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La generación fusilada: Memorias del nacismo chileno (1932-1938)
La generación fusilada: Memorias del nacismo chileno (1932-1938)
La generación fusilada: Memorias del nacismo chileno (1932-1938)
Libro electrónico924 páginas17 horas

La generación fusilada: Memorias del nacismo chileno (1932-1938)

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Este es un libro que exhibe por primera vez el testimonio de los jóvenes estudiantes y obreros de entonces, que recordarán con pasión y dolor, los entrañables momentos de su campaña política y la imagen dramática de sus líderes y amigos asesinados ese fatídico 5 de septiembre de 1938. Esta impresionante crónica, relata por primera vez, la historia completa del Movimiento Nacional-Socialista chileno fundado por Jorge González von Marèes.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 jun 2022
ISBN9789561126763
La generación fusilada: Memorias del nacismo chileno (1932-1938)

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    La generación fusilada - Emiliano Valenzuela C.

    320.5330983

    V161gValenzuela, Emiliano

    La generación fusilada: memorias del nacismo chileno (1932-1938)

    Emiliano Valenzuela.

    1ª reimp. de la 1a. ed. – Santiago de Chile: Universitaria, 2017.

    503 p.; 15,5 x 23 cm. – (Imagen de Chile)

    Incluye referencias bibliográficas.

    ISBN Impreso: 978-956-11-2550-6

    ISBN Digital: 978-956-11-2676-3

    1. Nacionalsocialismo - Chile.

    2. Movimiento Nacional Socialista de Chile.

    3. Masacre del Seguro Obrero, Santiago, Chile, 1938.

    I. t.

    © 2017, MAURICIO EMILIANO VALENZUELA CASTRO

    .

    Inscripción Nº 280.225, Santiago de Chile

    Derechos de edición reservados para todos los países por

    © EDITORIAL UNIVERSITARIA S.A

    .

    Avda. Bernardo O’Higgins 1050, Santiago de Chile.

    Ninguna parte de este libro, incluido el diseño de la portada,

    puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por

    procedimientos mecánicos, ópticos, químicos o

    electrónicos, incluidas las fotocopias,

    sin permiso escrito del editor.

    Texto compuesto en tipografía Times 10,5/ 14

    Se terminó de imprimir esta 1ª reimpesión de la

    PRIMERA EDICIÓN

    en los talleres de Salesianos Impresores S.A.,

    General Gana 1486, Santiago de Chile,

    en diciembre de 2017.

    DIAGRAMACIÓN

    Yenny Isla Rodríguez

    DISEÑO DE PORTADA

    Norma Díaz San Martín

    FOTOGRAFÍA DE PORTADA

    Archivo privado de la familia González Alliende

    www.universitaria.cl

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Este libro está dedicado a los muchachos masacrados por orden de Arturo Alessandri Palma el 5 de septiembre de 1938, como también a la memoria de sus compañeros de ideales, quienes no claudicaron en el recuerdo y homenaje.

    A Carlos Chávez Wahlen, mi gran amigo y hermano por siempre. A su padre, Domingo Chávez Vilches, quien, pese a los soldados caídos en el campo del honor, siempre siguió con la batalla. A Rodrigo Alliende, una parte de mi corazón. A Antonio Cabello, por estar presente en estos años todos los días. A Inés Bianchi de Lira, por la mística. A Florencia Thennet, mi amada Polilla, y a su abuela, doña Judith, la madre de todos. A Fernando Marcos Miranda y Carmen La negra Lazo. Al periodista y escritor Renán Valdés. A Juan Diego Dávila Basterrica, a Eliseo Garrido, a Vargas, Montes, Hernández y Pizarro, y a todos los que aparecen mencionados en este trabajo.

    Con amor y gratitud.

    E. V

    .

    SIGLAS

    ÍNDICE

    Prólogo

    Prefacio

    P

    RIMERA

    P

    ARTE

    G

    ÉNESIS DEL

    N

    ACISMO

    C

    APÍTULO

    I

    1. Contexto histórico

    2. República Socialista

    3. Nuevas ideas y soluciones

    4. El nacionalismo

    5. Los viejos partidos

    6. El marxismo

    Capítulo II

    1. Justificaciones de la germinación del nacismo

    Capítulo III

    1. La fundación: 5 de abril de 1932

    2. Los comienzos. Contra todas las banderas

    3. El nacismo y la Milicia Republicana

    Capítulo IV

    1. Jorge González von Marées

    2. El hombre

    3. El Jefe

    4. ¿Hubo, finalmente, una coherencia entre el hombre y el Jefe idealizado? Fernando Ortúzar Vial y René Silva Espejo. Levantamiento contra el Jefe

