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El día que murió Fidel Castro
El día que murió Fidel Castro
El día que murió Fidel Castro
Libro electrónico462 páginas5 horas

El día que murió Fidel Castro

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Una historia sobre las experiencias vividas y los testimonios de diferentes personas que vivieron los momentos más significativos dela Revolución.

El historiador y profesor Sergio Sandoval parte desde Barcelona a Cuba para investigar lo sucedido con su bisabuelo, quien podría haber desaparecido en un naufragio cerca de la isla casi un siglo atrás.

En una tierra llena de ideales, con su cadencia verbal tan particular, donde conviven los ritos paganos y cristianos que reflejan su rica mezcla racial, llena de vida, color, calor tropical, música, baile y sensualidad, Sergio buscará los rastros de su propia historia y alterará su vida amorosa y personal al verse involucrado en un forzado matrimonio buscado por la joven Yailí para salir de la isla.

En su viaje encontrará, en las particulares historias de sus recién descubiertos parientes y también de otros isleños, una versión en primera persona de las grandezas y miserias de la Revolución cubana, de la invasión de Bahía Cochinos, de la Crisis de los misiles, del bloqueo, de la guerra de Angola, de los marielitos, los balseros y del Che.

Como detrás de un velo que se oculta al turismo habitual, descubrirá la dura lucha por la supervivencia en una realidad con cartillas de racionamiento, privaciones, prostitución y también la falta de libertad, los privilegios dados a unos pocos y quitados a muchos junto con el amor y el odio por la Revolución.

El día que murió Fidel Castro abrirá un nuevo capítuloen la historia de la isla de las utopías y nos propondrá las claves para la tan añorada libertad.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento22 dic 2016
ISBN9788491120148
El día que murió Fidel Castro
Autor

Joan Montes

Joan Montes, profesor de secundaria en un instituto de Barcelona, tras varias publicaciones dirigidas al mundo de los viajes, nos ofrece la novela El día que murió Fidel Castro, una historia donde recoge las experiencias vividas en sus viaje a Cuba y los testimonios de diferentes personas que vivieron los momentos más significativos de la Revolución.

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    El día que murió Fidel Castro - Joan Montes

    Verano de 1995

    1

    La puerta de embarque número cuatro del Aeropuerto de Barajas rezumaba deseo carnal por todos sus rincones. En la atmósfera se palpaban sensaciones de una lujuria casi descontrolada que apuntaba hacía el destino del vuelo: la República de Cuba, lugar que en aquellos momentos era uno de los preferidos para el incipiente turismo español.

    Sergio Sandoval abominaba del prototipo de viajeros que predominaba entre los centenares de personas que conformaban la larga cola. Intuía que la mayor parte de ellos viajaban a la isla para desahogar su insatisfecho apetito carnal de una forma miserable, aprovechándose de la difícil posición en la que vivía el país caribeño. En su interior sentía un punto de vergüenza por el temor de que fuese considerado uno de ellos.

    Para reafirmar esa conclusión a la que había llegado, se entretuvo, de una forma minuciosa, en analizar a los pasajeros que estaban a punto de embarcar. Casi todos eran varones, entre los treinta y cincuenta años; muchos de ellos viajaban solos, otros lo hacían en pequeños grupos. También contó hasta siete mujeres solitarias y localizó a cuatro jóvenes parejas, de cuyas pupilas bullían destellos de felicidad y delataban, con casi total seguridad, un paradisíaco viaje de novios al Caribe. De entre toda aquella humanidad presente, le llamó la atención una dama con un aspecto señorial, quizás mayor de sesenta y cinco o setenta años. La mujer era de piel blanca, ojos verdes y una rizada y cuidada cabellera de color cobrizo. Su cuerpo, que dejaba intuir una belleza pretérita, mostraba un cierto aire sutil con un toque de elegancia. De su esbelta y decadente figura sobresalía un bonito sombrero de pamela de color gris.

