La prensa chilena en el siglo XIX: Patricios, letrados, burgueses y plebeyos
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La prensa chilena en el siglo XIX - Eduardo Santa Cruz
CAPÍTULO 1
LA PRENSA EN LOS ORÍGENES REPUBLICANOS
Fig. 1: El Araucano
, Nº 133, 29 de marzo de 1833.
Los procesos independentistas y de nacimiento de las repúblicas latinoamericanas provocaron una verdadera eclosión periodística. En todos los lugares, el proceso de cambio vio nacer numerosos periódicos, la mayoría de efímera existencia. Sin embargo, lo anterior no surgió de la nada ni estaba carente de antecedentes previos, así como de referencias y modelos externos. En varias de las regiones coloniales habían existido experiencias de publicaciones periódicas¹ e incluso en aquellos lugares en que el nuevo orden republicano independiente tardaría algunos años o décadas en asentarse, las autoridades españolas no vacilaron en fundar periódicos:
Sorprende la cantidad de periódicos que se publicaron en Hispanoamérica entre 1810 y 1825. Hay que constatar una ‘prensa oficialista’ que se prolonga hasta muy tarde en Nueva España, Perú y, por supuesto, Cuba y Puerto Rico. Se ocupa primordialmente de transmitir información, reproducir mensajes emanados de las autoridades, partes de guerra, legislación, etc. Con variantes regionales, la mayoría se englobaron bajo el título genérico de ‘Gacetas de Gobierno’
².
En Chile, el período de la Reconquista española vio surgir la Gaceta del Rey, un tipo de iniciativa que en estos lados nunca antes habían tenido las autoridades coloniales del país.
Sin embargo, pareciera indudable que la lucha por la independencia y la inmediatamente siguiente por el control de las nuevas realidades políticas crearon condiciones que antes no existían para que la prensa asumiera el rol de instrumento privilegiado por las facciones y grupos que se disputaban el nuevo poder. Lo anterior generó la impresión generalizada, incluso durante gran parte del siglo
XX
, de que los espacios y la vida pública en nuestros países fueron una suerte de creación original de la ideología y acción emancipatoria. Recientes estudios han puesto en evidencia una realidad más compleja. La vida colonial, a la luz de esos enfoques, parece ser algo más que la larga noche de oscurantismo propagada por el ideario liberal desde el siglo
XIX
(recordemos la célebre frase de Lastarria: "España nada nos dejó salvo el idioma"), de modo que el campo periodístico naciente se vino a instalar entre la subsistencia de espacios públicos anteriores (la plaza, la calle, el atrio de las iglesias, el mercado, las fondas, tabernas y pulperías), que pudieron ser usados por nuevos actores y de otras formas y la emergencia de otros nuevos, propiamente modernos (sociedades patrióticas, logias masónicas, sociedades culturales, clubes electorales y políticos, etc.)³.
Junto a ellos, sigue diciendo el autor citado, en muchos lugares se generaron espacios intermedios complejos, propios de la sociedad, algunos enraizados en localidades o barrios y ligados al mundo popular y plebeyo y sus manifestaciones religiosas y culturales⁴. Sin embargo, dada la configuración de la estructura económico-social, el desarrollo periodístico mencionado contribuyó fundamentalmente al crecimiento de un espacio público propio de las elites oligárquicas criollas, en buena medida depositarias de un monopolio de la ilustración y la educación y, con ello, del ejercicio del poder y la práctica de la política. Deberían pasar varias décadas para que esa esfera pública plebeya y popular también generara y se alimentara de expresiones culturales impresas, como lo analizamos en trabajos anteriores⁵.
De modo que los periódicos y otras publicaciones impresas de las primeras décadas del siglo
XIX
se constituyeron en instrumentos centrales, junto a las armas en muchos casos, de las pugnas y conflictos que sacudieron a las oligarquías republicanas, entre liberales y conservadores o centralistas y federalistas, lo que no traducía divergencias estructurales, sino fórmulas distintas de administrar el orden heredado: "Los sectores en conflicto trataron de fundamentar teóricamente sus propuestas pero eran caras de la misma moneda, y las ideologías se entrecruzaron en la mentalidad de las oligarquías republicanas"⁶.