    Capítulo V

    1. Motivos de adhesión al movimiento

    Capítulo VI

    1. Las bases ideológicas

    Capítulo VII

    1. Fundamento autoritario: visión de mundo y propuestas políticas

    2. Espiritualismo y antimaterialismo

    3. Liberalismo

    Partidos políticos

    No intervención del Estado en el plano económico

    4. Marxismo

    5. Visión histórica de Chile: concepción del Estado portaliano, el resorte principal de la máquina

    6. Identidad

    7. Religión

    8. Propuestas del nacismo

    Socialismo nacista

    Corporativismo

    I. Acción precorporativa

    II. Acción corporativa

    Idea de nacionalismo y propuestas en el orden político, económico y social

    I. En el orden político general

    En materia constitucional

    En materia de administración pública

    II. En el orden económico

    En términos generales

    Nacionalismo económico

    III. Aspiraciones en política social

    IV. Aspiraciones en política cultural

    Capítulo VIII

    1. Nazismo y fascismo

    2. Las Juventudes Hitleristas

    3. La masonería

    4. Antisemitismo

    Capítulo IX

    1. Organización

    2. Órganos para la lucha

    3. Juventud Nacional Socialista

    4. Tropas Nacistas de Asalto

    5. Grupo Nacista Universitario

    6. Brigada Femenina Nacista

    7. Servicios, mutuales y conjuntos artísticos

    8. Servicio del Trabajo

    Capítulo X

    1. Trabajo. Diario de avanzada nacional

    2. Revista Acción Chilena

    Capítulo XI

    1. Uniforme

    2. Distintivos

    3. Los miércoles nacistas o Machitún

    4. El juramento

    5. El saludo

    6. El himno y otras canciones

    7. Bandera

    8. Credenciales

    Capítulo XII

    1. El cuartel general de Huérfanos 1540

    Capítulo XIII

    1. Expansión a lo largo del país

    2. Asambleas, giras y concentraciones

    El primer discurso público

    3. Concentraciones

    4. Concentraciones nacionales

    5. Expansión tras los sufragios

    S

    EGUNDA

    P

    ARTE

    U

    NA SANGRI ENTA ADAPTACIÓN

    Capítulo I

    1. El camino de la violencia

    2. Tres factores incidentes

    La oposición

    Partido Socialista

    Las Milicias Socialistas

    Partido Comunista

    Frente Único

    Partido Radical

    Frente Popular

    Alessandri

    Facultades extraordinarias

    Los brazos ejecutores del Gobierno

    La personalidad nacista

    Capítulo II

    1. Factores de cambio

    Fin de la primera etapa

    Comienza la guerra

    El primer mártir

    La muerte de Bastías

    Capítulo III

    1. Segunda etapa: la transición

    2. Adaptarse o desaparecer

    3. La verdadera opción popular

    4. Un año de violencia

    El cuartel sur

    La muerte de Llanos

    Incidentes en la Universidad de Chile

    Los mártires de Valparaíso

    Continúa la violencia universitaria

    Debates a razón de la guerra civil española

    La muerte de Barreto

    Soy el único responsable

    Capítulo IV

    1. Esfuerzos electorales

    2. El núcleo de Tocopilla

    3. Marchas, concentraciones, conmemoraciones, nuevos cuarteles y una broma estudiantil

    4. Optimismo y victimización. Un nuevo mártir

    5. La farsa de Rancagua

    6. La Ley de Seguridad Interior del Estado

    7. El juramento más concurrido y otro mártir

    8. Comienza 1937

    9. Ataques y campañas

    10. Resultados decepcionantes

    T

    ERCERA

    P

    ARTE

    L

    A MASACRE DEL SEGURO OBRERO

    Capítulo I

    1. Tercera etapa: un giro a la izquierda

    El discurso del 24 de mayo de 1937. Nuevos cálculos y lineamientos

    La prohibición del 21 de mayo

    Algunos espectaculares altercados con la autoridad

    Capítulo II

    1. La nueva carrera presidencial

    2. Las dificultades de apoyar a Ibáñez

    3. Comienza 1938

    Enero

    Estrategias de apoyo

    Febrero

    Elecciones a regidor. Marzo-abril de 1938

    4. El 21 de mayo

    5. Un disparo en el Congreso Nacional

    6. Se logra una parcial unión

    Capítulo III

    1. Nace la Alianza Popular Libertadora

    2. Preparativos para el golpe

    3. Lineamientos finales

    4. La Marcha de la Victoria

    Capítulo IV

    1. La masacre del lunes 5 de septiembre

    2. ¡Mátenlos a todos!

    3. Se entregan los cabecillas

    4. Elecciones de octubre

    MATERIAL ANEXO

    REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

    Fuentes impresas

    Artículos

    Documentos

    Folletos

    Libros

    Tesis

    Diarios

    Revistas

    Entrevistados

    PRÓLOGO

    Y diles que hubo varones

    que no nos contaminamos

    y que aparte mantuvimos espadas y corazones

    Diles también que aquel día

    que yo no quiero nombrar

    mucha gente no sabía

    que podía

    caber tanta villanía

    entre los Andes y el mar.

    D

    ANIEL DE LA

    V

    EGA

    , Entre los Andes y el mar,

    poema dedicado a los mártires del 5 de septiembre de 1938.

    Quizás huela a curiosidad el hecho de que Emiliano Valenzuela, escritor joven pero con experiencia demostradamente interesante en los oficios de la crónica y de la editorial, le haya reservado el privilegio de prologar este interesantísimo y descomunal trabajo a un sencillo bloguero e investigador urbano, como es quien escribe. Sin embargo, su acto de generosidad se cruza con un vínculo especial, razonable y honroso que nos une con algo trascendente alrededor del gran tema de marras que da cuerpo a este libro: fuimos de los pocos testigos que presenciaron el inevitable apagón en la existencia de aquella generación fusilada, como tan bien la intitula.

    Efectivamente, vimos en pie a los últimos representantes de aquella pléyade de hombres marchándose uno a uno, apagándose como llamas de velas en una devota ofrenda de ceras para el altar de los tiempos, o quizás como las estrellas de una galaxia agónica, ya marchita y abandonada en lo que quiso ser su propia aspiración de inmensidad. Fueron los representantes finales de una especie política definida en una sola camada –y de muy corta duración–, que se extinguió llevándose también la médula primaria de sus recuerdos, sus testimonios y sus memorias.

    Y los vimos morir a todos ellos, pues estábamos conscientes de que su increíble pero vaporosa historia se estaba disipando, sucumbiendo y compartiendo la cripta con sus restos. Nadie la estaba recopilando. Aun peor, muchos prefirieron mirarla con desdén, diríamos con escrúpulos, manteniéndola incomprendida o anatematizada hasta las lindes de la alergia y del escozor surgidos, si no desde los fanatismos, quizás desde las tinturas más emocionales de la retrospectiva politizada, por objetiva que pretenda aparentarse.

    Este libro puede ser, por lo tanto, un manifiesto por la memoria aquella que en algún momento quiso diluirse con los éteres del siglo pasado, y quedará predestinado desde su primera línea de texto a ser un objeto ineludible de consultas y de indagación para quienes quieran conocer una exposición realista y elocuente de esa generación de veteranos de la lucha política popular chilena, primero autoungida con inspiraciones casi mesiánicas y luego autoinmolada como noble y sublime sacrificio; generación que deambuló veloz y presurosa por el paisaje de una de las épocas más convulsionadas y controvertidas de nuestra patria, misma en la que se configuró gran parte del tablero de fuerzas que hoy podemos presenciar vigente, a pesar de toda el agua que ha corrido bajo el puente.

    Además de negada o ninguneada, podrá confirmarse que la historia del Movimiento Nacional Socialista de Chile (

    MNS

    ) fue vertiginosa hasta lo asombroso: tuvo esa intensidad feroz y embriagante de la vida corta, a veces feliz y a veces amarga, pero señalada especialmente por la impronta de la tragedia final que volcó la línea de la historia, desató sus nudos ciegos y modificó substancialmente la distribución de poderes políticos en las contiendas de nuestras siempre imperfectas democracias.

    El efímero pero audaz álbum de memorias del nacionalsocialismo criollo es también reflejo de aquel tránsito en nuestra historia chilena en la primera mitad del siglo

    XX

    , donde las corrientes de pensamiento político con frecuencia sobrevivían aferradas a un puñado de principios y objetivos e intentaban no zozobrar en el agitado mar de tormentas ideológicas, de las contradicciones vitales, de la influencia de las fiebres internacionales y de los propios vaivenes intestinos, que hoy nos resultarían confusos, quizás desconcertantes… O tal vez no mucho, después de todo, mirando los actuales tablados y espejismos en que aún tienen lugar esas mismas contiendas del poder.

    En tan brevísima epopeya de 1932 a 1938 el

    MNS

    de Chile dejó también innumerables huellas estampadas sobre las arenas de su paso en marcha marcial. Si bien fueron solo tres los escaños parlamentarios que llegó a conquistar, investidos en las figuras de Fernando Guarello, Gustavo Vargas Molinare y su jefe, Jorge González von Marées, hay innegables señales de influencia y legado suyos incluso en la nomenclatura partidista, donde quedaron pequeños retazos de su existencia en el uso de terminologías que serían apropiadas después por otros grupos políticos, como el concepto de la Avanzada Nacional o el motejar como la Jota al cuerpo de juventudes. Ambas provienen, precisamente, de esa traza nacionalsocialista criolla de la preguerra, como podría ser también la costumbre de llamar concentraciones a los que antes eran definidos solo como mítines políticos.

