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Pablo: con el filo de la hoja
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Libro electrónico309 páginas3 horas

Pablo: con el filo de la hoja

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Se narran los acontecimientos que marcaron la vida del poeta, cronista y escritor Pablo de la Torriente, figura representativa del periodismo cubano. A partir de testimonios de amigos y familiares, se revisa su papel en la dictadura de Machado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 dic 2019
ISBN9786071666284
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    Pablo - Víctor Casaus

    España

    SEIS NOTAS PARA CONOCER

    (MEJOR) A PABLO

    Pablo es Pablo de la Torriente Brau que ahora llega hasta sus manos en este libro generoso e iluminador. Su vida recorrió estos puntos de la geografía global: Puerto Rico, Cuba, Estados Unidos (Nueva York) y España. En cada uno dejó huella perdurable y proyectó memorias que llegan hasta nuestros días en sus papeles, en sus pasiones y acciones, en su humor inderrotable.

    Aquí están las notas. Aquí está la historia que se narra, se cuenta, se vive en las páginas que siguen.

    NOTA 1

    Miembro de línea de la Real Academia de Fútbol Intercolegial del Club Atlético de Cuba. […]. Decano de la Sociedad de Empleados del Bufete Giménez, Ortiz y Barceló, en comisión al servicio del doctor F. Ortiz. Mecanógrafo de mérito. Taquígrafo graduado. Alumno de dibujo de la Escuela Libre dirigida por el pintor Víctor Manuel y domiciliada en cualquier café de La Habana. Ex redactor anónimo de periódicos desconocidos. Socio de Pro Arte Musical. De la Hispano Cubana de Cultura. Del Centro de Dependientes y de Gonzalo Mazas, etc., etc. Confieso que después de ver cuánto título tengo, yo mismo me asombro de ser tan perfectamente desconocido.

    Con estas palabras se presentaba en el prólogo de Batey, en 1930, el hombre que estamos conociendo aquí, Pablo de la Torriente Brau. El año 1930 marcaría efectivamente una fecha clave en su vida. Batey, el libro de cuentos escrito a cuatro manos con su amigo Gonzalo Mazas, apareció a finales de febrero. Meses después, exactamente el 30 de septiembre, Pablo entraría de lleno en la lucha política popular con la misma pasión y el mismo dinamismo que había desplegado en su práctica constante del deporte. A partir de entonces se produciría un acelerado proceso de maduración profesional, política y humana. Seis años más tarde, cuando cayera en Majadahonda, no sería aquel desconocido perfecto que su humor describiera en el prólogo de Batey: por el contrario, había dejado un rastro de imaginación y audacia en la acción y las letras de su tiempo, el mismo que nos lleva hoy a evocar los ecos actuales de sus palabras.

    NOTA 2

    Nacido en San Juan, Puerto Rico, el 12 de diciembre de 1901, Pablo recibió desde muy temprano las enseñanzas esenciales de su abuelo, Salvador Brau, periodista y hombre de letras, de austera y digna trayectoria personal. Los antecedentes familiares, mantenidos vivos en el seno del hogar, ayudaron sin duda a formar el carácter de aquel joven inquieto y audaz, soñador y valiente.

    Raúl Roa, su hermano entrañable, al que conoció una tarde en la azotea del bufete de Fernando Ortiz en La Habana, nos dejó su imagen instantánea: era un mocetón alto, de musculatura atlética, pelo oscuro, frente dilatada, voz grave, mentón altivo, sonrisa franca, mirada diáfana y jocundo talante. Aquella tarde precisamente Roa invitaría a Pablo a participar en la manifestación del 30 de septiembre. A partir de ese día, combates, cárceles, polémicas, exilios, unieron las vidas de estos hombres en una medida tal que resulta prácticamente imposible recordarlos por separado. El propio Roa definió después la magnitud íntima y ejemplar de aquel encuentro: había conocido a un hombre entero y verdadero. Y había anudado, también, la más limpia, alegre y honda amistad de mi vida.

