Los italianos de Parral. La colonia antes de Colonia Dignidad
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Los italianos de Parral. La colonia antes de Colonia Dignidad - Stefano Micheletti Dellamaria
LOS ITALIANOS DE PARRAL:
LA COLONIA ANTES DE COLONIA DIGNIDAD
© EDICIONES UCM, 2021
COLECCIÓN: TERRITORIO
1ERA EDICIÓN: OCTUBRE 2021
ISBN
: 978-956-6067-19-1
ISBN DIGITAL
: 978-956-6067-33-7
DEWEY: 325.345
CUTTER: M623I
EDITORIAL UNIVERSIDAD CATÓLICA DEL MAULE
AV. SAN MIGUEL 3605, TALCA, CHILE
ediciones@ucm.cl
DIRECCIÓN EDITORIAL: JOSÉ TOMÁS LABARTHE
EDICIÓN: CRISTIÁN RAU
DISEÑO Y DIAGRAMACIÓN: MICAELA CABRERA ARTUS
Todos los derechos reservados. La reproducción parcial o total de esta obra debe contar con la autorización de los editores. Se autoriza su reproducción parcial para fines académicos y/o periodísticos, mencionando la fuente editorial.
Sobre la imagen de la cubierta fotografia de Rodolfo Rensi
A Celeste:
la pelota que arrojé al cielo cuando era niño, tocó el suelo. Ahora es tuya, juega.
La vida campesina es una vida dedicada por entero a la supervivencia. Esta es tal vez la única característica totalmente compartida por todos los campesinos a lo largo y ancho del mundo. Sus aperos, sus cosechas, su tierra, sus amos pueden ser diferentes, pero independiente de que trabajen en el seno de una sociedad capitalista, feudal, u otras de más difícil clasificación, independiente de que cultiven arroz en Java, trigo en Escandinavia o maíz en Sudamérica, en todas partes se puede definir al campesinado como una clase de supervivientes.
John Berger, Puerca Tierra
ÍNDICE
Introducción
Italia-Chile solo ida
Cartas
De los Alpes a los Andes
En subida
La segunda misión
Estatutos de la compañía chileno-italiana de colonización
S.A
.
San Manuel de Parral: el proyecto
Hacer la América
I
Elenco de los materiales que es bueno lleven las familias en su mudanza a sudamérica
Conjugación verbal
Hacer la América
II
«Cariñosa bienvenida tributa parral a colonos italianos que arribarán hoy»
Toneladas, semanas, kilómetros de piedras
Acta de entrega provisoria
Me imagino
«La cocina cordial de los colonos italianos festejó a los periodistas; llevan una vida tranquila y feliz»
Hacer la América
III
Informe de la visita a la colonia trentina en Chile del padre Giorgio Cristofolini (14 de marzo – 14 de mayo 1953)
Emilio Iob Stanchina
La Serena y Coquimbo
Una digresión en el camino
La colonia antes de Colonia Dignidad
Testimonio anónimo
Habla un excolono
Krampus
Acta de Fundación de Sociedad Benefactora y Educacional Dignidad
La venta
Compraventa Compañía Chilena Italiana de Colonización Cital
Satanás se disfraza como ángel de luz
Memoria 15 años 1961 – 1976
Giovanna Sigala Romele
San Manuel está camino a Villa Baviera
Unos vecinos especiales
Nostalgìa
Apuntes finales
Agradecimientos
Notas
INTRODUCCIÓN
Recién cumplía los veinte años, cuando leí Sulla pelle viva de Tina Merlin. Ese libro narraba la lucha de los habitantes de dos pueblos alpinos en el norte de Italia, Erto y Casso, que durante años se opusieron a la construcción de una represa que produciría la inundación de las laderas donde cultivaban sus huertas y pastaban sus animales. No pudieron contra el poder de la Società Adriatica di Elettricità y el Estado italiano. La represa se construyó, el agua subió hasta mojar los pies de las aldeas y la montaña comenzó a temblar. «No hay peligro», dijeron los expertos, mientras un costado del cerro Toc se rajaba. El 9 de octubre de 1963, doscientos sesenta millones de metros cúbicos de bosque, tierra y roca cayeron al embalse, levantando una ola de doscientos cincuenta metros. Un tsunami en plena cordillera. Millones de metros cúbicos de agua se precipitaron hacia el valle, barriendo con el pueblo de Longarone y otros pequeños centros habitados. El saldo que dejó el desastre del Vajont, así se llamaba el riachuelo que alimentaba el lago artificial, fue de dos mil muertos.