    Los trámites de control para acceder al finger resultaban lentos. El pensativo Sergio, en contraposición a esas sensaciones negativas hacia una parte de los que le acompañaban en el viaje, se sentía reconfortado por poder llevar a la práctica uno de sus grandes anhelos de juventud: la promesa realizada, hacía ya muchos años, a su abuelo Martín, poco antes de su muerte. El nieto, desde su ingenuidad juvenil, le aseguró que un día viajaría a Cuba para esclarecer la misteriosa desaparición de su bisabuelo, en el naufragio del barco Valbanera, y localizar a los descendientes de la hija que allí dejó durante la Guerra del 98. Aquel reto y los relatos de su abuelo, sobre las excelencias de la Revolución cubana, le fascinaron tanto que condicionaron su elección para decantarse por cursar la carrera de historia en la Universidad de Barcelona y, una vez acabada la misma, realizar una tesis doctoral, formando parte del grupo de investigación de historia contemporánea del doctor Luís Padilla, que se tituló Cuba (1959-1984) 25 años de Revolución social, política y económica. Su especialización por la historia del país caribeño y su posición como docente universitario, tras conseguir una plaza en unas oposiciones, también le llevaron a publicar un documentado artículo en una prestigiosa revista especializada en historia: Las influencias en la economía catalana del desastre de Cuba en el año 1898. En ese largo periodo de tiempo, desde el fallecimiento del abuelo hasta el viaje que ahora iniciaba, había escrito una novela histórica -Resistir es vencer- que sería entregada a su editor a la vuelta de Cuba, fuese cual fuese el resultado de sus pesquisas.

    Era un día claro; tras el despegue de la aeronave, por la ventanilla, se podían contemplar los rasgos orográficos de la meseta castellana, una estampa que sería devorada en pocos minutos; luego, con la ayuda de la pantalla instalada a bordo, que marcaba la ruta seguida, la velocidad y los pies de altura del vuelo, Sergio se situó a la altura de las rías gallegas; enseguida la inmensidad del Océano Atlántico monopolizó la panorámica aérea de forma anodina. Con casi nueve largas horas de vuelo por delante, decidió concentrarse en la lectura de la novela de Eduardo Mendoza La ciudad de los prodigios, aunque su atención, involuntariamente, se desviaba hacia la conversación que llevaban a cabo sus vecinos de butacas.

    -¡Las únicas cosas que no hay que olvidarse nunca cuando se va a Cuba son el Fortasec para las diarreas y los condones! ¡Yo voy a hincharme a follar...; las cubanas son muy viciosas; además..., no tienes que ir con tonterías como con las españolas! -comentaba, toscamente, un tipo de aspecto grasiento y desaliñado, con barba de varios días, una oronda panza y la camisa desabrochada hasta el ombligo.

    -¿Vosotros cuántas veses habéis ío a Cuba? -preguntaba otro varón, ya entrado en canas, que iba sentado en una butaca del pasillo y que hablaba con un cerrado acento del sur de España.

    -Es la primera, pero conozco a gente que ha ido mucho por allí y ya casi sé cómo funciona todo -respondió uno de los conversadores, que a continuación preguntó al experto:

    -¿Y tú has ido más veces?

    -Sí quiyo; tengo una negra en La Habana que la mu cabrona está pa mojar pan; me saca más de un palmo de altura, tiene un par de tetas impresionantes, unas caderas delgaitas y foya como nadie.

    -Pues dale un recado a tu negrita: si tiene alguna amiga, aquí estoy yo para lo que haga falta...; así no me tengo que poner a buscar -apuntó otro del grupo.

    Ayí, con guita te buscan lo que quieras! -sentenció al andaluz.

    Las charlas con profusión de comentarios mezquinos se sucedían por todo el avión. Por detrás de su poltrona, en otro frente abierto por los turistas del sexo, Sergio sentía las aventuras de un hombre catalán que decía ser contratista de obras.

    -A la meva parienta le digo una vez al mes que viajo a las Canarias, porque estamos en tratos para abrir una sucursal del negocio. Como siempre que voy a Cuba vuelvo moreno y en Tenerife hace sol todo el año, pues ella se lo traga como una tonta.

