LA EXPULSIÓN DE LOS MORISCOS
Por supuesto, los diferentes bandos publicados aportaron muchos argumentos oficiales: la ineficacia de las políticas de integración; la perseverancia de los moriscos en el mantenimiento de sus antiguas creencias y costumbres musulmanas; su colaboración con los enemigos turcos y berberiscos de la Monarquía –que hacía de ellos unos peligrosos ‘quintacolumnistas’–; el riesgo inminente de rebelión si no se tomaban medidas drásticas, etc. Pero la auténtica realidad es que los moriscos que sufrieron el destierro no habían dado muestras especiales de resistencia cultural o religiosa que pudieran suscitar la idea de que era inútil seguir con las políticas de asimilación, ni aquella generación era más peligrosa que las anteriores, por lo que los historiadores siempre han buscado los verdaderos motivos de la expulsión fuera de los bandos.
Nos movemos en el terreno de la hipótesis, y seguramente nunca sabremos con exactitud qué razones llevaron a Felipe III a tomar la decisión. Se suele argumentar que la falta de resultados en la política exterior –y en concreto las críticas que, con toda probabilidad, iba a desatar la tregua con los rebeldes holandeses en abril de 1609–, unida a los escándalos que jalonaban la reciente política interna del duque de Lerma, pudo estar en el origen de la medida. Esta idea tiene sentido si se comprueba cómo la Corona se esforzó por presentar
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