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Anarquía, dinamita y revolución social: Violencia y represión en la España de entre siglos (1868-1909)
Anarquía, dinamita y revolución social: Violencia y represión en la España de entre siglos (1868-1909)
Anarquía, dinamita y revolución social: Violencia y represión en la España de entre siglos (1868-1909)
Libro electrónico501 páginas7 horas

Anarquía, dinamita y revolución social: Violencia y represión en la España de entre siglos (1868-1909)

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Información de este libro electrónico

Entre finales del siglo XIX y principios del XX el panorama internacional se vio sacudido por las balas, las bombas y las dagas anarquistas. El presidente de la República francesa Sadi Carnot; el presidente del Gobierno español, Cánovas del Castillo; la emperatriz Isabel de Austria-Hungría, la famosa Sissi; el rey Humberto I de Italia y el presidente de los EE UU, William McKinley, murieron por acciones de anarquistas. En España hubo atentados especialmente cruentos que alcanzaron a gente de condición más humilde que se encontraban por azar en un lugar público, como las bombas arrojadas en el Teatro del Liceo y en la procesión del Corpus de Santa María del Mar, el atentado contra el rey Alfonso XIII el día de su boda, o las explosiones indiscriminadas en las calles de Barcelona que le valieron el calificativo de “Ciudad de las bombas”. Pero el movimiento libertario conformaba un universo heterogéneo, rompedor y complejo que iba más allá de las acciones violentas. Los anarquistas españoles sentaron las bases ideológicas, sociales y culturales de un movimiento llamado a influir en muchos aspectos de la cultura social europea y a desempeñar un papel fundamental en la historia del controvertido siglo XX español. Ángel Herrerín describe y analiza, a la luz de nuevas pruebas documentales y desde el prisma de los propios anarquistas, este importante periodo con especial atención a su evolución en nuestro país y la respuesta represiva del Estado.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 mar 2024
ISBN9788490978092
Anarquía, dinamita y revolución social: Violencia y represión en la España de entre siglos (1868-1909)
Autor

Ángel Herrerín López

Doctor en Historia y profesor en el Departamento de Historia Contemporánea de la UNED en Madrid y de la Fundación Ortega y Gasset en Toledo. Ha sido profesor visitante en la Universidad de Minnesota (EE UU). Sus líneas de investigación se centran en la violencia política, el anarquismo, el franquismo y el exilio republicano de 1939. Ha publicado más de una treintena de artículos en libros y revistas especializadas de España y el extranjero. Cabe destacar sus monografías: La CNT durante el franquismo. Clandestinidad y exilio, 1939-1975 (2004); El dinero del exilio. Indalecio Prieto y las pugnas de posguerra (2007); y la edición, junto a Juan Avilés, del libro: El Nacimiento del terrorismo en occidente. Anarquía, nihilismo y violencia revolucionaria (2008).

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    Anarquía, dinamita y revolución social - Ángel Herrerín López

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    Índice

    PRÓLOGO, por Juan Avilés

    INTRODUCCIÓN

    CAPÍTULO 1. DEL INTERNACIONALISMO A LOS GRUPOS DE ACCIÓN

    LA CONSTITUCIÓN DE LA FEDERACIÓN REGIONAL ESPAÑOLA (FRE)

    HACIA LA DIVISIÓN EN LA INTERNACIONAL

    REPÚBLICA, CANTONALISMO Y MOVIMIENTO INTERNACIONALISTA

    LA CLANDESTINIDAD Y EL DECLIVE DE LA FRE

    LA PROPAGANDA POR EL HECHO

    LA EVOLUCIÓN DE LA FTRE Y LA MANO NEGRA

    VIOLENCIA LABORAL

    CAPÍTULO 2. LA ROSA DE FUEGO

    EL PRIMERO DE MAYO

    LOS SUCESOS DE JEREZ

    EL PREDOMINIO DEL ANARQUISMO INDIVIDUALISTA

    ESPAÑA Y EL CONTEXTO EUROPEO

    EL ATENTADO CONTRA EL GENERAL MARTÍNEZ CAMPOS

    EL ATENTADO DEL TEATRO DEL LICEO

    LA LEY ANTIANARQUISTA DE 1894

    JURISDICCIÓN MILITAR ‘VERSUS’ JURISDICCIÓN CIVIL 1893: AÑO CLAVE EN LA LUCHA CONTRA LA VIOLENCIA ANARQUISTA

    CAPÍTULO 3. DE LA PROPAGANDA POR EL HECHO A LA PROPAGANDA POR LA REPRESIÓN

    EL ATENTADO DE CAMBIOS NUEVOS

    EL PROCESO DE MONTJUICH

    EN CAPILLA

    ASCHERI: ¿EL AUTOR?

    ABSUELTOS PERO NO LIBRES

    DE ‘ASESINOS’ A ‘MÁRTIRES’

    UNA MUERTE MIL VECES ANUNCIADA

    LA MOVILIZACIÓN EN ESPAÑA

    EL ‘ATENTADO’ CONTRA EL TENIENTE PORTAS

    EL PAPEL DE LA PRENSA ANARQUISTA

    ¿MÁRTIRES DE LA IDEA O TERRORISTAS?

