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Don Juanito Y Yo
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Libro electrónico193 páginas5 horas

Don Juanito Y Yo

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La presente novela, Don Juanito y yo, se basa en hechos relacionados con el Libertador de Costa Rica, don Juan Rafael Mora Porras. Uno de sus ms cercanos seguidores, cuenta los momentos ms dramticos de don Juanito, desde su asuncin al poder, la Campaa militar contra los filibusteros y los conflictos polticos y econmicos que lo llevaron a la muerte.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento25 oct 2014
ISBN9781463393151
Don Juanito Y Yo
Autor

Quince Duncan

Quince Duncan, Costa Rican writer. “Aquileo Echeverría” National Literature Award Author of more than 30 books, including novels, short stories, essays, and textbooks and essays on people of African descent and racism, with emphasis on the “Continental Caribbean.”

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    Don Juanito Y Yo - Quince Duncan

    Copyright © 2014 por Quince Duncan.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso de EE. UU.:   2014917807

    ISBN:   Tapa Dura              978-1-4633-9313-7

                 Tapa Blanda           978-1-4633-9314-4

                 Libro Electrónico  978-1-4633-9315-1

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 21/10/2014

    Palibrio

    1663 Liberty Drive, Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    Gratis desde EE. UU. al 877.407.5847

    Gratis desde México al 01.800.288.2243

    Gratis desde España al 900.866.949

    Desde otro país al +1.812.671.9757

    Fax: 01.812.355.1576

    436813

    ÍNDICE

    Créditos

    Regreso Al Terruño

    María Dinorah

    La Señora Y Su Comandante

    Un Condenado Zopilote

    San José 1850

    Memorias Del Cumiche

    Don Juanito

    Enredos De La Ciudad

    La Rebelión Del Murciélago

    Hacia El Exilio

    Ataque A Mansalva

    El Caudillo En Su Trono

    La Proclama De Frankfort

    Don Welmer

    Entrevista Con Don Vicente Aguilar

    Dos Mandatos

    Tormentas Y Chapulines, 1854

    Anuncio De Guerra

    Viaje Por Sarapiquí

    San Juan Del Norte Bombardeado

    Curime

    El Enemigo A Las Puertas

    Proclama De Noviembre

    Reunión De Los Opositores

    Tambores De Guerra

    En Marcha

    Santa Rosa

    La Batalla De Rivas

    San José, 1856

    El Soldado Del Tránsito

    Jose Del Candelario Nazario

    El Patíbulo

    Fusiles Fatricidas Del 60

    CRÉDITOS

    En la elaboración de esta novela, fueron vitales los textos de Rafael Obregón, Costa Rica y la guerra contra los filibusteros; Armando Rodríguez Porras, Juan Rafael Mora Porras y la guerra contra los filibusteros; Armando Vargas Araya, El lado oculto del Presidente Mora; Luko Hilje Quirós, Don Juanito Mora y el capitán Dow y Las horas finales: cartas postreras de Mora y Cañas"; Asamblea Legislativa de la República de Costa Rica, Héroe Nacional don Juanito Mora, Defensor de la libertad de Costa Rica; José Aurelio Sandí, La construcción del ideario costarricense por parte de la Iglesia Católica, 1850-1920; Emilio Gerardo Obando Cairo, Mora y Cañas en Familia; Carmen María Fallas Santana, La política de la élite cafetalera en la década de Mora Porras, 1849-1859; Luis Cartín González, Un noble alemán filibustero de Walker; Carlos Meléndez Chaverri, Santa Rosa; José A. Vargas Zamora, Rescatemos una herencia: Notafilia costarricense; Enrique Bolaños, Documentos Bombardeo y entera destrucción de Greytown; Eugenio Herrera Balharry, Los inmigrantes y el poder en Costa Rica; Alejando Bolaños Geyer, William Walker, el Predestinado.

    Todas las ilustraciones son propias del autor.

    Gracias a la filóloga Rosey Cortés por la revisión del texto.

    "Los pueblos que no defienden lo suyo,

    terminan siendo inquilinos en su propio país".

    Juan Rafael Mora Porras

    Libertador de Costa Rica

    REGRESO AL TERRUÑO

    Corría mayo del año 1850. Desde que me bajé en el malecón y me llegó aquel olor inconfundible del Puerto, me di cuenta que había vuelto a mi tierra. En realidad, no estaba entre mis planes regresar tan pronto, pero una orden de don Juanito me obligó a embarcarme de nuevo hacia el terruño.

    La verdad es que estaba muy cómodo en París, y creo que hubiera podido permanecer allá mucho tiempo, de no haber sido por el lengón de Argüello. Porque estoy convencido de que fue él, el muy hijo de su madre que lo parió, el que me delató con don Juanito. Aunque en el fondo, el verdadero culpable de esta que intuyo como mi desgracia, soy yo mismo: nadie me tenía de lengón, contándole a Argüello en aquella carta de amigos, la gran vida que me estaba dando en París.