    El paseo por datos curiosos y sorprendentes sobre la epopeya del

    MNS

    de Chile es rotundo, incluso para quienes crean tener una ilustración más o menos acabada sobre lo que fue este fenómeno en el país. Y es que estamos ante una investigación llevada a exhaustividades que delatan los años de esmero e indagación que la respaldan. ¿Cuántos sabían, por ejemplo, de la orientación social con que se creó un banco de sangre del movimiento, pionero en su género por este lado del mundo? ¿Y de su sección de teatro, con presentaciones de obras itinerantes y elencos estables de actores? ¿Y que hubo un altar casi sacro para el recuerdo de los caídos del movimiento al interior de su sede, en el que se iban agregando nombres de mártires ya antes de la tragedia en la Torre de la Sangre del Seguro Obrero?

    Pero también hay aquí revelaciones o miradas al detalle sobre el

    MNS

    de Chile que trascienden a lo anecdótico y que profundizan la condena de este libro a ser una matriz fundamental para toda aquella investigación relativa al singular movimiento político gestado y fenecido en nuestro país: su conflictiva relación originaria con el fenómeno nazi-fascista europeo, a veces negada y a veces manifiesta; su impulso fundacional buscando la tercera posición contra la derecha plutocrática y la izquierda demagógica, a las que definía como dos corrientes de rapiña; sus extremas dualidades aristocrático-populares aspirando a amalgamar al hijo del palacio y del taller, como cantaba su principal himno; y su comunión difícil y contradictoria con la figura del general Carlos Ibáñez del Campo, quizás nunca antes tan bien definida y bien explicada como justamente sucede aquí.

    Hay, en definitiva, varios puntos como estos en donde –a nuestro parecer– se concentra por primera vez una luz tan aclaratoria, mesurada y definitiva para dar con su comprensión más precisa.

    Pero no por ser indagación profunda y abundante se enfrenta acá el tedio propio de los trabajos con enfoque rigurosamente solemne o funcional: veremos que este libro sigue siendo, de principio a fin, un repaso apasionante por toda esa aventura del

    MNS

    de Chile durante su corta y conmovedora vida. En efecto, nos hallamos también ante un entretenido recuento donde no se pierden de vista fragmentos relativos a la audacia y la temeridad de los hombres que conformaron la generación fusilada; a los episodios más célebres ocurridos en el Congreso Nacional (como el disparo de un arma de fuego por parte del Jefe y la colocación de bombas de ruido al exterior de una sesión plena), y a la permanente sátira editorial de sus órganos oficiales, como el periódico Trabajo y el pasquín Acción Chilena, donde se suman insolencias tales como pasear en plenas campañas electorales un camión lleno de cerdos representando a los politiqueros con un matarife afilando cuchillos, y atentados casi traviesos como las intervenciones radiales dirigidas por el genio de las comunicaciones en el grupo, Pedro del Campo, en donde su camarada Roberto Vega hacía de caricato imitando con sorna la voz del presidente Arturo Alessandri Palma en una falsa cadena nacional, irreverente parodia en vivo que, según una leyenda que conocemos, solía hacer estallar de furia al mandatario.

    No obstante, en forma simultánea tenemos a mano un repaso cabal por los detalles más oscuros y menos luminosos de esta historia, como el asesinato en manos nacionalsocialistas del joven escritor de izquierda Héctor Barreto, en una violenta riña callejera por el sector de Avenida Matta, y la propia lista de ocho mártires que tenía el

    MNS

    de Chile hasta los infaustos hechos del día 5 de septiembre de 1938, nómina que comenzó con el homicidio de Pablo Acuña Carrasco en un ataque de agitadores socialistas durante las Fiestas Patrias de 1935, convirtiéndose en algo así como el Horst Wessel chileno.

    Se nos ofrece, además, un retrato real y equilibrado de González von Marées, el controvertido líder del movimiento: personaje curioso, contrapuesto y paradojal, del que se han tejido mitos tanto por idealización como por descrédito, y algunos de los cuales aquí son abordados, rectificados y hasta corregidos, como el chisme del origen acomodado y holgado que muchos le atribuyeron. También se enfrentarán aspectos más confusos e inentendibles de su personalidad, los que quizás lo llevaron a dar la mano al expresidente Alessandri (antes señalado por él mismo como el asesino de sus propios camaradas en el Seguro Obrero) y a continuación volverse un estrecho colaborador suyo.

    Vimos en persona alguna vez a Gonzalo Herreros –hermano del mártir Enrique Herreros– derramar lágrimas desde sus ojos ya ciegos, al ser consultado por esta cruel traición del otrora Jefe, y que partiera el alma de la vieja guardia, haciendo más dolorosa aún su congoja y acelerando el ocaso de toda la generación fusilada en el pozo del tiempo.

    Esta obra también aporta mucha claridad a los entretelones sobre la gestación del fracasado intento de putsch en la Universidad de Chile y la Torre del Seguro Obrero, tras la masiva Marcha de la Victoria realizada en el apogeo de la campaña electoral ibañista. Quedan expuestas sus verdaderas razones, sus motivaciones esencialmente golpistas y, además, muchos ingredientes decisivos para comprender qué fue lo que tenía condenada a la ruina a tan imprudente insensatez en la sangrienta jornada, con los roles de los protagonistas directos e indirectos del conato y sus espantosos resultados.

    El 5 de septiembre de 1938, aquel garrotazo terminante contra el nacionalsocialismo chileno, representado en su prole original, fue fiero y abrupto, e hizo palidecer la lista de mártires que hasta entonces homenajeaba el altar de inmolados en el cuartel general del movimiento. Fueron cincuenta y nueve jóvenes brutalmente asesinados en el tétrico edificio de la Caja del Seguro Obrero durante ese infausto día, ejecutados con una vesania que vino a coronar una indigna e infame parte de nuestra historia: la de chilenos asesinando chilenos, abominación que denunciaba con estupor el insigne Nicolás Palacios al testimoniar la masacre de la Escuela Santa María de Iquique de 1907.

    Por sus formas atroces, por sus detalles francamente pavorosos y por la perpetuidad de las sombras siniestras que quedaron alrededor del caso (las que incluyeron la participación de extraños asesinos civiles en la tropelía, oscuras campañas para zafar a Alessandri de las responsabilidades y un primer proceso judicial totalmente manipulado), la salvajada de 1938 quizás toca lo más bajo en una sucia y reiterativa cadena de hechos horrendos en nuestra historia: la del disparo en la nuca, de la ejecución del rendido y del remate a sablazos. Cadena de horror y abuso que, antes de esta inmolación nacista criolla, charqueó hilos de sangre también en Lo Cañas, en la nortina Plaza Colón o en los campos de Ranquil, y que después de ella repetirá su conjuro maldito en Plaza Bulnes, en El Salvador o en la Pampa Irigoin; cadena funesta que mató alevosamente por la espalda al héroe Manuel Rodríguez y no perdonó al ya agonizante Diego Portales, caído de rodillas y herido frente a la jauría; cadena aborrecible que estalló en el odio patológico de un hermano contra otro en Concón y Placilla, y que más tarde arrojó los cuerpos de ejecutados a sangre fría en las fosas de la tierra caliente de Pisagua.

