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Curistoria, curiosidades y anécdotas de la historia
Curistoria, curiosidades y anécdotas de la historia
Curistoria, curiosidades y anécdotas de la historia
Libro electrónico263 páginas3 horas

Curistoria, curiosidades y anécdotas de la historia

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Información de este libro electrónico

El libro que tiene en las manos es fruto del trabajo recopilatorio de años de lecturas e investigaciones complementarias. Estas curiosidades han sido escritas con un estilo conciso, directo y llano, con ánimo divulgativo, sin pretender entrar en detalles especializados.

Las entradas, con un tamaño acorde a la intención del libro, han sido dispuestas según las fue concibiendo Manuel J. Prieto, sin ningún orden histórico ni temático, por lo cual podrán leerse también de forma aleatoria si se desea.

Este libro, en resumen, es una compilación de curiosidades no sólo históricas, sino también un pequeño inventario de hechos insólitos que rayan en el mito y la leyenda urbana.

Curistoria, curiosidades y anécdotas de la Historia, ha ido creciendo con el tiempo, alcanzando un número considerable de lectores. Las entradas de este blog publicadas hasta agosto de 2008, reescritas y revisadas, han sido recogidas en este libro.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento8 abr 2013
ISBN9788415415435
Curistoria, curiosidades y anécdotas de la historia

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    Curistoria, curiosidades y anécdotas de la historia - Manuel J. Prieto

    curistoria_evook.jpg

    CURISTORIA

    Curiosidades y Anécdotas de la Historia

    Manuel J. Prieto

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    INTRODUCCIÓN

    Hace más de dos años y medio comencé a escribir en un blog, bitácora, diario o página web, como ustedes prefieran, historias curiosas y anécdotas, todas históricas, que durante mucho tiempo había recopilado. Por cierto, la dirección de este blog es http://curistoria.blogspot.com y están invitados a visitarlo cuando deseen. La recopilación de estas historietas históricas no se basaba en una búsqueda activa de las mismas, sino más bien en marcas en los libros que iba leyendo o recortes de algunas revistas y periódicos, e incluso algunas anécdotas estaban únicamente en mi memoria.

    Poco a poco comencé a escribirlas en el blog, siempre intentando aportar algo, es decir, no limitando el texto a la trascripción de la historia desde su fuente. Por supuesto, la forma de escribir las entradas ha variado a lo largo de todo este tiempo, y han pasado de ser muy cortas y concisas, a ser un poco más largas. El libro las recoge en el mismo orden cronológico en el que fueron publicadas en el blog, por lo que el propio lector podrá ver el cambio a lo largo del tiempo.

    En cualquier caso, conviene recordar que todas las historias han sido revisadas para el libro y que un buen porcentaje de las mismas se han reescrito de manera casi completa. Un blog es diferente a un libro desde muchos puntos de vista, los medios son diferentes y en un texto escrito no hay posibilidad de colocar enlaces o cuestiones similares. Por lo tanto, si bien el libro se basa en el blog, tiene entidad propia y, siendo las historias las mismas, los textos son diferentes en muchos casos.

    Hablaba antes de las fuentes, y me gustaría reseñar aquí muchas de ellas, por dos razones. Por una parte, para rendir honor a la fuente original mediante la cual conocí la historia, y por otra, porque en muchos casos son libros que el lector debiera leer. Pero lamentablemente es imposible. No solo porque muchas de las fuentes son periódicos o revistas (dominicales, revistas especializadas…), sino porque el número de las mismas es tal que sería inalcanzable. En muchos casos, incluso una pequeña frase en una novela ha causado que comenzara a tirar del hilo y a investigar, y que dicho trabajo acabara en una entrada en Curistoria. Lo que sí me gustaría resaltar es que aún sin ser una fuente como tal, la wikipedia quizás ha sido la página de Internet a la que más veces he ido en busca de datos, información o consulta, para corroborar lo leído en otro lado.

