca. Por el contrario la explicación de la debilidad de la segunda cifra –29.000 personas– no es tan simple. ¿Se debe al aflojamiento de una administración cansada por tantos esfuerzos y contratiempos? ¿O a la capacidad de los moriscos y de sus protectores para oponerse a las iniciativas de las autoridades? ¿O aún a la presencia morisca muy limitada en España más allá del verano de 1610? Si prestamos atención a la legislación adoptada entre 1611 y 1614, particularmente a las tres ordenes de expulsión de los moriscos que han quedado y de los que han vuelto, proclamadas los días 22 de marzo de 1610, 19 de septiembre de 1612 y 26 de octubre de 1613, y a los decretos de expulsión relativos a los moriscos del valle de Ricote del 8 de octubre de 1611 y del 19 de octubre de 1613, es patente la voluntad de no dejar a nadie en España sin consentimiento oficial. Pero los grupos de moriscos eran cada vez más menudos, generalmente compuestos de individuos muy asimilados que no representaban peligro y que simplemente no pocas veces se beneficiaban de apoyos pudientes (obispos, señores, ayuntamientos o convecinos).

    La geografía de la última y larga fase tiene rasgos peculiares. A partir del verano de 1610 la expulsión afecta a pueblos dispersos de la Corona de Castilla. Es el caso del pueblo andaluz de la Algaba (cercano a Sevilla) cuyos habitantes parten de San Lúcar de Barrameda en septiembre de 1611 para llegar a Marsella el 8 de octubre. O de los de Magacela y de Benquerencia, pueblos extremeños cuyos moriscos fueron embarcados los primeros en Málaga, los segundos en Cartagena en el verano de 1611. O de moriscos de las zonas de Segovia y de Toledo y del Campo de Calatrava, entre ellos numerosos mudéjares antiguos entrados en Francia a lo largo de 1611. Pero la insistencia del Consejo de Estado no era todavía suficiente. El decreto promulgado el 8 de octubre de 1611 y destinado a expulsar a los mudéjares antiguos del reino de Murcia por la vía de Cartagena apenas tuvo efecto. Las excepciones previstas (los esclavos y los que vivían en medio de cristianos viejos) y el apoyo de las autoridades locales facilitaban la búsqueda de soluciones para quedarse. Al cabo de un largo examen de la situación y de debates internos al Consejo de Estado fue firmado un nuevo decreto de expulsión dos años más tarde, el 19 de octubre de 1613. Miles de mudéjares antiguos del valle de Ricote y de otros pueblos del reino de Murcia tomaron el camino de Cartagena en diciembre de 1613 y en enero de 1614. El Consejo de Estado pudo considerar el 20 de febrero que la expulsión de los moriscos de España había terminado.²²

    LA GEOGRAFÍA MORISCA POSTERIOR

    A LA EXPULSIÓN DE ESPAÑA

    Se plantea entonces la cuestión de los destinos definitivos de todos estos exiliados. Antes de contestar a esta pregunta es necesario recordar una vez más lo generalmente accidentado de estos viajes de exilio. No se toman suficientemente en cuenta las andanzas de los moriscos más allá de sus embarques en los puertos españoles o de su paso por la frontera francesa. Para muchos la expulsión fue una odisea llena de imprevistos, contrariedades y exacciones. Bastantes tardaron en encontrar el lugar de destino porque algunos salieron pensando volver, otros emprendieron un camino que les alejaba de sus parientes con quienes querían reunirse, otros fueron desembarcados en lugares no previstos, otros huyeron de las represalias de los habitantes de las zonas de llegada, otros murieron.

    Entre los aspectos particularmente importantes y hasta ahora poco contemplados está el paso de cantidades de grupos de exiliados por los países cristianos, en concreto Francia e Italia. Hemos visto la insistencia en hacer franquear a muchos la frontera pirenaica y el alto número de barcos que zarparon para ir a Marsella o a Liorna. No tenemos ninguna seguridad al respecto de los trayectos anunciados. Por eso es una tarea muy compleja proponer evaluaciones, pero recientes trabajos sobre la llegada de moriscos a Francia permite al menos adelantar propuestas fundamentadas.

