Revistas y publicaciones literarias en dictadura (1973-1990)
Por Horacio Eloy
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Revistas y publicaciones literarias en dictadura (1973-1990) - Horacio Eloy
REVISTAS
Y PUBLICACIONES
LITERARIAS
EN DICTADURA
(1973-1990)
HORACIO ELOY
© Copyright 2014, by Horacio Eloy
Primera edición digital: Abril 2014
© Piso Diez Ediciones
Director: Máximo G. Sáez
editorial@magoeditores.cl
www.magoeditores.cl
Registro de Propiedad Intelectual Nº 249.635
ISBN:978-956-317-260-7
Diseño de colección y diagramación: Catalina Silva R.
Lectura y revisión: María Fernanda Rozas
Fotografía de portada: © rebecca.vanhulle / flickr.com
Fotografía de solapa: Luciano Escanilla
Edición electrónica: Sergio Cruz
Derechos Reservados
A la memoria de mi amigo el escritor Carlos Olivarez
A la generacion NN
Introducción
El golpe de Estado de 1973 no solo sacudió a todas las estructuras sociales y políticas de ese entonces, sino que también al país literario que se vio afectado no solo por actos como la quema de libros, la prohibición y desaparición de autores, la prisión, la tortura, la censura previa y los listados del Diego Portales, sino que también por la sospecha y delación sobre todo acto creativo. A poco andar se escuchó hablar de un «apagón cultural» en que jamás se identifica a sus responsables. Es posible que aquellos que hablaban de ese apagón nunca estuvieran en contacto con la «república del silencio» que se ejerció a través de las revistas y publicaciones literarias independientes. Esas publicaciones de vida efímera y exultante que circularon sin permiso de nadie, develan una luz que desmiente tal apagón.
Por cierto, en Chile siempre existió una extensa tradición de revistas literarias surgidas desde las esferas alternativas y oficiales, lo que marcó significativamente la vida cultural y artística del país por décadas.
A modo de ejemplo podemos señalar: la revista Claridad, órgano de los estudiantes de la Universidad de Chile en la década de los 20; Multitud, dirigida por el poeta Pablo de Rokha; Mandrágora, del movimiento surrealista de Chile, con Teófilo Cid y Braulio Arenas a la cabeza; Orfeo, donde colabora Jorge Teillier; Cormorán, de Enrique Lihn y Germán Marín; Arúspice de Concepción, Trilce de Valdivia, Tebaida de Arica, La Quinta Rueda de la Editorial Quimantú con un equipo creativo compuesto por Hans Herhman, Antonio Skarmeta y Alfonso Calderón, entre otros.
Sin duda el golpe militar instauró en Chile cambios fundamentales que afectaron la vida de la nación entera y respecto del ámbito cultural-literario provocó el quiebre del espacio creativo y la desaparición de sus medios y revistas exceptuando algunas publicaciones académicas tuteladas por los respectivos «rectores delegados». Fueron años de catacumbas y censura donde funcionarios civiles y uniformados embistieron feroces contra la palabra impresa.
La censura se orquestó primero a través de un organismo creado a comienzos de la Dictadura. Se trató de la División Nacional de Comunicación Social (DINACOS), encargada de, entre otras cosas, dar o negar los permisos para publicar libros y revistas. Esta práctica materializada en la denominada Oficina de Evaluación de Libros, operó hasta poco después del fraudulento plebiscito donde Pinochet hizo aprobar la llamada «Constitución del 80».
Posteriormente, se inició el 11 de marzo de 1981 una segunda etapa, la cual vino a ser apoyada con la plena vigencia de la reciente Constitución. Gracias a este amparo legal, el Ministerio del Interior, apoyándose en el artículo 24 transitorio, letra b, decretó que a contar de esa fecha, la fundación, edición y circulación de nuevas publicaciones en el país debería ser autorizada por ese ministerio.
Los representantes de la Dictadura en el área de la cultura aplaudían estas medidas y las justificaban públicamente. Así los funcionarios públicos Jorge Iván Hubner y Enrique Campos Menéndez (quien más adelante se convertiría en Premio Nacional de Literatura), señalaban a la prensa de la época: «La censura no existe en Chile para quien escribe con el honrado propósito de ilustrar el pensamiento. Sólo existe para quienes quieren aprovechar la literatura para fines ajenos y antagónicos a ella, como son la violencia y la subversión»¹
De esta manera, luego de ese prolongado y significativo período de silencio, y a pesar de los drásticos y brutales procedimientos usados por la Dictadura, fueron emergiendo con creatividad y audacia espacios de expresión a través de una diversidad de publicaciones marcadas en su mayoría por el signo de la precariedad y la emergencia: trípticos, hojas de poesía, periódicos y revistas que difundidas con grandes dificultades y riesgos circularon a través de su venta en lecturas poéticas, recintos universitarios, peñas, bares, manifestaciones políticas, sindicatos, teatros, ferias de artesanía y, por supuesto, de mano en mano.
Estas publicaciones, muchas veces editadas con más entusiasmo que recursos, se constituyeron en una red de luciérnagas que iluminaron la labor poética y narrativa de la época dictatorial.