    CAPÍTULO 4. ENTRE LA HUELGA GENERAL Y EL MAGNICIDIO

    LAS RECTIFICACIONES DEL ESTADO ESPAÑOL

    EL CAMBIO DE RUMBO ANARQUISTA

    LA HUELGA GENERAL DE 1902

    LOS SUCESOS DE ALCALÁ DEL VALLE

    EL ATENTADO CONTRA MAURA

    LOS ATENTADOS CONTRA ALFONSO XIII

    EL ATENTADO DE PARÍS

    EL ATENTADO DE MADRID

    CAPÍTULO 5. BARCELONA SIGLO XX: EL LABERINTO DEL TERRORISMO

    LOS ATENTADOS ENTRE 1903 Y 1907

    EL CASO DEL TENIENTE MORALES: ¿TERRORISMO DE ESTADO?

    TRIBUNALES Y LEYES

    CATALANISTAS ‘VERSUS’ REPUBLICANOS

    LA OFICINA DE INVESTIGACIÓN CRIMINAL (OIC)

    LOS CAMBIOS EN EL ANARQUISMO

    EL CASO RULL: DE ANARQUISTA A ESTAFADOR

    CONCLUSIONES

    BIBLIOGRAFÍA

    Ángel Herrerín López

    Doctor en Historia y profesor en el Departamento de Historia Con­tem­poránea de la UNED en Madrid y de la Fundación Ortega y Gasset en To­ledo. Ha sido profesor visitante en la Universidad de Minnesota (EE UU). Sus líneas de investigación se centran en la violencia política, el anarquismo, el franquismo y el exilio republicano de 1939. Ha publicado más de una treintena de artículos en libros y revistas especializadas de Espa­ña y el extranjero. Cabe destacar sus monografías: La CNT durante el fran­quismo. Clandestinidad y exilio, 1939-1975 (2004); El dinero del exilio. Indalecio Prieto y las pugnas de posguerra (2007); y la edición, junto a Juan Avilés, del libro El nacimiento del terrorismo en Occidente. Anarquía,

    nihilismo y violencia revolucionaria (2008).

    Ángel Herrerín López

    Anarquía, dinamita y revolución social

    Violencia y represión en la España de entre siglos (1868-1909)

    estudios socioculturales

    DISEÑO de cubierta: marta rodríguez

    © Ángel Herrerín lópez, 2011

    © Los libros de la Catarata, 2011

    Fuencarral, 70

    28004 Madrid

    Tel. 91 532 05 04

    Fax 91 532 43 34

    www.catarata.org

    Anarquía, dinAmita y revolución social.

    Violencia y represión en la España de entre siglos (1868-1909)

    isbne:978-84-9097-809-2

    ISBN: 978-84-8319-582-6

    DEPÓSITO LEGAL: M-11.139-2011

    Este material ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.

    a mi mejor amigo, mi hermano jesús,

    con quien tanto he compartido,

    a quien tanto quiero.

    El puñal, el fusil, la dinamita son nuestros representantes,

    las barricadas nuestros parlamentos

    .

    Programa de la Asociación Internacional de la Lunigiana

    PRÓLOGO

    Hace ya bastantes años que Ángel Herrerín y yo venimos colaborando en la investigación de los temas abordados en este libro. Ha sido un largo viaje en bus­ca de la siempre elusiva verdad, en el que hemos compartido largas horas en ar­­chivos y bibliotecas y también hermosos paseos y agradables cenas en las que resarcirnos de la escueta dieta a la que el investigador está obligado al mediodía. Caminando junto al mar o ante unas cervezas hemos tenido muchas ocasiones de hablar acerca de atentados, de conspiraciones y de procesos, a menudo nos hemos influido mutuamente y a veces hemos disentido. Nuestras bases de da­­tos, diseñadas por Jesús Herrerín, a quien nunca estaremos suficientemente agradecidos, testimonian esa larga colaboración a través de múltiples fichas compartidas. Así es que al prologar este libro me siento un poco como el padrino que en la boda de su mejor amigo se pregunta si las breves palabras que va a pronunciar estarán a la altura de tan feliz momento.

    Una cuestión que más de una vez nos hemos planteado es la de por qué habíamos escogido estudiar el lado más negativo del anarquismo, por qué había­mos abordado su obsesión por destruir y no su aspiración a crear, nos habíamos ocupado de las bombas lanzadas en un teatro o una procesión y no de la búsqueda de la libertad en la educación o en las relaciones entre hombre y mujer. Había muchos otros temas por investigar en la historia del anarquismo español e internacional, pero lo cierto es que el tema central del proyecto en que nos hemos embarcado ha sido la violencia y es probable que nos hayamos senti­do atraídos por lo que el tema tenía de complejo e incluso de polémico. Hay atentados anarquistas que nunca se han dilucidado, no siempre se ha po­­dido precisar cuándo se trató de actos individuales y en qué otros casos in­­tervinieron grupos amplios, no terminamos de entender qué motivación concreta tenían sus autores y nos horroriza pensar en qué casos la tortura condujo a falsas confesiones. Por otra parte, la violencia no ha sido un elemento marginal en la historia del anarquismo. Cuando se pasan con cuidado las hoy frágiles páginas de las viejas publicaciones anarquistas aparecen una y otra vez la denuncia de la violencia del Estado y la burguesía, incluido el martirologio de las frecuentes víctimas de accidentes laborales, el llamamiento a la rebelión e, incluso, al empleo de la dinamita, y la consideración de héroes y mártires a quienes habían caído en la lucha a muerte contra la sociedad opresora.

