Curzio Malaparte relata un encuentro que posiblemente presenció. Un oficial nazi le propone un juego a un niño ucraniano del que dependerá si salva o no la vida. “Escucha”, dice el oficial alemán, “yo tengo un ojo de cristal. Cuesta distinguirlo del de verdad. Si adivinas cuál de los dos es el de cristal, dejaré que te marches, te dejaré libre, pero tienes que responder enseguida, sin pensar”. “El ojo izquierdo”, responde el muchacho al instante. “¿Cómo lo has sabido?”. “Porque de los dos es el único que tiene algo de humanidad”.
Del diálogo se deduce que existe algo llamado “humanidad” y que en esa específica y particular condición, caracteriza la humanidad con un singular apelativo griego: . Según el contexto, según el tiempo en el que se empleaba y según el autor, podía significar dos caracterizaciones muy distintas: “asombroso”, “fascinante” o “maravilloso”, pero también “terrible”, “pavoroso”, “atroz”. La “humanidad” por sí misma no garantizaba nada; en ella podía darse lo más maravilloso, pero también lo más atroz. La “humanidad” tiene un ojo humano, pero otro de cristal.