    Ya me había graduado, la verdad. Pero estaba enamorado de Alice, una hermosa rubia de ojos claros, que gustaba jugar conmigo. Me consideraba algo primitive pero según decía, el más guapo de los hombres. Y soñaba conque sus hijos, nuestros hijos, serían morenos. Tenía la fórmula clara: varones, blancos-morenos, de ojos verdes, como me imagino son los paisajes de tu tierra.

    Las posibilidades de matrimonio eran muy altas. Ella, mujer de una familia acaudalada, con un padre entrado en años y gravemente enfermo. Se esperaba su muerte en cualquier momento. Yo había calculado que mi permanencia en Francia durante un año más o menos, me haría heredero de mujer y una pequeña fortuna. Y nos mudaríamos a vivir a San José, por patriotismo, pero también porque con el dinero de Alice podríamos establecernos bien y sacar a mi abuela, mi madre y mis hermanos de la pobreza.

    De modo que mi error fue contarle al chismoso de Argüello sobre mis planes, y la gran vida que me estaba dando. Creo que sin duda él me tenía una tremenda envidia, porque don Juanito dispuso que él, que era su sobrino, estudiase en la Universidad de Santo Tomás, y en cambio yo, un simple hijo de la ama de casa de su padre, me envió a París. Pero tenía motivos para hacerlo, precisaba de alguien cerca con conocimientos específicos sobre política y diplomacia que no podían adquirirse en Centro América. Además, sé que también necesitaba un asesor legal confiable. Así se dieron las cosas, y siendo ambos beneficiaros de la misma fuente, no debía haber entre nosotros más que la amistad que nos había unido desde niño.

    Don Juanito, en una carta muy tajante, me ordenó regresar de inmediato. Todo el trámite, el embarcarme con tantas cajas de libros y maletas con mi ropa, la despedida a Alice con el juramento de regresar pronto con un cargo diplomático, todo eso, me había sumido en una especie de sopor que me impedía apreciar la realidad.

    Sin embargo, el olor repentino del Puerto me hizo poner los pies en tierra. Si, tal como sospechaba, había caído en desagracia con don Juanito, lo que me esperaba era el ostracismo, y la promesa de regresar a Europa no era más que el sueño de una calentura de verano.

    Estaba preocupado realmente, por tener que emprender el largo viaje hacia la capital en la diligencia. Y estaba allí hablando con el transportista, cuando un hombre de mirada ruda, de piel blanco-tostado por el sol, con un fuerte olor a tabaco y evidencia de no haberse bañado en mucho tiempo me preguntó el nombre.

    -Nazario –le dije a secas, ¿por qué?.

    -¿José Nazario? –insistió.

    -Sí, le dije, ¿qué quiere?

    -Pues me han mandado a recibirlo.

    Lo volví a mirar con desconcierto.

    -¿Quién manda a buscarme?

    -El comandante de Puerto.

    -Pero… yo, ¿qué tengo que ver?…

    -Por favor acompáñeme –dijo y volviéndose a los peones de los que suelen estar en las terminales de transportes dispuestos a llevar la carga de los pasajeros, les hizo señas de que se encargaran de mis cosas.

    -No se preocupe –agregó –que esta es gente honrada y por la Virgen Santísima no le va a faltar nada.

    Don Modesto Reyes, era un remedo de comandante desde el punto de vista militar, pero sin duda estaba en la mejor disposición de cumplir con la orden que me dieron de San José, nada menos que del propio Presidente.

    No estaba claro si debía sentirme bien o mal. Había dicho el presidente y no don Juanito, que hubiese sido lo esperado. ¿Sería que entre la carta que me envió y mi regreso lo hubiesen depuesto? ¿Sería que en realidad me estaban arrestando amablemente y que por tanto me esperaba una verdadera explosión volcánica en la Capital?

    -Pasará la noche en mi casa y mañana temprano sale para la capital. Para eso tengo una buena bestia que por lo menos lo lleve a San Mateo. Se hospeda donde don Cayetano. De allí se va fácil en diligencia. Y por sus cosas no se preocupe, la diligencia los lleva.

    La incertidumbre suele ser un tacón de Aquiles. Uno vive en el terreno de un sí con toda comodidad. Uno puede manejar de algún modo un no. Pero un quizás es un gusano que destroza las entrañas.

    -Y de don Juanito, ¿qué se sabe de él?

    -Está muy bien… Por lo que sé. Aunque no estamos totalmente contentos con él. Con eso de crear un segundo cuartel de armas está rompiendo la unidad de mando militar. Y yo que no soy tan mal en entendederas, veo mal eso. Lo veo muy mal.

    -¿Hubo un golpe o algo por el estilo?

    -No, no. La sangre no ha llegado al río. Pero ayer mismo pasó por acá un destacamento que iba hacia el Guanacaste y me contaron que Quiroz está pidiendo que echen a Juan José Flores de aquí.

    -¿El expresidente de Ecuador?