    Y fue así que, todavía conmocionado, cantaba el gran Pedro Sienna sus versos dedicados a los sacrificados del Seguro Obrero, solo un año más tarde:

    A la caída de la tarde

    ya todo había concluido.

    El horizonte era de sangre,

    de sangre el valle, el monte, el río.

    Las secuelas de la matanza perversa que marcara el fin de esta generación fusilada serán de efectos insospechados y atroces. Como sucede en una pesadilla perturbadora, la progresión de cada eco de las descargas que sonaron aquella tarde troncharon más vidas aún en su camino: la de seres queridos, la de camaradas sobrevivientes y la del propio

    MNS

    de Chile, poniendo un artículo final al fugaz cometa sobre el cual montó su pasajera existencia. Madres que quedaron solas, familias destrozadas y al menos dos novias de mártires sucumbieron al dictado de la depresión suicida, por no poder soportar la visión de sus respectivos amados entre las pilas de cadáveres. Y súmese a todo este drama el final de José Cabello y Carlos Ossa, dos inocentes funcionarios del propio servicio del Seguro Obrero que fueron confundidos con los alzados y también ejecutados por la cáfila de verdugos. Por años, hasta rondó la leyenda de que misteriosas manchas semejantes a sangre aparecían como brotando desde el interior de esas mismas escalas empapadas de muerte, a tan corta distancia del Palacio de La Moneda.

    Así, la minucia de todo el daño colateral arrastrado por aquella horrible masacre conmueve tanto o más que la propia descripción de la tragedia, que en este trabajo tiene una exposición especialmente importante aun cuando no sea un libro dedicado a la matanza misma, por supuesto. Y es que abordar dicho episodio negro de Chile se hace imprescindible en una obra enfocada en el capítulo histórico del nacismo original de los años 1930 y con el título que para esta se ha escogido.

    A lo largo de las presentes páginas se pone rostro –por fin– a aquello que realmente fue destruido y aplastado por el duro e inexpugnable instinto de la violencia política, y se tendrá así una noción general más fidedigna sobre quiénes eran esas víctimas, cuáles fueron sus filiaciones, sus impulsos de lucha y su movimiento político, que acabó destrozado en cuerpo y en alma aquel fatídico día.

    Pero también se verificará que sucedió, entonces, un milagro insospechado; acaso el cumplimiento de la promesa que lanzó como eslogan de inmolación al aire enrarecido por la pólvora y el vapor mortuorio el mártir Pedro Molleda, antes de recibir la ráfaga que lo arrebató de este mundo:

    ¡No importa camaradas… Nuestra sangre salvará a Chile!

    Y fue cierto. Con una ciudadanía conmocionada por lo sucedido, con un Gobierno que se mostraba tal cual quería ser, abusando de la censura y atropellando los más elementales principios de la libertad de expresión en momentos de urgencia por saber la verdad, pero por sobre todo, con la sangre que corrió en ríos desde el Seguro Obrero hacia toda la sociedad chilena en plenas refriegas electorales, la unidad del pueblo logró lo imposible: derrotar la continuidad del alessandrismo, representado en su exministro, Gustavo Ross Santa María, y aunar todas las fuerzas opositoras tras la bajada de la candidatura de Ibáñez del Campo en favor de Pedro Aguirre Cerda, con el llamado hecho por los cabecillas del

    MNS

    de Chile a votar por este candidato, pese a la resistencia de otros miembros, como el propio cofundador del nacionalsocialismo chileno, el conspicuo escritor e intelectual Carlos Keller.

    Mas, el triunfo en las urnas de Aguirre Cerda y del Frente Popular, numéricamente estrechísimo, no se debió solo al castigo electoral y la repulsa contra un Gobierno manchado por la sangre vertida en la masacre: fue también la acción directa del voto ciudadano que tenían de respaldo nacistas y nacionalistas, consiguiendo –por primera vez en nuestra historia– que las fuerzas populares pudiesen conquistar el poder en la incipiente república presidencial.

    Todo el teatro político chileno cambió para siempre a partir de este terremoto. Con su sacrificio el nacionalsocialismo criollo logró lo que habría sido imposible en el escenario electoral de entonces, con las fuerzas populares divididas en dos candidaturas frente a la colosal maquinaria electoral del Gobierno. Empero, su autoinmolación para salvar a Chile también condenó al movimiento. Desmantelado y convertido al poco tiempo en la Vanguardia Popular Socialista, dejó atrás –y a la fuerza, diríamos– sus símbolos y distintivos, como la hermosa y potente bandera de la Patria Vieja, pretendiendo apartarse para siempre de la semilla del fascismo de la preguerra y renegando así de sus aspectos fundacionales. Se desplazó raudamente a un discurso de izquierda y de efusiones americanistas que parecían más bien una impostura, antes de acabar sobrepasado del todo por la realidad política que el mismo sacrificio de sus camaradas había permitido crear en la redistribución de fuerzas de Chile.

    Todo esto también fue aliciente para la pérdida de aquellos elementos de identidad y de memoria del nacismo en los años 1930, y que se han ido rescatando en esta obra. Los sobrevivientes acabaron siendo, de alguna manera, actores de su propio olvido y de su desgracia crepuscular. Y hallándose ya en ascuas, los horrores de la segunda guerra mundial y la imprecación que cayó internacionalmente sobre todos los movimientos que coquetearon con el nazismo germano o el fascismo italiano, acabarían haciendo el resto en favor de su amnesia histórica y de las insinuaciones heréticas que pesarán para siempre en su contra.

    ¿Qué pasó, en tanto, con todos ellos, con la legión de hombres de esta fugaz generación y sus fantasmas olvidados, que se reunían año a año, cada 5 de septiembre, a recordar a sus mártires en la placa conmemorativa del ex Seguro Obrero y en la cripta monumental del Cementerio General de Recoleta? El destino y las encrucijadas siguieron jugando esa extraña partida de naipes que siempre regló sus vidas, en varios casos viéndolos pasar por toda clase de experimentos y marejadas. Sin saberlo, solo siguieron navegando a la deriva por el océano político chileno del siglo

    XX

    , además de vivir sus conflictos y sus influjos internacionales. El impulso falangista democratacristiano, el audaz proyecto agrolaborista de Guillermo Izquierdo Araya, el intento de refundar al nacionalsocialismo de la siguiente generación, representada por Franz Pfeiffer, o las diferentes tentativas ambicionadas ya sobre los restos náufragos del nacionalismo histórico, fueron dando cobijo y vanas esperanzas a todos estos soldados de una ilusión golpeada por el trauma y la tragedia.

