La Guerra Civil española (1936-1939) fue, para el bando sublevado, algo sobrenatural, un verdadero milagro divino que liberó a España del marxismo y del ateísmo. Por eso, según afirmaron constantemente, se produjeron tantos milagros en su favor. O, por lo menos, así lo pretendían hacer creer los propagandistas rebeldes y sus acólitos eclesiásticos. Dios, Jesucristo, la Virgen en sus distintas advocaciones y todos los santos se pusieron a trabajar codo con codo, milagro tras milagro, para que se alcanzara la más completa victoria.
De hecho, muchos la denominaron la «guerra de los milagros», como así la definía el benedictino fray Justo Pérez de Úrbel en un artículo titulado La Paz de Cristo en el Reino de Cristo, publicado en Imperio, el diario falangista de Zamora, el 31 de octubre de 1937: «Una efusión de agradecimiento, porque estamos ganando la guerra y la guerra no se gana por casualidad; se gana a fuerza de talento, de heroísmo, de resistencia, de acometividad; y todo esto nos lo da Alguien, que está invisiblemente entre nosotros, que obra con nosotros, que ilumina al Jefe delante de los planos y de los mapas, que sostiene al soldado en la batalla, que ciega al enemigo, que confunde al traidor, que deshace las redes del diplomático y que de tal manera sobrepuja, desconcierta o multiplica las luces, las fuerzas, las previsiones humanas, que aunque es verdad que no le vemos, le sentimos y descubrimos su presencia y reconocemos su intervención hasta en los sucesos adversos, que en primer momento llegaron a encoger nuestro corazón. Por eso hemos llamado ya a esta lucha gigantesca la guerra de los milagros (…)».
GUERREROS SANTOS
Esta guerra tan milagrera, aunque en un principio su principal objetivo no fuera salvar a la Iglesia católica de la persecución laica propiciada por la legislación republicana, acabó también convirtiéndose en una cruzada, y las víctimas de los republicanos pasaron a ser mártires y héroes pero, sobre todo, mártires. Algunos serían beatificados y santificados posteriormente por la Iglesia. Otros, como José Antonio Primo de Rivera,