    Hace más de treinta años, Antonio Domínguez Ortiz y yo escribíamos que se podía conjeturar que más de 30.000 moriscos habían entrado en Francia.²³ Hoy esta estimación me parece muy por debajo de la realidad. Entre las cifras dadas por Manuel Lomas, en su libro sobre la expulsión de Aragón y en su tesis recientemente publicada, sobre los moriscos utilizando la vía de tierra (cifras que en términos generales confirman las establecidas por Henri Lapeyre) y las acumuladas por Pierre Santoni en cuanto a los movimientos de los puertos de Marsella y de Tolón es necesario revisar esta cifra de 30.000. Pierre Santoni afirma que teniendo en cuenta la gran cantidad de moriscos que han pasado por el Languedoc antes de llegar a la Provenza, esta última provincia francesa recibió de 50.000 a 60.000 moriscos. Esta cifra me parece válida porque unos terminaron en Marsella, Aix en Provence, La Ciotat, Cassis, Tolón etc. después de numerosos días de marcha y otros llegaron por vía de mar desde Sevilla, Málaga, Motril, Cartagena, Valencia, los Alfaques o aun desde Agde, puerto del Languedoc. La riqueza de los documentos provenzales está reforzada por la frecuente indicación del lugar de salida de los exiliados: Andújar, Baeza, La Algaba y Sevilla, el Campo de Montiel o Villanueva de los infantes, Mallen y Cuarte, Benisanet y Miravet, ya sea moriscos de Andalucía, de la Mancha, de Aragón o de Cataluña. Estas precisiones en cuanto a granadinos (de Castilla) o de aragoneses, subrayan la variedad de los orígenes que abarcan todas las implantaciones moriscas en España. Hasta el reino de Valencia aparece en la documentación marsellesa con la anotación única de la llegada de un barco procedente de la ciudad del Turia en octubre de 1610. Y si admitimos la propuesta de Pierre Santoni de entre 50.000 a 60.000 moriscos recibidos en Provenza, no hay que olvidar que todos los que han entrado en Francia no han ido forzosamente hasta aquella región. Otros muchos tomaron el camino de Agde, puerto del Languedoc donde se embarcaron para intentar ir al norte de África, otros pocos se instalaron en distintas partes de Francia sobre todo en el suroeste beneficiándose de la acogida de moriscos afincados ya antes de la toma de decisión de la expulsión. Fueron pocos, probablemente unos miles, porque en Francia también fueron tomadas medidas de expulsión al nivel del estado (ya el 15 de abril de 1610) o al de la región (en Provenza el 3 de diciembre).

    El caso de Italia es bastante similar al de Francia pero los efectivos afectados se encuentran en una obvia zona de sombra. La documentación lleva huellas de abordajes a Liorna, como ya lo hemos visto, pero también a Génova o Civitavecchia, el pequeño puerto cercano a Roma. Si bien no podemos descartar que pequeños grupos quedaron en tierras italianas, la inmensa mayoría estaba, como en Francia, en la espera de hacer un nuevo viaje.²⁴

    El paso de decenas de miles de personas por Francia e Italia tuvo grandes repercusiones sobre la geografía final del éxodo morisco. En principio el reparto hubiera debido depender de dos criterios, el de la proximidad y el de la «atractividad», representado primero por la elección de la fe profesada (el Islam en la inmensa mayoría) y luego por las condiciones de acogida tanto por parte de los gobernantes de los distintos reinos y regencias como por los familiares posiblemente ya instalados. Sobre esta base lo lógico era ir a tierras argelinas o marroquíes. De hecho, hemos visto ya que los primeros expulsados, los valencianos, desembarcaron en la zona de Orán. A partir de ahí muchos se instalaron en la zona situada entre Tremecén y Mostaganem, pero otros intentaron ir más al este en dirección a Argel y otros aún tomaron el camino de Marruecos. Según los mismos principios, los moriscos andaluces y extremeños prefirieron ir a Marruecos, tan cercano, a los puertos de Tánger, Ceuta o Al-Hoceima y se afincaron, sea en la zona de Tetuán donde estaban viviendo muchos andalusíes de olas anteriores, o en la de Rabat-Salé donde los moriscos –sobre todo los hornacheros– se hicieron famosos por sus actividades corsarias y su capacidad de mantener durante décadas un poder autónomo.

    Los avatares de la expulsión facilitaron otras opciones, principalmente la de Túnez. Primero los graves incidentes sufridos por los moriscos en la zona oranesa tuvieron gran eco e incitaron a encontrar vías alternativas. El alejamiento por Francia e Italia hacía crecer los costes. Desde los puertos como Agde y, aún más, como Marsella, Tolón o Liorna, la distancia con Túnez era mucho más corta. Podía haber dudas entre otras razones por ser Argel la urbe más importante y más cosmopolita de todo el Magreb y, en especial, por haber sido el refugio de muchos moriscos a lo largo del siglo XVI. Argel era el horizonte a menudo soñado si damos, por ejemplo, crédito a la carta del licenciado Molina, un morisco de Trujillo, fechada el 25 de julio de 1611. Según él los moriscos de su ciudad habían ido a Argel «donde están los más de Extremadura, la Mancha y Aragón».²⁵ El licenciado y sus compañeros habían embarcado en Cartagena, probablemente en abril de 1610 y llegado a Marsella. Las dificultades encontradas en Provenza provocaron la continuación hacia Liorna y desde la ciudad toscana hasta Argel. De esta manera unos muy importantes contingentes se arraigaron en la ciudad de los Barbarroja y el mundo rural próximo, desde Blida hasta El-Kolea.