    Muchos de ellos, que estuvieron a un paso de correr el destino de sus camaradas aquel 5 de septiembre, de todos modos seguirían cautivos en la generación fusilada, porque una parte de sus individualidades y de sus conciencias murió también aquel dantesco día. Incluso algo sucumbió en los cuatro hombres que fueron recogidos vivos de entre los cuerpos destrozados de sus camaradas por el noble diputado Raúl Marín Balmaceda, el periodista Carlos Zañartu y el capellán Gilberto Lizana, acompañados del doctor Ricardo Donoso y de Alfonso Canales, quienes exigieron entrar al infierno atroz de la matanza cuando la sangre aún escurría tibia por esas escaleras blancas. Se reencontraron con la vida, gracias a estos hombres, Alberto Montes, Facundo Vargas, David Hernández y Carlos Pizarro, considerados por largo tiempo como verdaderos símbolos vivientes de lo que allí sucedió. Empero, de alguna manera esta vida fue para ellos, desde ahí en adelante, una existencia a la sombra de aquel horror final del

    MNS

    de Chile.

    El caso de Pizarro fue especialmente dramático: en una crudelísima nueva jugarreta del destino le tocaría trabajar en el mismo lugar de la masacre por varios años y, siendo el último en fallecer de los cuatro sobrevivientes, abandonó este mundo en el periodo alrededor de los sesenta años de la tragedia, postrado en una silla de ruedas y parcialmente mutilado por condena de la enfermedad que lo llevaría a la tumba. En su funeral, de alguna manera, sabíamos que su partida iniciaba el final de los finales para lo que quedara de la generación fusilada.

    La camada original del nacionalsocialismo chileno se extinguiría, así, como las frágiles cenizas de lo que fue antes un sólido bosque ya calcinado al fuego y arrastradas con facilidad por la más suave brisa. Tal cual suena en la figura poética de Jorge Luis Borges, su luz en el horizonte, la de su imperio en la postrimería, ya no era más que la misma de una tenue y solitaria luciérnaga.

    Y así, tambaleantes y sin brújula, quedaban los ilustres miembros fundadores, como el admirable y enérgico Mauricio Mena, el exdirector de Trabajo Juan Salinas o el siempre reservado Galvarino Sepúlveda, que solía dar lectura ceremoniosa a las dos cartas de despedida de los mártires en los actos del Comité por el Recuerdo. Tal como lo haría el serio y adusto Enrique Zorrilla, líder natural de los nacistas ya en su época mustia y huérfana de jefe, todos ellos pasaron el resto de sus vidas intentando explicarle expiatoriamente a la historia oficial una idealización de lo que realmente fueron, negando esa parte de inspiración en el fenómeno nazi-fascista europeo, justificando el alzamiento de 1938 en un mero acto para exigir garantías electorales y, por supuesto, evitando los más peliagudos e incómodos temas como el antisemitismo, la aversión puntillosa al marxismo y la violencia callejera.

    Inconscientemente, entonces, acabaron haciendo su propia parte para favorecer el olvido y el menosprecio con los que –nos consta– ha debido lidiar estoicamente el autor de este libro. Varios quedaron en total órbita, desabrigados, buscando aleros y mutando hasta la profundidad insondable de su pensamiento. En el caso de Óscar Jiménez, por ejemplo, el haber sido uno de los cabecillas de la revuelta no fue óbice para que llegara a ser después un simpatizante de la izquierda y ministro del presidente Salvador Allende. Para qué recordar el caso de González von Marées, que acabó sus días enfermo, en la penumbra, y bajo la irreparable mácula de la traición.

    En alguna parte, en algún lugar, sin embargo, seguían activas esas energías de bríos juveniles que alimentaron la aventura del movimiento nacionalsocialista criollo. El poeta Ernesto López, autor de la letra de algunos himnos y del homenaje titulado Columna de mártires, ya estando ciego y condenado a una silla de ruedas, seguía declamando brioso los versos que dedicó a las víctimas Manuel Lagos del Solar:

    ¡Camaradas,

    con la sangre derramada,

    quedó la espada encendida!

    Reducido y debilitado en la vejez, su voz sonaba como un trueno al recitar estas líneas de memoria, allí en cada homenaje para los héroes-mártires en el aniversario de su sacrificio. Reuniones hasta donde concurrían valores como el recordado dirigente de los trabajadores Clotario Blest, siempre emocionado de poder rendir encomio a los caídos. Y el periodista Julio Martínez Pradanos, por su parte, también reservaba una pequeña referencia, al margen en sus espacios de comunicación, por la memoria de los mártires de 1938 cada vez que aparecía la fecha en el calendario de las efemérides.

    Otros nacionalsocialistas de aquella guardia histórica, como Juan Diego Dávila –quien salvó de ser el número 60 en la nómina de mártires solo porque su tren se atrasó–, prefirieron seguir fieles a una inspiración fascista clásica y avanzando aún más allá en esta apreciación. Junto a él haría lo propio su amigo, el poeta y embajador Miguel Serrano Fernández, quien abandonó sus ideas izquierdistas y adhirió al nacismo precisamente a consecuencia de la masacre. El tiempo lo convertiría en el principal referente ideológico y literario de esta corriente en nuestro país.

    Y conocimos hacia la puesta de sol de su vida a Leandro Espinoza, que de muchacho solía salir a vender ediciones de Trabajo a pesar de los riesgos de esta labor. Aquel día negro llegó a las puertas del Seguro Obrero a exigir que lo dejaran entrar con sus camaradas ya encerrados al interior, siendo retirado a empujones por amigos y correligionarios. Seis décadas después pasaba en las tardes a beberse algún café con amigos por los paseos del centro de la capital y vertía charlas de apuntes mentales sobre aquellos años, mientras lo llevábamos en nuestro vehículo hasta su residencia por el barrio del sector Brasil/Cumming. Como ocurrió invariablemente a todos ellos, la nube traumática y emotiva de la masacre nunca dejó de proyectarse sobre lo que le quedó de existencia en este mundo.

    Lo mismo sucedía con el periodista y escritor Renán Valdés von Bennewitz, quien fue excluido de la lista de elegidos para las acciones golpistas de esa ocasión solo por su condición de menor de edad, librándose así también de ser quien habría dejado la nómina de nacistas muertos en un número redondo. Renán, que gozó de una memoria prodigiosa y bastante lúcida hasta el último de los días de su longeva vida, falleció en su casa del barrio de La Chimba hace no mucho tiempo, señalando quizás la extinción total de la generación fusilada. Parte de su testimonio y de sus memorias también está plasmada en el presente libro que, lamentablemente, no alcanzó a tener en sus viejas y talentosas manos.