    Por último, y antes de dejar paso a las propias historias, me gustaría agradecer a algunas personas su ayuda, de una u otra forma. En primer lugar, y como no podría ser de otra forma, mi mayor agradecimiento es para mi mujer, Esther. Todos y cada uno de los días ha estado ahí, y muchas de las entradas originales, y por supuesto del trabajo dedicado en la redacción del libro, son fruto del tiempo que le he robado o que ella me ha regalado. Por supuesto, también mi hijo Álvaro ha puesto de su parte. Es más, en alguna entrada se ha empeñado con todas sus fuerzas en aporrear el teclado para colaborar en la redacción.

    Desde aquí mi agradecimiento a los lectores del blog, porque gracias a ellos este no ha muerto de aburrimiento e inactividad. La constante presencia de lectores, e incluso de comentarios a las entradas, ha hecho que los ánimos no decaigan y que el blog haya ido creciendo en contenido. Gracias especiales a muchos de ellos, que en no pocas ocasiones han completado las historias con información adicional o han corregido hábilmente lo que yo había escrito en un primer momento. Dentro de este grupo de lectores/colaboradores, me gustaría agradecer especialmente la ayuda de Miguel Álvarez Calvo, que en alguna ocasión ha levantado la liebre para que este que les habla conozca una historia y por lo tanto escriba sobre ella.

    Y por último, mil gracias a Ediciones Evohé, especialmente a Javi por su empujón para que esto que tiene entre sus manos sea una realidad. Creyeron en ello antes que yo y si ellos no hubieran dado el primer paso, yo nunca habría comenzado el camino. Gracias.

    El sitio de Sevilla

    Antes de que el Rey Alfonso VI de León, que más tarde sería también Alfonso I de Castilla, conocido como «El bravo», sitiara la ciudad de Sevilla, su gobernante, un moro llamado Al-Mutamid, envió a Ibm-Ammar a retar al Rey Cristiano. Ibm-Ammar era un gran jugador de ajedrez, al igual que el Rey Alfonso, por lo que aceptó el reto.

    Sobre un lujoso tablero disputaron una partida en la que pusieron en juego dicho tablero y un grupo de hombres por parte de Ibm.Ammar y por parte del Rey Alfonso, se puso en juego el abandono del sitio de la ciudad. Así, sobre el tablero se decidió el destino de Sevilla y el rey castellano perdió la partida retirándose sin librar batalla.

    Cervantes y Shakespeare

    Cervantes y Shakespeare, los grandes referentes de la literatura en castellano e inglés respectivamente, murieron en la misma fecha, pero no el mismo día. Ambos murieron un 23 de abril de 1616, pero Cervantes lo hizo de acuerdo al calendario gregoriano, adoptado en 1582 para corregir errores del calendario anterior. Concretamente, se adelantaron diez días de golpe. Entre los países que siguieron este cambio auspiciado por Gregorio XIII estuvieron España, Italia y Portugal.

    Sin embargo Inglaterra no lo hizo hasta 1752 y el error del calendario antiguo ya sumaba 11 días. Así la fecha de la muerte de Shakespeare es el 23 de abril de 1616 de acuerdo al calendario juliano, con una diferencia de 11 días sobre el gregoriano. Por lo tanto, Shakespeare murió 11 días después que Cervantes. Lo dicho, en la misma fecha pero en distinto día. Por cierto, el día internacional del libro es el 23 de abril.

    Rendición de Francia

    Cuando Alemania fue derrotada en la Primera Guerra Mundial, la capitulación de este país fue firmada en un vagón de tren en noviembre de 1919. Francia guardó este vagón en memoria de dicha guerra, como un elemento sin duda histórico.

    El 22 de junio de 1940 cuando Alemania en la Segunda Guerra Mundial conquistó Francia fue esta última quien firmó su capitulación frente a los alemanes en dicho vagón, que la propia Francia conservaba. Sin duda un guiño del destino y una dulce venganza para los alemanes. De hecho, Hitler ordenó que el vagón se llevara al mismo sitio en el que fue firmado el armisticio alemán en 1919 para la firma del armisticio francés de 1940. Hitler ocupó la misma silla que había ocupado el Mariscal Ferdinand Foch durante algunos momentos antes de abandonar el vagón y dejar los detalles en otras manos.