    No había en Túnez, al contrario de Argel, de Tetuán o de Fez, una nutrida comunidad morisca en vísperas de la expulsión. Sin embargo recientes investigaciones, fundamentalmente las de Luis Bernabé Pons, han señalado la importancia de la salida voluntaria de España de moriscos ricos, granadinos, convencidos en su mayor parte de que la decisión de expulsión de los miembros de su «nación» era inevitable, prefiriendo exiliarse organizando lo mejor posible su nueva vida.²⁶ Entre ellos estaban, por ejemplo, los dos primeros jeques de los andalusíes en Túnez, Luis Zapata y Mustafá de Cárdenas. Es muy probable que el uno y el otro pasaran por Francia donde encontraron otros moriscos exiliados en Toulouse o en Marsella como el granadino el Chapiz o como el famoso aragonés Alonso López procurador de los minoritarios en Francia. Zapata y Cárdenas se trasladaron a Túnez probablemente atraídos por el bey Uthman consciente del beneficio económico que la regencia podía obtener con la instalación de estos hombres. Había sido creada de esta manera una corriente que en los años siguientes fue masiva. La documentación del consulado de Francia hace referencia a bastantes moriscos practicando el comercio en Túnez. Se dividen en dos grupos en cuanto a los orígenes, de un lado los tagarinos o aragoneses, del otro los granadinos que vienen de una serie de ciudades de la Corona de Castilla (Alcalá de Henares, Madrid, Toledo, Salamanca, Valladolid, Murcia, Úbeda, Cazorla, Granada). Los valencianos son muy pocos.

    Están así diseñadas las grandes líneas de la geografía morisca posterior a la expulsión de España. El Magreb ha sido en todas sus partes la gran zona receptora. ¿Cuántos moriscos terminaron instalándose en la orilla meridional del Mediterráneo? Adelantar cifras es, por falta de cómputos, una empresa arriesgada. Estoy convencido que sobre la base de nombres de exiliados cuyo lugar de origen es conocido se podrán reconstruir trayectos y destinos. Los aquí apuntados constituyen un simple muestreo. Al contrario, contar es una tarea imposible. Queda una vez más el sentido común interpretando los datos disponibles. Míkel de Epalza adelantó unas estimaciones, alrededor de 80.000 instalados en Marruecos; 116.000 desembarcados en tierras argelinas entre octubre y diciembre de 1609 a los cuales habría que añadir otros llegados más tarde; 80.000 también en Túnez.²⁷ El total es bastante superior a 256.000. Si tomamos en cuenta los miles que decidieron ir hasta puertos del Mediterráneo oriental, principalmente Estambul donde fueron protegidos por el sultán otomano y los demás miles que buscaron su nueva vida en Francia o en Italia, alcanzamos cifras que deben superar las que este autor, es verdad, confesaba considerar como un poco inferiores a la realidad.

    Las estimaciones de Míkel de Epalza tienen el mérito de ser coherentes. Están adaptadas a las evaluaciones de las salidas de España, basadas en investigaciones fidedignas. Supongo que la cifra de 116.000 para Argelia corresponde a los 116.000 moriscos valencianos expulsados según los cálculos de Lapeyre. Estas estimaciones son además acordes también con nuestros conocimientos de las distintas fases de la expulsión hasta los destinos definitivos. Se puede subrayar al respecto que las últimas aportaciones sobre el paso de olas de moriscos por Francia y su posterior traslado en su gran mayoría a Túnez tienden a confirmar la posibilidad de 80.000 moriscos en la regencia. La misma cifra para Marruecos parece verosímil sin que tengamos de momento medios para verificarla. La cifra de Argelia es la más incierta. Los 116.000 admitidos por Epalza me parecen sobrevaluados. Descansan como todos los demás sobre tres premisas discutibles: que nadie murió durante las travesías (este comentario vale obviamente para los demás destinos), que todos los moriscos valencianos hayan desembarcado en costas argelinas y que una vez en tierra hayan todos quedado en Argelia. No se puede descartar que una pequeña parte al menos haya pasado directamente o indirectamente a Marruecos. En sentido inverso habría que añadir a los moriscos valencianos otros aragoneses o granadino-castellanos expulsados en 1610 o 1611. De estos comentarios sacaría dos conclusiones provisionales. Primero, las estimaciones de Míkel de Epalza son algo demasiado altas. En el caso contrario habría que revisar al alza el numero de moriscos viviendo en España en vísperas de la expulsión y el número de expulsados. Habría que dar la razón, por ejemplo, en cuanto a los moriscos valencianos exiliados a las cifras ofrecidas por los cuadros realizados en 1612-1613 y no a las de Lapeyre. Pero nada permite justificar esta elección. Luego la idea de un reparto bastante equilibrado entre los tres territorios del Magreb –Marruecos, Argelia, Túnez– con una relativa mayor presencia morisca en tierras argelinas. Esta idea debe ser confirmada por futuras e indispensables investigaciones.

