En busca de acuerdos literarios para un nuevo Chile
Es extrañamente apropiado y tal vez irónico que Chile vaya a celebrar este año –a pesar de una pandemia que está cuestionando drásticamente todos los paradigmas anteriores de comportamiento y relaciones humanas– el centenario de la muerte de Alberto Blest Gana (1830-1920), el novelista chileno más prominente del siglo XIX, un escritor sumamente tradicional y moralizador. De hecho, entendió su obra como una “alta misión” que “lleva la civilización hasta las clases menos cultas de la sociedad”, a la vez que denuncia “vicios” y enseña al público “ventajosas lecciones… en la defensa de sanos principios”. Es aún más paradójico que 100 años después de que Blest Gana falleciera, los mitos fundacionales de la nación que ayudó a imaginar y definir han sido destrozados por un vasto movimiento social liderado por jóvenes criados ni más ni menos que en las obras de este mismo autor.
Al igual que esos jóvenes que hasta hace poco copaban las calles de Chile, leí , la novela más famosa y popular de Blest Gana, en una escuela secundaria de Santiago, aunque eso fue a finales de la década más plácida de los cincuenta. Confieso que desconfié inmediatamente del protagonista homónimo, que, nacido en una empobrecida familia provinciana de clase media, se eleva socialmente en forma triunfal, venciendo todo tipo de adversidades hasta agenciarse el amor de la altiva, aunque brillante y sensible, hija de su aristocrático patrón en la ciudad capital. Me pareció demasiado noble, demasiado trabajador y serio, demasiado tediosamente inocente, a diferencia de su amigo romántico, Rafael San Luis,
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