    Federico El Grande y su médico

    Federico II de Prusia, «El Grande», le preguntó en una ocasión a su médico, llamado Zimmermann, sobre el número de pacientes cuya muerte llevaba sobre su conciencia. El médico le contestó: «De unos trescientos mil menos que vos, majestad».

    Y no le faltaba razón al médico, porque si bien Federico II de Prusia era un amante de las artes y tuvo por lo general éxito en sus campañas, también es cierto que el coste en hombres de las mismas fue muy elevado. Y seguramente el médico también estaba contando en su comentario con las tropas reclutadas en el extranjero y que no luchaban de muy buena gana.

    Los mensajes secretos de Lenin

    Lenin, mientras estaba en prisión a finales del siglo XIX por sus actividades revolucionarias, desarrolló un método de escritura de mensajes ocultos. De esta forma se podía comunicar con sus camaradas a través de los libros de la biblioteca. Por si el sistema de ocultación del escrito no era lo suficientemente seguro, los mensajes se componían marcando con puntos algunas letras en el libro.

    Para escribir usaba leche y, como tintero, un recipiente hecho por él mismo con miga de pan. Así, ante el riesgo de ser descubierto, se comía las pruebas. El método no era muy complicado y, además, estaba basado en elementos totalmente comestibles. Esto ayudó a Lenin mientras estuvo preso, pero cuando pasó al otro lado de la línea, y fue él el responsable de mandar gente a la cárcel, aplicó las lecciones aprendidas: prohibió estos elementos en ciertas ocasiones en las prisiones.

    El estandarte cristiano y los templarios

    Durante la batalla, los caballeros templarios nunca podían dejar el campo de batalla mientras hubiera un estandarte, besante o gonfalón en pie. Cualquier estandarte cristiano era válido para esta condición, fuera templario, hospitalario o de cualquier otro tipo, siempre que fuera cristiano. En cierta medida, con este mandato se obligaba a los templarios a prestar cara al enemigo y se evitaban las desbandadas o deserciones.

    Además, el hecho de que cualquier estandarte cristiano fuera válido como punto de reunión y lucha fortalecía a los cristianos en las batallas, en las que debían dejar de lado las rencillas entre las distintas órdenes y grupos y luchar todos a una.

    Ya que los estandartes eran elementos clave en la batalla, estaban siempre bien protegidos por varios caballeros, estando prohibido bajarlos o usarlos como lanza. La visibilidad de los mismos era clave para mantener a los caballeros en la lucha. Por supuesto, todo esto es lo que decían las normas y la teoría; en una batalla real habría desertores y muchos no verían los estandartes, incluso teniéndolos en sus propias narices.

    Rossini y la gastronomía

    Giaocchino Rossini, el gran compositor italiano y autor de obras como El barbero de Sevilla (compuesta con solo 24 años) o Guillermo Tell, era un gran aficionado a la gastronomía. En 1829 decidió retirarse en cierta medida del mundo de la música y se dedicó a su otra gran pasión.

    El gran músico era un excelente cocinero, aparte de disfrutar de un buen paladar, y le gustaba organizar veladas en las que combinaba la cocina y la música, para deleite de sus amigos. Y como buen italiano, la pasta era uno de sus platos predilectos. Los macarrones eran una de sus debilidades y hoy conocemos su receta para los mismos gracias a algunos libros de gastronomía de la época.

    Pero quizá su aportación más famosa son los canelones rossini que llevan hasta su apellido. Pero no acaban aquí sus hijos gastronómicos, ya que también tenemos unos tournedós que comparten apellido con los canelones en honor al gran músico.

    El síndrome de Estocolmo

    En agosto de 1973, dos ladrones tomaron como rehenes a los clientes y empleados del banco Kreditbanker durante su atraco al mismo en pleno centro de la ciudad de Estocolmo. Curiosamente, la policía debía cobrar sus sueldos al día siguiente en aquella sucursal y actuó con eficiencia, pero aun así la situación se alargó cinco días.

    Los rehenes, una vez liberados, sentían cierta simpatía por sus secuestradores y defendían sus posturas y motivos, lejos de condenarlos. Esta situación, en la que los rehenes adoptan la causa de los captores, es conocida como síndrome de Estocolmo en honor a la ciudad en la que ocurrió este hecho. Y es que la persona que creó el término fue Nils Bejerot, un criminólogo y psiquiatra que estuvo ayudando a la policía en aquella ocasión.