    A sus vecinos contertulios les hizo reír la ocurrencia del fanfarrón vividor, quien, crecido al sentirse protagonista, continuaba explicando sus devaneos en tierras cubanas.

    -Allí tengo a mi disposición una mulata despampanante y en cuanto pueda me la voy a traer para España con una carta de invitación; le hago un contrato laboral; le pongo un apartamento en Lloret; y... ¡a follar fins que em cansi d’ella!

    -¿Y luego, si te sale mal el asunto, cómo te la quitarás de encima? -curioseó uno de sus interlocutores.

    -Si se pone tonta, pues no le renuevo el contrato, la devuelvo para Cuba y se acabó la historia.

    -Ahora que explicas eso... ¿A que no sabéis lo que les ocurrió a dos gachos de mi pueblo que se fueron a Cuba? -intervino un hombre con marcado acento aragonés.

    -¡Venga, cuenta, cuenta…, no te cortes! -demandó otro animado contertulio, llevado por la curiosidad.

    -Engañaron a sus mujeres diciéndoles que iban a cazar todo el fin de semana a Toledo; dejaron su coche todoterreno en Barajas y se largaron a Cuba, donde tenían rollo con dos mujeres; en esas que hubo un falso aviso de coche bomba en el parquin del aeropuerto; los perros adiestrados de la Guardia Civil olfatearon la pólvora de las escopetas en el interior del coche y los artificieros lo hicieron estallar. A las pocas horas, la policía se presentó en sus casas y no veas la que se lio cuando se descubrió todo el pastel...; uno de ellos acabaría divorciado.

    Ja, ja, ja! -la historia, que tenía tintes de leyenda urbana, volvió a causar una carcajada general entre la concurrencia.

    El compañero de butaca de Sergio, que desde el principio del viaje se había limitado a hacer sopas de letras, ignorando cualquier comentario cicatero, por fin rompió su hermetismo. El tema de la breve conversación fue el motivo de su viaje a Cuba, donde iba a visitar a su novia.

    -Mira…, se llama Sulén -le dijo con tono discreto a Sergio, enseñándole una fotografía de una hermosa muchacha rubia con ojos achinados.

    -¡Es una chica realmente guapa! ¡Dicen que casi todas las mujeres cubanas lo son! ¿Por qué será? -interrogó Sergio.

    -Yo he sentido comentar que se debe a varias causas; una es por el clima, que las obliga a llevar unas ropas ligeras que resaltan más su silueta; también porque son el producto de un cruce de razas que les ha dado una fisonomía única. Pero, lo más curioso de todo es que no necesitan, como las españolas, ir al gimnasio o la esteticien; al haber pocos coches..., están todo el día para arriba y para abajo; o van en bicicleta o caminan, y así se mantienen en forma y moldean el cuerpo. Aunque, eso es cuando son jóvenes, luego, se envejecen rápido y se ponen muy culonas.

    -¿Cuánto tiempo hace que conoces a tu novia?

    -Dos años y pico; desde entonces he ido tres veces al año: por pascuas, en verano y en las navidades.

    -¿Y cómo le va a ella por allí?

    -Pues la verdad es que no muy bien. Vive en Mantilla, uno de los barrios más pobres de La Habana, y tiene muchas necesidades; cada mes, cuando cobro la nómina, le mando algo de dinero..., con eso se mantienen la madre y su niña pequeña de un año.

    -¿Tiene una hija…? ¡Es muy jovencita para ser mamá!

    -Allí muchas mujeres son madres con dieciséis o diecisiete años.

    -¿Y te la vas a traer a España? -preguntó Sergio, de forma un tanto atrevida.

    -Sí..., pero después de que nos casemos. Es la única forma de que ella salga del país y poder estar juntos. En esos temas, allí todo resulta bastante complicado. El Estado tiene montado todo un tinglado para lograr dinero de los matrimonios con extranjeros; por fuerza tienes que hacer todos los trámites en la Asesoría Jurídica Internacional, donde te clavan casi mil dólares. Encima, cuando ella se vaya para España no dejarán que se lleve a la niña y tendremos que empezar de nuevo las gestiones.