    La violencia política es por otra parte una constante en la historia española de los siglos XIX y XX, en los que guerras civiles, pronunciamientos militares, bandas armadas, motines e insurrecciones, represiones cruentas, magnicidios y atentados indiscriminados se entrelazan en una atroz danza de la muerte. En nuestro país, a la violencia política han recurrido absolutistas y liberales, moderados y progresistas, republicanos y socialistas, falangistas, comunistas y nacionalistas, y a las grandes hecatombes de nuestra historia contemporánea los anarquistas sólo han realizado una contribución parcial. Hay, sin embargo, un tipo de violencia política que en España ellos fueron los primeros en emplear. Me refiero a los ataques clandestinos contra personas no combatientes efectuados con el propósito de causar un impacto en la opinión pública, es decir, lo que hoy denominamos terrorismo. Un término polémico, porque en los últimos años se emplea más para descalificar que para describir. Cuando hace más de un siglo los revolucionarios rusos que pretendían provocar mediante atentados la caída del zarismo calificaron como terrorista su estrategia, dando así al termino su significado actual, lo hicieron en un sentido positivo, arguyendo que se trataba de un tipo de lucha que provocaba muchas menos víctimas que las insurrecciones masivas. Pero hace mucho tiempo que nadie se llama a sí mismo terrorista, con lo que un cínico ha podido observar que quienes para unos son luchadores por la libertad, para otros son terroristas.

    Con todo, si el término es polémico, no por ello su contenido es impreciso, ya que alude a un tipo específico de violencia clandestina con propósito de propaganda, que comenzó a surgir a finales del siglo XIX en coincidencia con el auge de los primeros medios de comunicación de masas, que podían darle el eco necesario. Los anarquistas utilizaron una expresión eufemística pero adecuada para ese tipo de violencia: propaganda por el hecho. Antes que el atentado los anarquistas intentaron sin embargo la vía de la insurrección. En realidad, el atentado puede considerarse como un sucedáneo de insurrección: si no se tiene capacidad para llenar de barricadas una ciudad o levantar una partida en el campo, siempre se puede lanzar una bomba. Por otra parte, el atentado responde al espíritu individualista y al rechazo de la organización jerárquica que es propio de los anarquistas. Nunca hubo un estado mayor anarquista que coordinara los atentados, sino que éstos fueron obra de pequeños grupos o quizá, en algún caso, de lobos solitarios.

    Lo cierto es que atentados indiscriminados, como las bombas que sembraron la muerte en un café de París, en un teatro y en una procesión en Barcelona, en un teatro milanés o en la neoyorquina Wall Street, hicieron aparecer a los anarquistas como enemigos de la sociedad y es probable que generaran rechazo incluso entre algunos trabajadores que pudieran haber simpatizado con su mensaje revolucionario. En España, sin embargo, y éste es el tema central que aborda Ángel Herrerín en su libro, el escaso respeto que a menudo mostraban las autoridades hacia los principios liberales consagrados en la Constitución y el empleo de métodos brutales de represión terminaron por generar una fatídica espiral de violencia, en la que los abusos de las autoridades se convertían en un arma propagandística para los rebeldes. Quizá la propaganda por el martirio contribuyó más que la propaganda por el hecho al perdurable arraigo del anarquismo en España. Pero la represión no era sólo brutal, sino a menudo ineficaz. En la compleja tarea de esclarecer los atentados, los éxitos de la justicia y de las fuerzas de orden público fueron en España escasos.

    Los historiadores quisiéramos a veces realizar autopsias psicológicas de nuestros personajes, como las que con mayor o menor fortuna se han intentado respecto a bastantes terroristas suicidas de nuestro tiempo a través de cuidadosas entrevistas realizadas en su entorno. Respecto a los anarquistas españoles de hace más de un siglo y en concreto respecto a los que cometieron atentados, los Pallás, los Salvador, los Morral, nos faltan datos para ir más allá de una descripción somera. Es probable que algunos de ellos fueran asesinos altruistas, como lo han sido muchos terroristas de distintas filiaciones, individuos que mataban y se arriesgaban a morir por una causa que creían justa. Así era como se les presentaba por supuesto en la prensa anarquista. Otros quizá fueran vengadores nihilistas, individuos que odiaban a la sociedad y veían en el atentado un fin en sí mismo, un medio de expresar su rechazo total del mundo en que vivían e incluso una forma de suicidio indirecto, ¿no tenía el anarquismo un componente nihilista capaz de atraer a esas personas?

    Aunque el término nihilismo se ha empleado en los dos últimos siglos en diversos sentidos, me refiero aquí a ese sentimiento destructivo que en el Faus­to de Goethe encarna Mefistófeles cuando dice: Soy el espíritu que siempre niega. Y ello con razón, pues todo lo que nace no vale más que para perecer. Un sentimiento que a veces se deja entrever en el padre del anarquismo insurreccional, Mijail Bakunin, un aristócrata ruso de espíritu romántico y formación alemana, quien en 1864 escribió a un amigo estas palabras: Por un largo futuro no veo más poesía que la severa poesía de la destrucción, y seremos afortunados si tenemos la oportunidad de ver al menos la destrucción. Quizá la convicción de que bastaba arrasar las instituciones de la injusta sociedad burguesa para que la bondad innata de los hombres se expresara en un mundo mejor era el rasgo más característico de los anarquistas decimonónicos. Destruam et aedificabo, según la sentencia clásica que adoptó Proudhon.