    Todos esos hombres desfilan ahora en el recuerdo que se redime y se convoca en estas páginas, como un trabajo de excelsa joyería histórica, recuperando importantes pasajes que estaban prácticamente perdidos y rescatando la memoria de hechos que, en muchos casos, parecían tragados ya en su totalidad por las tinieblas de la indiferencia o el deslustre.

    Finalmente, no está por demás mencionar que, al viajar por las cuerdas del tiempo de la generación fusilada, los amantes de la historia urbana también estamos frente a un cautivante paseo por los escenarios de un Chile que ya no existe, que se fue arrastrado a la nostalgia y a la melancolía con esa misma época a la que perteneció el sueño roto del nacionalsocialismo de los años 1930: sitios de los días románticos del tranvía, del Teatro Carrera, del Teatro Imperio, de la Librería Walton, la Radio Hucke, de las salas con candilejas del sector Independencia; o del Café Volga, en San Diego, del refugio poético del Patio Andaluz frente a la Plaza de Armas, la sede que el movimiento tuvo en calle Curicó 89 y, por supuesto, su cuartel general de Huérfanos 1540. He aquí también pasajes transcurridos por el Teatro Principal de Valparaíso o los teatros Tepper y Real de Temuco, por mencionar algunos... Todos lugares de la noche sepia de Chile, donde peregrinarán también nombres de distinguidas divisas como Santiago Mundt Fierro –más conocido por su posterior apodo periodístico de Tito Mundt–, Raúl Morales Álvarez o Roberto Vega Blanlot.

    Figura 1. Comité del Recuerdo Mauricio Mena, agrupación formada por exmilitantes del

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    en los años 1950 y cuyo fin fue la ayuda mutual y el homenaje en recuerdo de los muertos en la masacre del Seguro Obrero (archivo del autor).

    Quizás sin proponérselo, además, el autor nos trae aquí no solo un retrato fiel y esclarecedor de la historia del

    MNS

    de Chile, sino que invita a un viaje de excursiones cautivantes entre los huracanes políticos y sociales de ese turbado periodo transicional de nuestro país, en cuyos detalles del gran relato a veces la pluma de los historiadores y cronistas parece haber volcado el frasco de tinta negra, no sabemos si solo por accidente.

    Pero muy especialmente, de principio a fin y de manera inevitable, un trabajo de estas características acaba siendo –por su propia naturaleza– un homenaje a la memoria de toda esa curiosa generación de activistas y actores políticos, hoy recordada solo como una extravagancia por quien desconoce su epopeya, que aquí es expuesta con exhaustivo esmero, con la virtud joven de un escritor innato y con el afecto por el quehacer de la investigación haciéndose evidente en cada párrafo.

    Este es, por lo tanto, un tributo de rescate formidable a la memoria y las reminiscencias de la generación fusilada, en su breve pero extraordinaria gesta que marcara a fuego una época única en los meandros de la historia política chilena.

    C

    RISTIAN

    S

    ALAZAR

    N

    AUDÓN

    Investigador de historia urbana

    PREFACIO

    Lo que amaste, lo que más anhelabas: la justicia, la redención de tu pueblo y ese amor al prójimo que regaste con tu sangre, nos queda como tarea pendiente [...] Ellos, tus hermanos de ideal, miraron, cara a cara descubierta, la vida y sus anhelos que se nutrían con el sudor de nuestro pueblo, sus manos rudas y su fortaleza espiritual, con esa alegría contagiosa, responsable e idealista de nuestra juventud. Fueron pan de la alegría, espíritu de lucha, amor, verdad, renunciamiento, bondad, belleza [...] Elevaremos una oración, brillarán los recuerdos, como en los viejos tiempos en el espíritu del ideal, marcharemos, a bandera desplegada, a paso triunfal los hijos del palacio y del taller para contestar una vez más [...] ¡presente!

    A

    NTONIO

    C

    ABELLO

    Q.

    Uno se recuerda de tanto sacrificio, de tanto esfuerzo, de tanta amistad que nos ligó; compañeros de colegio, vecinos de barrio, viéndonos todos los días en el cuartel central, y de repente, de un día para otro, están en la morgue hechos pedazos… Y para uno que los conoció a todos, que fue amigo de ellos, condiscípulo o compañero de trabajo o de oficina, es terrible recordar. Sobre todo para los que tuvieron la ocasión de verlos en la morgue. Fue una impresión de la que difícilmente pudieron recuperarse por muchos años.

    Así se ha escrito la historia de este país

    G

    ALVARINO

    S

    EPÚLVEDA

    M.

    ¿Existió el nazismo en Chile? ¿Fue su suerte de homologación –esa que con frecuencia es tan confundida por el observador desatento– el nacismo con c, lo mismo ideológicamente o un movimiento distinto? Ciertamente hay historias, contextos y finales muy disímiles en ambas experiencias. Ya lo dice un antiguo militante del movimiento chileno: socialistas y comunistas, de acuerdo a las consignas internacionales, trataban de identificarnos con los nazis alemanes, de quienes no teníamos ni el nombre¹.

    El nazismo, por una parte, sucedió en Europa. Vivió y murió en un argumento histórico determinado y, aunque claramente influyó como pulsión en muchos países durante los años 1930, donde surgieron emulaciones locales de su ideología, como momento histórico y político, amarrado a consecuencias y devenires hoy sombríamente recordados por la historia, solo existió en Alemania y terminó en 1945 con el fin de la segunda guerra mundial. El otro, el nacismo con c –surgido en nuestro país en 1932 y que nunca fue un partido sino un movimiento–, si bien pretendió, por lo menos en un comienzo, replicarlo como fórmula política, con sus estructuras y rituales, su estética e idea del Jefe, estimamos que no puede interpretarse tan a la ligera como una simple copia.

    Los ecos internacionales de la disputa ideológica –encarnados en la guerra civil española, el triunfo de Hitler, el fascismo italiano o la formación de Frentes Populares en Francia y España– encontraron en nuestro país un caudal de voluntades dispuestas a escenificar con tesón su discurrir. Y aunque esta escenificación si bien tomó elementos propios del fascismo o el nazismo, en el caso del

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    obedeció con el tiempo a actores distintos y a un contexto y una voluntad política muy diferentes.