    LA CUESTIÓN DE LA PERMANENCIA

    O REGRESO DE LOS MORISCOS

    Queda la no menos difícil cuestión de la permanencia o de la vuelta de moriscos a España. Hemos visto ya que «vueltos y quedados» han preocupado profundamente a la monarquía. Tres cédulas reales de 1611, 1612 y 1613 lo atestiguan. Varios investigadores han profundizado recientemente en el tema. Trevor J. Dadson ha pensado ver en el ejemplo de Villarubia de los Ojos, una de las cinco villas del Campo de Calatrava, un verdadero modelo extensible a muchas partes de la España morisca.²⁸ Pero su base numérica es muy poco extensa: unos 600 mudéjares antiguos que según él o no han salido de su pueblo o han conseguido volver. Es legítimo ya no compartir la seguridad del autor, para quien todos han escapado a la expulsión. Pero hasta admitiendo que quedaron o volvieron todos los de Villarrubia de los Ojos y, como ellos, todos los mudéjares antiguos de la Mancha, no pasarían de 4.000 a 5.000 personas sabiendo que se ha evaluado su número total en 1502 en alrededor de 2.000 individuos.

    En el reino de Murcia, los mudéjares antiguos constituían uno de los grupos más nutridos de España. Según un informe realizado por el dominico Juan de Pereda en 1612 su número ascendía entonces a 8.351.²⁹ Gran parte fue expulsada en 1614 pero otros escaparon. Y las vueltas fueron numerosas sin que podamos adelantar cifras. De todas formas es imprudente generalizar la situación de los dos principales focos de «quedados y vueltos», las cinco villas del Campo de Calatrava –entre ellas Villarrubia de los Ojos y el valle de Ricote que pertenece al reino de Murcia.

    Los mudéjares antiguos de Extremadura, al menos los de los tres principales pueblos donde vivían, Hornachos, Benquerencia y Magacela, fueron expulsados y no hay huella de vuelta. Y en Ávila, ciudad de la principal comunidad urbana de Castilla la Vieja, donde residían alrededor de 400 familias o 1.600 personas entre mudéjares antiguos y granadinos solo unas 25 familias de las cuales 13 eran de mudéjares antiguos pudieron mantenerse.³⁰

    En los territorios de la Corona de Aragón no se emplea la expresión «mudéjares antiguos» pero sí los moriscos catalanes, principalmente los de 13 pueblos de la zona de Tortosa (o ribera de Ebro), que no han gozado de los privilegios acordados a grupos de mudéjares antiguos de la Corona de Castilla, tienen características que en muchos planos les asemejan, en 1610 al menos, a los mudéjares antiguos del Campo de Calatrava o del Valle de Ricote. Gran parte de ellos fueron considerados como buenos cristianos, merecedores de ser exceptuados de la expulsión. Tal es el sentimiento de Pedro Manrique, obispo de Tortosa. Podemos admitir que alrededor de la mitad de los 800 vecinos moriscos de la Ribera del Ebro escaparon a la expulsión, con autorización los más, escondiéndose los menos. A ellos se añadió una cantidad difícil de evaluar de «vueltos». Encontramos a habitantes de Ascó, Benisanet y Miravet, los tres pueblos localmente más afectados por la expulsión, presentes en la Provenza francesa a principios de 1611 y en sus pueblos de origen o en otros de la Ribera en 1612 o 1613.³¹

    Creo que Campo de Calatrava, valle de Ricote y otros pueblos murcianos, y Ribera del Ebro constituyen las tres comarcas donde la cuestión de las exenciones se planteó masivamente. Puedo olvidar algún que otro pueblo, quizás por ejemplo Alcántara y Valencia de Alcántara que tenían entre los dos menos de 1.000 moriscos. Pero sería extraño que algún grupo numeroso haya escapado tanto a las autoridades de los años 1609-1614 tan atentas a no dejar nada al azar, como a los historiadores que a partir de los años 1950 han dedicado tiempo al estudio de los moriscos. Hay que recordar que los tres grupos geográficos aquí citados han sido perfectamente identificados y puestos de relieve por Henri Lapeyre en su Géographie de l’Espagne morisque de 1959 y por la Historia de los moriscos, vida y tragedia de una minoría publicada en 1978 (con un último capítulo dedicado a «la presencia morisca en España después de la expulsión»). Podemos recapitular: de 4.000 á 5.000 mudéjares antiguos en la Mancha mas allá del núcleo del Campo de Calatrava; unos 8.000 en el reino de Murcia; de unos 3.000 a 3.500 moriscos en la Ribera del Ebro. El total hacia 1610 ascendía a 15.000 o 16.000 moriscos. Un muy alto porcentaje de ellos se mantuvo o volvió.