    La seducción del terrorismo nacía de la propia radicalidad del proyecto anarquista y de su rechazo de las formas habituales de promover el cambio, es decir, de la política. Los marxistas aspiraban también a un cambio radical, pero en tanto que llegaba el gran día de la revolución la participación política les daba múltiples ocasiones de alcanzar pequeños objetivos: campañas electorales, desempeño de cargos de responsabilidad a nivel municipal, presión a favor de reformas legales, además de la actividad sindical encaminada al logro de mejoras concretas para los trabajadores. En ese terreno sindical actuaron también los anarquistas, como lo prueban múltiples experiencias, desde la I In­­ternacional hasta la CNT, pero en su caso la impaciencia era mayor y el temor a caer en el mero reformismo más agudo. Y si el día de la revolución seguía alejado y las masas no se dejaban ganar por las ideas emancipadoras, el enfrentamiento violento con el Estado daba una sensación, quizá objetivamente falsa pero psicológicamente real, de que en verdad se estaba luchando por el mañana feliz de la anarquía. Los mártires que iban cayendo en el camino eran la mejor prueba de la seriedad del empeño.

    Éstas son algunas de las reflexiones que me ha sugerido el documentado y fascinante libro de Ángel Herrerín. A través de sus páginas se suceden esperanzas y desengaños, crímenes y heroísmo, todo un friso trágico de una época conflictiva en nuestra historia, abordada desde esa búsqueda de una objetividad quizá inalcanzable en que se resume el juramento hipocrático implícito de esta vieja profesión que fundaron Herodoto y Tucídides.

    juan avilés

    INTRODUCCIÓN

    El movimiento libertario ha tenido una presencia destacada en la historia de España. Las causas de su importante implantación en nuestro país han sido motivo de polémica, investigación y análisis desde diferentes puntos de vista. La historiografía ha puesto especial atención en cuestiones políticas, sociales, económicas, religiosas y culturales, sin que las respuestas hayan satisfecho plenamente a los estudiosos de esta importante cuestión. El profesor Javier Paniagua señalaba, en un interesante artículo, la importancia de las condiciones sociales del campesinado andaluz en las explicaciones aportadas por Gerald Brenan, en las que marcaba un carácter religioso, o de Eric Hobsbawm, con su famosa tesis del milenarismo¹. Anteriormente, militantes cenetistas como Joaquín Maurín o Rafael Vidella ya habían apuntado la vertiente socioeconómica del campo andaluz, pero también, en el caso de éste último, la herencia cultural-religiosa y la realidad política española que, por el control de las clases poderosas y la difícil participación de las clases bajas, facilitaba la extensión de la ideología anarquista y su amplio apoyo popular². Estudios posteriores profundizaron en buena parte de estas cuestiones, como los excelentes trabajos de Clara E. Lida y Joseph Termes, que analizaron los primeros años de la Internacional en España, y de José Álvarez Junco, que profundizó en las bases ideológicas del anarquismo³. En 2002, la revista Ayer dedicó un número al anarquismo, editado por Susanna Tavera, que recogía las aportaciones de diferentes especialistas, como Ángeles Barrio y Pere Gabriel, quienes señalaban la importancia que para el movimiento libertario tuvo su imbricación en el sindicalismo en zonas como Asturias y Cataluña. En el mismo sentido, Antonio López Estudillo indicaba cómo en la España decimonónica según los anarquistas se apartaban del movimiento obrero los efectivos en sus filas mermaban⁴. En los últimos años han aparecido nuevas publicaciones que vuelven sobre algunas de estas cuestiones⁵.

    Es posible que la contestación a una pregunta tan compleja como la formulada anteriormente se encuentre en la conjunción de estas interpretaciones y de otras que estén por investigar y analizar. Por ejemplo, hay una cuestión en la que creo necesario una mayor profundización porque, a pesar de que no es la más importante en el movimiento libertario, ocupa un lugar destacado en el imaginario de los pueblos: me estoy refiriendo a la violencia anarquista. Sobre este asunto hay destacadas monografías como las firmadas por Rafael Núñez Florencio, Joaquín Romero Maura y Antoni Dalmau⁶, mientras que otras abordan la cuestión dentro de investigaciones más amplias, como las realizadas por Eduardo González Calleja y Juan Avilés⁷. Sin embargo, sería interesante prestar una atención especial a la combinación de violencia anarquista y represión estatal como factores que influyeron en la implantación del anarquismo en nuestro país.

    Los cruentos atentados protagonizados por anarquistas de finales del siglo XIX, basados en la propaganda por el hecho, pretendían ampliar las filas anarquistas y alcanzar una sociedad más justa mediante el recurso de la violencia. Sin embargo, la desproporción de los hombres de acción provocó un miedo en la población que facilitó la puesta en marcha de una represión en muchos casos ilegal, indiscriminada y brutal. El interrogante principal que pretende resolver el presente libro sería saber hasta qué punto la extensión del ideal anarquista se debió, entre otras cuestiones, a la puesta en marcha de su táctica violenta, como era el objetivo, o, más bien, fue un freno a su implantación. En el mismo sentido, habría que preguntarse como influyó la represión del Estado en la evolución del movimiento libertario en nuestro país. Es decir, si los anarquistas, más allá del indudable quebranto que la represión causaba en sus filas, fueron capaces de utilizar esta actuación estatal para extender planteamientos tan queridos por su parte como el apoliticismo, la acción directa y el antiestatismo.