Se generó así el discurso de la resistencia desde talleres, colectivos, asociaciones y grupos literarios como: Tralca, Tragaluz, Taller Urbano, Tranvía, Agrupación Cultural Santa Marta, Talleres del Mar, Taller Sol, Aumen, Índice, Grupo Salar, Ergo Sum, Mestizo, Literabierta, Talleres Andamio, Unión de Escritores Jóvenes, Agrupación Cultural Universitaria (ACU), y el Colectivo de Escritores Jóvenes, entre otros.
Ahora, volviendo al llamado «apagón cultural», éste se planteó por algunos investigadores como una metáfora que designa el período más duro y violento de la dictadura (1973-1981), en el cual se hace evidente la falta de protagonismo de los creadores en esta etapa depresiva para el desarrollo del Arte y la Cultura. Lo anterior se puede afirmar en la siguiente cita:
«La fuerte censura oficial, la conciencia constante de vivir bajo vigilancia, la autocensura en lo cultural-artístico, la difusión restringida de ideas, la propagación por otro lado, de un modelo ético y estético autoritario que preconiza el desprestigio del modelo republicano, democrático y pluripartidista anterior constituyeron algunas de las características de este fenómeno»²
Fue en Las Jornadas del Libro y la Lectura organizadas por la Universidad Católica el año 1977, como indica el historiador Víctor Muñoz Tamayo³, donde surge la conclusión mayoritaria de que el país transitaba por un «apagón cultural», el cual se veía reflejado en la baja producción y la escasa presencia de espacios para su interrelación con sus receptores.
Entre los factores que los medios de comunicación señalaron como culpables del fenómeno se pueden indicar, por ejemplo, la baja cantidad de libros editados. Ilustrando esta situación podemos indicar que en 1975 sólo 618 títulos habían salido al mercado, en comparación con el año 1965, donde la cantidad había llegado a 1.497 títulos. Obviamente no se consideró el período de la Unidad Popular y la tarea gigantesca que desarrolló la Editorial Quimantú. A esto, se le agregaba el ascenso del consumo televisivo en desmedro de la lectura, el descenso de las importaciones de textos, entre otros.
Por otro lado, estaba la mirada ideológica y política de la Dictadura respecto de la Cultura, que en aquellos días representaba el ya señalado escritor puntarenense Enrique Campos Menéndez, funcionario del régimen que tenía el cargo de Director de Bibliotecas, Archivos y Museos (DIBAM) quien declaraba a la prensa que: «Chile estaba en un renacer que lo distanciaba de una crisis profunda en que los denominados autores comprometidos
, en vez de dedicarse a la creación artística, utilizaban los canales culturales para hacer proselitismo de tipo sectario, desvirtuando el sentido trascendente de la cultura»⁴. A esto agregó que ese año (1977) sería «la mejor temporada de óperas que recuerda el país, en definitiva un renacimiento cultural impulsado por el gobierno»⁵.
En este panorama el espacio de las revistas literarias y culturales a fines de la década de los 70 se proyectaba, por un lado, en las revistas culturales amplias en su contenido, como La Bicicleta o Pluma y Pincel, publicaciones con distribución masiva en kioscos y destinadas a un público joven alternativo, que reflejaban con mayor o menor énfasis, el rechazo al sistema, reivindicando un discurso veladamente opositor. Por otro lado progresivamente, y en un movimiento gestado desde las bases, se manifestaba una expresión marginal proveniente de quienes repudiaban visceral e ideológicamente el denominado «apagón cultural».
He aquí, entonces, cómo los creadores literarios iniciaron su ruta, muchas veces autofinanciando esas sencillas pero significativas publicaciones que mostraban un rechazo de la cultura oficial impuesta por los militares y una clara oposición al modelo social y político por ellos sustentado.
Esta tendencia política cultural se acentúa en la década de los 80 materializándose en todo el país. De esta forma, tanto en Santiago como en Temuco, Valparaíso, Concepción, Valdivia, Iquique, Antofagasta, Chiloé, Punta Arenas y otras localidades la publicación de revistas se va convirtiendo en una real propuesta contestataria, en una postura cultural alternativa que, paso a paso y contra todas las dificultades, se revela como una fuerza y movimiento de mucho ingenio e imaginación para lograr cambios.
Postulado en general por jóvenes intelectuales de diferentes capas sociales, el nuevo discurso reivindicaba sobre todo el derecho a expresión de «los que se quedaron y sufrieron, de los que adquirieron una conciencia colectiva frente a la dictadura y la represión»⁶.
En palabras de la investigadora Adriana Castillo de Berchenko,
«estas expresiones manifestaron su visión estética del rechazo y del desencanto y propugnaron la valoración de la tolerancia, el reconocimiento del derecho a la diferencia, la acción colectiva, la práctica de una cultura sin exclusión, la recuperación e integración del sentido colectivo de la identidad, sentido tan menospreciado y humillado por la Dictadura»⁷.
En el desarrollo de este movimiento, los escritores no aceptaron protecciones paternalistas que olieran a oficialismo o a autoridad cultural y si lo hicieron fue solamente en términos transitorios, tácticos y coyunturales. Su opción fue decididamente la autogestión y la autonomía estético-cultural.