    -¡Joder! -exclamó con tono de sorpresa Sergio.

    -Además…, la obligan a que salga de la isla por Cubana de Aviación, donde el billete vale bastante más que en otras compañías.

    Sergio sintió la necesidad de ir al baño. En la cola, esperando su turno, un tipo que llamaba la atención por su obesidad se dirigió a él y le formuló la pregunta típica y tópica entre la mayoría de los pasajeros.

    -¿Es la primera vez que viajas a Cuba?

    Sergio, antes de responder, esbozó una sonrisa incómoda.

    -¡Sí!

    -¿Ya llevarás las cajas de condones en la maleta? -le advirtió con cierto descaro el desconocido, soliviantando a su interlocutor que, sin perder un ápice la compostura, contestó:

    -¡Qué va...! Yo no voy por eso. Intento encontrar a unos familiares lejanos; mi bisabuelo emigró allí hace muchos años, dejó descendencia y nunca más supe de ellos.

    -¡Ya..., y me vas a hacer creer que si se pone una buena cubana a tiro no le vas a pegar un quiqui! -respondió el turista sexual, que exhalaba por su boca una halitosis insoportable.

    -Pues, lo cierto es que no me lo he planteado... ¿Y tú cuántas veces has ido?

    -Trece con esta.

    -¿Ya tendrás alguna novia por allí? -preguntó Sergio con cierto sarcasmo.

    -Cada vez que voy me lío con una diferente; pero, lo de ir en plan formal con alguien... nada de nada; ellas te engatusan, primero para que las lleves a un hotel o a una casa particular que ya tienen preparada; les pagas los gastos, les das un regalo del Todo a cien: o unos pintalabios o unos pintauñas…; les sueltas unos dólares..., y te las puedes cepillar las veces que quieras.

    -¡Me cuesta imaginar que sea así de simple! -añadió Sergio, lanzándole una mirada de soslayo.

    -¡Y tanto que sí! ¡Allí todo es meterla y sacarla, cuando te hartas de una..., pues a por otra! ¡En España no me como un rosco y allí voy sobradísimo! ¡Una vez estuve dos semanas con un amigo y me hice una apuesta a que cada día me tiraba a una diferente! ¡La gané, aunque cuando volví a casa estaba hecho polvo; caí una semana enfermo en la cama!

    El infeliz aventurero se permitió hasta enviar un consejo.

    -Sobre todo, no te enamores de nadie; si lo haces..., la has cagao; al final solo te buscan para que las lleves a España y salir de la pobreza; te dicen que te quieren mucho, pero de eso nada de nada...; todas son unas jineteras; hazme caso y sigue mi consejo; hay listos que van allí, pringan, se las llevan para España y los engañan como a chinos.

    -¿Oye..., qué es eso de las jineteras?

    -Es la palabra que se utiliza en Cuba para llamar a las putas, aunque muchas no te piden dinero y se dejan follar solo por unos pantalones vaqueros o por una comida en un restaurante.

    -Perdona que sea tan ingenuo, pero..., no me puedo creer que todas las mujeres cubanas sean así -insistió Sergio, que seguía negándose a aceptar que la isla fuese un prostíbulo al aire libre.

    -¡Las que veas jóvenes, arregladas y guapas lo son! -afirmó tajantemente el turista sexual, creyendo poseer la verdad absoluta, para acto seguido volver a la carga.

    -¡Si las sacas de Cuba, te saquean la Visa y luego, en cuanto pueden, se piran con su novio cubano y si te he visto no me acuerdo! ¡ Ándate con mucho cuidado!

    El turno del WC le llegó a Sergio, poniendo el punto final a una conversación, en la que aquel individuo, que representaba el prototipo de la mayoría de los que iban en el avión, le provocó sonrojo.