Tina Merlin no relató las tragedias personales de las víctimas ni las miserias de los deudos. Ella que había sido partisana y sabía de dolor, prefirió denunciar. El periodista Giampaolo Pansa, en el prólogo a la edición de 1997, escribió que el libro trataba sobre el poder y los monstruos que puede engendrar. De la arrogancia de los poderes fácticos. De la ausencia de controles. De la búsqueda del lucro, cueste lo que cueste. De la complicidad de tantos organismos del Estado. De los silencios de la prensa. De la humillación de la gente sencilla. De la búsqueda inútil de una justicia. Del derrumbe de la confianza en la existencia de una república habitada por gente honesta.
Sulla pelle viva fue uno de los pocos libros que traje conmigo cuando, en 2008, dejé la provincia de Trento, en Italia, para venirme a Talca. El propósito del viaje era estudiar, pero me terminé quedando: encontré trabajo, armé familia. Al poco andar descubrí que en la región del Maule había existido una antigua colonia agrícola, conformada en buena parte por gente con quien yo compartía el punto exacto de partida. El resto venía del Abruzzo, una región montañosa del centro de la península con forma de bota. Fue un salvavidas, en un momento en que empezaba a sufrir una especie de hiperestesia social: luego de un par de años ya había vivido todo lo emocionante que ofrecía un cambio intercontinental, y enfrentar lo cotidiano en una cultura muy distinta comenzaba a tener sus costos.
Crecí en Bieno, un pueblo de cuatrocientas almas a pocos kilómetros de Pieve Tesino, donde también nació uno de los protagonistas de esta historia, el primer ministro italiano de la posguerra Alcide De Gasperi. A cuatro kilómetros está Cinte y a cinco Castello Tesino. Entre todas las comunas no suman tres mil habitantes. Pese a la cercanía, se reconoce perfectamente de dónde viene un paisano solo con escucharlo. Cada pueblo, un dialecto. Son lenguas recias, que no hablan de amor, de soledad, menos del dolor. No es que no se ame, no exista la nostalgia o las cosas no duelan: es que son vivencias personales, no se comunican al resto. En mi dialecto, rocío se dice aguázo, porque no tiene nada que ver con la poesía, es un fenómeno natural. Una piedra es un balóto, parece algo que rueda cuesta abajo. Acunar es scasegár, romper es scavezár, sin medios términos. Palabras poderosas que muestran una relación inequívoca con las cosas que nombran, plintos de granito que soportan las columnas de la cosmovisión local: trabajo, comunidad, silencio, sobriedad. Pero también distancia, machismo, encierro, a veces racismo. Palabras como abetos de un bosque tupido, que no pierden nunca las hojas.
Es tan fuerte la identidad local, en esos lugares, que cuando llegué a Chile no me sentía italiano. Mi «italianidad» la tuve que construir y resignificar acá, a distancia. Fue una forma de simplificarme la vida, no me enorgullece. Recién llegado era difícil explicarle a todo el mundo que yo venía de una tierra que durante siglos había estado bajo la influencia austro-húngara, que a principio del siglo
XX
, durante la Primera Guerra Mundial, se había transformado en el frente de operaciones de los ejércitos, y solamente con los tratados posbélicos se había anexado al territorio italiano. Que somos gente callada, reservada, poco expresiva. Que por eso no tocaba la mandolina, no sabía cocinar, no decía mamma mía cada cinco minutos, no aleteaba demasiado y no gritaba como contratado cuando me topaba con gente conocida en la calle: lo esperable de «un italiano». No me molestaba en absoluto incumplir permanentemente las expectativas. Sí me incomodaba tener que, a veces, dar explicaciones.
Descubrir la colonia trentina en el Maule fue un salvavidas porque pude comenzar a pensarme como parte de una historia colectiva. Asumí que esa historia debía contarla. Pero no estaba listo para hacerlo, y tuve que esperar un tiempo. Una vez más, fue una cuestión de palabras. Esperé hasta sentir que las vivencias en Chile se volvían más íntimas, profundas. Hasta darme cuenta que ya podía expresar en español ciertas cosas que el dialecto no nombraba (¿amor? ¿soledad? ¿dolor?) y que el italiano no tenía como ayudarme a pronunciar en este lado del mundo.