Pasan los años, retorna la democracia, retornan los escritores del exilio y se hace necesario recomponer los tejidos y la memoria histórica de este período. Este proceso de recopilación e investigación sobre las revistas y publicaciones literarias editadas en dictadura tiene su primera expresión material el año 2000 en un proyecto desarrollado en conjunto con el poeta Alexis Figueroa el que contó con el apoyo del Consejo Nacional del Libro y la Lectura y que consistió en una Exposición Itinerante de las revistas en Santiago y regiones. En su inauguración en la sede de la Federación de estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), el escritor Fernando Quilodrán señaló en parte de su discurso:
«…El objetivo manifiesto de las políticas dictatoriales de interrumpir la continuidad de la conciencia, debía chocar con la voluntad de la mayoría de la población de oponer una firme barrera de rescate de la memoria y de afirmación creadora. Y las revistas literarias, múltiples y variadas, como aquí es manifiesto, estuvieron en la primera línea de ese combate por la democracia.
Aquellos que pusieron en marcha el movimiento cultural, prestaron un servicio trascendental incurriendo en muchos riesgos. Jóvenes, en su mayoría, muchos de ellos conforman en nuestros días la primera línea de nuestra literatura.
Ellos hablaron con un lenguaje que nacía desde la rebeldía, lo que no solo se expresaba en la obra, sino que también se expresa en el oficio, garantizando un documento de calidad, que se reflejará en las próximas páginas.
Esto no es solo un registro de la disidencia, sino también es la muestra de una gran literatura. En estas páginas dispersas, encontramos el reflejo tal vez más logrado de esos días en que la violencia se empeñaba en negar lo esencial de la condición humana. Cuando la palabra estaba prohibida, la solidaridad era sospechosa y la inteligencia decididamente culpable. Y los poetas, los narradores y los cultores de otras disciplinas del arte, respondieron con un arma que la historia ha denotado invencible: la honesta conciencia y el valor de mostrar sus fundamentos y difundir sus frutos. Esa hazaña está aquí documentada, para servir a los historiadores, a los estudiosos, a los que sencillamente acudirán a ella para distinguir en ese período ominoso las señales del alba».
Al año siguiente, la Biblioteca Nacional me solicitó formalmente las revistas y presentó una nueva exposición (Revistas de Literatura publicadas durante la Dictadura. Chile 1973-1990) agregando todos los recursos gráficos, tecnológicos y estéticos propios de su Departamento de Diseño. Durante tres meses la Galería Azul se vio colmada de un público que le otorgó un gran éxito e impacto social a la muestra. El interés por este material también se vio registrado en la digitalización de las revistas realizado por Memoria Chilena, sitio web de la DIBAM, y que se tituló Revistas y publicaciones literarias (1960-1990).
Sin duda la edición de este libro constituye la culminación de todo este largo proceso, por eso he querido entregar, aunque sea parcialmente, la historia de algunas de estas publicaciones literarias que representan una muestra de Arica a Punta Arenas y que sean ellas mismas, en el contexto de la prensa de aquel tiempo, en las entrevistas, reseñas, comentarios, las que relaten su devenir a través de sus editoriales, poemas, manifiestos, cuentos, crónicas, en definitiva, en las palabras de sus creadores y creadoras, muchos de los cuales hoy permanecen fieles al «oficio»que iniciaron en aquellos tiempos.
Horacio Eloy
Santiago, Noviembre 2014.
¹ Revista Hoy ,en su edición del 24 al 30 de junio de 1981.
² Todos estos elementos son señalados por la investigadora Adriana Castillo de Berchenko en el libro «Le discours culturel dans les revues latino-américaines de 1970 á 1990». América Cahiers du Criccal, Nº15-16, París, 1996.
³ Reflexiones tomadas de ACU rescatando el asombro: historia de la Agrupación Cultural Universitaria. Chile, La Calabaza del Diablo, 2006.
⁴ Revista Hoy, Op. Cit.
⁵ Ibídem.
⁶ Palabras de la narradora y tallerista Pía Barros, que expresan sin tapujos una conciencia generacional, la de los intelectuales en gestación que no salieron del país y vivieron el remezón de la resaca golpista como indica Adriana Castillo de Berchenko en Le discours culturel dans les revues latino-américaines de 1970 á 1990». América Cahiers du Criccal, Nº15-16, París, 1996.
⁷ Ibídem.
Enves, la primera publicación literaria después del golpe
A fines de 1973 con un palacio de La Moneda devastado y un país con Estado de Sitio y «toque de queda» surge en la histórica ciudad de Concepción la primera publicación literaria de la cual tenemos registro.
Se trata de ENVES, significativo nombre que da cuenta del espíritu de resistencia cultural de un grupo de jóvenes estudiantes de español de la Universidad de Concepción. Sus directores y responsables fueron Mario Milanca y Carlos Cociña junto a Nicolás Miquea como secretario de redacción, todos ellos cobijados bajo el alero del Departamento de Español del Instituto Central de Lenguas de