Las armas más poderosas que mantienen los vencidos en las guerras son las ideas, las palabras, la fuerza de las razones que los llevaron a defender unos principios que desprecian los vencedores. Si cabe, en las guerras civiles, en las que se enfrentan familias, en las que se matan vecinos y en las que millones de personas se ven obligadas a abandonar quizás para siempre sus raíces, esas armas sin balas en el exilio disparan aún con más tenacidad e insistencia. Es la única fórmula para mantener la resistencia frente a quienes acabaron con su sueño con la violencia de las armas de fuego.
Es habitual que los intelectuales sean el ejército más vigoroso en el exilio, el que cuenta con avales más poderosos, el que recibe más atención. Es evidente que esto ocurrió así en la guerra civil española. La derrota de la República forzó a escapar del país a centenares de escritores, artistas o filósofos españoles que habían mostrado su apoyo a la Segunda República y que hubieron de huir a México, Francia o Estados Unidos, entre otros destinos. Desde su exilio lloraron a España y fueron parte esencial en la difusión del convencimiento de que todos los pensadores españoles de aquellas extraordinarias generaciones habían mostrado su apoyo