Una lengua que, de todos modos, seguía siendo una aliada a través de las lecturas: del libro de Tina Merlin, y del prólogo de Pansa en especial, me acordé muchas veces cuando empecé a reconstruir los trazos de esta epopeya malograda: la planificación de un arriesgado proyecto de colonización agrícola a comienzo de los años 50, el financiamiento a los gobiernos chileno e italiano obtenido gracias a recursos del Plan Marshall (una iniciativa de los Estados Unidos para apoyar a los países europeos luego de la Segunda Guerra Mundial) y la travesía de más de ciento cincuenta personas —entre agricultores, obreros y administradores hacia San Manuel de Parral—. Luego sobrevinieron los primeros problemas de gestión, la crisis. Finalmente, un hallazgo inesperado. Un grupo de excolonos trentinos y abruzzeses que aparecen nombrados en los archivos de inteligencia de la tristemente famosa Colonia Dignidad. Allí, es conocido, la tiranía de los jerarcas fue brutal: se secuestraron algunos niños y otros se adoptaron de manera fraudulenta, fueron abusados sexualmente, se impuso un régimen de trabajo forzado, se privó de libertad, se castigó violentamente, se administraron indebidamente psicotrópicos, se aplicaron electroshocks y esterilizaciones, se delinquió económicamente, se produjeron y traficaron armas, se cometieron crímenes de lesa humanidad en contra de los opositores a la dictadura cívico-militar encabezada por Augusto Pinochet. Todo en la impunidad total.
Comencé entonces a buscar. En Italia la migración hacia Chile se había abordado desde una perspectiva regional. La Fundación Museo Histórico del Trentino conservaba diversas entrevistas a los colonos que databan del año 1992, realizadas en el marco de un proyecto de archivo oral y guardadas bajo estrictas leyes de privacidad. Tuve acceso a ese material y pude utilizarlo sin citar explícitamente a los entrevistados, para reconstruir la cotidianidad de ese entonces. Encontré, además, dos importantes publicaciones, centradas sobre todo en los acontecimientos de otra experiencia de esa época (las colonias trentinas de La Serena y Coquimbo), pero que consideraban también a San Manuel y entregaban pistas útiles: Un urlo da San Ramón de Renzo María Grosselli y L’emigrazione trentina in Cile (1950-1974), y una recopilación de documentos históricos de Mariaviola Grigolli. El Consejo Regional del Abruzzo publicó por su parte el texto Racconti di Famiglia. Anche gli uomini migrano, de Elda Fainella, que desde una perspectiva menos rigurosa en términos historiográficos, pero con una evidente conexión emotiva, relata algunas vivencias de los colonos en Parral.
En Chile también se había publicado algo: la tesis de grado de Claudio Martini del 1994, «La Colonia Italiana de San Manuel» aparecida luego en la revista Presenza, y algunas referencias al caso de Parral en el libro de Rodrigo Iribarren, del 2010, Trentinos, largo surco hacia un destino. Encontré un pequeño fondo de archivo conservado en la Scuola Italiana Alcide De Gasperi de La Serena, que contiene los libros de actas de la Compañía Chileno-Italiana de Colonización S. A. (Cital), encargada de la administración de San Manuel. Amplié luego la búsqueda, integrando materiales del Centro de Documentación del Museo de la Memoria y los Derechos Humanos y del Archivo Nacional de la Administración.
Pero también salí al encuentro de las hijas e hijos de los primeros colonos y artesanos que vivieron en San Manuel siendo niños. Entrevisté durante horas, entrometiéndome en sus vidas, a Giovanna, Vittoria y Alberto Sigala; Emilio y Virginio Iob y a un excolono que quiso permanecer en el anonimato, para reconstruir su historia familiar y entender qué marcas habían quedado. Gracias a esas conversaciones comencé a aprender cómo escribir esta historia, y los materiales de a poco empezaron a cantar.
Me costó entender las perspectivas de los protagonistas de esta distopía, su racionalidad, las presiones de un contexto social y político muy distinto al actual; sobre todo fue difícil hallar la lógica de las estructuras: el Estado, la justicia y los poderes fácticos. Al final creo no haberlo logrado del todo, no encontré cada respuesta que buscaba. Pero al menos fueron surgiendo preguntas nuevas. Al comienzo la idea era solamente rescatar una historia olvidada sobre una colonia italiana, pero con el tiempo me inquietó la existencia de un sutil hilo rojo que la unía a Colonia Dignidad. No podía ser casualidad que dos enclaves europeos se instalaran tan cerca y a menos de diez años de distancia.