    -Sí. Es el que anda intrigando contra don Juanito. Yo creo que quiere poner otra vez al Dr. Castro en el poder. Pero a este ya lo derrocamos una vez, y si vuelve a asomar la nariz lo volvemos a derrocar. Y creo que ya es hora de que echen a los dos de aquí.

    Se levantó y fue hacia un pequeño armario que parecía decorar la esquina. Abrió la puerta y sacó un libro.

    -Aquí está la "bitacobra".

    -¿La bitácora?

    -Sí, eso –respondió con una sonrisa maliciosa.

    Sus dedos se deslizaron por las páginas, como quien escudriña un texto santo. Lo que está escrito siempre inspira una especie de respeto. Por algo se dice que la palabra escrita es palabra de Dios. Y no importa quién lo haya escrito, es como si las letras tuvieran un poder mágico sobre la gente.

    -Venga vea por sus propios ojos. Vea no más estos nombres. Son los que pasaron por aquí. Bueno, no todos pasaron, también me tocó mantener en el calabozo a unos de Alajuela. Pero al final, el flojo del Dr. Castro los perdonó. Yo los hubiera fusilado.

    Me levanté para ir hacia el libro en el mismo momento en que doña María Dinorah entró con una jarra de aguadulce. Puso sobre una pequeña mesa una bandeja con unos huevos picados, pollo asado y una abundante dotación de tortillas.

    Era una mujer joven, morena, con su pelo negro recogido en elegantes y largas trenzas que caían desde sus hombros hacia su pecho. Lucía en ese momento un vestido blanco, ancho, debajo del cual se adivinaba un cuerpo voluptuoso.

    Don Modesto observó que la estaba mirando con sorpresa y se apresuró a aclarar lo que era obvio:

    -Es mi mujer –dijo. Y para completar la información agregó –Doña María Dinorah. Es de Curime.

    Ella me miró furtivamente, sonrió con timidez y se fue del aposento con celeridad, como escapándose de una situación que le resultaba embarazosa.

    -¿Vio los nombres? –preguntó don Modesto, regresando mi atención a la bitácora –hasta Manuel Aguilar pasó por aquí. Y los que me tuve que dejar no pudieron escaparse.

    Di las gracias por los alimentos que me estaban suministrando, pues la verdad es que tenía mucha hambre. Y acto seguido, me concentré en la bitácora, sorprendido de encontrar en ella los nombres de muchos de los alcistas de Alajuela. Todos prisioneros a cargo del Comandante.

    El Comandante complementó el aguadulce con una media botella de guaro de caña. Me había olvidado ya del sabor del licor criollo. Apuré el trago y me quedé meditando, recordando a una mujer blanca, espigada, perfumada y juguetona. Y me fui a la cama, al notar por sus intimidantes ronquidos, que el Comandante ya dormía.

    MARÍA DINORAH

    Lo despertó una presencia en el cuarto. De un solo salto se puso de pie, alcanzando una espada corta que tenía a la mano. Pero no había nadie. Pensó que fue un mal sueño. Se asomó a la ventana y vio al Comandante con un grupo de hombres montarse en sus bestias y partir.

    A pesar de la hora, percibía el calor del Puerto. Un calor seco, que obligaba al cuerpo a sudar copiosamente. Una mañana sin brisa. No lejos de la casa de su inesperado anfitrión se oía el recio golpeteo de las olas contra el muelle.

    Dada la tenue luz de la madrugada, no podía distinguir bien la escena. Le parecía que, con la excepción del Comandante, los demás hombres, acaso unas siete u ocho personas, iban en mulas. O a lo mejor eran unas yeguas criollas. Se suponía que tendría que partir esa mañana hacia la capital y por tanto, le intrigaba la súbita partida del Comandante.

    Estaba sin saber qué hacer, cuando sintió de nuevo aquella presencia. Levantó la vista a tiempo para ver que se cerraba rápidamente la cortina que servía de puerta a su cuarto. Sin titubear, avanzó hacia ella, cargando con disimulo su espada. Al asomarse a la puerta, alcanzó a ver a doña María Dinorah quien apresuradamente caminaba hacia la cocina.

    La siguió. En la tenue luz de la mañana, podía definir una nueva perspectiva. Tendría unos treinta años. Viéndola tenderse ahora sobre la pila, fingiendo que no la había visto, podía apreciar por primera vez el color rojizo y moreno de su piel, su pelo negro largo decorado con una flor roja. Se había amarrado un listón a la cintura, por lo cual era ahora muy fácil de adivinar su figura debajo del pintoresco vestido. Calzaba unas sandalias de cuero, evidentemente importadas.

    Saludó. Ella, fingiéndose sobresaltada, quiso saber si su merced gustaba de tomar un baño, porque la gente que viene en los barcos suele pedir agua para tomar el baño, por lo cual, el Comandante había acondicionado un pequeño cuarto para cumplir con esa demanda. Y si el señor está interesado, es cuestión de que lo diga, porque le ha preparado

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