Lo anterior se expresó en el desarrollo de una tendencia predominante en lo que a los modos de hacer periodismo se refiere. La necesidad de influir en el naciente, aunque restringido espacio de debate político e ideológico, fue generando desde la propia práctica el surgimiento de un tipo especial de periódico que llegó a constituirse en una suerte de modelo, que ha sido calificado bajo el rótulo de prensa doctrinaria:
"Pero la innovación de este ‘nuevo orden informativo’ lo constituyó la prensa doctrinal. Se entiende por tal la que contiene un conjunto orgánico de ideas compartidas por un grupo de individuos; en este caso, son las que conformaron el liberalismo de comienzos del siglo
XIX
(…) La ideología de los liberales que encontraron en la prensa un canal de comunicación y expresión, fue una yuxtaposición de elementos tradicionales y nuevos con los que configuraron una doctrina política en un principio compartida con los peninsulares y que luego sirvió para negar la pertenencia al sistema español y justificar la construcción de un orden político independiente. El liberalismo hispanoamericano fue complejo. Se movió en un amplio espectro que iba desde posiciones moderadas reformistas (predominantes en los liberales peruanos o mexicanos), a otras extremas jacobinistas (componentes del comienzo del siglo
XIX
, que se nutrió de distintas fuentes y aglutinó corrientes varias, resultando en un cuerpo teórico complejo con cuyos supuestos no todos se identifican necesariamente con el pensamiento independentista rioplatense)"⁷.
Por otra parte, lo antes dicho requiere otro nivel de complejización. La aparición de estos periódicos no supone la existencia de un espacio deliberativo maduro y al que la prensa se postula para representar. Más bien, es posible sostener la sospecha de que no se limitaban a ser, ni eran concebidos solamente como vehículos para la difusión de ideas o puramente valorados por sus atributos persuasivos para con sus eventuales lectores, que es el presupuesto implícito en el modelo habermasiano deliberativo de espacio público: "Más decisiva aún era su capacidad material para generar ‘hechos’ políticos (sea orquestando campañas, haciendo circular rumores, etc.), en fin, ‘operar’ políticamente, ‘intervenir’ sobre la escena partidaria sirviendo de base para los diversos intentos de articulación (o desarticulación) de redes políticas" ⁸.
Sigue diciendo el autor, que este tipo de periodismo doctrinario aparece, simultáneamente, como un modo de discutir
y de hacer
política, revelando una nueva conciencia de la performatividad de la palabra: "…la prensa periódica no sólo buscaba ‘representar’ a la opinión pública, sino que tenía la misión de constituirla como tal"⁹.
Esta prensa de los inicios republicanos "…se mostró contingente, falta de proyección a medio plazo, precaria en su financiación. Diarios, periódicos y revistas aparecían y desaparecían sin haber llegado a consolidar una tendencia o un programa. Acompañaban a las fuerzas políticas y los caudillos en su ascenso y caían con ellos. Con todo, reflejaban el panorama social, político, ideológico y cultural y fueron foros de debates y de propuestas convirtiéndose en documentos para reconstruir la historia de aquellos años críticos"¹⁰.
De modo que es posible afirmar que "…discutir fue el objetivo de la prensa del siglo
XIX
. Decir que esta prensa era política, de opinión o partidaria sería una redundancia. Aunque informara, esa distaba de ser su meta. La prensa irrumpió con fuerza en América Latina con los conflictos políticos e ideológicos que rodearon la Independencia y continuó siendo a lo largo del siglo, y aún entrando en el siguiente, una de las principales formas de hacer política (…) Además de protagonista en la vida política de la historia del siglo
XIX
, la prensa también se convirtió en una de las principales varas con las que se midió el grado de libertad de un gobierno y el nivel de ‘civilización’ de una sociedad…"¹¹.
En todo caso, lo señalado anteriormente no apunta a suponer la existencia de uniformidad en las diversas expresiones de este modelo periodístico. Más aún, es posible advertir ciertos formatos diferentes, factibles de agrupar bajo la denominación de prensa doctrinaria. Por una parte, y tal vez la mayoría, producto de y concentrados en la lucha política coyuntural, instrumentos muchas veces efímeros y ocasionales de grupos y caudillos; por otro lado, periódicos cuyos contenidos y temáticas pueden ser calificados de culturales y cuyo empeño doctrinario más bien se concentraba en difundir los ideales ilustrados. Un tercer tipo es el que dice relación con periódicos oficiales, entendiendo por tales los voceros de los gobiernos.
Con respecto a Chile, cabe señalar que en el período que va desde 1817 (después de Chacabuco) hasta 1830 (Lircay) se publicaron 14 periódicos de esta condición, desde la Gaceta del Supremo Gobierno de Chile, cuyo redactor fue Bernardo Vera y Pintado y que circuló desde el 26 de febrero hasta el 11 de junio de 1817, siendo, al decir de Silva Castro, …un periódico eminentemente oficial, pues publica partes de batallas, decretos y notas de diferentes autoridades. Los comentarios del editor, o editoriales, como se dice frecuentemente, son muy reducidos
¹². Cabe señalar que este periódico fue continuado por la llamada Gaceta de Santiago de Chile, también redactada por Vera y Pintado, desde junio de 1817 hasta marzo de 1818. Dos meses después de terminada esta experiencia aparece la Gaceta Ministerial de Chile, que con intermitencias se publicará hasta el final de la dictadura de O’Higgins en 1823: "Por el período que abarca, en sus columnas aparece registrada toda la actividad política y administrativa del gobierno de O’Higgins. Esta Gaceta es particularmente rica en noticias sobre la guerra contra el Virreinato del Perú"¹³. Entre sus redactores estuvieron el mencionado Vera y Pintado, más Antonio José de Irisarri y Bernardo Monteagudo, entre otros.