    Ideas como Chile para los chilenos, extirpación de la politiquería y las montoneras políticas, abolición del capitalismo parasitario y explotador y dignificación del trabajo y justicia social hicieron eco en una juventud generosa, lista a morir en pos de encontrar en el idealismo de su lucha el significado de su época. Deducir en ella un trasfondo anímico, que si bien le echó mano a las opciones disponibles en el plano internacional y su repertorio ideológico, fue profundamente chileno en su voluntad de movilización. También un estrato popular, hasta el momento nunca partícipe en las decisiones políticas, buscó luchar en aquel tiempo desde la trinchera ciudadana: interpretar la época, encontrar una forma política a su descontento. ¿Por qué desde el fascismo? ¿Por qué existió un nacismo chileno? ¿Qué identificó a miles de jóvenes y obreros con una organización cuyo nombre tenía claras resonancias con el partido que ganaba terreno en esos momentos por Europa?²

    El nacismo no fue nazismo, pero sin duda fue un movimiento imitativo de aquel. Y es que desde Chile así se vivía el mundo: en pequeños villorrios y pueblos, en Santiago, Valparaíso y Concepción, en los polvorientos y áridos caminos de Tocopilla y Antofagasta o bajo el clima lluvioso de Chillán y Temuco. Una parte no menor de la juventud buscó la vanguardia en un socialismo propio del siglo

    XX

    , el fascismo. En sus corazones palpitaba con entusiasmo una era de revoluciones mundiales. Y en su desacuerdo con la generación anterior o con lo establecido que, por ende, encarnaba lo equivocado u obsoleto, esta llamada generación del 38, que como toda juventud buscó ser revolucionaria y siempre idealista, prefirió la acción antes que los discursos –hombres antes que programas–. Sentían la necesidad incluso de verbalizarlo en un grito de guerra: Chilenos, ¡a la acción!, como decía el viejo lema y el himno de los nacistas. O: Socialistas a luchar, resueltos a vencer, como versaba por su lado la marsellesa socialista.

    Así, convencidos, se vistieron de uniforme de miliciano, formaron tropas de asalto que marchaban en plena calle, saludaron a la romana y miraron atentamente cómo Europa se homologaba en nuestras calles, en sus éxitos y derrotas, en sus muertos, pasiones y combates, que eran también nuestros. Pese a esto, el

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    buscó su propia identidad en lo nacional: abjuró en su momento de los modelos europeos, del nazismo y del antisemitismo; no reconoció concomitancia alguna con los grupos nazis del sur de Chile, y dentro de su evolución –mediada por el desarrollo de un contexto político en que aparecía fuerte en demandas una influyente izquierda marxista– intentó, pese a su nombre, con claras resonancias foráneas ser una opción nacionalista y popular dentro de la polarización gradual del sistema de partidos, donde no fueron de izquierda ni de derecha, pero se mantuvieron firmes junto a las clases populares.

    Moría Héctor Barreto en agosto del año 1936, apenas cuatro días después del asesinato de García Lorca en Granada. En una esquina de Tocopilla se organizaban los simpatizantes del bando republicano, que recolectaban víveres y ropa para enviar por barco a España. Por la vereda del frente venían los fascistas a comenzar un tiroteo:

    A dos cuadras pasa el mundo alborotando en voz baja, conversando con flojedad, con somnolencia, recordando cosas del año 30, de 1936, cuando asesinaron al poeta en España o al joven socialista en la Avenida Matta los nazis de don Jorge³.

    Caía también de una puñalada Pablo Acuña Carrasco, al gritar en el Parque Cousiño durante la celebración de la parada militar: Arriba el nacismo y abajo Alessandri. Los socialistas emboscaban a los nacistas en el centro de Valparaíso. Morían Carreño, Muñoz y Riquelme. Había heridos por todas partes. La posición frente a la violencia era clara. Se desafiaba públicamente: Quién ha dicho que no hay derecho a matar o No pasarán. Se formaba el Frente Popular. Las calles y las universidades, tanto la Chile como la Católica, las plazas –el Parque Forestal, la Plaza Bogotá al sur de la Avenida Matta– y los barrios populares –el matadero, San Diego, Recoleta– eran el escenario más duro para el enfrentamiento entre los grupos rivales.

    Es a este contexto, a esta vieja vida de Chile, que apela el título de este libro: la época de la generación del año 1938, que se formó al son de los acontecimientos que serán relatados en parte a continuación. Asimismo, no puede separarse ese tiempo del suceso atroz de la matanza en las escaleras del Seguro Obrero. Su acontecer, esas muertes que remecieron al país con imágenes brutales de medio centenar de cuerpos destrozados en la morgue, relaciona tan fuertemente ambos términos del título de este libro: La generación fusilada. Ya lo vislumbró Eduardo Anguita, quien acuñó la idea: éramos la generación que sería fusilada desde todos los lados. La expresó originalmente en relación al suicidio, en 1942, de su amigo, el poeta Jaime Rayo, autor del legendario libro Sombra y Sujeto. Anguita escribe en Acción Chilena bajo un pseudónimo –Max Xanadú– y levanta una gran polémica pública por sus declaraciones. El tema: el destino de la juventud de la que formaba parte como poeta. Junto con afirmar que la muerte de Rayo –de un balazo en la cabeza– fue el broche que puso una carga final de amargura al espíritu de su época, sostiene en esta línea con melancólica resignación un cariz derrotista, que da, según él, cuerpo y sentido a los pasos de su generación.

    Esta, según afirma, si bien adivinó el drama de su época, no pudo hacer finalmente nada contra este. Porque su fe fue débil y su derrotismo inexplicable.

    Señala Anguita:

    Nuestra generación tuvo una visión superior a su capacidad realizadora [...] No titubeo en afirmar que esta ha sido tal vez la única generación que ha comprendido mejor la vida en toda su aterradora red metafísica. Pero esta visión fue demasiado adentro, llegó a un punto al que, hablando con crudeza, no tenía derecho: su castigo fue feroz: no pudo salir de esos pozos donde metió los ojos, el corazón y las manos. Nuestra visión nos enseñó algo: el vacío feroz de la existencia toda entera⁴.

    Al ser así los sacrificios fueron en vano. El destino completo tenía que ser la tragedia ante la imposibilidad de la alquimia. Imposible para sus compañeros transmutar la realidad, convertir la poesía en acción. Este, señala Anguita, es el gran drama de la poesía: no poder transmutar las palabras en religión y en fe tangible –las palabras no pueden convertirse en actos–, porque, pese a existir la voluntad, el poeta es solo humano y nada puede hacer contra la profunda hostilidad del mundo.

    Este impulso anímico truncado –la imposibilidad de concretar las quimeras de un ideal romántico– puede situarse igualmente como articulador y cierre en las motivaciones y la derrota del Movimiento Nacional Socialista chileno de la década de los años 30. Intentó cambiar la realidad a través de los actos.

    Luchar desesperadamente y abrirnos paso a través de golpes de puño y de pie, derrumbando estatuas y fórmulas mortales. Fuimos los iconoclastas, porque no podíamos ser otra cosa. Fuimos los luchadores y los combativos⁵.

    Así se destacó su lucha ciudadana, las jugarretas juveniles de su tropa de alegres militantes liderados por Óscar Jiménez y el jefe del Grupo Nacista Universitario, César Parada. Quisieron desconocer, como ningún partido en su tiempo, la falsa institucionalidad del sistema político abalada en la constitución oligárquica, represiva e ilegítima de 1925 e imponer un golpe revolucionario. Pero tenían que fracasar, porque, aunque miembros de un movimiento político, eran mejores idealistas, y en el significado y propósito de ese idealismo no encontraron apoyo fuera de su propio movimiento y su cúmulo de hermosas pero ingenuas voluntades que nunca fueron suficientes.

