Después de tres meses de avances victoriosos, a principios de noviembre de 1936, las tropas del general Franco habían establecido una línea semicircular a unos pocos kilómetros de Madrid. Las unidades de los sublevados consistían, principalmente, en tropas moras, o regulares, y en tropas de legionarios, en números relativamente pequeños, pero de alta calidad profesional y con mandos curtidos en los conflictos del Rif de los años veinte.
Para los sublevados, ocupar la capital de España significaría el reconocimiento, de facto, del nuevo régimen por parte de los países extranjeros. En cambio, para la República, el que Madrid siguiese en sus manos constituía una baza importante que animaba la resistencia, pues solo unas pocas naciones habían reconocido diplomáticamente al gobierno franquista.
Fuerzas insuficientes
Desde luego, Madrid no podía compararse, bajo ningún concepto, con los pueblos ni las capitales de provincia por los que habían pasado las columnas sublevadas desde el levantamiento. La capital, con su millón y medio de habitantes, su compleja red de calles, sus túneles de metro y su elevada situación, en relación con el terreno por donde tendría que maniobrar el enemigo, sería difícil de someter.
Vistos los éxitos de los sublevados en las semanas precedentes, quizá