    Conoció la misma suerte una cantidad también elevada de moriscos valencianos, aragoneses y granadinos, niños, esclavos, casados con cristianos viejos y otras personas consideradas como buenos cristianos. Entendámonos sobre la palabra elevada. Encontramos los unos y los otros por todas partes, probablemente en una proporción bastante más alta en tierras de la Corona de Castilla que en tierra de la Corona de Aragón. Se produjo en el último momento una ola de matrimonios mixtos o de puestas en esclavitud para escapar al exilio. Todas las estratagemas fueron buenas. Los pleitos promovidos por moriscos que pretendían pertenecer a una de las categorías de exceptuados se acumularon. Pero si el movimiento es espectacular por su extensión geográfica y merece muchísima atención, este concierne a una pequeña parte del mundo morisco. Varios estudios han enseñado que los matrimonios mixtos eran pocos. La esclavitud estaba poco difundida en Aragón y en Cataluña; en Andalucía los rescates de esclavos moriscos habían abundado; los moriscos hicieron evidentemente todo lo posible para no abandonar a sus hijos pequeños. Ante la imposibilidad de dar cifras precisas, es una cuestión de sentido común. De la misma manera el número de vueltas –como el de permanencias clandestinas– no puede ser abrumador. Los moriscos han sido a veces ayudados por cristianos viejos pero estaban en cualquier momento a la merced de una denuncia. Es exactamente el sentido del diálogo entre Sancho y Ricote. Los «quedados» pueden pasar difícilmente de unas pocas decenas de miles de personas. A los 15.000 (como máximo) de la Mancha, del reino de Murcia y de la Ribera del Ebro se podría añadir otros tantos muy dispersos. Y los «vueltos» no pasarían de unos miles. Se podría admitir que entre todos representarían entre el 10 y el 15% del total de la población morisca residente en España a principios del siglo XVII. El porcentaje no es desdeñable e incita a investigar las modalidades de su asimilación aunque su existencia no debe ocultar que al final de un proceso largo, la monarquía consiguió su objetivo de acabar con el problema morisco, como dicen muchos coetáneos, por la vía de la expulsión. Lo que no había logrado en un siglo de política de evangelización.

    Notes

    ¹ Rafael Benítez Sánchez-Blanco: Heroicas decisiones, La Monarquía Católica y los moriscos valencianos, Valencia, 2001.

    ² Henri Lapeyre: Géographie de l’Espagne morisque, París, 1959.

    ³ Bernard Vincent: «L’expulsion des morisques du royaume de Grenade et leur répartition en Castille (1569-1571)», Mélanges de la Casa de Velázquez, vi, 1970, pp. 210-246.

    ⁴ José María Perceval: Todos son uno, Arquetipos, xenofobia y racismo. La imagen del morisco en la Monarquía Española durante los siglos XVI y XVII, Almería, 1997.

    ⁵ François Martinez: La permanence morisque en Espagne après 1609 (discours et réalités), Lille, 1999.

    ⁶ Manuel Lomas Cortés: El puerto de Denia y el destierro morisco (1609-1610), Valencia, 2009.

    La expulsión de los moriscos del reino de Valencia, Catálogo de la exposición, Valencia, Fundación Bancaja, 1998.

    ⁸ Henri Lapeyre, op. cit., p. 62.

    ⁹ M. Lomas Cortés: El proceso de expulsión de los moriscos de España (1609-1614), Granada-Valencia-Zaragoza, 2011. Federico Udina Martorell y Ernesto Belenguer Cebriá: La expulsión de los moriscos de Valencia y Cataluña según el comisario de embarque don Cristóbal Sedeño, Barcelona, Universitat Autònoma de Barcelona, 1980.

    ¹⁰ El da ya una cifra un poco superior, 117.464 en la conclusión de la Geographie de l’Espagne morisque, op. cit., p. 204.

    ¹¹ Manuel F. Fernández Chávez y Rafael M. Pérez García: En los márgenes de la ciudad de Dios, moriscos en Sevilla, Valencia, pp. 363-449.

    ¹² Julio Fernández Nieva: La Inquisición y los moriscos extremeños (1585-1610), Badajoz, 1979; y véase el reciente número (octubre de 2009) de la revista Alborayque particularmente la contribución de Isabel Testón Nuñez, María de los Ángeles Hernández Bermejo y Rocío Sánchez Rubio: «Los moriscos de Extremadura desde la perspectiva historiográfica», pp. 11-49 y la de François Martinez: «La permanencia de los moriscos en Extremadura», pp. 51-105.

    ¹³ ENE, manuscrito n.° 9.577.