    El alargamiento en el tiempo de las acciones violentas en nuestro país, cuando en otros países occidentales tendieron a desaparecer con el inicio de siglo, representa una peculiaridad que la presente investigación también trata de resolver. España no significaba un caso especial en la última década del siglo XIX. Los atentados anarquistas se sucedían en buena parte del mundo occidental, baste recordar los asesinatos de miembros de la realeza y presidentes de repúblicas en Europa y los EE UU. Sin embargo, la diferencia vino con su perduración. Parece evidente que la respuesta del Estado a este tipo de acciones desempeña un papel fundamental en su evolución. Es cierto que la violencia es un fenómeno tan sumamente complejo que el análisis de sus causas no se puede circunscribir a un solo aspecto, por lo que es necesario abordarlo desde diferentes perspectivas culturales, sociales, económicas y políticas. Pero no es menos cierto que la realización de acciones violentas puede provocar una reacción desproporcionada del Estado que justifica esas acciones o provoca la reacción popular, cuestiones que alientan su supervivencia. Todas estas circunstancias están presentes en el caso español, por lo que una de las claves para entender la perduración del fenómeno violento en nuestro país, que será motivo de una atención especial, se encuentra en la respuesta que desde el poder se dio a este tipo de acciones.

    Por otro lado, el presente libro trata de diferenciar y clarificar los diversos tipos de violencia que tuvieron lugar en este periodo, ya no sólo en su tipología: violencia revolucionaria, política, laboral, propaganda por el hecho, terrorismo..., sino también, y quizá más importante, en las causas que motivaron cada una de estas manifestaciones. En la actualidad tendemos a tildar de terrorismo cualquier acto violento, en gran medida, arrastrados por el convencimiento generalizado de que no existe peor insulto que el de terrorista, ni actuación más despreciable que el terrorismo. Sin embargo, aunque toda actuación terrorista es violenta, no toda violencia es terrorismo. En el mismo sentido, los historiadores, a veces, utilizamos palabras del presente que, sacadas de contexto, pueden dificultar el entendimiento de lo sucedido en determinados momentos de la historia. Asuntos que serán motivo de reflexión y análisis en el presente libro.

    Por último, pretendo analizar, a la luz de nuevas pruebas documentales, los principales atentados ocurridos en España entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX. Para ello he consultado una veintena de archivos, tanto nacionales como extranjeros, con resultado dispar, pero siempre interesante para el fin de la investigación. A este respecto conviene señalar la dificultad con que topamos los investigadores a la hora de acceder a documentos relacionados con instituciones y organismos del Estado español que deberían encontrarse en archivos de la policía, el ejército, gobiernos civiles y ministerios. Por ejemplo, los archivos del Gobierno civil y Capitanía General de Barcelona no conservan, según señalaron sus responsables, ningún documento relacionado con tan importante tema; lo mismo se puede decir de los informes de la policía española de este periodo, que debieron ser ingentes, pero que hoy en día son inexistentes en los archivos de esta institución. Situación que contrasta con la accesibilidad y abundancia de documentación de la policía francesa ubicados en el Archivo de la Prefectura de Policía y el Archivo Nacional, ambos en París.

    Los asuntos que abordo en la presente investigación suceden en el marco de importantes cambios políticos ocurridos en España en este periodo, como la revolución septembrina, la Primera República y el régimen de la Restauración, que condicionaron el devenir de acontecimientos, personas y grupos políticos. Entre ellos tiene una importancia especial para este trabajo la evolución del anarquismo desde el inicio de la Primera Internacional en España hasta la Semana Trágica. Se trata de conocer y analizar los diferentes caminos y estrategias que emprendieron los anarquistas con el objeto de extender su ideología. Pero he considerado interesante hacerlo, a diferencia de otros trabajos, desde el prisma de los propios anarquistas, es decir, utilizando de forma preferente sus acuerdos en congresos, sus folletos, sus discursos en mítines y, principalmente, sus publicaciones. Este libro no pretende analizar esos momentos históricos tan sobresalientes, sino conocerlos principalmente desde el punto de vista anarquista, con el objetivo de entender sus planteamientos y evolución. Circunstancias que pueden explicar cómo el anarquismo español, lejos de conformar su propio universo ideológico alejado de influencias extranjeras, es deudor tanto de las ideas bakunistas, como de los acontecimientos que sucedieron en nuestro país.

    El libro se divide en cinco capítulos que se ordenan de forma cronológica. El primero aborda la constitución en España de los primeros grupos internacionalistas y el predominio de una ideología de tendencia anarquista en el movimiento obrero español. Son motivo de una especial atención: la formación de las primeras organizaciones obreras, su actuación en la clandestinidad y la aparición de una doctrina de la violencia que marcó al movimiento libertario a lo largo de su historia. El segundo y tercer capítulo entran de lleno en el periodo por excelencia de la violencia anarquista caracterizada por la propaganda por el hecho. La descripción y análisis del contexto en el que surgieron los principales atentados da paso a una exposición exhaustiva y analítica de acciones tan espeluznantes como el atentado del Teatro del Liceo y el de la procesión del Corpus de la iglesia de Santa María del Mar, en Barcelona. Una atención especial merece el proce­­so de Montjuich, el asesinato del presidente del gobierno, Cánovas del Castillo, y la actuación represiva del Estado. En ambos capítulos, se analiza la influencia de la represión en el discurso anarquista, el importante papel de la prensa en la cultura libertaria y se reflexiona sobre la terminología que debe utilizarse para referirse a estos atentados y a sus autores. El capítulo cuarto trata sobre el cambio de rumbo que tanto autoridades como anarquistas imprimieron a sus acciones en los primeros años del siglo XX. El inicio de la centuria, además, vino marcado por los intentos de magnicidio, en primer lugar, contra el presidente del gobierno, Antonio Maura, y, más adelante, contra el rey Alfonso XIII. Se realiza un estudio detallado de estos atentados, así como del apogeo republicano en este periodo en Barcelona y su colaboración con los anarquistas. Por último, el capítulo quinto aborda uno de los periodos más oscuros del terrorismo en España, pues las bombas explotaban de forma indiscriminada en Barcelona matando a personas de condición humilde sin que nadie reivindicara los atentados. Aunque la historiografía siempre ha considerado que estas acciones fueron obra de anarquistas, este capítulo los analiza sin apriorismos a la busca de otros posibles autores.