    El General MacArthur vuelve a Filipinas

    El general estadounidense Douglas MacArthur es uno de los tipos más peculiares de la Segunda Guerra Mundial. Sus acciones y mando en el Pacífico fueron claves en el desarrollo del conflicto. Cuando las cosas no iban demasiado bien para los EEUU, allá por 1942, MacArthur tuvo que salir de las Islas Filipinas debido a la inminente caída de estas en manos japonesas. Antes de salir, dijo: «Volveré». Sí, dijo lo mismo que Terminator en la comisaría antes de destrozarla.

    Y volvió un par de años después, en Octubre de 1944. La foto de MacArthur desembarcando en Filipinas con su uniforme, andando por la playa, mojándose los pies, con sus gafas de sol y su aire de solvencia y seguridad, es una de las más famosas de la Segunda Guerra Mundial y, por supuesto, también del personaje.

    MacArthur también fue el encargado de representar a EEUU en la ceremonia de rendición de Japón el 2 de septiembre de 1945 a bordo del USS Missouri, en la Bahía de Tokio. Cuando volvió, lo hizo de verdad, con todas las consecuencias y dispuesto a dejar su impronta.

    Bernard Shaw y Churchill

    En una ocasión, George Bernard Shaw envío dos entradas para el estreno de una de sus obras a Winston Churchill. Según parece, el escritor irlandés no tenía demasiado aprecio al político, y también escritor, Churchill. Pero nobleza obliga y, a pesar de todo, hay que mantener los modales, lo que no implica que cierta ironía y malicia impregne el «apretón de manos».

    Junto con las entradas para el estreno de la obra, Bernard Shaw remitió un mensaje que decía: «Le envío dos entradas para la obra, para usted y un amigo, en caso de que lo tenga». Sin duda una puñaladita, suave y cargada de ingenio. Pero Churchill tampoco era hombre corto de ingenio y le contestó: «No podré ir el día del estreno. Iré a la segunda representación, en caso de que la haya».

    Brémule, una batalla poco sangrienta

    El 20 de agosto de 1119, en la batalla de Brémule se enfrentaron unos 900 caballeros. Enrique I de Inglaterra luchaba contra Luis VI (El Gordo) de Francia. Todos esperamos que en una buena batalla con 900 caballeros haya cargas, espadazos, flechas, heridos y muertos. Pero no, allí se reunión 900 caballeros con todos sus pertrechos dispuestos a combatir y aunque el hecho se conoce como batalla, finalmente no provocó más que tres muertos. Sin duda una lucha tan poco sangrienta fue una bendición para ellos, pero casi mejor que se lo hubieran jugado a una partida de ajedrez, como otros.

    Bloody Mary, un cóctel real

    El cóctel Bloody Mary (vodka, zumo de tomate, limón, tabasco, pimienta, sal y apio) de intenso color rojo, en español significa «María Sangrienta». Este nombre corresponde a María Tudor, reina de Inglaterra, que reprimió de forma muy violenta a los disidentes de la religión católica. Debido a esta represión se ganó el nombre de María Sangrienta por parte de los protestantes.

    No sabemos si el creador del cocktail le puso ese honor a la reina inglesa, pero lo que sí parece claro es que la relación entre ambos no va más allá de llamarse, en cierta medida, igual.

    Camisa de once varas

    Para adoptar niños en la Edad Media, se hacía pasar al niño por la manga de una camisa, hecha para la ocasión y muy ancha. Al salir el niño por el cuello de la camisa, se le besaba en la frente y se tomaba como propio. Un extraño ritual en el que se ven ciertas referencias al momento del parto, usando una camisa para «traer al niño al mundo».

    Así, del riesgo que conlleva la adopción de un niño que luego podría traer problemas y que sin duda es una fuente de responsabilidades, proviene la expresión «Meterse en camisa de once varas. Por cierto, una vara son 835,9 milímetros, por lo que parece claro que por muy ancha que fuera la manga, no llegaría a tener la dimensión que le asigna el dicho.