    ¹⁴ Henri Lapeyre, op. cit., pp. 169-170.

    ¹⁵ Pierre Santoni: «Le passage des morisques en Provence». (1610-1613), Provence historique, 185, 1996, pp. 333-383. Véase particularmente pp. 337-338.

    ¹⁶ Henri Lapeyre, op. cit., p. 157.

    ¹⁷ Los datos están en un trabajo todavía inédito que estará publicado en la revista Sharq al-Andalus.

    ¹⁸ Pierre Santoni, op. cit., pp. 373-376.

    ¹⁹ Manuel Lomas Cortes: La expulsión de los moriscos del Reino de Aragón. Política y administración de una deportación (1609-1611), Teruel, 2008.

    ²⁰ Henri Lapeyre, op. cit., p. 175.

    ²¹ Ibíd., pp. 173-200.

    ²² Govert Westerveld: Miguel de Cervantes Saavedra, Ana Félix y el morisco Ricote del Valle de Ricote en Don Quijote II del año 1615, 2007.

    ²³ Antonio Domínguez Ortiz y Bernard Vincent: Historia de los moriscos, vida y tragedia de una minoría, Madrid, 1978, p. 228.

    ²⁴ Abdeljelil Temimi: «Le passage des Morisques à Marseille, Livourne et Istanbul d’après de nouveaux documents italiens», en Abdeljelil Temimi (ed.): Métiers, vie religieuse et problématiques d’histoire morisque, Zaghouan, 1989, pp. 303-316.

    ²⁵ Míkel de Epalza: Los moriscos antes y después de la expulsión, Madrid, 1992, pp. 222-223.

    ²⁶ Luis F. Bernabé Pons: «La nación en lugar seguro, los moriscos hacia Túnez», en Raja Yassine Bahri (coord.): Actas del Coloquio Internacional «Los Moriscos y Túnez», Cartas de la Goleta, n.° 2, Túnez, 2009, pp. 107-118.

    Luis F. Bernabé: «Notas para la cohesión de la comunidad morisca más allá de su expulsión de España», Al-Qantara, XXIX, 2 (2008), pp. 307-332.

    ²⁷ Míkel de Epalza, op. cit., pp. 146, 218 y 263.

    ²⁸ Trevor J. Dadson: Los moriscos de Villarrubia de los Ojos (siglos XV-XVIII), Historia de una minoría asimilada, expulsada y reintegrada, Madrid-Frankfurt, 2007. Véase también del mismo autor: «El regreso de los moriscos», Raja Yassine Bahri (coord.): Actas del Coloquio Internacional «Los Moriscos y Túnez», op. cit., pp. 83-106.

    ²⁹ Juan González Castaño: «El informe de fray Juan de Pereda sobre los mudéjares murcianos en vísperas de la expulsión, año 1612», Áreas, 14, pp. 215-235. En el mismo número ver además Luis Lisón Hernández: «Mito y realidad de la expulsión de los mudéjares murcianos del valle de Ricote», pp. 141-170.

    ³⁰ Serafín de Tapia Sánchez: La comunidad morisca de Ávila, Salamanca, 1991, p. 391.

    ³¹ Pau Ferrer Naranjo: «Los moriscos de la Ribera del Ebro. Las encuestas informativas (1610-1615)», en L’expulsió dels moriscos, conseqüencies en el món islàmic i el món cristià, Barcelona, 1994, pp. 42-53.

    La expulsión de los moriscos

    en el contexto de la política mediterránea

    de Felipe III

    Miguel Ángel de Bunes Ibarra

    CSIC, Madrid

    Definir la política mediterránea del reinado de Felipe III no explica en ningún caso, como tampoco lo hace el análisis de la situación económica ni las medidas internas que se adoptan entre 1599 y 1621, la expulsión de los moriscos de 1609 a 1614. Sin embargo, la suerte de la minoría puede ser comprendida mejor si se describe la evolución y los cambios que se producen en este espacio durante los últimos años del siglo XVI y los primeros del siglo XVII. Como resulta evidente, al reseñar estas cuestiones incidimos directamente en la personalidad y las maneras del ejercicio del poder de Felipe III y del duque de Lerma. Muchas de las medidas que se adoptan pasan por el Consejo de Estado y otros órganos de la Monarquía, sin que se pueda fijar de una manera clara la responsabilidad última de algunas de las decisiones que se toman, acontecimientos que están fuera de los objetivos del presente trabajo por la enorme extensión que debería tener.¹ Incluso un análisis global de la situación en el flanco sur de las posesiones de Felipe III, supera con creces los límites fijados para estas líneas. Lo que se intentará plasmar en las páginas que siguen es un acercamiento a la política exterior de un reinado que conocemos de una manera fragmentaria y que puede ser interpretado desde ópticas muy variadas y dispares, logrando resultados divergentes según el objetivo, e, incluso, el lugar geográfico que interesa al investigador.