    Cualquier investigación histórica parte del trabajo previo de otros historiadores, que aparecen en las páginas anteriores y en la bibliografía, que quiero reconocer y agradecer. De una forma especial quiero recordar a la profesora Clara E. Lida por la atención que siempre me ha dispensado y señalar la importancia que sus refle­xiones y críticas tienen en mis investigaciones. En el mismo sentido, quiero hacer una mención especial para mi amigo y compañero Juan Avilés, con quien, además de compartir buena parte de la información obtenida en la multitud de archivos que hemos visitado juntos, he mantenido conversaciones apasionantes sobre estos te­­mas que me han servido para recapacitar y madurar muchas de las ideas expuestas. Agradecimiento que quiero hacer extensivo al resto del equipo incluido en el proyecto de investigación, las profesoras y amigas Susana Sueiro y Lucía Rivas, así como a los compañeros del Departamento de Historia Contemporánea de la UNED. Como agradecer, una vez más de forma especial, al profesor y también amigo José Mª Marín su ayuda en mi labor docente e investigadora; sus opiniones y críticas, siempre interesantes, me han ayudado a mejorar el presente trabajo.

    Quisiera agradecer, igualmente, la labor del personal de todos los archivos que he visitado. Cualquier investigador sabe de la importancia de su trabajo. De todas formas deseo tener un recuerdo destacado para Mar González Gilarranz, Carlos Javier Puente de Mena y Enrique Gallego Lázaro del Archivo General Militar de Segovia, cuya colaboración ha sido excepcional; así como por los encargados del Instituto Internacional de Historia Social de Ámsterdam y, en concreto, para mi amigo Kees Rodemburg.

    Así mismo, quiero dar las gracias a la editorial Los Libros de la Catarata, en especial a Gabriela Pérez del Pulgar y Mercedes Rivas, por su inestimable colaboración e interés en la publicación de este libro.

    Por último, quiero señalar que este trabajo ha sido posible gracias al proyecto de investigación subvencionado por el Ministerio de Educación y Ciencia HUM2007-62394/HIST.

    notas

    1. Gerald Brenan: El laberinto español. Antecedentes sociales y políticos de la guerra civil, Ruedo Ibérico, París, 1962; Eric Hobsbawm: Rebeldes primitivos: estudio sobre las formas arcaicas de los movimientos sociales en los siglos XIX y XX, Barcelona, Ariel, 1959.

    2. Véase Javier Paniagua: Una gran pregunta y varias respuestas. El anarquismo español: desde la política a la historiografía, Historia Social, nº 12, invierno, pp. 31-57.

    3. Clara E. Lida: Anarquismo y revolución en la España del siglo XIX, Siglo XXI, Madrid, 1972; Joseph Termes: Anarquismo y sindicalismo en España (1864-1881), Crítica, Barcelona, 2000; José Álvarez Junco: La ideología política del anarquismo español (1868-1910), Siglo XXI, Madrid, 1976.

    4. Ángeles Barrio Alonso: El anarquismo asturiano. Entre el sindicalismo y la política, 1890-1920; Pere Gabriel: Propagandistas confederales entre el sindicato y el anarquismo. La construcción barcelonesa de la CNT en Cataluña, Aragón, País Valenciano y Baleares; Antonio López Estudillo: El anarquismo español decimonónico, en Ayer, nº 45, 2002.

    5. Javier Paniagua: La larga marcha hacia la anarquía. Pensamiento y acción del movimiento libertario, Síntesis, Madrid, 2008; Julián Casanova: Tierra y Libertad. Cien años de anarquismo en España, Crítica, Barcelona, 2010.

    6. Rafael Núñez Florencio: El terrorismo anarquista, 1888-1909, Siglo XXI, Madrid, 1983; Joaquín Romero Maura: La romana del diablo. Ensayos sobre violencia política en España, Marcial Pons, Madrid, 2000; Antoni Dalmau: El procès de Montjuïc. Barcelona a final del segle XIX, Base, Barcelona, 2010.

    7. Eduardo González Calleja: La razón de la fuerza. Orden público, subversión y violencia política en la España de la Restauración (1875-1917), CSIC, Madrid, 1998; Juan Avilés: Francisco Ferrer y Guardia. Pedagogo, anarquista y mártir, Marcial Pons, Madrid, 2006.

    CAPÍTULO 1

    DEL INTERNACIONALISMO A LOS GRUPOS DE ACCIÓN

    El 28 de septiembre de 1864 en el St. Martin’s Hall de Londres se fundaba la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT). Era el fruto de la evolución del asociacionismo obrero a lo largo del siglo XIX, que culminaba en los contactos entre organizaciones británicas y francesas junto con exiliados de otros países que en esos momentos se encontraban en la capital inglesa. De entre todos los reunidos sobresalía la figura de Karl Marx, quien redactó los estatutos de la nueva organización y el manifiesto inaugural. La Internacional señalaba que la emancipación del proletariado tenía que ser obra de los propios trabajadores y que el fin de la Asociación era la conquista del Estado¹.