Es interesante mencionar que, después de la abdicación de O’Higgins, las únicas publicaciones oficiales que existieron en la década fueron boletines que se limitaban a reproducir los decretos y leyes. Sería el naciente orden portaliano el que retomaría la iniciativa de fundar un periódico oficial al crear El Araucano en septiembre de 1830 y al que le dedicaremos atención preferente más adelante. Según los datos de Silva Castro en la década de los ’20 del siglo
XIX
se publicaron otros 110 periódicos, pero la gran mayoría de ellos, unos 97, correspondieron al formato de periódicos voceros de grupos o caudillos y unos pocos al de periódicos literarios o culturales, satírico-políticos, e incluso religiosos, sobre todo lo cual volveremos más adelante.
Por ahora, y todavía en una perspectiva general, cabe detenerse en un par de aspectos relacionados con esta prensa doctrinaria oficial de las primeras décadas del siglo
XIX
y que dicen relación con el rol jugado por ella en la constitución y consolidación de los Estados nacientes y, en segundo lugar, con el tipo de relación, si es que existió, entre esta prensa y experiencias de data muy anterior desarrolladas en Europa, especialmente Francia y, en segundo término, Inglaterra.
Analizando la experiencia de
EE.UU
. y Europa occidental, Anderson estableció una estrecha relación de colaboración entre el desarrollo de lo que llama capitalismo de imprenta
y la generación de los estados nacionales o comunidades imaginadas
, en sus palabras¹⁴. Esta relación habría descansado en una serie de procesos y factores estructurales que difícilmente se encuentran en las sociedades latinoamericanas, al momento de la Independencia. Así lo afirma el estudio de Myers, basado en la experiencia del Río de la Plata, donde surge una prensa ilustrada en la época de Rivadavia, en los años ’20 del siglo
XIX
¹⁵.
Señala dicho autor aludiendo a la tesis de Anderson, que, en primer término, no existía en la región un potencial número de lectores relativamente amplio y socialmente diverso; por el contrario, la realidad más bien presentaba una altísima proporción de analfabetos que, en algunas regiones, fácilmente podía llegar al 90% de la población, lo que debía sumarse a la pluralidad lingüística, étnica y socio-cultural, haciendo ilusoria por mucho tiempo la circulación masiva de los nuevos periódicos. De modo que el posible impacto de ellos sólo sería posible al interior de las elites, e incluso muchas veces, en sólo una fracción de ella¹⁶.
Efectivamente, esta realidad aparece bastante lejana de la concepción liberal clásica para la que "...universal en su esencia, el público capaz de hacer un uso crítico de su razón no lo es en su composición efectiva. El espacio público emancipado de la autoridad del príncipe, no tiene, por tanto, nada en común con las opiniones versátiles y las emociones ciegas de la multitud. La cesura entre el pueblo y el público es muy acentuada y (...) está identificada por la frontera entre los que pueden leer y los que no pueden hacerlo"¹⁷.
Por el contrario, incluso al interior de las elites es posible encontrar un panorama más complejo, ya que "No obstante, y aunque llenara una brecha en el plano técnico, la prensa no se instalaba ex nihilo en el campo de la lectura. Tampoco iba a hacer tabula rasa de los hábitos anteriores en la materia. En efecto, se injertaba en un sistema preexistente dominado por el manuscrito y marcado por el peso de la comunicación oral, que había operado hasta el momento la mediación indispensable para que circularan los textos"¹⁸.
En esa dirección, agrega que "Pasquines y proclamas hacían su aparición en repetidas oportunidades, sea en la plaza o en los atrios, sea entregados ‘a domicilio’, como fue el caso de los poemas patrióticos que llegaron en 1810 a las mejores casas de la ciudad. Tales composiciones efímeras perduraron, aun cuando estaban en su mayoría impresas, hasta la década de 1830, antes de verse sustituidas por el diario, que entonces tomaba posesión de los salones"¹⁹.
Por otro lado, Myers hace referencia al desarrollo limitado o derechamente inexistente de un mercado cultural y periodístico, cuestión que efectivamente comenzará a desarrollarse en las últimas décadas del siglo, por lo menos en algunos países (como Argentina, México, Cuba, Chile, Brasil, Colombia o Perú, por ejemplo) y lo que contribuyó, aunque no sea el único factor explicativo, a la existencia efímera de la gran mayoría de los periódicos. Por último, Myers cuestiona el argumento de Anderson respecto a la necesidad del avance de procesos secularizadores, que estaban muy lejos de ocurrir en las sociedades latinoamericanas en la primera mitad del siglo
XIX
.
No obstante, si bien la argumentación que exhibe Myers problematiza adecuadamente la tesis de