    Fueron engañados por políticos ambiciosos –los ibañistas, que instaron a viva voz su golpe del 5 de septiembre y después recularon, culpando de su fracaso al movimiento– y defraudados por su Jefe, que luego de una ardua campaña perdió la fe o llegó a la conclusión de que la lucha de tantos años estuvo errada.

    Sorprende constatar, para quien se adentra por primera vez en este tema, que, a la larga, el movimiento estuvo conformado por un estrato popular y de clase media baja, ceñido estrechamente a las demandas ciudadanas que vogaban por un nacionalismo económico, el fin de la oligarquía parlamentaria, el fin de la corrupción política y, como decía su panfletería, por trabajo y justicia social. Tristemente fueron ambiguos en esta pretensión y, por ende, con el paso de los años, incomprendidos en sus luchas. Sirvieron a la derecha como potenciales enemigos del comunismo. La izquierda los agrupaba equivocadamente en la reacción.

    Ya desde el comienzo de la década Alessandri había hecho lo imposible por defender su gobierno y su constitución con el uso y abuso de facultades extraordinarias y brutalidad policial. Llegó incluso al extremo de tener su propio ejército paramilitar alternativo a la milicia, con el fin de protegerse de la amenaza social y militar. Los nacistas chilenos fueron con el tiempo una voz diletante en este panorama, y aunque su destino en relación con el artículo de Anguita fue efectivamente el fracaso y la tragedia, como movimiento estuvieron por un instante breve empujados por una extraña voluntad, que, sumada al valor y convencimiento de su Jefe, marcaron un precedente al protagonizar con sus escándalos y actuaciones una época memorable de nuestra política. Apoyaron en un gesto trágico, finalmente, un proyecto netamente antifascista y de centroizquierda, como fue el Frente Popular, triunfante en 1938.

    Consumidos en su propio fuego, se convirtieron, con el pasar de los años, en los mártires de una causa olvidada. Utilizados por el ibañismo fueron la cándida carne de cañón de propósitos personalistas, que han impedido hasta ahora una visión clara de sus verdaderos proyectos y de las motivaciones más íntimas de su lucha. Anatematizados con el sello del nazismo se les ha borrado de la historia.

    Sostenemos que no fueron en ningún caso los meros ejecutores de la conspiración ibañista. En ningún sentido solamente golpistas y mucho menos cómplices de la represión popular, como han insistido sus adversarios. Aunque este libro no pretende ni por lejos ser una apología al nacismo, se propone aclarar estos puntos nombrados. Se plantea para ello no como un libro de historia y tampoco como un libro periodístico, aunque el autor provenga de este oficio. Pretende, mediante el repertorio de recursos de ambos campos, ser más bien un híbrido, que a medio camino entre la crónica y la teoría explique no solo lo que fue el nacismo, sino además proporcione las pistas para plantear un ejercicio de interpretación de dicho movimiento en un contexto. Como periodismo busca sencillamente relatar una historia apasionante sobre el poder, la política y la derrota, sobre una época sorprendente, de pasiones y luchas, de reivindicaciones y muertes. Sobre la mística romántica que hace muchos años tenían las ideas revolucionarias de un grupo de jóvenes que hasta el final de sus vidas recordaron los entrañables momentos de su campaña, equivocada o no, y la imagen de su Jefe y de sus mártires.

    En cuanto a ser un libro de historia, pretende abrir modestamente un espacio de reflexión entre la mayoría de los estudios sobre el tema, que escasamente han ubicado las coordenadas del

    MNS

    en su relación con los cambios del sistema político durante la década de los años 1930.

    Para llevar a cabo este trabajo fue necesario revisar todos los libros disponibles sobre el tema, se entrevistó a varios exnacistas y sobrevivientes de esa época, que recuerdan las luchas callejeras a lo largo del país y los nombres de los muertos. Se recurrió, además, a archivos familiares y recuerdos de hijos, hermanos y esposas de quienes vivieron esa época. Se leyó la prensa infructuosamente⁶.

    Así, La generación fusilada se plantea como una novedad, en cuanto a que entrega documentos nunca vistos sobre el tema y un extenso material fotográfico completamente desconocido. Las fotografías del tránsito con los brazos en alto de los estudiantes por el centro de Santiago son las originales. Después del 5 de septiembre la mayoría de las fotos que se manejaban en los archivos de los diarios desaparecieron o fueron hechas desaparecer. Indica Tito Mundt: Una mano invisible (naturalmente alessandrista) se robó todos los documentos acusadores que muestran en acción a los carabineros que desprestigiaron su uniforme en la matanza⁷.

    Para este libro hemos tenido la suerte de hallar la única copia original de las imágenes, cuyo respaldo existía únicamente hasta el momento en la mala impresión de diarios y revistas de la época. Se incluyen también fotos de la vida diaria del

    MNS

    , así como de su panfletería y algunas de sus publicaciones más importantes, nunca antes difundidas en un libro.

    Si bien se ha escrito bastante, el tema siempre ha abordado casi únicamente la masacre del Seguro Obrero y su incidencia en el triunfo del Frente Popular en las elecciones de octubre de 1938. El

    MNS

    ha pasado a engrosar la lista de temas pendientes de nuestra historia, ya sea por falta de información o quizás simplemente porque el tema mismo, al estar relacionado con el nazismo, por lo menos en su nombre, representa una arista incómoda para lo políticamente correcto.

    La sangre derramada en el Seguro Obrero encierra una clave para conocer las motivaciones y el sentido de la lucha social en Chile, e incluso constituye una vigencia que, estimamos, es transversal al siglo

    XX

    , sino el rabioso Carlos Droguett, a quien el gobierno de Salvador Allende otorgó el Premio Nacional de Literatura, no hubiera escrito su vertiginosa y terrible narración a partir de todas esas muertes que nunca encontraron justicia. ¿Qué significó el asesinato de los jóvenes nacistas el 5 de septiembre de 1938? ¿Fue este un hecho aislado o su concreción sanguinaria fue resultado de un proceso que comenzó a fraguarse con mucha anterioridad y que tiene un significado aún incomprendido? Creemos que para conocer la respuesta es imprescindible conocer también la identidad de los protagonistas. Droguett, cuyo relato es notable en su ejercicio escritural, si bien interpela a los asesinos y los identifica dándoles una cara definida en las oscuridades del poder, no explora –su trabajo no lo pretende– la pregunta fundamental detrás de los cuerpos masacrados en las escaleras de la Torre de la Sangre. ¿Quiénes fueron estos muertos? Y, lo más importante, ¿por qué murieron?

    Para entender el devenir y los giros políticos del nacismo, así como sus arriesgadas y polémicas maniobras públicas, hemos trazado cuatro etapas en las que dividiremos su historia. Es necesario puntualizar que la investigación llegará únicamente hasta el fin de la tercera⁸. Su etapa inicial será relatada fragmentariamente en la primera parte y a comienzos de la segunda de la investigación, haciendo un cruce con antecedentes sobre los

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