    Periodista en Alma Mater y en Línea, combatiente activo contra la dictadura de Machado en las filas del Ala Izquierda Estudiantil (AIE), Pablo conoció la represión y las cárceles. Al salir de una de ellas escribió las crónicas de sus 105 días preso, en las que su humor y su agudeza recrean una perspectiva testimonial profunda, humana y amena. Dicho bien y pronto: Pablo confirmaba su vocación de cronista apasionado de su tiempo y mostraba las posibilidades del periodismo moderno y audaz en la batalla por transformar la realidad.

    Vista desde hoy, su obra periodística recorre el camino de las luchas de su tiempo, siempre en el borde delantero de los acontecimientos, y testimonia, al mismo tiempo, la vida de su autor. Pablo estuvo en Ahora —el periódico combativo y renovador surgido en la vorágine de la lucha revolucionaria— y el ahora de aquellos días convulsos, tensos, esperanzados y finalmente frustrados estuvo en Pablo. No hay mejor correspondencia entre una historia que se jugaba la posibilidad de una revolución verdadera y un periodista revolucionario verdadero. Ese profundizar y actuar en el Ahora es una de las enseñanzas mayores que Pablo nos deja para realizar un periodismo revolucionario activo, antirretórico, en dos palabras: periodismo vivo.

    NOTA 3

    Pablo fue congruente con ese ejercicio del periodismo en el que la habilidad y la pasión por el oficio se conjugaban con un firme sentido de la ética profesional. El periodismo fue su instrumento para denunciar de frente los crímenes del gobierno de Batista-Caffery-Mendieta.

    Cuando el fracaso de la huelga de marzo de 1935 desata la mayor y más selectiva represión, Pablo tiene que marchar nuevamente al exilio para salvar su vida. En Nueva York funda, junto a Raúl Roa, Gustavo Aldereguía y otros compañeros, la Organización Revolucionaria Cubana Antiimperialista (ORCA), que trabajaría por la unidad de las fuerzas de izquierda, dramáticamente divididas por entonces. De nuevo el periodismo será el instrumento idóneo para Pablo: allí fundan el periódico vocero de la ORCA, que iba a llamarse al principio Guásima, para redondear el símbolo, pero que finalmente se llamó Frente Único, para subrayar los esfuerzos de integración de la izquierda. Al mismo tiempo, Pablo organiza en Nueva York el Club José Martí, que concentrará a los emigrados cubanos, se relacionará con otras organizaciones latinoamericanas y recaudará fondos para el funcionamiento de ORCA. En sus Cartas cruzadas puede corroborarse fácilmente la intensidad con que Pablo desarrolló esas actividades:

    El periódico es nuestra arma y el Club es nuestra obra. […]. Ya yo no sé cuántas maravillas y milagros más intentar. Casi, dentro de poco, voy a creer en la existencia de Dios. Porque sólo él explica que cuatro muertos de hambre hayan sido capaces de dar mítines, fundar un Club, publicar manifiestos y sacar tres periódicos. El prodigio ha pasado a la categoría de cosa cotidiana.

    NOTA 4

    Junto a esos afanes en la lucha por la historia mayor, hay una historia más personal que puede rastrearse en sus Cartas cruzadas de entonces. Es la historia de la supervivencia en el exilio, donde el periodista extraordinario tiene que buscar (y, por lo general, no encontrar) empleo como camarero o limpia pisos de un restaurante. Quiero mencionarlo aquí —en este recorrido por su obra múltiple y su combativa vida— para reconocer también esos pequeños, cotidianos momentos en que la dignidad brilla formidable en sus cartas al contar una anécdota o putear a un miserable.

    Este segundo exilio es un periodo particularmente tenso en la existencia de Pablo. Con el fracaso de la huelga de marzo de 1935, y luego la muerte de Antonio Guiteras y Carlos Aponte, se cancela ese ciclo de posibilidad revolucionaria. Las cartas de Pablo son el reflejo de aquel momento y muestran claramente su capacidad y audacia de análisis en aquellas circunstancias. Inmerso en esos instantes difíciles, participante audaz y analista brillante, Pablo reafirma en una de las cartas su posición ética, cuyo alcance, por su sinceridad y autenticidad, llega a nuestros días:

    No tengo nunca miedo de escribir lo que pienso, ni con vistas al presente ni al futuro, porque mi pensamiento no tiene dos filos ni dos intenciones. Le basta con tener un solo filo bien poderoso y tajante que le brinda la intensa y firme convicción de mis actos. No me importa tampoco nada, equivocarme en política. Pienso que sólo no se equivoca el que no labora, el que no lucha.