Recuerdo que, en un momento, luego de las dos primeras entrevistas, me entusiasmé con lo que había recogido: la historia era emotiva, entretenida, tenía conflicto, giros dramáticos, un reflector central claro, personajes característicos. Me tenté. Escribí un cuento corto, poco más de dos mil palabras para un concurso literario, y se lo envié a Giovanna Sigala para que lo leyera. Lo encuentro entretenido —me contestó— pero me gustaría precisar algunas cosas. Más tarde, me confesaría que en esas líneas no había reconocido a su mamá, a quien yo intentaba retratar. Un fracaso. Pero al fin caí en cuentas. No era una historia que se pudiera ficcionar: era memoria y merecía un trato distinto. Los ecos de esas experiencias, entendí, seguían muy presentes en las vidas de todos los protagonistas, así que decidí cambiar el registro y abrir, entre la narración basada en las fuentes de archivo, algunos espacios para que a través de este texto hablaran directamente, sin que mi voz de narrador intermediara e interfiriera.
Es curiosa la coincidencia. Las últimas líneas del libro de Tina Merlin dicen así: «El Vajont está asumiendo otra dimensión para la consciencia pública: se volvió un lugar turístico para visitar. Con curiosidad, tal vez con piedad, pero nunca con rebeldía»¹ . Es lo que queda después de la tragedia. Por increíble que pueda parecer, ni el derrumbe ni la ola botaron el dique, que sigue ahí parado, testimoniando. En San Manuel de Parral ya no existe la colonia italiana y tampoco Colonia Dignidad. Está Villa Baviera, un complejo turístico con restaurante y hotel que se visita con curiosidad, tal vez con piedad, pero nunca con rebeldía. «Cómo se construye una catástrofe» es el subtítulo del libro de Tina Merlin, y podría haber sido el de esta historia también.
ITALIA-CHILE SOLO IDA
La tradición de las migraciones planificadas desde Italia hacia Chile está llena de acontecimientos singulares, tragedias íntimas y públicas, fiascos más o menos encubiertos, escasos triunfos. Los primeros fueron los misioneros en la Araucanía,¹ cuando en el siglo
XVI
la religión y la razón pública pedían convertir a los «indios infieles» a la palabra de Cristo. Los jesuitas inauguraron la carrera de las compañías religiosas, iluminados por una mística piadosa y deseosos de enfrentar en su propio terreno a Satanás, que al sur del sur se presentaba bajo las apariencias de una machi, de una tierra hostil, de costumbres salvajes, de mapuche borrachos. El choque de mundos fue tremendo; si bien los clérigos estaban animados por un espíritu de misericordia, la conversión al cristianismo era su causa irrenunciable, y no transaban. Recorrieron las tierras del sur chileno en penitencia y mortificación, y algunos pagaron con su propia vida la incapacidad de comprender un mundo tan distinto del suyo.
Llegaron luego los franciscanos, a partir de 1835, invitados por el gobierno chileno que anhelaba retomar las misiones, luego del cese de la guerra de Independencia. Fueron casi ochenta religiosos quienes cruzaron el océano cumpliendo viajes que duraban hasta cinco meses. Giuseppe Maria Bonazzi, natural de Roma, escribió una historia de las misiones franciscanas: vio en Chile un territorio encantador, los ríos y la vegetación cautivaron su espíritu, pero encontraba a los indígenas llenos de vicios y defectos, hospitalarios pero ladrones, chinchosos, beodos y propensos a pasiones violentas que desataban en sus malones.² Este pequeño ejército evangelizador no cumplió su misión, la renuencia de los nativos fue gallarda, y finalmente se tuvieron que contentar con dejar por legado un sincretismo religioso muy incipiente.
Pero la cosa no había terminado. En la segunda mitad del siglo
XIX
llegaron a tierra chilena, nuevamente en la prefectura de la Araucanía, ciento veintitrés frailes capuchinos, cuya venida desató además un conflicto intestino con los franciscanos por el control de las misiones sureñas. Y más desencuentros con una cultura ancestral que se resistía a morir.
En ese mismo periodo, entre 1860 y 1900, vivían mejores días