    Ya habían retirado las bandejas de la comida y, antes de disponerse a dar una cabezada, Sergio se dirigió a un pequeño compartimento, habilitado como bar, donde pidió a una azafata un zumo de naranja. Casi tropezó con la señora del sombrero con ala ancha que tanto le llamó la atención en el aeropuerto.

    -Disculpe.

    -No hay de qué, caballero -respondió la dama con una dicción que Sergio situó entre canaria y algún país sudamericano.

    -Señora..., perdone la confianza… ¿es usted canaria o sudamericana?

    -Soy nacida en Cuba; aunque tengo la nacionalidad española. Es muy raro que lo hayas notado, ya he perdido el acento cubano.

    -¿Y lleva muchos años en España?

    -Treinta y seis, desde el estallido de la Revolución. Mis padres eran catalanes y emigraron a Cuba por los años treinta.

    La mujer, que aparentaba sentirse bastante cómoda, se animó a relatar parte de su vida.

    -En Cuba tenía un cachimbo ..., un ingenio de azúcar para que me entiendas. Me casé con un militar casquito que era fiel a Batista. Pero, al final tuvimos que salir de la isla por piernas, antes de que El Caballo entrase en La Habana, como Nerón en la antigua Roma, y montase el número de la paloma que se posó sobre sus hombros. Los barbudos me lo quitaron todo..., no me dejaron nada. Después, como muchos cubanos que no fueron leales a la causa revolucionaria, tardé casi treinta años en volver, al tener prohibida la entrada. Para ellos, todos los que nos fuimos del país éramos unos traidores caídos en las garras capitalistas.

    -¿El Caballo supongo que debe ser Fidel Castro? -interrumpió el profesor.

    -Sí, así es como le llama mucha gente.

    La voz de la dama se entrecortaba cuando relataba aquellos tiempos tan tristes.

    -Mi esposo murió al poco tiempo de irnos para España; mis pobres hermanas se quedaron en Cuba; ahora son unas viejecitas, como yo, que viven del dinero que les mando; gracias a Dios, estos días podré estar con ellas.

    -He leído que en Cuba la gente más humilde vivía muy mal antes de que llegase la Revolución -apuntó él, animado, al comprobar que a ella le seguía apeteciendo conversar.

    -Castro dice que Cuba era tercermundista y eso es una mentira; reconozco que antes de la Revolución los gobiernos cometieron bastantes barbaridades, pero la mayor parte del pueblo vivía con más dignidad de la que lo hace hoy en día. Después de Estados Unidos, era el país con el nivel de vida más alto de América, y La Habana era una ciudad moderna y próspera. En los años cincuenta, Cuba era más rica que España.

    El turista se resistía a ceder en aquel intercambio de preguntas y respuestas que desmontaban sus firmes convicciones revolucionarias.

    -Pues a Fulgencio Batista parecía que no lo quería mucho el pueblo.

    -Tuvo errores muy graves; muchos no le perdonaban que se hiciera con el poder después de dar un golpe de estado; al final, no cayó solamente por la llegada de la Revolución..., lo dejaron de lado una gran parte de la burguesía cubana, la Iglesia y, sobre todo, los Estados Unidos...; pero, también es cierto que en aquella época había una mayoría de personas de clase media, un grupo que hoy en día ya no existe, que vivía con bienestar, algo que tampoco se conoce ahora en la isla, con excepción de los dirigentes.

    -Tengo entendido que esa prosperidad de la que usted me habla no alcanzó a toda la población. Los campesinos, que luego fueron los mejores aliados de Fidel en la guerra, malvivían explotados con sueldos miserables, nadie se preocupaba de ellos y estaban hartos de Batista.

    -Veo que eres un camaján, que es la palabra que se usa en Cuba para definir a los extranjeros que saben mucho del país... Por las zonas del interior sí que había carencias; allí, los guajiros, los pueblerinos como se dice en España, apoyaron en masa a Fidel...; lo hicieron movidos por promesas que no llegaron nunca: unas elecciones libres y una Ley de Reforma Agraria.

