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Historia del anarquismo en España
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Libro electrónico227 páginas3 horas

Historia del anarquismo en España

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El anarquismo ha sido un elemento innegable de la cultura política española de los últimos dos siglos. Los “ideales” que lo sustentaron fueron definiendo un movimiento complejo, poliédrico, contradictorio y con un gran potencial disgregador que supo encontrar su unidad. Tanto por sus dimensiones como por su pervivencia en el tiempo, tuvo en España un desarrollo excepcionalmente fuerte, gracias al sindicalismo revolucionario, que le dio protagonismo al transformarse en movimiento de masas. Este libro recorre los hitos principales de un movimiento con una larga tradición de desconfianza hacia la política parlamentaria y que fue capaz de arropar a su militancia con una cultura propia que supo construir al margen del Estado. Laura Vicente reflexiona sobre la posibilidad de que el anarquismo subsista a partir de unas ideas que son una amalgama de actitudes antidogmáticas inspiradas en la libertad pura y que pueden aportar su estela a los nuevos movimientos que luchan contra el pensamiento único.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 dic 2023
ISBN9788413528700
Historia del anarquismo en España
Autor

Laura Vicente Villanueva

Doctora en Historia por la Universidad de Zaragoza, máster en “Estudis de la Dona” por la Universidad de Barcelona y catedrática de Historia de enseñanza secundaria. Es especialista en historia social e historia de la mujer y autora de los libros Sindicalismo y conflictividad social en Zaragoza (1916-1923) (1993); Teresa Claramunt (1862-1931). Pionera del feminismo obrerista anarquista (2006); Aproximación a Mujeres Libres. Pròleg i Antecedents de Mujeres Libres (2008), y el capítulo “Rafaela Torrents. Los ‘poderes’ de una mujer de clase acomodada en la Cataluña decimonónica”, en el libro La participación de las mujeres en lo político. Mediación, representación y toma de decisiones (2011). Ha publicado diversos artículos en revistas especializadas como Historia Social, Cercles, Arenal o Arraona.

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    Historia del anarquismo en España - Laura Vicente Villanueva

    INTRODUCCIÓN

    Hacer una obra sobre el anarquismo en España no resulta fácil como consecuencia de la extraordinaria variedad y diversidad del objeto de estudio. Pretender abarcar toda la historia del anarquismo en una obra de divulgación resulta ambicioso y osado, mucho más si añadimos a la com­­plejidad organizativa y política del movimiento, la idea de que su arraigo en España es anómalo. Las peculiaridades que siempre han rodeado a este movimiento convierten el acto de escribir en un auténtico acto de reflexión para comprender su verdadera dimensión histórica. Pensar el anar­­quismo implica siempre un esfuerzo de objetividad extra por lo mucho que se ha manipulado y se ha cargado de contenido negativo la propia palabra anarquía, que ha acabado significando en el lenguaje corriente: caos y desorden. La síntesis a la que obliga un trabajo de divulgación da protagonismo al enfoque con que se encara la obra y este no ha querido recorrer todos los acontecimientos históricos siendo escrupulosa con el devenir del tiempo histórico, sino que ha primado la comprensión de los aspectos que he considerado claves para discernir el objeto de estudio. Por lo demás, estamos ante uno de los temas de la historia reciente que más atención despierta tras la guerra civil.

    La historiografía ha mostrado dificultades para alejarse de los perfiles tópicos del anarquismo, que han ido desde la leyenda de honradez, sacrificio y combate, de la historia hecha desde la perspectiva anarquista, a la imagen de violencia que le han achacado sus enemigos. La pretensión de este estudio es huir de esas imágenes exageradas, al igual que de los análisis que tildan el anarquismo de milenarista y primitivo desde la obra de Eric J. Hobsbawm, Rebeldes primitivos (1959), que recogía, además, la inspiración romántica de G. Brenan y su El laberinto español (1943, publicado en español en 1962). Las posiciones de los anarquistas andaluces son consideradas por Hobsbawm como ejemplo de rebeldía espontánea y primitiva, no política y milenarista en comparación con los movimien­­tos comunistas considerados como el estadio superior y avanzado de organización revolucionaria. Esta interpretación resulta cuando menos incompleta e insatisfactoria para el conjunto del movimiento libertario español, ya que los anarquistas del sur estaban más cercanos a sus com­­pa­­ñeros del resto del país que a cualquier movimiento primitivo de zonas igualmente atrasadas. Por más que el mi­­lena­­rismo pueda explicar la capacidad anarquista de enraizar en la cultura de sectores de las clases populares del sur español, no es capaz de explicar la habilidad para sostener un movimiento sindical y dar respuestas revolucionarias a situaciones cambiantes (Tavera, 2002: 22-23).