    Además de las cartas, particularmente numerosas, intensas y humanas en este periodo del exilio, Pablo escribe artículos que denuncian la situación en Cuba, llaman a la solidaridad con los revolucionarios y desenmascaran la presencia de Batista y del imperialismo en el panorama político cubano. Entre ellos se destaca por su intensidad, agudeza y hondura, Hombres de la revolución, que Pablo publicaría en El Machete, órgano del Partido Comunista Mexicano, en el primer aniversario de la caída de Guiteras y Aponte. Después de caracterizar la personalidad de su hermano el venezolano Carlos Aponte (Fue un hombre de las avalanchas. Fue un turbión. Fue un hombre de la revolución. No tuvo nada de perfecto), esbozó la dramática personalidad de Antonio Guiteras, una de las figuras más formidables e incomprendidas por las visiones esquemáticas de aquel periodo:

    Tuvo, arrastrado por su fiebre, el impulso de hacerlo todo. E hizo más que miles. Y tenía el secreto de la fe en la victoria final. […]. Tuvo también defectos. El día del castigo no hubiera conocido el perdón. Era un hombre de la revolución. Tampoco tuvo nada de perfecto.

    Ayudado por el arma del humor, Pablo resume su definición del héroe revolucionario, alejándolo de toda sospechosa canonización, reintegrándolo, en toda su grandeza, al sitio cotidiano y fundamental adonde pertenece: Ellos fueron hombres de la revolución. Y ni me interesa, ni creo en el ‘hombre perfecto’. Para eso, para encontrar eso que se llama ‘el hombre perfecto’, basta con ir a ver una película del cine norteamericano. Creo que los homenajes de evocación a Pablo —y otros y otras combatientes por la Revolución— alcanzan su dimensión más honda si los colocamos bajo su propia pupila, ajena a toda sacralización, e indagadora en los verdaderos valores que definen al héroe dentro de su complejidad enriquecedora.

    NOTA 5

    El 11 de abril de 1935 —a menos de un mes de llegar a Nueva York— ya escribe:

    Y ahora, ¿qué hago yo? Pues te aseguro que soy el más útil de todos los emigrados revolucionarios. De Miami, en donde hay que vivir en repugnante consorcio con los machadistas, salí para el norte y aquí estoy haciendo propaganda, día por día y noche por noche, sobre el problema de Cuba. Mañana culmina esta propaganda en un acto que por primera vez se realiza en Nueva York. El barrio de Harlem, uno de los más populosos, decretará una huelga general, en apoyo de los trabajadores de Cuba […] He dado mítines en Brooklyn y en Nueva York y en todos hemos recogido dinero para los presos de allá. Y he escrito más artículos que cuando estaba en Ahora, de ingrata y grata memoria… Hasta para México y Canadá he escrito… Me da satisfacción ser útil y no cruzarme de brazos o recrearme en el chisme revolucionario.

    La intensa actividad desplegada por Pablo que estas cartas ilustran de manera vívida y dramática, debe medirse, para tener una idea exacta de su grandeza y de su perseverancia, teniendo en cuenta el marco en el que Pablo se movió; rechazaba el exilio —y su expresión más concreta en su caso: la ciudad de Nueva York— por diversas razones que afloran constantemente en su correspondencia. Por una parte, se trata del contraste evidente, golpeante, del paisaje físico. Pablo era —lo sabíamos por sus cuentos, por sus artículos periodísticos— un amante fiel de la naturaleza, y de la naturaleza cubana en particular. Raúl Roa ha recordado muchas veces cómo, entre otras disciplinas, le interesaba a Pablo la botánica; y sus referencias al paisaje de la casa de Punta Brava, su conocimiento de las variedades de frutas que allí sembraba o planeaba sembrar, su nostalgia por esa transparencia emocionante de Cuba, confirman que para él no hay ciudad como la de la naturaleza. Pero ésta era la ciudad que el exilio le ofrecía:

    Siempre llovizna; siempre frío; siempre humo en la boca, en la nariz… ¡humo por todos los orificios! Es una mierda esto […] Hay una humedad sucia y pegajosa que pone de mal humor y triste. Hay veces que estoy aburrido sin saber por qué… ¡En resumen, que no cambio el Empire, por un bohío en las lomas del Realengo!

    Este rechazo al aspecto físico, geográfico del exilio, está expresando también, por supuesto, la existencia de otro, enraizado en el régimen social que domina ese paisaje y los hombres que lo pueblan. Pablo lo conoce bien cuando llega a este segundo exilio, porque antes, en 1933, ha pasado cinco meses como emigrado revolucionario en la misma ciudad, en las mismas condiciones, en la misma lucha. Por eso no pasan dos meses antes de que escriba a sus colegas periodísticos Kiko y Funcasta:

    Este país es cada día más terrible […] No hay a quien no le conozcan la edad, el nacimiento, las actividades y hasta los pensamientos. Y, como un prudente aviso, me dijeron que aquí no podía hacer propaganda ninguna en contra del gobierno de Cuba porque este gobierno era amigo de Batista… Por eso la prensa de aquí trata de bandidos a los revolucionarios muertos.

    Pablo sufre y describe violenta, crudamente, lo que significa ese exilio para los revolucionarios cubanos (Esto es marte para nosotros. Lengua confusa; modos de vida diversos; escenarios de acero; indiferencia insolente; pobreza de espíritu sólo comparable con la riqueza de los números), pero también es testigo de lo que esa sociedad deshumanizada del imperio, esa capital del odio [que] todo lo corrompe, significa para el propio pueblo norteamericano:

    Y todo un pueblo, tan preocupado del tiempo, que el tiempo le pasa por encima sin dejarle nada; que es igual siempre, con un ritmo de ganado en marcha, porque así interesa a los que son distintos, a los que pueden permitirse el lujo de ser distintos, ya que obligan a todos los demás a ser tan iguales…

    Pablo escribe desde la experiencia vivida. No es el exiliado político también al uso en aquellos tiempos que tiene resueltos, con creces, los problemas fundamentales de la existencia. Así nos lo cuenta desde una de sus impactantes cartas del exilio:

    He trabajado en factorías; he vendido por las calles y he trabajado en los restaurantes. No puedo negar que esta vida dura y miserable ha infiltrado en mí un odio torpe que, a veces, se escapa sobre las férreas concepciones políticas, y rebosa en mis opiniones. Admito que es un error grave. La reacción debe ser la contraria —lo es casi siempre— y admitir que si la estupidez y la estolidez alcanzan aquí sumas astronómicas ello es precisamente por causa de una organización social en cuya heráldica campean la máquina trituradora de hombres y el chorro de sangre y el chorro de sudor…

    Las cartas de Pablo son también, en otro sentido, el testimonio de su supervivencia: el drama de la búsqueda de trabajo recorre estos papeles, aparece en un comentario amargo aquí, en una frase humorística allá, se resuelve momentáneamente para surgir dos meses —15 cartas— después, tan acuciante como el primer día. En breve, se hace evidente que los oficios que Pablo domina y en los que ha trabajado durante años, resultan posibilidades completamente nulas en las condiciones del exilio.

    El periodismo revolucionario —del que fue activo realizador y renovador constante— está prohibido en Cuba. Los intentos de colocar crónicas en Carteles y Bohemia fracasan en la medida en que los contenidos de los trabajos asustan a las jefaturas de redacción o a los directores. A veces, incluso, llegan a pagarle alguna crónica —cinco pesos por ella—, sin que sea publicada. Pero para este periodista completo, para este creador relampagueante frente a la máquina de escribir, para este hombre que —como ha dicho Raúl Roa— escribía naturalmente, como sudaba o respiraba, la vocación de poner en letras y palabras sus pensamientos y sus sentimientos estaba más allá de las contingencias económicas, de las censuras. Vista a la luz de tales dificultades, la labor periodística y literaria de Pablo en el exilio evidencia la fuerza indetenible de su vocación y la entereza de su voluntad creadora.