    Sergio dudó por unos instantes en mostrar sus credenciales, presentando su condición profesional docente y su currículum sobre temas relacionados con la nación cubana; finalmente, optó por ser discreto y no enseñar sus cartas; quería conocer el testimonio de aquella mujer y prosiguió con sus preguntas.

    -Pero... ¿esa Ley Agraria sí que existió?

    -Cuando llegó al poder, la primera reforma de Fidel, que confiscó tierras a los terratenientes con grandes latifundios, consistió en convertir la mayor parte de ellas en cooperativas para pequeños agricultores y el resto transformarlas en unas granjas estatales, siguiendo el modelo soviético. Dos años después llegaría otra reforma que esta vez alcanzó a los minifundistas. Al terminar todo el proceso, las cooperativas fueron absorbidas por el propio Estado, con lo que el campesino en realidad no era amo de la tierra y no tenía libertad para cultivar... ¡Con esa política, resulta que en el país, donde se pueden lograr varias cosechas al año, al final escasean los frutos! ¡Toda la agricultura, menos el cultivo de las plantas de tabaco, es deficitaria...! ¡Y encima ves que muchos campos ni se labran! ¡En resumen…, hoy en día, años después, en el interior están peor que con Batista!

    -¡En aquella época también he leído que La Habana era el burdel más grande de los Estados Unidos! -prosiguió Sergio, convencido de que antes se vivía peor que con Castro.

    -Eso es una burda manipulación del castrismo que pretende borrar la historia de Cuba de un plumazo, haciendo malos a los españoles, a los americanos y a todo los que se ponga por delante. Con los cuentos esos del Hombre Nuevo y la Patria Nueva parece que la historia de Cuba empieza con la Revolución. Es verdad que antes girábamos en la órbita de los Estados Unidos y que ellos se aprovecharon de nosotros, pero luego lo hicimos en la de los soviéticos... ¡En ese tema, siempre me apliqué un dicho: salimos de Guatemala y entramos en Guatepeor...! Vamos para atrás y de ser un país rico se ha pasado a pobre.

    A Sergio le apabullaban tales palabras; sus esquemas se rompían.

    -Te lo explicaré para que lo acabes de entender mejor -prosiguió la mujer-; en La Habana, como en cualquier otra gran ciudad cosmopolita, te podías encontrar con casinos, cafeterías, cabarés, burdeles... ¿De dónde eres tú?

    -De Barcelona, señora.

    -¡Pues..., por esos años también era un lugar pecaminoso; sobre todo cuando desembarcaba en el puerto la Sexta Flota americana y el Barrio Chino se llenaba de mujeres de vida alegre para buscar el desahogo de los marines y ganar un buen dinero!

    -En los años cincuenta yo aún no había nacido, pero he oído hablar de ello.

    Ella prosiguió con su relato, en el cual repasaba una parte de la historia de su país.

    -Cuando empezó la Revolución se cerraron todos los burdeles, incluso a las rameras se las llevaron a unas escuelas de integración; se llegó a decir que la prostitución estaba erradicada de la isla y hasta se despenalizó del Código Civil ¡Eso era otra gran mentira! Ahora, con tantas jineteras, resulta que hay más prostitutas que en aquella época... ¡Castro ha convertido a el país en la casa de citas más grande del mundo! Mira a la mayoría de los que van en este avión..., son pepes que van a Cuba buscando a jovencitas que les calmen su frustración sexual.

    -¿Los cubanos les llaman pepes a esta gente?

    -Sí, así es.

    -En España ha corrido la voz de que en Cuba el sexo se consigue fácilmente y hasta se organizan vuelos chárteres, llenos de pepes. Una vez leí en la prensa que en un pueblo de la provincia de Guadalajara una tienda vendía por cinco mil pesetas el paquete cubano, que incluía un par de medias de cristal y un lote de productos higiénicos.

    -Realmente he sentido bochorno al sentir las conversaciones de la gente en el avión. Eran patéticas -corroboró el español.