    Cierto es que la historiografía contemporánea espa­­ñola hasta el fin de la dictadura franquista, con la excepción de algunos oasis dispersos, era un auténtico desierto inexplorado (Casanova, 1991: 160). En los años setenta se abrió un proceso de asimilación de modas y corrientes historiográficas surgidas en otros países que determinaron versiones simplificadoras y esquemáticas de los modelos originales. Una de las vías de renovación historiográfica que se abrió, desde mediados de los años sesenta en España, fue la historia propiamente social. Aun cuando supuso una gran renovación poner en el centro de la narración histórica a las clases desposeídas, condujo a grandes deformaciones al centrarse básicamente en una historia de las organizaciones obreras, descriptiva y repleta de preconcepciones no explícitas (Casanova, 1991: 164). Pese a algunos aspectos negativos que ha podido tener la historiografía del movimiento obrero español de los años finales del franquismo y los inicios de la democracia, no podemos olvidar que historiadores como M. Tuñón de Lara, C. Martí, J. Termes, A. Elorza, J. Álvarez Junco y muchos otros permitieron sentar las bases sobre las que se pudieron construir monografías que completaron, reconstruyeron o revisaron sus investigaciones. El anarquismo es una de esas investigaciones sometida a constante revisión y este trabajo de síntesis pretende acercarse y, en la medida de lo posible, dar respuesta a los interrogantes historiográficos recientes: los procesos de formación, las etapas fundamentales en la evolución del movimiento y las características de los principales núcleos del movimiento libertario, sin olvidar la importancia que las individualidades llegaron a tener en un movimiento que se pretendió sin líderes.

    Los objetivos principales de este libro son establecer una relación clarificadora entre los ideales y las prácticas llevadas a cabo por individualidades y masas po­­pulares. La heterogeneidad y diversidad del anarquismo fue generando unas dinámicas que llevaron la llama del ideal anarquista a germinar en un movimiento de masas que alcanzó un poder social y político, especialmente en Cataluña, convirtiendo Barcelona en La Rosa de Fuego, denominación con la que era conocida la capital del anarquismo en Europa a principios del siglo XX. En definitiva, ochenta años desde la llegada de Giuseppe Fanelli, enviado por Bakunin, en noviembre de 1868, hasta el exilio, en los primeros meses de 1939, y su participación en la resistencia contra el franquismo. El anarquismo entró a partir de ese momento en una auténtica travesía del desierto que no acabó con la dictadura, desmembrando el potente movimiento organizativo que construyó antes de la guerra civil, en meros rastros que se pueden detectar aquí y allá en la actualidad.

    Antes de que el anarquismo lograra arrastrar a sectores populares diversos sin los que nunca hubiera llegado a ser un movimiento de masas, mostró cierta flexibilidad para confluir con otras ideologías heterodoxas como el espiritismo, la masonería, el feminismo y el republicanismo. Esta confluencia con el librepensamiento, movimiento capaz de activar a amplios sectores populares en la última década del siglo XIX por encima de cualquier organismo sindical o político, se producía con cierta facilidad porque el anarquismo, en sus orígenes, se encontraba unido a las luchas demócratas, en especial a las republicanas, pero también porque el anarquismo no tenía un cuerpo doctrinario definido y acabado y eso hacía más factible la aceptación de cualquier heterodoxia social, sobre todo si coincidía con una época de crisis en el movimiento anarquista (Vicente, 2005: 37-38).

    Pero fue la importancia del anarcosindicalismo lo que dio protagonismo a unas minorías anarquistas que, si no hubiera sido por el sindicalismo, nunca hubieran tenido la centralidad que alcanzaron en España. Hasta esa conversión en anarcosindicalismo, España tuvo unas tendencias en el asociacionismo obrero similares a otros países como Francia o Italia.

    La diversidad del movimiento libertario no se perdió cuando se produjo la transformación del anarquismo en un encuadramiento sindical más formal y disciplinado con la CNT (1917-1921 y 1931-1937, especialmente), por ello será un objetivo fundamental de este libro conocer sus diversas manifestaciones. Tendrán cabida en ese uni­­verso de multiplicidad poliédrica que es el anarquismo, re­­ferencias a algunas de sus individualidades destacadas (procurando que la presencia de las mujeres no nos dé la visión de un anarquismo y anarcosindicalismo exclusivamente masculinos); la violencia por la que ha sido, y es, criminalizado el anarquismo; la labor ideológico-cul­­tural que creó canales de comunicación e información y desarrolló una red cultural alternativa; dentro de esa la­­bor cultural, la formación de núcleos de ocio como el naturismo, el vegetarianismo, el esperantismo, los grupos de teatro, los corales, etc.