    Escribió cuanto pudo —y pudo mucho— y sobre todo fue un agitador constante y tenaz por medio de sus papeles. Sus cartas son, a la vez, narradoras de esas cualidades y ejemplo de ellas. El periodismo quedaba como arma. Para ganar el dinero necesario a la supervivencia tuvo que realizar otros trabajos. Esto no era asunto nuevo para Pablo, que en el primer exilio había vendido helados por las calles de Nueva York, pregonando en su siempre deficiente inglés ¡cold cream, cold cream!, en lugar de ¡ice cream!, como ha contado alguna vez, burlándose de su incapacidad para dominar el idioma de estos salvajes. Pasada por el tamiz de su inderrotable sentido del humor, la experiencia no pierde, sin embargo, su demoledora enseñanza: ésas son las reglas del juego de una sociedad que no acepta otro talento que el de los sumisos.

    NOTA 6

    Desde el exilio neoyorquino Pablo partiría como corresponsal a la Guerra Civil española en septiembre de 1936. Él mismo ha contado cómo lo asaltó esa idea en el gran mitin antifascista de Union Square: Desde entonces, el gran bosque de mi imaginación está incendiado y el resplandor glorioso ilumina hasta los remotos confines de mi vida, hasta los tres horizontes, de ayer, de hoy y de mañana…

    España será el momento más alto de la trayectoria de Pablo. Ahí están, para confirmarlo, las formidables cartas y crónicas reunidas después de su muerte bajo el título de Peleando con los milicianos. En poco más de dos meses Pablo escribió esos textos que transcendieron, por su agudeza y profundidad humana, aquel momento específico, y han quedado, sin duda, entre los más altos exponentes del quehacer testimonial en nuestra literatura y también en la del continente.

    Pablo que asiste a la vida con la misma avidez con que va al cine, vive y revive en las calles del Madrid asediado los hitos de su memoria combatiente:

    Ahora las manifestaciones tienen un sello especial. Sobre ese cielo limpio y fino, que parece el cutis de una muchacha azul, brilla una luna que casi parece la de la bahía de La Habana, donde la tanta luz no deja dormir a los tiburones. Las manifestaciones recorren las calles bajo esa luna, y tiene algo de fantástico el desfile de los rostros serios, barbudos o imberbes, iluminados por la lívida luz transparente, con ese modo de marchar a la española en el que lo importante no es el paso, como en los alemanes, sino la decisión de los brazos que enérgicamente cruzan el pecho, con el puño cerrado, hasta llevarlo al hombro.

    El hombre que ve y narra con agudeza y color esas manifestaciones ha sido cronista y participante de actos similares. En una de aquellas movilizaciones de estudiantes habaneros —que el lenguaje popular bautizaba sonora y sabiamente como tánganas— había estrenado su vocación de luchador social el 30 de septiembre de 1930. Aquél había sido el año de su iniciación política y de su carrera literaria: la calle Infanta y el libro Batey, de portada rojinegra y cuentos imaginativos, podrían ser los símbolos de ambas aproximaciones que desde entonces se fundieron espléndidamente en la vida de Pablo.

    Vida, por otra parte, de una intensidad impresionante: estamos ahora con él, contemplando esas manifestaciones, faltan sólo escasos tres meses para su muerte en los alrededores de Madrid y se maravilla uno de pensar que la parte más intensa y fecunda de su vida y de su obra ha transcurrido en los últimos seis años. De esa intensidad, de los acontecimientos históricos y personales por los que atravesó su acción y su palabra, viene, sin dudas, este párrafo macizo, tomado de la crónica We are from Madrid:

    Yo he vivido demostraciones del primero de mayo

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