    La Internacional celebró congresos en los años siguientes en diferentes ciudades europeas: Ginebra, 1866; Lausana, 1867; Bruselas, 1868 y Basilea, 1869. Los acuerdos alcanzados fomentaban las movilizaciones e impulsaban la difusión y afiliación a la nueva organización, al tiempo que defendían las cooperativas de producción, la defensa de la propiedad colectiva de la tierra y de los medios de producción industrial. La actividad internacionalista se cumplimentaba con campañas sobre asuntos que preocupaban de forma especial a los trabajadores como las condiciones laborales de las mujeres y niños o la jornada de 8 horas.

    Los enfrentamientos en el seno de la Internacional fueron una constante desde su fundación. En primer lugar, entre los seguidores de Pierre Joseph Proudhon y Karl Marx. Mientras que los primeros defendían la pequeña propiedad, la organización de cooperativas de producción y la obtención de préstamos sin interés en un Banco del Pueblo; los segundos promovían una actuación más revolucionaria mediante la propiedad colectiva de los medios de producción, planteamiento que, a la postre, fue aprobado por la organización.

    Más adelante el enfrentamiento se reprodujo entre Marx y otro de los principales ideólogos del anarquismo, el ruso Mijail Bakunin, que participó por primera vez en el Congreso de Basilea de 1869. La discusión se centró en el derecho de herencia. Mientras que el revolucionario ruso consideraba imprescindible su abolición para alcanzar la sociedad sin clases, el alemán prefería gravarle con un fuerte impuesto. Ninguna de las dos posturas obtuvo la mayoría necesaria, pero desde este momento la relación entre ambos fue imposible. Los planteamientos ideológicos de los seguidores de Marx, conocidos como los autoritarios, y los de Bakunin, los antiautoritarios, eran radicalmente opuestos. Mientras que los primeros defendían la lucha política y la conquista del Estado; los segundos se oponían a la implicación de los trabajadores en la política y, en lugar de la conquista del Estado, querían su destrucción. Diferencias que se extendían al modelo de organización: uno centralizado, el otro federal y autónomo. Enfrentamiento que, de todas formas, parecía extenderse más allá de los planteamientos ideológicos, como queda patente en la carta que Friedrich Engels envió a su amigo Marx en julio de 1869: El gordo Bakunin está detrás de todo, esto es evidente. Si este maldito ruso piensa realmente, con sus intrigas, ponerse a la cabeza del movimiento obrero, debemos evitar que pueda hacer daño².

    En septiembre de 1868, el año anterior al Congreso de Basilea, en España había triunfado la Gloriosa. Revolución que, a diferencia de proclamas anteriores, había contado con una fuerte participación de las masas populares. Esta intervención provocó que los acontecimientos posteriores tomaran una dimensión diferente a la prevista por sus dirigentes —miembros de la pequeña y mediana burguesía— y que el nuevo periodo, conocido como el Sexenio revolucionario, circulara por derroteros mucho más procelosos. La reina, Isabel II, tuvo que abandonar el país y el general Serrano se hizo cargo de la regencia hasta la llegada del nuevo rey. Mientras, las Cortes Constituyentes aprobaron una nueva Constitución en junio de 1869, que puede ser considerada liberal radical, en oposición al liberalismo moderado predominante en el inmediato periodo isabelino. El texto reconocía, de forma excepcional hasta ese momento, entre otros, los derechos de libertad personal, religiosa, de enseñanza, imprenta, reunión y afiliación. La elección de un nuevo monarca para España recayó sobre Amadeo de Saboya que llegaba a Madrid a principios de 1871.

    En medio de este nuevo ambiente de libertades, el italiano Giuseppe Fanelli, miembro de la bakunista Alianza Internacional de la Democracia So-­cialista, se desplazaba a nuestro país en noviembre de 1868 para extender los principios revolucionarios y organizar la sección española de la AIT. Lo cierto es que tanto los objetivos del viaje como los encuentros que celebró tuvieron cierta dosis de confusión no exenta de ambigüedad. Según Anselmo Lorenzo, uno de los asistentes a la reunión celebrada en Madrid, el delegado hablaba en francés y en su lengua materna, idiomas que ninguno de los presentes dominaba. Aunque parece ser que la expresividad de Fanelli y ciertos conocimientos de francés de alguno de los presentes facilitó la comunicación: [Fanelli era] hombre como de cuarenta años, alto de rostro grave y amable, barba negra y poblada, ojos grandes negros y expresivos, según los sentimientos que le dominaban. Su voz tenía un timbre metálico y era susceptible de todas las inflexiones apropiadas a lo que expresaba, pasando rápidamente del acento de la cólera y de la amenaza contra explotadores y tiranos, para adoptar el del sufrimiento, lástima y consuelo, según hablaba de las penas del explotado, del que sin sufrirlas directamente las comprende o del que por un sentimiento altruista se complace en presentar un ideal ultrarrevolucionario de paz y fraternidad³.