    Esta diversidad que, generalmente, no rompió la unidad, sumada a la complejidad de las dinámicas sindicales, hizo difícil el equilibrio en el seno del movimiento libertario. Los sectores anarquistas contrarios al sindicalismo se sintieron incómodos ante la utopía del contrapoder sindical que sustituiría el orden social burgués. Anar­­quistas y componentes de los grupos de acción que desarro­­llaron la propaganda por el hecho y/o la gimnasia revolucionaria a través del insurreccionalismo comprometieron, con su impaciencia, el tiempo revolucionario del sindicalismo. Estos y otros enfrentamientos reflejaban la pugna alrededor de la mencionada pluralidad y sus correspondientes proyectos utópicos. La unidad fue siempre difícil e inestable y conllevaba un gran potencial desmembrador, pese a ello la unidad se mantuvo. Existía un cemento común que los unía frente al exterior: el enfrentamiento a la política y el Estado y la acción directa contra el capital (Tavera, 2002: 31). Aclarar cómo fue posible dicha unidad a lo largo de este periodo de germinación y florecimiento de la llama del ideal es otro objetivo de este libro.

    Tras la guerra civil, el anarquismo y el sindicalismo entraron, después de unos años de resistencia que provocaron exilio, detenciones y cárcel, en una etapa de desorganización en que salvar la memoria de lo ocurrido y rescatar la cultura libertaria de los intentos de eliminación del franquismo se convirtió en objetivo prioritario. Mientras tanto, el país y el mundo cambiaron y la inadaptación a las nuevas realidades se puso de manifiesto en los años de la transición (1975-1982) con el resurgimiento de las divisiones en un momento de extrema debilidad tras cuarenta años de dictadura. Como movimiento sindical, las dos organizaciones que se consideraban herederas del anarcosindicalismo (CNT y CGT) no han pasado de ser sindicatos minoritarios, sin embargo, muchas ideas de raíz anarquista (asamblearismo, acción directa, antipoliticismo, cuestionamiento de instituciones como el propio Estado por su limitación de la libertad individual y/o colectiva, etc.) resurgen en el siglo XXI en explosiones de protesta que se estigmatizan, desde el poder político y los medios de comunicación, con el sambenito de la violencia y la acusación de ser antisistema.

    Tratándose de un libro de divulgación necesariamente breve, la metodología combinará un cierto ritmo cronológico con la selección de aquellos elementos que pueden esclarecer mejor la idiosincrasia del movimiento y de las individualidades rebeldes que hicieron atractivas unas ideas que, en otros países de Europa, eran residuales y minoritarias desde las dos primeras décadas del siglo XX.

    CAPÍTULO 1

    El universo del ‘ideal’ ácrata

    El ‘ideal’ y la crítica de la sociedad existente

    Sin afirmar que los movimientos sociales hayan sido el resultado de las ideas, el discurso ideológico y su manera de asimilarlo en la práctica, ayuda a esclarecer y comprender las características del movimiento de masas que encabezó el anarquismo en España durante los ochenta años transcurridos entre 1868 y el final de la guerra civil en 1939. Descodificar cómo se entrelazaron influencias ideológicas diversas para conformar el universo del ideal ácrata puede ayudar a comprender la diversidad y, a la vez, el cemento que unió dicho pluralismo. Si tenemos en cuenta la riqueza de matices del anarquismo como ideal y como movimiento social, convendrá partir del hecho de que no es un todo cerrado, sino diverso y poliédrico. La propia actitud libertaria, adogmática, atenta a evitar toda teoría rígidamente sistemática y su insistencia en la libertad de elección individual, propiciaban una enorme gama de puntos de vista (Woodcock, 1979: 19). Efectivamente, el anarquismo español no llegó a tener nunca un cuerpo doctrinario perfectamente definido y monolítico; esta ausencia permitió que aparecieran diversos modos de entenderlo; por otro lado, se trata de un movimiento que dependió mucho de la influencia de las ideas que venían de otros países, especialmente desde Francia. Esta ideología alcanzó, sin embargo, mayor coherencia en la acción. Pese a la ausencia de grandes pensadores, mantener viva la llama del ideal fue una misión que todos asumieron como primordial y que en tiempos difíciles, decía Federica Montseny, quedó en manos de vestales del ideal, mujeres que, cual si fueran sacerdotisas de la antigua Grecia, dedicaron sus esfuerzos a mantener vivos los ideales (Montseny, 1930: 397-399).