    Guerra biológica a mediados del siglo XIV

    El tártaro De Mussis utilizó la guerra biológica en 1346-1347 en Caffa e incluso se cree que es posible que fuera el causante de la llegada de la peste a Europa. Durante el sitio de la ciudad catapultó cadáveres de víctimas de la peste por encima de la muralla, lo que finalmente causó una epidemia de peste dentro de la ciudad y parece que también puso la semilla para su extensión, de la muerte negra, por el resto de Europa.

    Patente de corso (desde el siglo XIV hasta el XIX)

    La patente de corso era una autorización que una nación otorgaba a un particular, para que este pudiera armar barcos y capturar buques mercantes de una nación enemiga. Sin duda, una forma extraña de ser parte de la armada de un país.

    Esta relación beneficiaba a ambos, al armador por las riquezas y a la nación por los daños económicos que infringía al enemigo. Y gracias a este escenario en el que todos ganaban, las iniciativas de este tipo fueron muy comunes y habitualmente un éxito. El armador podía usar los puertos del país que apoyaba sin problemas, disponía de suministros como si fuera parte del ejército regular y en caso de captura podía solicitar ser tratado como prisionero de guerra en lugar de como pirata. Todo esto sumado a los impresionantes botines que podría conseguir. A cambio, el coste lo asumía el armador y no el país, que también recibía en ocasiones parte del botín.

    Quizás el máximo representante de estas acciones es Sir Francis Drake, un sir para Inglaterra y un pirata para sus enemigos, aunque hay que reconocer que al menos era bueno haciendo su trabajo.

    Testificar en la época romana

    Ahora nos comprometemos a decir la verdad con una mano sobre la Biblia, pero los romanos lo hacían apretándose los testículos con la mano derecha. Y según parece, esta costumbre da sentido a la palabra testificar.

    Esta versión del origen de la palabra testificar tiene su gracia, pero en honor a la verdad debemos dejar constancia de la existencia de otras teorías, aunque modestamente esta es la más «simpática». Y por otra parte, ¿cómo testificarían las mujeres romanas? Es posible que no se las tuviera en cuenta, pero quién sabe.

    La flota de Hernán Cortés

    Hernán Cortés llegó a México en 1521 dispuesto a conquistar aquellas tierras. Llegó desde Cuba con 11 barcos, 518 infantes, 16 jinetes, 13 arcabuceros, 32 ballesteros, 110 marineros y unos 200 indígenas como ayudantes y algunas armas de artillería.

    Con todo esto llegó a México y para evitar tentaciones acabó quemando los 11 barcos en Veracruz, para demostrar a sus hombres que no había vuelta atrás que solo quedaba seguir adelante. Y es que después de un tiempo, los soldados tenían claro que estaban en una inferioridad numérica importante con respectos a los nativos.

    Los naipes belgas durante la Segunda Guerra Mundial

    Una de las formas más sencillas y más baratas de entretenimiento son los naipes, y por ello son una de las principales bazas cuando se trata de buscar ocio dentro de un ejército, aún más en caso de guerra, o entre la población civil también en épocas de guerra.

    Y claro, también los naipes se ven influidos por la guerra. Durante la Segunda Guerra Mundial, los naipes belgas representaban a los líderes de los países aliados:

    Winston Churchill era el rey de picas.

    Franklin D. Roosevelt era el rey de diamantes.

    Charles De Gaulle era el rey de tréboles.

    Joseph Stalin era el rey de corazones.

    Por su parte, el comodín o joker de la baraja era Adolf Hitler.

    Lincoln y Kennedy

    Los presidentes norteamericanos, Abraham Lincoln y John Fitzgerald Kennedy, tienen una serie de sorprendentes coincidencias a lo largo de su vida, que personalmente valoro únicamente como coincidencias, pero sin duda es curioso:

    Uno fue designado congresista en 1847 y el otro en 1947.

    Uno fue elegido presidente en 1860 y el otro en 1960.

    Ambos medían 1,83 metros.

    El secretario de Lincoln se apellidaba Kennedy y el de Kennedy se apellidaba Lincoln.

    A los

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