    Además de los problemas de entendimiento, todo indica que hubo cierto equívoco entre qué principios fueron los divulgados por Fanelli, si los de la Alianza o los de la Internacional. El italiano, diputado en el parlamento transalpino perteneciente al ala más radical del republicanismo, había venido a España, según señala Lorenzo, como delegado de la Alianza y con la pretensión de constituir una sección de la AIT. Se puede decir que el equívoco partía de los planteamientos de Bakunin y su propensión a organizar sociedades que impulsaran la revolución. El ideólogo ruso pensaba que para conseguir la emancipación del pueblo no era necesario únicamente su educación, sino que había que empujarlo a la acción y guiarlo, por lo que defendía la actuación prioritaria de un grupo reducido y fuertemente concienciado.

    En consecuencia, Bakunin puso en marcha diferentes organizaciones, en muchos casos secretas, como la Fraternité Internationale o la Alianza In­­ternacional de la Democracia Socialista, de la que era miembro Fanelli. Esta Alianza provenía de una Liga de la Paz y la Libertad a la que pertenecía Bakunin junto a personajes como Victor Hugo, Stuart Mill o Giuseppe Garibaldi, y que pretendía la unidad de Europa bajo un gobierno republicano. Bakunin abandonó la Liga, en septiembre de 1868, por estimar que sus objetivos no cubrían sus expectativas revolucionarias. Fue tras este abandono cuando el revolucionario ruso creó la Alianza. Su pretensión era que esta nueva organización entrara a formar parte de la AIT como la expresión política de los intereses y principios de la Internacional. Así lo presentó ante el Consejo General de la Internacional en diciembre de 1868, es decir, un mes después de que Fanelli recalara en el puerto de Barcelona. Aunque la propuesta fue desestimada, el italiano lo ignoraba durante su viaje, de ahí que cuando presentó los resultados de su actuación en España ante la sección ginebrina de la Alianza, ésta señalara su desconocimiento sobre qué organización de las dos era la que había intentado propagar. Seguramente Fanelli no considerara necesario hacer ninguna diferenciación sustancial entre ambas al pensar que la Alianza, como indicaba su acta fundacional, estaba fundida en la AIT. Por su parte, Bakunin, ante la decisión del Consejo, decidió disolver la Alianza, por lo menos de forma pública, en junio de 1869, aunque la mantuvo como organización secreta. La Alianza rechazaba la acción política que no sirviera como objetivo inmediato y directo al triunfo de los trabajadores sobre el capital, defendía la desaparición de los Estados para conformar una unión universal de asociaciones libres al tiempo que rechazaba el patriotismo, se declaraba atea y aspiraba a la igualdad política, económica y social de las clases y las personas de ambos sexos⁴.

    Así que los asistentes a las reuniones participaron de esta confusión y constituyeron secciones indistintamente de ambas organizaciones en nuestro país. De todas formas, esta circunstancia no tuvo una importancia determinante para la extensión del anarquismo en España, pues su preponderancia hunde sus raíces en cuestiones políticas, económicas, sociales y culturales, que se irán desgranando en las páginas siguientes. De hecho, cuando el yerno de Marx, Paul Lafargue, vino a España dos años más tarde no pudo cambiar el sentir mayoritario de la clase obrera española que se inclinaba decididamente hacia planteamientos anarquistas.

    Fanelli viajó a Madrid a principios de noviembre de 1868 donde se reunió durante varios días, entre otros, con Ángel Cenegorta, de profesión sastre, Francisco Mora, zapatero, Julio Rubau Donadeu, litógrafo, Tomás González Mo­rago, grabador, y Anselmo Lorenzo, litógrafo, que crearon el primer foco de la Internacional en la capital en enero de 1869. Al mes siguiente, Fanelli volvía a la Ciudad Condal donde mantuvo un encuentro con personajes como José Luis Pellicer, dibujante, Rafael Farga Pellicer, tipógrafo, Gaspar Sentiñón, médico, y García Viñas, estudiante de medicina, que constituyeron el primer núcleo de la AIT en Cataluña en mayo de 1869. La mayoría de los componentes de ambos grupos estaban vinculados con partidos republicanos, entre ellos dos de sus principales dirigentes, Farga Pellicer y González Morago, que defendían la acción política para la instauración de un régimen republicano federal junto con una posición societaria y cooperativista, lo que implicaba la defensa de posiciones moderadas en asuntos sociales⁵. Sin embargo, varias cuestiones van a afectar a estos primeros internacionalistas españoles que sufrieron una rápida transformación en sus planteamientos ideológicos. Por un lado, la dinámica de acción en las secciones de la Internacional y, sobre todo, de la Alianza, donde los continuos contactos con Bakunin y sus seguidores suizos y belgas incitaban a una posición más radical y hasta anarquizante para la consecución de la revolución social. Revolución social que, a diferencia de la política, implicaba un cambio radical en las relaciones socio-económicas que se implantarían con la llegada de la nueva sociedad. Es decir, este planteamiento no significaba un cambio limitado a la toma del poder político, sino que consistía en una profunda transformación social. La nueva sociedad estaría basada en la armonía entre los hombres, lo que implicaría la desaparición de patrias y guerras y el reconocimiento de la hermandad mundial; sería el fin del egoísmo y de la maldad, de la distinción entre clases al no existir la propiedad privada ni el dinero, y de la extinción de instituciones que, como la policía, el ejército y la magistratura, regían la sociedad burguesa; revolución que daría paso a una sociedad libre e igualitaria, en definitiva una sociedad anarquista.

    Por otro lado, la evolución de estos primeros internacionalistas fue consecuencia también del devenir de los acontecimientos en España, que provocaron la desconfianza y facilitaron la crítica de la actividad política por parte de los elementos más anárquicos. En efecto, las Juntas Revolucionarias creadas en la revolución septembrina exigían, además de

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