    En el universo del ideal ácrata hay algunas ideas que, aunque son heredadas, el anarquismo las hizo suyas y las llevó más lejos, convirtiéndolas en señas de identidad originales. La libertad es una de estas ideas que se transformó en el cimiento sobre el que se asentó toda la estructura de su propuesta política. Como se ha señalado, esta idea no era ajena a otras corrientes culturales y filosóficas que influyeron en la doctrina anarquista, como es el caso de la corriente romántico-liberal, pero se adhirió de tal manera a este movimiento, que designó a sus partidarios como libertarios y este concepto se convirtió en sinónimo de anarquismo. No están ausentes autores que en la primera mitad del siglo XIX propusieron, desde lo que Engels denominó como socialismo utópico, proyectos para solucionar los efectos devastadores de la Revolución industrial en la clase obrera. Estos tempranos socialistas (de Fou­­rier a Owen, pasando por Proudhon como principal an­­tecedente del anarquismo) contribuyeron a la formación de la corriente anarquista de la segunda mitad del siglo XIX. Proudhon afirmaba que en la idea de gobierno estaba engarzado el deseo de los seres humanos de ser ellos mismos los que se autogobernaran y alcanzaran la libertad, el objetivo primordial era cómo ser más libres y, por tanto, tenía que conseguirse el equilibrio entre la vida en sociedad y la libertad individual. La obra de Pierre-Joseph Proudhon (1809-1865) tuvo repercusión en España al ser divulgada por el republicano federal Pi i Margall y dio pie a que sus tesis sirvieran como elementos originarios a partir de los cuales Bakunin, Kropotkin, Malatesta y otros pensadores desarrollaron sus planteamientos respecto a la libertad y a otros aspectos (Paniagua, 2008: 356-357).

    La libertad, desde los orígenes del anarquismo, fue entendida como libertad individual, lo que implicaba actuar según los dictados de la propia voluntad. Mijaíl Bakunin (buen conocedor de Kant) consideraba que el ser humano nunca era un medio, sino un fin en sí mismo, que tenía el derecho inalienable de buscar la verdad a través de la libertad (Paniagua, 2008: 310). Para consolidar la idea de la libertad individual era precisa la muerte de lo absoluto, es decir, de cualquier principio trascendente superior, sea este Dios, el rey, el Estado, la nación o cualquier otro. La libertad individual se convirtió así en la única realidad existente, el Único de Stirner, y por encima de él no existía ningún tipo de construcción que justificara su limitación. La soberanía individual (capacidad de poder de cada persona sobre su propio presente y destino), de­­sarrollada por el anarquismo individualista, era la clave para entender la defensa radical de la libertad individual.

    Los fundamentos teóricos del anarquismo individualista empezaron a formularse a partir de la década de 1840 en Alemania y Estados Unidos, destaca la obra ya citada del alemán Max Stirner (1806-1856), que escribió su obra más importante, El Único y su propiedad, en 1844. En esta obra su autor intentó destruir todo aquello que, con vocación de absoluto, realizaba una lectura de la humanidad a partir de la propiedad —y el egoísmo— de sus individuos. Solo admitía relaciones entre individuos a partir del concepto de la unión de egoístas, una precaria asociación entre personas cuyo objetivo exclusivo consistía en multiplicar el bienestar propio (Diez, 2007: 33-34). Solo existían individuos diferentes con sus propios deseos y su voluntad egoísta frente a los demás; toda norma, escrita o no, defendida por las instituciones con poder coactivo, tenía una naturaleza alienante, puesto que trataba siempre de limitar la libertad. La política era el instrumento a través del cual se trataba de educar a todo ciudadano en el sometimiento al Estado.

    En Estados Unidos, Henry David Thoreau (1817-1862), Josiah Warren (1798-1874) y Benjamin Rickerson Tucker (1854-1939) desarrollaron su aportación al anarquismo individualista insistiendo en la oposición por principio a toda autoridad y en la soberanía irrenunciable del individuo; esa libertad solo podía ser limitada por la frontera que separaba a cada individuo de la esfera de los derechos de los demás. El individualista norteamericano era, según Tucker, un liberal en lo que respecta a la reivindicación de la libertad del individuo y un anarquista por la presencia de la capacidad autorreguladora de cada persona, sin necesidad de nadie que vigile, piense o actúe por los demás. A diferencia de la libertad egoísta de Stirner, se trataba de una libertad liberal, en la que se garantizaba incondicionalmente la posibilidad de poseer, expresarse o creer, y en una ética social que nacía a partir de los derechos y deberes personales. Se establecía una especie de contrato liberal basado en la filosofía del vive y deja vivir en el que los individuos se relacionaban a partir de los derechos y deberes comunes y compartidos (Diez, 2007:

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