    -Yo voy tres veces al año a Cuba y te puedo asegurar que es siempre más de lo mismo...; me tengo que morder la lengua para no contestar a las sandeces que llegan a decir. Muchos de ellos creen que cuando llegan a Cuba son ricos y que es muy fácil engañar a las cubanas...; la mayoría son carne de cañón y al final son ellas las que terminan engatusándolos; la necesidad te hace ser muy listo.

    -¿Y por qué ocurren esas cosas? -preguntó Sergio, ansioso de escudriñar en un tema por el que sentía mucho interés.

    -Yo pienso que todo está voluntariamente organizado por el propio sistema; date cuenta de que en los folletos turísticos de Cuba casi siempre aparecen una bonita playa y el trasero espectacular de una mulata; las jineteras son el caldo de cultivo para los turistas; si no existiesen, se irían a otro lado. Fidel necesita dólares para salir de la crisis en la que se ha metido y poco le importa cómo lograrlos, aunque sea a costa de que más de la mitad de la juventud del país se tenga que prostituir. Además, si la policía aprieta mucho a las jineteras y estas se tienen que esconder, los turistas dejan de acudir a los restaurantes y a las discotecas, y así se pierde mucho dinero.

    -¡Pero si dicen que Cuba es el último bastión socialista, todo lo que explica no tiene nada que ver con los principios de esa ideología! -apuntó el empecinado Sergio.

    -Todo funciona por el dólar; el modelo económico y político ha resultado ser un fracaso; la isla naufraga sin rumbo, y ahora, que el comunismo en el mundo se ha ido a pique, Fidel nos viene con la bobería esa de que hay que recuperar las ideas del siglo pasado de José Martí o con el cuento de la lucha de clases, que no es más que un lavado de cerebro que intentan aplicar a los ciudadanos, hablándoles solo de lo bueno del sistema y de lo malo del imperialismo.

    -¡Pues, algo bueno habrá en Cuba! -respondió Sergio.

    -Gracias a Dios aún quedan cubanos puros, repletos de los valores que siempre nos han caracterizado: el trabajo, la honestidad, la sinceridad...; sobre todo los que viven lejos del turismo y entre las personas mayores. En cambio, mucha gente que está cerca de los centros turísticos está podrida; pero ellos no son culpables; son solo unas víctimas del sistema.

    La interesante charla se vio interrumpida por un señor vestido elegantemente. El desconocido, que bebía un whisky en la misma zona, se presentó alardeando de su ocupación política en la Junta de Extremadura, sin llegar a especificar a qué grupo pertenecía ni el cargo ostentado.

    -Perdonen que me meta donde no debo, pero al escuchar lo que hablaban no puedo reprimirme de dar mi opinión. Yo he viajado en varias ocasiones a Cuba, formando parte de delegaciones políticas y creo que el país no es tal como usted lo pinta. Los españoles podríamos aprender mucho de la Revolución en aspectos como los culturales, sociales, sanitarios o deportivos. Sí que es cierto que sufren graves deficiencias, pero de ellas tienen la culpa los Estados Unidos, que con su política de bloqueo ahogan a los cubanos desde hace casi cuarenta años.

    Celia del Valle, ese era el nombre de la mujer, escuchó con indignación las palabras de aquel hombre, al que consideraba un intruso que hablaba sin tener la más remota idea de lo que había dicho. No vaciló un solo instante para responder contundentemente.

    -Óigame: usted habrá estado con todas las delegaciones políticas que quiera, pero yo soy cubana, viví en la isla durante muchos años, tengo hermanas allá, voy con asiduidad, y lo que explicaba a este señor es la pura verdad ¡Ya sé que a los políticos españoles que viajan a Cuba los tratan a cuerpo de rey, sobre todo a los de izquierdas: los llevan a hoteles de lujo, les organizan la ruta y ven lo que a ellos les interesa; incluso, algunas veces hasta los recibe Fidel en uno de sus palacios! ¡Y claro..., luego al volver a España, tienen que hablar muy bien de la Revolución!

    Mientras el dirigente político empezaba a arrepentirse de su intervención, ella siguió explayándose con un discurso severo.