    La abundante bibliografía que en la actualidad tenemos sobre los moriscos ha descrito a este grupo desde perspectivas de historia social, religiosa y, sobre todo, local, obviando el contexto internacional de los primeros años del reinado de Felipe III.² Exclusivamente se pueden citar algunos artículos, la mayor parte de ellos bastante antiguos, que intentan relacionar la tragedia de la minoría con el genérico enfrentamiento de la dinastía de los Habsburgo con la de los descendientes de Osmán. Según esta visión de los acontecimientos, el empeoramiento de las condiciones de vida de los cristianos nuevos de moros en la Península debe vincularse con la lucha entre imperios en el Mediterráneo. El peligro turco es uno de los argumentos más repetidos en la documentación que se escribe en torno a 1609, con independencia de que desde 1604 se pueda constatar perfectamente un claro desinterés de Estambul por el Mediterráneo occidental.³ La muerte de los grandes navegantes que conformaron la gran marina otomana en la época de Solimán el Magnífico y la aparición de revueltas interiores y los peligros que reportan la existencia de nuevos enemigos en las fronteras de los dominios de Estambul, conllevan que la Sublime Puerta se desentienda de los sucesos de Europa occidental. Al mismo tiempo que se puede demostrar perfectamente esta tendencia de la política del Diwan osmanlí, los enemigos continentales de la Monarquía se fijarán en el Gran Turco como un posible aliado para desestabilizar a la potencia hegemónica de la Cristiandad. Las embajadas de ingleses, holandeses, además de la tradicional política oriental de Francia,⁴ tienen como objetivo, además de ampliar los mercados para sus comerciantes, aislar militarmente a la España de Felipe III. Está política no tendrá demasiados resultados positivos para los negociadores, cuestión que resulta muy fácil de demostrar después de la muerte del Kapudan (gran almirante) Pachá Cigala.⁵ La importancia que se da al Imperio otomano es un factor que iguala a la mayor parte de los estados europeos del momento, tanto sea en su consideración de enemigo como en la de aliado, mientras que los sultanes concentran la mayor parte de sus esfuerzos en mantener cohesionadas sus posesiones, olvidándose de las grandes aventuras en el exterior para apoyar a otras naciones, empresas que se realizaron mayoritariamente en la época de Solimán el Magnífico.⁶

    En los últimos años ha empezado a tomar fuerza la idea de que la firma de la tregua con los Países Bajos es un factor que puede desencadenar, en alguna medida, la promulgación de los decretos de expulsión para acallar posibles críticas internas ante la nueva posición internacional de la Monarquía.⁷ La minoría se había convertido en un peligro interior que podía ser aprovechado por los adversarios de Felipe III, como se puede comprobar cuando se convierte en un elemento de importancia en el contexto exterior en las disputas con Francia por el control de la frontera pirenaica en los años anteriores a las primeras décadas del siglo XVII,⁸ unido a las supuestas alianzas (reales o inventadas) con el Imperio Otomano⁹ y a las acciones de corso que protagonizan elementos moriscos previas a los edictos de expulsión de 1609. Corsarios de origen morisco comienzan a realizar ataques a las islas Canarias y en el estrecho de Gibraltar en los primeros años del siglo XVII¹⁰ desde Salé y Larache, lo que desencadena los recelos de las autoridades cristianas por el comportamiento de la minoría.

    Sin poder negar la veracidad de muchas de estas aseveraciones, además de ser tesis muy sugerentes, el mayor problema que tienen estas interpretaciones es que analizan la cuestión morisca exclusivamente desde la óptica de la historia europea, obviando todos los acontecimientos que acaecen en el Mediterráneo en estos años. Aislar el problema del enfrentamiento con los musulmanes, en el que se engloba en gran medida la disposición tomada contra la minoría, del contexto geográfico, es un falseamiento de los acontecimientos que acaecen en estas décadas. La expulsión es una medida de política interior que tiene una clara intencionalidad exterior dentro del contexto de la acción de la Monarquía en el flanco sur de sus posesiones que, por otra parte, coincide con un cambio de mentalidad de muchas de las autoridades cristianas de este espacio.