    -Estoy convencida de que no hablarían así la mayoría de los once millones de cubanos que tienen que hacer magia para poder comer cada día y apenas saben lo que es un filete de carne; o las madres que permiten que sus hijos se tiren al mar en una goma de camión, sabiendo que pueden morir ahogados. Es esa es la verdad de Cuba, la que a usted no le enseñan.

    -Perdone señora si le he ofendido, no era esa mi intención; únicamente quería expresar mi punto de vista -respondió el señor, cabizbajo y sin ánimo de seguir la discusión, para a continuación alejarse del lugar.

    Celia, tras el encontronazo, quiso justificar su contundente actuación.

    -Disculpa por ponerme así de brava, pero no soporto a estos tipos que se las dan de comunistas, pero que viven requetebién dentro del capitalismo y encima nos quieren dar lecciones sobre Cuba... ¡En España hay bastante gente de ese tipo, que apoya la Revolución solo para canalizar su fobia a Estados Unidos...! ¡Presumen ser de izquierdas y son capaces de denunciar cualquier injusticia que se cometa en el mundo; en cambio, de Cuba lo justifican todo...! ¡Tendrían que ir un año a vivir allí, pero como un cubano..., no como un español!

    Su interlocutor optó por el silencio; no se atrevió a contradecirla. La charla llena de pasión tocaba a su fin y ella se permitió dar un consejo a Sergio antes de despedirse.

    -Me alegro de que haya gente como tú, que va a Cuba por nobles intereses; pero deberías ir con cuidado…; al turista el peligro le acecha en todo momento; el tipo que menos te lo esperas, te puede engañar para conseguir un beneficio. Toma..., te doy mi tarjeta de visita, yo también vivo en Barcelona. Me gustaría que vinieses a verme y me expliques como te fue por Cuba.

    -No dude que lo haré con gusto y muchas gracias por su consejo, lo tendré en cuenta -respondió él, entregándole también otra con sus señas y despidiéndose con un liviano apretón de manos.

    Sergio retornó a su asiento y se dispuso a rellenar el formulario de entrada al país que le había entregado una de las azafatas. Luego, se enzarzó de nuevo en la lectura del libro, aunque sus pensamientos se desviaban hacia lo que podía encontrarse en los próximos días. Intuía que iba a vivir experiencias inolvidables en un país que seguía creyendo idílico y donde el socialismo había originado una forma de vida más justa que en las naciones del mundo capitalista. De tanto en tanto, miraba por la ventanilla; la nave ya atravesaba el golfo de Méjico y sentía pequeñas turbulencias. Sus somnolientos ojos estaban a punto de cerrarse.

    2

    Faltaba poco para aterrizar, un movimiento brusco del aparato aéreo y un aviso de la megafonía interna del avión le despertaron de su corto sueño.

    -¡Señores pasajeros..., bienvenidos al Aeropuerto Internacional José Martí de la ciudad de La Habana; en estos momentos la temperatura exterior es de veintiséis grados. En nombre del comandante José Lozano y del resto de la tripulación esperamos que el vuelo haya resultado de su total agrado. Les damos las gracias por viajar con la compañía Iberia, deseando volver a encontrarnos de nuevo y que disfruten de una feliz estancia en Cuba!

    Momentos antes de abandonar la nave se despidió de su vecino de butaca, con el que intercambió números de teléfonos para un posible encuentro en el futuro.

    -Si vas alguna vez a Valencia no dudes en llamarme.

    -Lo mismo te digo, si vas tú a Barcelona.

    Casi un siglo después de que su bisabuelo marchase de una guerra, que tuvo unas consecuencias catastróficas en España, y setenta y cinco años desde que desapareciese sin dejar rastro, Sergio Sandoval, con un rictus de alegría en su faz, ponía por primera vez los pies en tierra cubana.

    Mientras esperaba el turno para sellar su pasaporte con el visado de entrada, la persona que iba delante, de nacionalidad española, discutía con un policía de inmigración que ocupaba una garita en el vestíbulo de llegadas internacionales del

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