    Dejando a un lado la fijación de una geopolítica en torno a 1609, lo que queda claro es que la carencia de un marco externo más amplio en la mayor parte de los trabajos sobre los moriscos es una consecuencia de considerar al Mediterráneo de la época de Felipe III de manera semejante al descrito por Fernand Braudel para Felipe II.¹¹ Las pocas páginas que dedica Braudel a los años posteriores a la firma de la tregua con la Sublime Puerta, e incluso a las dos últimas décadas del reinado, nos han dejado huérfanos de un marco internacional en el que insertar una medida difícil de explicar, como es la expulsión de un importante contingente de población cristiana de origen musulmán. Esta carencia se ha solucionado con demasiada frecuencia recurriendo a la consideración, ya expresada en los mismos decretos de expulsión y aireada por la mayor parte de los apologistas de la medida que escriben en los primeros años del siglo XVII, de que los moriscos son los quintacolumnistas de la Sublime Puerta en el Occidente.¹² La veracidad de esta afirmación, por lo menos en un contexto general, explica que sea uno de los argumentos que más se repita en la documentación anterior y posterior a la promulgación de los decretos, siendo una justificación perfecta para acallar cualquier tipo de crítica de las comunidades asentadas en Valencia y Andalucía.¹³ Sin embargo, si analizamos despacio la documentación sobre asuntos africanos de estos mismos años, vemos que esta cuestión debe de ser puesta en entredicho. Sin negar en ningún momento la importancia que tienen para los políticos españoles las posibles alianzas entre otomanos y moriscos, los cristianos nuevos de moros son un peligro por sí mismos, sin necesidad de recurrir a su colaboración con las ocak jenízaras. En la abundante documentación del momento se considera a los moriscos como individuos que representan un peligro para las pretensiones hispanas en el otro lado del Estrecho de Gibraltar, ya que son personas dotadas de una mayor capacidad técnica y militar que sus correligionarios del Magreb. Esto resulta especialmente evidente en la abundante correspondencia que genera la pretendida conquista-ocupación de la ciudad de Larache, en los años anteriores a la expulsión. En varias de las cartas de espías y mercaderes que se acercan a la plaza para reconocerla, se describe a los moriscos como los únicos moradores que se pueden oponer militarmente de forma eficaz ante la hipotética llegada de una armada española:

    He buelto aver de Bagar lo que V. Ex. pregunta en esta suya de 7 y primero si son pagados estos soldados digo que no y ha más de dos años que no se les dio paga y por lo que es si a fuerza de los 300 soldados ay otros vezinos Digo que hellos y vecinos esto da una cosa Pues todo vezino es soldado y por lo que es si son moros y andaluzes mezclados y la mitad serán andaluzes, entienda V. Ex por Andaluzes descendientes dellos y son tan acovardados como los otros moros, que si tomo por andaluz el soldado huydo de España morisco destos no avrá arriva de 10 vezinos.¹⁴

    A lo largo de todo el siglo XVI, los moriscos se inmiscuirán en las tensiones de la política internacional de una manera activa, pidiendo apoyo a las autoridades magrebíes y otomanas para aliviar las difíciles situaciones que padecen, o pasiva, siendo usados por los enemigos de la Monarquía para generar tensión dentro de los territorios controlados directamente desde Madrid. Es decir, realizan las mismas funciones que otros colectivos orientales y occidentales para los dirigentes españoles, como ha estudiado para el caso griego J. M. Floristán,¹⁵ y como también se puede considerar la política de los virreyes de Nápoles y Sicilia en el Adriático o las reiteradas embajadas al lejano «Sofí de Persia». Su peligrosidad aumenta cuando la Sublime Puerta adquiere territorios en el Magreb cercanos a las costas peninsulares, conquistas que están inspiradas por el objetivo de dotarse de bases militares para poder realizar un corso sistemático contra los intereses cristianos, situación que se desea evitar expulsándolos de las ciudades y localidades costeras desde la época de Carlos V.¹⁶ Esta misma política será la seguida por las autoridades cristianas cuando busquen un pedazo de tierra para que los caballeros de la orden de San Juan de Jerusalén sigan ejerciendo el corso contra los musulmanes, dándoles las islas de Malta y Gozo, además de Trípoli de Berbería, para realizar el mismo tipo de guerra que las futuras regencias berberiscas.¹⁷

    Si repasamos la composición humana de las ciudades costeras magrebíes, tanto corsarias como mercantes, durante los siglos XVI y XVII se aprecia claramente la importancia de la comunidad andalusí en su población,¹⁸ lo que supone que son los grandes aliados de los otomanos cuando ocupan Argel y otras plazas argelinas.¹⁹ Sin embargo, su importancia para el mundo otomano será capital hasta la década de 1580, decenios en los que se organizan continuas expediciones para rescatarlos de la presión de las autoridades cristiano viejas,²⁰ diluyéndose en el entramado humano que se conforma en estas urbes después de esta época. Los moriscos tendrán una gran importancia en las tierras de Marruecos en las últimas décadas del siglo XVI y las primeras del siglo XVII, en lo que respecta a su influencia en el corso, como se muestra por el número de apresamientos de individuos de esta procedencia en navíos marroquíes en estos años.

    En los primeros años del siglo XVII, la acción de los corsarios es uno de los problemas más complejos que debe solventar la Monarquía, ya que no sólo

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